La pluralidad de las religiones
no es una desgracia de la humanidad
http://Relatividad cultural de los Derechos Humanos
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Una religiosidad y muchas religiones
Es importante tener en cuenta que la pluralidad de religiones está estrechamente ligada a la pluralidad de culturas. También lo es el hecho de que en la mayoría de las culturas no existe distinción entre religión y resto de la cultura. La religión aparece como algo que invade todo el abanico cultural. Por eso, se entiende el que tampoco la palabra «religión» exista en la mayoría de las culturas.
Las grandes religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islam y marxismo) consideran un mal de la humanidad el que haya una gran pluralidad de religiones. Pretenden imponer la suya a nivel universal como la única verdadera. Y con ese objetivo han desencadenado Guerras Santas (Guerras de Yahvé, Cruzadas, Yihads, Revoluciones), que han causado muchos millones de muertos. Suelen ser guerras terriblemente crueles. En ellas la vida de las personas se somete a los intereses del poder religioso y del propio fanatismo. Han fomentado creyentes fanáticos que matan y mueren por su «religión verdadera» y que en muchos casos son declarados mártires a los que se les asegura un Paraíso eterno en el Más Allá.
El mito de la Torre de Babel
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El mito de la Torre de Babel es todo un símbolo del monoteísmo excluyente. Presenta la pluralidad de lenguas como un castigo por parte de la Divinidad. Se ve esa pluralidad como una desgracia. Y decir pluralidad de lenguas equivale a decir pluralidad de culturas y pluralidad de religiones. Hay que tener en cuenta que en la gran mayoría de las culturas no hay distinción entre la religión y el resto de las formas culturales.
Por tanto, si se considera la pluralidad de lenguas como un castigo de Dios, habrá que concluir que también la pluralidad de religiones y de culturas es un castigo de Dios. Pero esta visión negativa de la pluralidad cultural y religiosa es una consecuencia de una creencia de fondo: la de que la propia lengua, la propia cultura y la propia religión son las únicas verdaderas. Todas las demás son, en último término, producto del pecado castigado por Dios.
Esta creencia excluyente es común a todas las religiones de origen abrahámico: judaísmo, cristianismo, islam y marxismo.
Pero esta forma de pensar no es irremediable. Hay otras perspectivas. La Antropología Cultural, una ciencia de las culturas relativamente reciente, avala una visión mucho más positiva de la pluralidad de religiones y de culturas.
No hay armonía cuando todos cantan la misma nota” (Doug Floyd).
El mundo sería mucho menos hermoso, si sólo hubiera una clase de flores (Dalay Lama)
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La religión es como un grano de mostaza, muy pequeño cuando aún no ha germinado, pero con una gran capacidad de desarrollo en cada uno de nosotros. Ese desarrollo corre a cargo de nuestros padres y de los demás educadores cuando no hemos alcanzado la mayoría de edad mental, pero luego es responsabilidad de cada uno o, al menos, debiera serlo.
Unos dejan que sean otros quienes lo rieguen y dirijan su desarrollo. Son la mayoría de los creyentes de cada religión. Son el pueblo creyente, que también se podría denominar la masa creyente.
Sólo algunos se arriesgan, cuando ya llegan a cierta edad con capacidad de reflexionar sobre lo que creen y de someter a juicio las instituciones religiosas, a juzgar a sus dirigentes, a sus conductas, a sus formas de trasmitir la religión, a sus adoctrinamientos, para que el creyente se deje llevar y no piense por sí mismo en materia religiosa (y con frecuencia también en otras materias, como la política por ejemplo.). Entre esos algunos están Zoroastro, Buda, Moisés, Sócrates, Séneca, Jesús de Nazarez, Mahoma, etc.
Su atrevimiento a pensar por sí mismos, sobre todo en lo que a la religión de su entorno se refiere, puso en peligro sus vidas. Zoroastro fue perseguido por los sacerdotes de la religión tradicional y se cree que fue asesinado. Buda tuvo que huir. A Sócrates y a Séneca les obligaron a suicidarse. A Jesús lo crucificaron. Mahoma se salvó por poco y tuvo que librar toda una guerra para sacar adelante su nueva forma de pensar la religión.
Murieron y desaparecieron sus perseguidores, pero el grano de mostaza que sembraron creció hasta hacerse un árbol gigante, al que siguieron y siguen miles de millones de creyentes a lo largo de la historia.
Todos ellos se enfrentaron a las estructuras religiosas de su entorno. Estaban degeneradas. Ya no estaban al servicio de la religiosidad de sus creyentes.
El hombre es esencialmente religioso. No voy a desarrollar aquí el porqué. Ya lo hice en mi libro El problema de la religión (Edit. Síntesis). Esa religiosidad esencial consiste, en síntesis, en el hecho de que el ser humano necesita agarrarse a algún tipo de absoluto siempre que intenta dar una explicación global al sentido de su existencia y al de la existencia del Universo. No importa cuál sea su actitud fundamental en la vida. Puede auto-considerarse como ateo, como agnóstico o simplemente como creyente. Si se considera ateo, dirá que el Ser Absoluto es la Materia, como hace el marxista. Si es agnóstico, no querrá dar una respuesta definitiva, aunque para sus adentros la tenga asumida. Si se considera creyente, no tendrá inconveniente en decir en qué Ser Absoluto o Dios cree.
