¿Violencia de género?
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H0m0 homini lupus (Hobbes)
«Homo» no es sólo el varón, sino también la mujer o hembra. «Homo» en latín traduce el término-concepto griego «anthropos«, que no significa ni mujer ni varón, sino «ser fecundo». Significa el ser humano en cuanto ser fecundo. Y sólo es fecundo, si se entiende como masculino-femenino o varón-mujer. Cada uno por separado no es fecundo. Por otra parte, el término latino «homo«, resalta el aspecto de «ser hijo de la tierra». La palabra homo está relacionado con la palabra «humus«, que significa «tierra fecunda». De humus se deriva el calificativo humilis, humilde o ligado a la tierra. Ese es el significado más originario del concepto «humildad», que luego adquiere un significado moral, que se opone al de soberbia.
Quiero añadir este comentario, porque recientemente he oído que algunos políticos y feministas quieren eliminar la palabra «hombre» en cuanto tiene el sentido de «el ser humano» en general, es decir, en cuanto nombre genérico que abarca tanto a la mujer como al varón. Y es que en el lenguaje corriente se usa mucho el término»hombre» significando sólo el varón y se contraponen el hombre y la mujer. Pero repetir en un discurso la expresión «el hombre y la mujer» cada vez que hay que usar el genérico «hombre» resulta tedioso.
Usar la expresión «el ser humano» en lugar del genérico «hombre» sería válido, pero menos sencillo. Y toda lengua busca siempre el lenguaje más sencillo. Es una ley que se cumple en todas las lenguas. Como decía Ockham: Entia non sunt multiplicanda sine neccesitate, que se puede traducir: «no multipliquemos las cosas sin necesidad».
Es éste otro paso más del empeño feminista de eliminar ciertos nombres genéricos, complicando innecesariamente el lenguaje y haciendo tedioso el discurso. Además, Aunque al inicio de sus discurso procuran deshacer el genéro «hombre» separando los dos géneros: masculino y femenino, luego, a lo largo del discurso utilizan el genérico llevados por la tendencia natural a usar la expresión más sencilla.
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Son muchos los políticos, jueces, abogados, fiscales, periodistas, etc., que asumen la expresión «violencia de género» sin reflexionar si es antropológicamente correcta o es mas bien la expresión vehicular de una determinada ideología, que incluso puede ser contraria a la que ellos se sienten más ligados. Su deficiente formación filosófica e histórica no les permite un análisis previo a su uso.
¿Existe realmente la violencia de género? La pregunta puede parecer para muchos inoportuna, políticamente incorrecta. Incluso no faltarán quienes se escandalicen por el mero hecho de plantearla.
Sin embargo, quiero dejar claro desde el principio de este artículo que la expresión «violencia de género» fue creada por el feminismo radical impulsado por su ideología nada disimulada de carácter filomarxista. No es de extrañar que la causa feminista sea espoleada por los partidos de izquierdas.
También es una creación de ese feminismo radical el término «machismo» con un cargado significado negativo hacia el varón. Esta ideología trata al varón como un «macho», no como un ser humano, no como una persona, sino como un simple animal, con un tono despectivo y con olor a odio.
Podría haber escogido la expresión «violencia del varón«. Pero ésta expresión no les vale a estas feministas. Ésta expresión no reflejaría esos matices antes resaltados. Por todo lo anterior, no es descabellado hablar de machismo feminista o de feminismo machista.
Es verdad que la especie humana consta por naturaleza de género femenino y género masculino. Sin embargo, con el fuerte salto a la publicidad de los transsexuales y homosexuales no sería un disparate decir que existe un tercer género: el género neutro o género mixto, por decirlo de alguna manera, en el que entrarían los que no se definen como varones ni como mujeres en el sentido corriente.
Cuando las feministas consiguen que se haga una ley contra la violencia de género, ésta se desarrolla totalmente sesgada hacia el género femenino, dejando fuera de su protección y de sus medios económicos a los otros dos géneros: los varones y entre ellos los abuelos, los padres, los hijos varones, y a los transsexuales, homosexuales y demás. Según esta ley, entre lesbianas nunca se daría violencia de género, aunque una de ellas maltrate a la otra o incluso la asesine.
Sin embargo, con un fundamento similar con el que las feministas quieren justificar la violencia de género hacia la mujer se podría hablar de violencia de género hacia el varón, aunque sea menos frecuente. Pero esto no lo admiten.
