Nueva educación.
Hombre nuevo.
El hombre-pregunta
Aunque ya he escrito varias veces sobre el hombre como un ser que tiene como la actividad más radical de su entendimiento la actividad de preguntar, quiero trazar una visión global de este tema de forma más sencilla, prescindiendo de aparato crítico de otras publicaciones mías y dándole aplicaciones más vitales, más concretas.
La actividad de preguntar se manifiesta como esencial al ser humano. Se puede constatar en todas las culturas y en todos los lugares. Es una nota humana universal, que se manifiesta desde la infancia hasta la vejez, desde el nacimiento hasta la muerte misma.
Mi propósito es desarrollar muy brevemente las claves de una nueva educación encaminada a la erradicación de racismos, dogmatismos y fanatismos, que están en la raíz de muchas violencias y guerras, también en la actualidad. Esa nueva educación tiene como elemento rector el principio de relatividad cultural[1], que tan nerviosos pone a esos movimientos radicales, a los que se creen ser el Pueblo Elegido llamado a salvar a toda la humanidad y que se creen en la posesión de la Verdad Absoluta.PRINCIPIO DE RELATIVIDAD CULTURAL contra dogmatismo, relativismo y etnocentrismo
Esas actitudes violentas sólo se pueden erradicar con una educación adecuada desde la niñez. El principio de relatividad cultural es la base intelectual del principio de la tolerancia cultural (ideológica y religiosa). La tolerancia no será una actitud estable, si no está basada en el convencimiento de las limitaciones de mis creencias y conocimientos. Es decir, de su valor relativo.
Las actuales grandes religiones, que dominan la mayor parte de la humanidad (las más conocidas en Occidente como judaísmo, cristianismo, islam y marxismo) , se oponen a ese tipo de educación. Al contrario: educan en la creencia de la propia posesión de la Verdad Absoluta, en la creencia desafiante de ser el Pueblo Elegido con la misión de salvar a toda la humanidad. Esas actitudes impregnan toda nuestra cultura occidental. Y de ese tipo de educación nacen los respectivos fanatismos, dogmatismos, racismos religiosos, intolerancias, belicismos, etc.
Escribir contra la educación de esas poderosas religiones tal vez sea pedir peras al olmo. Sin embargo, creo que es necesario denunciar esa inveterada situación. Por algo hay que empezar. Y el primer paso es denunciar la situación en que nos encontramos desde hace siglos. El segundo, es aportar un camino a seguir, por más que sean muy pocos los que se atrevan a andarlo.
En este ensayo, a la vez que trazo el nuevo camino, hago la denuncia del viejo. Evidentemente, en la vieja educación hay muchos elementos muy valiosos. No se trata de destruir todo. Se trata de cambiar algo, pero algo muy radical, que matiza todo el proceso de la educación humanista, desde el niño hasta el adulto. Es un cambio de colorido, que tiene enormes consecuencias en el orden práctico.
Se trata de una nueva educación para conseguir un hombre nuevo capaz de convivir en paz con los demás.
Mi propuesta no quiere ser una simple opinión. Parte de una fundamentación antropológica, que ya desarrollé en otras publicaciones y que ahora resumo en función del tema que nos ocupa.
No parto de un postulado indemostrable ni de un teorema. Parto de un hecho empírico universal a la especie humana: el hombre es un ser que pregunta desde que nace hasta que muere, como decía al principio. El preguntar es seguramente su actividad más radical. Pasa la vida preguntando y buscando respuestas. Y es que vive de respuestas, que va obteniendo de las distintas circunstancias que le rodean, tanto naturales como culturales. No tendrá las mismas respuestas si nace en Alaska o en la República Democrática del Congo, en el Sáhara o en Alemania.
Entre ellas están respuestas tan básicas para su sobrevivencia como qué comer, qué beber, dónde defecar, cómo abrigarse, cómo defenderse contra los peligros que le amenazan, cómo relacionarse con los demás (con otros humanos, con los animales y las plantas, con toda la Naturaleza), cómo curar sus enfermedades, cómo distinguir el bien y el mal. Se trata de necesidades que tiene que satisfacer para poder realizar su existencia. Y todo eso lo tiene que aprender. Le viene de afuera de él mismo.
Tiene, además, otras necesidades, tal vez menos urgentes, pero más profundas: necesita saber de dónde viene, por qué existe, hacia dónde va tras la muerte. Son preguntas que necesita responder para que su vida no se convierta en un absurdo, en un sinsentido. Los mitos, las religiones, las metafísicas (filosofías) intentarán darle respuesta.