Como ya desarrollo en el libro citado y en algunos artículos, en realidad todos los seres humanos son creyentes. En mis libros sobre el Pateón de los Dioses Marxistas creo que dejo bien demostrado que el marxismo, tal vez la ideología atea más sobresaliente en nuestros días, cumple todos los requisitos de una nueva religión. Incluso cumple el concepto de religión que definió el mismo C. Marx. El Marxismo tiene sus dioses bien definidos, sus ritos y sucedáneos de los sacerdotes en otras religiones, su estructura jerárquica del poder, etc.
Esa religiosidad esencial del ser humano puede ser desarrollada por diversas religiones. Y así lo es. Siempre hubo muchas religiones y las seguirá habiendo. Ninguna de ellas tiene la exclusiva para desarrollar esa religiosidad. Cada una de ellas la desarrolla dentro de la tradición cultural a la que pertenece.
Ninguna de ellas tiene el monopolio. Cada una tiene sus propios valores y satisface a su manera esa necesidad humana de expresar la religiosidad en una lengua, en unos ritos, en unas instituciones, etc., muy concretos.
Ninguna de ellas puede satisfacer esa religiosidad esencial en todas sus posibilidades de desarrollo. En ese sentido todas y cada una de las religiones son incompletas y, a la vez, todas y cada una son verdaderas, pero ninguna es «la verdadera». La verdad religiosa es plural en el nivel de las creencias, los conceptos, las imágenes, los ritos, los templos y toda clase de otros símbolos; es decir, en el nivel categorial o conceptual la pluralidad es irremediable. Esta pluralidad de religiones no necesita ser argumentada. Es una evidencia histórica y una gran actualidad.
Esto no quiere decir que una religión que nace en una determinada cultura no se pueda extender a otras. Las culturas no son círculos herméticamente cerrados.Son porosas. Son permeables.
A pesar de esa pluralidad insuperable de religiones, muchas de ellas quieren ser la única expresión válida de esa religiosidad que cada uno llevamos dentro. Esa validez única y universal que reclaman para sí es una forma de dar seguridad religiosa al creyente. Éste se siente seguro, si le dicen que su religión es la única verdadera.
Esta convicción es también una barrera para evitar la tentación de pasarse a otra religión con todo el cambio cultural que eso conlleva. Por otra parte, el cambio de religión no es cosa fácil. La religión es una respuesta concreta a las preguntas más íntimas del hombre y afecta profundamente al sentimiento. La religión no sólo se cree intelectualmente, sino que también se siente. Y cambiar de sentimiento es mucho más difícil que cambiar de ideas. Lo que se acepta por la vía del sentimiento es muy difícil de cambiar por la vía del razonamiento.
Pongamos un ejemplo. Los africanos que dejan su religión tradicional para abrazar el cristianismo nunca abandonan del todo sus creencias ancestrales. Debido a esto han surgido muchas iglesias cristianas africanas autónomas, que mezclan su cristianismo con muchas de esas viejas creencias. Cuando se produjo la masacre entre utus y tutsis en Burundi, incluso seminaristas de un mismo seminario se volvieron enemigos arrastrados por sus respectivas creencias tribales. Y es que las primeras creencias nunca se abandonan del todo.
Evidentemente, muchas creencias religiosas tienen que ser abandonadas a medida que los conocimientos científicos las van desautorizando. Pero aún así se resisten con frecuencia a desaparecer. Los argumentos científicos de Galileo no fueron capaces de convencer al tribunal que lo juzgó de que el geocentrismo no era sostenible.
Concluyendo:
El ser humano es esencialmente religioso. Ya se proclame ateo o creyente, siempre ligará su forma de pensar la vida a algún tipo de Ser Absoluto, como quiera que lo llame. En este sentido, no existe el ateo absoluto. Todo ateo niega una determinada forma de ver ese Ser Absoluto, pero cree en él bajo alguna otra forma, como quiera que lo llame. También en este sentido, todo ser humano es creyente. Esa religiosidad es una nota esencial a todo ser humano.
Por otra parte, el ser humano es esencialmente material y necesita dar expresión concreta y material a esa religiosidad que lleva dentro. Y lo hace a través de la cultura concreta en la que nace y es educado. Y la cultura, a su vez, está estrechamente ligada al entorno material en el que se se desarrolla. Los entornos son diversos en cada lugar de la Tierra. Por eso, las culturas son diversas, son plurales.
Ahora bien, la religión es parte de la cultura. Y, si hay inevitablemente pluralidad de culturas, por las mismas razones hay inevitablemente pluralidad de religiones. De ahí la conclusión final: En la humanidad se da una sola religiosidad y muchas religiones. Y eso de manera esencial e inevitable.