La Ley andaluza contra la violencia de género contra la mujer insiste en que, para que se dé tal tipo de violencia, debe ser realizada por el mero hecho de ser mujer. Pero me gustaría saber cuántas sentencias condenatorias del varón se han basado en una confesión suya diciendo que mato a la mujer simplemente por ser mujer; o en cuántas sentencias se ha demostrado que mató a la mujer simplemente por ser del género femenino.
Si la respuesta fuese afirmativa, sí se trataría de violencia de género, pero también lo sería en el caso contrario: cuando la mujer es la asesina, que mata al varón simplemente por ser varón.
Las feministas han logrado ir imponiendo su pesado lenguaje, que exige utilizar la diferenciación -os -as, ignorando la función de los sustantivos genéricos, que ahorran ese esfuerzo inútil de diferenciar constantemente los géneros.
Este lenguaje es insostenible a lo largo de un escrito o de un discurso. Los políticos, para quedar bien, suelen hacer la distinción al principio de su discurso, lo repiten de vez en cuando y lo olvidan en el resto. Y es que resulta farragoso e insoportable.
Este lenguaje feminista ha contagiado a todo el universo de las izquierdas y una gran parte de las derechas políticas. Incluso infectó a los cuerpos de jueces y fiscales, según se aprecia en ciertas sentencias.
De hecho, acaba de publicarse una sentencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, según la cual, toda agresión de un hombre contra una mujer dentro de una relación de pareja debe ser considerada como violencia de género.
Pero no al contrario, cuando se trata de la violencia de la mujer hacia al varón. Si un varón muere acuchillado por su pareja (que también se dan casos), el caso debe ser considerado como violencia familiar, que tiene consecuencias jurídicas y económicas mucho más leves (Cfr. Diario EL MUNDO, 10-01-2019, pg. 3)
Y el argumento que da el Supremo es un tanto peregrino: La violencia del varón hacia la mujer supone necesariamente la intención de dominación que sigue el patrón cultural del machismo.
El Tribunal se mete en el universo de las intenciones. ¿Y, si se diera el caso de que el varón sólo tuviera la intención de defenderse de la agresión de la mujer, seguiría siendo violencia de género? ¿Y qué es eso del patrón cultural del machismo dentro del cual encuadra su argumentación?
Lo que sí está muy claro es que ese supuesto patrón cultural está cargado de ideología de la que el Tribunal en cuestión debería ser completamente ajeno. De hecho, la puntualización de una parte del tribunal con sus votos particulares aclara un poco las cosas. Para éstos, no se puede deducir automáticamente conducta machista de cualquier enfrentamiento violento dentro de la pareja.
Con esta sentencia se pone de manifiesto una vez más que estamos asistiendo a una evidente politización (ideologización) de un importante número de jueces y fiscales. Pero dejo este tema para otro artículo.
Además, su concepto de violencia de género no se limita a la violencia física. Se aplica también a una supuesta violencia psicológica, que es un concepto bastante vago. En él se pueden incluir amenazas y toda clase de presiones; hasta un simple piropo o un simple guiñarle el ojo a una mujer, como acaba de aparecer en los medios de comunicación (31-01-19). No se tiene en cuenta que la violencia psicológica la puede ejercer la mujer hacia el varón con tanta fuerza como a la inversa, si no más. Y no digamos, si tenemos en cuenta la violencia verbal en la que una mujer puede ser incluso muy superior al varón.
Sentada así la ley de la violencia de género, las feministas arman el gran escándalo cuando es agredida o asesinada una mujer, sobre todo si es de su ideología. Guardan silencio, si la agresión es contra el género masculino o si es contra una mujer que no comparta su movimiento. Tampoco quieren saber nada de las denuncias falsas, que tanto daño hacen al varón.
¿Y por qué si una mujer mata a otra no es violencia de género? La que muere es una mujer de la misma manera que si la mata un varón. Y en este caso, sí que es muy posible que el asesinato sea por ser mujer. ¿Y se aplican a la que es víctima de otra mujer las mismas medidas de protección que cuando es un varón el que maltrata?
Ni la mujer que mata a otra ni el varón que mata a una mujer lo hacen por el simple hecho de que sea una mujer la que muere. La matan por otras causas muy particulares de sus relaciones mutuas. En los dos ejemplos que pongo ambos asesinos pueden tener como motivo los celos. También una mujer puede matar a un varón por celos, como ya sucedió de hecho. ¿Por qué sólo se llama violencia de género el caso del varón asesino?