Pero no sólo pregunta por el origen y el sentido de su propia existencia. Vive en medio de unas circunstancias muy concretas, que se extienden hasta abarcar el Universo entero. Por eso, quiere saber qué origen y qué sentido tiene el Universo. Las ciencias (Física, astronomía, cosmología, biología, etc.) intentan darle respuestas. Éstas, sin embargo, nunca son completas ni definitivas. Su preguntar va más allá de lo que esas ciencias pueden responder. Al final, sólo le queda creer en respuestas filosóficas y religiosas. Una determinada fe o creencia es la que puede dar pleno sentido a su vida.
Ahora bien, el hombre puede preguntar de muchas maneras y hacer preguntas de muchos niveles, preguntas de corto y de largo alcance. Tiene muchos modos de preguntar. Lo puede hacer con un llanto como el recién nacido, con una mirada, con un gesto, con un grito o formulando preguntas en la lengua que le han enseñado. Nace preguntando. Crece preguntando. Vive y muere preguntando.
Sin embargo, la actividad de preguntar no es exclusiva de los seres humanos. Los animales también preguntan a su manera. Cualquiera que tenga contacto directo con ellos lo sabe muy bien.
Pero sus preguntas no van más allá de la circunstancia concreta inmediata. Un león observa un movimiento entre los arbustos. Centra su mirada y sus orejas sobre el lugar. De pronto ve asomarse un elefante. Decide que no es su presa adecuada. Y si se asoma la cría de un ñu, entonces decide atacar. Al prestar atención al movimiento inicial hizo una pregunta no hablada, pero que se podría traducir como ¿Qué se mueve ahí?
Cuando los cachorros de una loba se asoman por primera vez fuera de la guarida, sus miradas de extrañeza y curiosidad son toda una forma de preguntar por tantas cosas nuevas que ven. Los entrenadores de perros, por ejemplo, conocen muy bien sus formas de preguntar. Los animales preguntan como los niños, que lo hacen con su mirada y el gesto de su cara, cuando todavía no saben articular sus preguntas en un lenguaje hablado.
Son motores del preguntar la curiosidad o deseo de saber, la vaciedad de conocimientos, la duda, la ansiedad, las experiencias de cada día, etc. Son fuentes de respuestas la simple convivencia, incluso ya desde el seno materno, la familia, los amigos, todo tipo de educación informal, la escuela, el ejercicio de la propia profesión, la enfermedad, los conflictos y las guerras, etc.
El saber previo
El niño cuando nace es como un recipiente vacío cuya boca puede extenderse indefinidamente. A medida que va creciendo ese recipiente se va llenando de experiencias, creencias de todo tipo y conocimientos. Hasta cierta edad el niño y el adolescente tienen una actitud principalmente receptora. Se suele decir que son heterónomos. A medida que se van haciendo adultos comienzan a hacerse preguntas sobre los contenidos de su baso, pero no suelen calar hasta el fondo del mismo. Empiezan a ser autónomos. Empiezan a ser evolucionarios. Pero hay que decir que son muchos los revolucionarios de superficie y muy pocos los de fondo.
El contenido con el que se va rellenando el vaso es lo que llamo saber previo. Cada nivel del contenido condiciona y mucho las preguntas que cada uno se va haciendo y, por tanto, las respuestas que van aumentado el nivel del relleno del vaso. Cada relleno condiciona las nuevas preguntas y respuestas.
Ese proceso de enriquecimiento del contenido del vaso sigue el ritmo de la capacidad y la decisión de preguntar de cada uno. Son muchos los que no se atreven a preguntar o que tienen miedo a pasar por ignorantes. Su saber previo se va esclerotizando y se conforman con lo que ya saben.
Otros no cesan en el esfuerzo de seguir rellenado su vaso con nuevas preguntas y respuestas. Para éstos, los bordes de la boca del baso siguen creciendo y el vaso se va haciendo cada vez mayor. Unos llegan a médicos, otros a ingenieros, otros a lingüistas, otros a abogados, etc. En todos estos, el contenido del baso se va especializando.
Como se ve, la cultura en que uno nace es la responsable de todos esos contenidos del saber previo. No obstante, quiero destacar que, aunque muchos no lo crean, las religiones, dentro de cada cultura, son las que más profundizan en ese saber previo en cuanto a los mitos y las creencias religiosas en general y, en especial, a la actitud moral de cada uno; Es decir, en cuanto al criterio de lo que es el bien y el mal.