Pienso que no hay razones antropológicas sostenibles para establecer esa diferencia de lenguaje. Pienso que esa diferencia sólo se sostiene por razones y sentimientos ideológicos, que no tienen fundamento antropológico alguno.
Y es que existe maltrato a los ancianos, hombres y mujeres; existe maltrato a los menores, sean niños o niñas. Diferenciar con leyes estos maltratos, leyes que, además, muestran su ineficacia diariamente, es ahondar en las diferencias y obstaculizar la igualdad como personas.
Fomentar la lucha de género ya es enfrentar la mujer contra el varón. ¿No será esa una de las causas de que la violencia contra la mujer no sólo no disminuye, sino que, como mínimo, se mantiene, y que esas leyes resultan totalmente ineficaces, por no decir contraproducentes?. Y es que, en lugar de fomentar la armonía entre las parejas y los esposos, fomentan el desencuentro, incluso el odio y la agresividad.
Por todo ello, creo que se equivocan tanto jueces como políticos al asumir ese lenguaje de orígenes muy recientes e introducido por un colectivo feminista radical, cuya ideología izquierdista y progresista es bien conocida.
Feminidad contra feminismo
Es muy natural en la mujer su tendencia a exhibir sus encantos y su belleza. En la especie humana es ella la que porta la belleza (aunque no en exclusiva) como fuerza de atracción sobre el sexo contrario. En otras especies (caso de muchas aves) es el macho el portador de esa belleza. A las feministas, al menos a muchas, no les gusta que la mujer haga gala de su feminidad. Su machismo no se lo permite. ¿Será porque muchas de ellas carecen de esa femineidad?
También hay que tener en cuenta que la mujer tiende naturalmente a resaltar su feminidad en sus formas de vestir y en ello se va una importante partida de la economía nacional. ¿Acaso eso es fruto de la cultura machista? ¿Habrá que legislar también su forma de vestir y controlar todo el universo económico de las modas? Esa fue una política muy propia de los regímenes comunistas. La mujer es masificada según normas establecidas por el régimen, no liberada.
Igualitarismo feminista y maternidad
En primer lugar, hay que tener en cuenta que igualitarismo no es lo mismo que igualdad. El igualitarismo es una interpretación de cómo ha de ser la igualdad entre varones y féminas. Los sustantivos que terminan en -ismo (animismo, judaísmo, marxismo, cristianismo, etc) indican que su contenido es optativo, es una opción o una interpretación frente a otras posibles. No tiene carácter objetivo-científico.
Pues bien, el igualitarismo es un artículo fundamental del credo feminista. Un igualitarismo que puede conllevar grandes injusticias en muchos casos. No tienen en cuenta la doctrina de grandes psicólogos de la niñez como Piaget o Walon, que, a pesar de sus diferencias, coinciden en la importancia y carácter insustituible de la afectividad maternal en los primeros años del niño.
Por supuesto que la afectividad del padre también es muy importante. Pero este igualitarismo lo confunde todo. Y es que no es igual la afectividad de una madre que amamanta a su hijo que el cuidado más externo que pueda aportar el padre. Por tanto, querer hacer iguales al padre y a la madre en la vida familiar sólo se puede hacer en nombre de un igualitarismo.
En la femineidad va incluida su tendencia natural hacia la maternidad. El feminismo, como ya indiqué en otro artículo, desprecia o minusvalora la maternidad. Parece que la considera como una carga, cuando en realidad es un gran privilegio. El cuidado de los niños más pequeños hay que repartirlo, dicen, entre ambos miembros de la pareja a partes iguales.
En cuanto a la maternidad, las feministas la consideran como una carga que hay que repartir. Pero en la función de una madre hay muchas cosas que no se pueden repartir. La función de la maternidad es precisamente uno de los temas pendientes de la economía liberal, que tiene como tema pendiente la armonización en la mujer entre las funciones maternales y las obligaciones en el trabajo extrafamiliar. Últimamente se están haciendo reformas para avanzar en ese sentido.
Pues bien, la ideología feminista no resuelve ese problema, sino que opta por devaluar la importancia de las funciones maternales considerándolas como una función de segundo orden. Para la economía capitalista, la mujer madre es un inconveniente para el rendimiento en el trabajo. Para el feminismo, es un estorbo para la promoción de la mujer según sus patrones feministas. Ser madre es una función menor.
Las defensoras de la causa transmiten el mensaje de que ser madre es un enorme sacrificio, que contribuye a la alienación de la mujer, a mantenerla atada en el hogar, relegándola a un rol secundario en la sociedad, que afecta no sólo a su vida privada, sino también a su vida profesional.
Sin embargo, esa ideología feminista reclama para las parejas de lesbianas y demás homosexuales el derecho a adoptar niños de otras mujeres.
A todo lo anterior hay que añadir que las leyes contra la violencia de género contradicen el igualitarismo, que tanto predican. Es bien conocido el igualitarismo por cuotas, que conlleva flagrantes injusticias, no sólo contra los varones, sino incluso contra otras mujeres. ¿Quién decide las cuotas entre mujeres? Si se asciende a cargos por cuota y no por méritos, con qué criterios se decide y quién los establece. Por otra parte, ¿no es una indignidad para la mujer el ser una mujer cuota? Cada vez son más las mujeres que se rebelan contra esa indignidad. Por algo será.
Las feministas radicales últimamente ya quieren aplicar su igualitarismo al mundo de las Ciencia Positivas. Denuncian la poca presencia de la mujer en ese campo. Sin embargo, guardan silencio en cuanto a la aplastante mayoría de la mujer en algunas facultades y escuelas universitarias. En las especialidades de magisterio, pedagogía, enfermería e incluso psicología, si aplicamos ese igualitarismo, habría que echar de su profesión a muchos miles de mujeres y dar su puesto a varones.
Es verdad que en las especialidades de ciencias positivas hay menos mujeres que varones. Pero no se puede decir que la razón sea porque se dé una marginación de la mujer. Las jóvenes que acceden a la universidad tienen plena libertad para elegir la especialidad que quieran. Y no vale decir que , si no eligen Ciencias Positivas, tienen menos salida profesional con esas especialidades por ser mujeres. Hay otras muchas razones de fondo que nada tienen que ver con una supuesta marginación.
Mesianismo feminista
El movimiento feminista está cargado del mesianismo propio de ciertas izquierdas más radicales. Necesitan salvar a alguien o a algo, para encontrar un sentido a sus vidas. Y, si al que señalan como necesitado de su salvación se niega a serlo, lo vituperan y lo convierten en enemigo. Desprecian y odian a las mujeres que no comulguen con su ideología feminista y procuran desprestigiarlas, sobre todo si son mujeres con cargos públicos. Es esta una actitud propia de ciertas religiones: si no te conviertes a su fe, eres objeto de condenación en nombre de su dios.
Inspiradas por este mesianismo las feministas quieren redimir a la pobre y esclavizada mujer africana, a pesar de que destacadas mujeres africanas no están de acuerdo con el feminismo europeo importado. También quieren salvar a la mujer musulmana, a pesar de que muchas mujeres musulmanas ya han rechazado públicamente este mesianismo de ideología marxista.
Politización del feminismo
Una gran contradicción de ciertas izquierdas: Por un lado, es de todos conocido el izquierdismo de las feministas. Son un brazo político tanto del socialismo del PSOE como del comunismo de Podemos y de Izquierda Unida. Sin embargo, en los países con régimen comunista la presencia de las mujeres en los altos cargos brillan por su ausencia. Ni una sola mujer gobernó todavía en un país de ideología comunista. ¿Qué mujeres hubo en el Soviet Supremo de la Unión Soviética? ¿Qué mujeres hubo en el régimen de Cuba o en el de China?
En su corta historia ni una sola mujer ocupó el cargo de Secretaria General del Partido Comunista Soviético. ¿Qué mujeres hubo o hay en la jerarquía del régimen cubano o del régimen de Corea del Norte o del comunismo chino o del chavismo venezolano? Sin embargo, las izquierdas españolas hacen de la redención de la mujer un tema puntero de su propaganda política. Se utiliza políticamente la causa de la mujer maltratada.
Las feministas se vuelven agresivas cuando se trata de defender la causa de las mujeres maltratadas, si es que son políticamente «aprovechables». Su propaganda se expresa en términos de lucha, la causa, imágenes de propaganda con el puño alzado, proclamas como !No pasarán¡, que recuerda al Frente Popular de nuestra Guerra Civil y a la Pasionaria.
Hay que arengar a las tropas para supuestamente defender a la mujer y no permitir que se acaben con sus logros alcanzados, como la ley contra la violencia de género y las subvenciones a las asociaciones feministas. Lo que está sucediendo en Andalucía refleja muy bien todo esto que estoy diciendo.
De las mujeres maltratadas pasamos a la dictadura del sexo oprimido o dictadura de género. Se quiere acabar con una opresión imponiendo otra incluso peor. Lo típico del comunismo marxista. Amigos de los pobres y los oprimidos a los que quieren salvar, para convertirlos en súbditos fieles de su ideología. No para sacarlos de su pobreza y opresión, sino para imponerles otra aún peor, porque bajo ella ya no tendrán ningún derecho a protestar contra sus salvadores. Contra quien te salva no se protesta. Le debes agradecimiento. Así que, si hay que votar algo, le debes tu voto.
Para las feministas, las mujeres que están en su casa cuidado de los hijos, de la economía doméstica y otros quehaceres de la casa son mujeres que no conocen su dignidad y que no saben o no se atreven a luchar por sus derechos. Hay que salvarlas como sea, incluso contra su propia voluntad.
Deberían tener en cuenta el análisis que hace M. Gorbachev en su libro La perestroika sobre el estado de la mujer y los hijos en la sociedad de la Unión Soviética, modelo del comunismo universal.
Gorbachov
Un texto sobre el gran fracaso del feminismo soviético
El texto dice así:
«Después de setenta años de aplicación del feminismo marxista en la Unión Soviética, su primer ministro M. Gorbachov escribe el siguiente texto como conclusión de un estudio sobre la sociedad soviética hecho con un grupo selecto de científicos.
Sin embargo, a lo largo de los años de nuestra difícil y heroica historia, hemos dejado de prestar atención a los derechos específicos de las mujeres y de las necesidades derivadas de su papel como madres y amas de casa, así como su indispensable función educativa con respecto a los niños. Entregadas a la investigación científica, trabajando en la construcción de edificios o en las industrias de producción y de servicios, e implicadas en actividades creativas, las mujeres ya no tienen suficiente tiempo para efectuar sus labores cotidianas en los hogares, para criar a sus hijos y para crear una buena atmósfera familiar.
Hemos descubierto que muchos de nuestros problemas -en la conducta de los niños y de los jóvenes, en nuestra moral, nuestra cultura y en la producción- tienen como causa parcial el debilitamiento de los vínculos familiares y una actitud pasiva ante las responsabilidades familiares.
Esto es un resultado paradójico de nuestro deseo sincero, y políticamente justificado, el dar a las mujeres una igualdad con los hombres en todos los aspectos.
Ahora, en el curso de la perestroika, hemos empezado a superar estos inconvenientes. Por esta razón, sostenemos acalorados debates en la prensa, en las organizaciones públicas, en el trabajo y en los hogares, acerca de la cuestión de qué deberíamos hacer para posibilitar a las mujeres el retorno a su misión puramente femenina».
Según este texto, la ideología feminista actual es un retorno a tiempos pasados ya superados; un retorno a una política feminista fracasada. Es una pena que las feministas no sean capaces de aprender de una historia tan reciente. La historia es maestra de la vida y quien no la conozca volverá a cometer los mismos errores de antaño.
En la ley contra la violencia de género está en juego mucho dinero que va a las distintas asociaciones feministas y, como en el caso del negocio de los Eres de Andalucía, se monta ahora el negocio de las mujeres maltratadas. Un negocio más como el negocio de los pobres o el negocio de los cursos de formación con cargo a lo que se llama gastos sociales. Y no hablo de memoria ni por lecturas o escuchas de medios de comunicación. Hablo con conocimiento directo de casos muy concretos. Se trata de vivir del dinero público.
Discriminación feminista
Con la ley de violencia de género las feministas pretenden establecer una discriminación positiva a favor de la mujer. Ya no les es suficiente la igualdad. Pero defender una discriminación positiva para los casos de violencia hacia la mujer deja las puertas abiertas para ampliar indefinidamente esa discriminación. De esta manera, el feminismo cae en una flagrante contradicción. Por una lado, predican a diestra y siniestra una sociedad igualitaria como parte esencial de su ideología. Con su igualitarismo quieren eliminar de nuestra sociedad la discriminación real contra la mujer , pero, en el caso de la violencia de género, la quieren sustituir con una discriminación positiva a su favor. Pasan de denunciar una supuesta primacía del varón a defender la supremacía de la mujer.
Sin embargo, el feminismo necesita de la discriminación real de la mujer como alimento y justificación de su mesianismo hacia el género femenino. Como ya dijo C. Marx en su momento:
Hay que hacer la opresión real más opresora todavía,
añadiendo a aquella la conciencia de la opresión misma,
haciendo la infamia más infamante todavía al pregonarla
(K. Marx y F. Engels: Werke, B. 1, 1970, p. 381)
La discriminación real, aumentada ideológicamente, es condición indispensable (sine qua non) del movimiento feminista. Y esa violencia ya se aplica a casos verdaderamente ridículos.
Si se aboga de verdad por la igualdad y el respeto a la mujer, empecemos por tratarnos como iguales independientemente del género. No despreciemos ciertos trabajos que ejerce de hecho la mujer: ser ama de casa, dedicarse a la crianza y educación de los hijos, por ejemplo, como hizo recientemente una diputada de Podemos en el Congreso de los Diputados. Tan digno es el trabajo de ser ama de casa como ser diputada en el Congreso. ¿O es que, para que una mujer sea digna de serlo, debe ser un luchadora de la causa y rechazar ciertas tareas? Las amas de casa deberían ser reconocidas y dignificadas en cuanto a su labor y no ser despreciadas por no ser diputadas o científicas.
Y, hablando con una bella mujer, me dijo:
«Si se desea apoyar a la mujer, se debe apoyar a todas las mujeres y no hacerlas sentirse inferiores si son limpiadoras de pisos o si son amas de casa. Me ha caído muy mal la intervención de una diputada en el Congreso de los Diputados cuando replicó a su contrincante político con cierta rabia: <Usted lo que quiere es que las mujeres nos dediquemos a fregar suelos>, como si el empleo de fregar suelos no fuese tan digo como el de diputada.
Ser mujer no es ser «odiadora de los hombres». Ser mujer y defender sus derechos no es ir por la vida con actitud agresiva y hablar a las demás con términos de «lucha». Ser mujer que defiende sus derechos no es avergonzarse de la feminidad ni pasa por tener que anular esa feminidad. Pasa por sentirse orgullosa de serlo sin tener que desafiar ni ofender a nadie»
No quiero cerrar este artículo sin recordar algunos casos recientes de «violencia familiar».
1- El 27 de febrero de 2018 la mujer Ana Julia Quezada Cruz asesinó al niño Gabriel Cruz. Según el informe judicial lo hizo incluso con ensañamiento. La feministas guardan silencio.
Según su doctrina, tendría que ser un caso de violencia de género contra la madre del niño, porque ésta es una «victima vicaria» del asesinado. Así lo dice la Ley andaluza de violencia de género. Sin embargo y según esa misma doctrina, puesto que es una mujer quien asesina, no es violencia de género, es «violencia familiar». Por tanto, la madre del niño no recibirá el mismo trato jurídico y económico que cuando el asesino es un varón. En el caso de violencia familiar las indemnizaciones económicas son menores.
2- Otro caso a señalar como ejemplo es el de la mujer que asesina con barbitúricos a su hija. Muere una mujer asesinada por otra mujer, que es su propia madre. ¿Hay violencia de género? El padre es una «víctima vicaria». ¿Hay que indemnizar al padre por violencia de género o por violencia familiar»? La que muere es una mujer y podría ser que haya sido asesinada precisamente por ser mujer, o mejor dicho, por ser una fémina. Según el feminismo, no sería violencia de género, aunque haya sido violencia contra una fémina, por la simple razón de que quien asesina no es un «macho».
Se podrían poner infinidad de casos en los que la doctrina feminista muestra sus flagrantes incongruencias.
Y para terminar quiero citar una frase muy reciente del Papa Francisco que viene a confirmar algunas de las ideas que he desarrollado anteriormente: «Todo feminismo termina convirtiéndose en un machismo con faldas». Sólo cambiaría el «todo feminismo» por «todo el feminismo radical».
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Pta.: Espero que quienes no estén de acuerdo con mis razonamientos los rebatan con razones y no con insultos, como cuando publiqué el artículo «El asturianu, un timo a los asturianos».