Conozco a un señor muy rico; hablo de millones de euros. Como fui cuarenta años profesor de Filosofía en la Universidad de Oviedo, le pregunté qué le parecía la profesión de filósofo. Él me contestó sin pensarlo un momento: “La filosofía no da dinero”. Las preguntas que le acucian son cómo reinvertir su capital, para ganar más dinero y cómo escapar de los impuestos del Estado.
No sé si algún día se preguntó o se preguntará por el sentido de su vida ni sé si ya tiene alguna respuesta que le tranquilice. Su familia (mujer, hijos, nueras, nietos) es un desbarajuste familiar. Sólo le ocupa cómo aumentar su riqueza y cómo protegerla. Es un verdadero esclavo de ella.
El saber previo recibido de su entorno está marcado por el dinero. Aprendió con sus padres a buscar la felicidad en la riqueza material monetaria. Lo mamó en su familia ya desde niño y le condiciona de tal manera que le impide ver que hay otros caminos más sencillos y menos estresantes, que garantizan una felicidad mucho más sólida.
Funciones del saber previo
Una forma corriente de llamar al saber previo es la de “pre-juicio” al que se suela añadir un matiz peyorativo: el de juzgar algo como negativo antes de conocerlo. No obstante, también puede tener un sentido positivo. Un juez puede sentirse inclinado a condenar o disculpar a un reo antes de conocer debidamente los actos que son objeto del juicio. Los prejuicios del juez, sean positivos o negativos hacia el reo, devalúan su sentencia y la pueden hacer errónea e injusta. Esto sucede con los jueces politizados, cuyas sentencias no son de fiar. Es muy frecuente el prejuicio negativo hacia el que profesa otra religión u otra ideología política. Los ejemplos se multiplican casi al infinito.
Lo que llamo “saber previo” tiene un contenido mucho más amplio que lo que se suele entender como “prejuicio”. Además, el saber previo como tal carece de ese matiz peyorativo del prejuicio. El prejuicio es, ente todo, una predisposición basada en conocimientos previos. No todo el saber previo tiene el sentido de prejuicio.
El saber previo en cuanto tal es, ante toco, conocimiento, que se va construyendo desde la más tierna edad y mucho antes de tener predisposiciones. Es el fundamento de toda predisposición. Sus contenidos son los descritos anteriormente. El saber previo, con frecuencia, está impregnado de presentimientos o predisposiciones
Esos conocimientos previos son la guía fundamental de toda nuestra existencia. Muchos, con el tiempo se olvidan, pero cada día se añaden nuevos. Otros se hacen imborrables.
Si al crecer en mi familia veo que mis padres y demás familiares creen en la religión cristiana, en principio, yo también seré cristiano. Si son musulmanes o judíos, seré musulmán o judío. Si pertenecen a la cultura occidental con todo su saber previo, yo también seré seguidor de esa cultura. Si son de cultura hindú, lo seré yo también.
De mayor podré cambiar algunas de las creencias y costumbres que he heredado. Para ello necesito tener un conocimiento consciente de las mismas y una capacidad de someterlas a mi juicio personal. Pero hasta ahí llegan pocos. Por eso, las conversiones de una religión a otra son tan poco frecuentes y, en muchos casos, bastante superficiales.
Por otra parte, hay creencias tan radicales que nos resulta muy difícil renunciar a ellas, porque las hemos convertido prácticamente en “naturales” o en parte de nuestro ser. Cristianos, judíos y musulmanes y toda la cultura occidental creen firmemente en la visión lineal del tiempo. Los mitos del Gran Tiempo rigen la mente de todos los seres humanosEs una creencia que se da por supuesta, incluso en el campo de nuestras ciencias más rigurosas. Que el tiempo transcurre desde el pasado hacia el futuro pasando por el presente es algo que ni siquiera se discute. El Gran Tiempo discurre siempre hacia adelante[2]. Nos resulta tan evidente que nos parece imposible que pueda ser de otra manera. Es una de esas creencias radicales que llamo “mitos”, porque más allá de ellas ya no se hacen preguntas.
Sin embargo, en la historia de las culturas predomina con mucho la visión circular del tiempo, tanto en las culturas antiguas como en algunas actuales como la hindú. El tiempo transcurre como un círculo, que tiene un origen y, pasados siglos o miles de años, se volverá al punto de partida.
Estas creencias no son indiferentes para la vida cotidiana. Al contrario, condicionan otras muchas creencias, que afectan a la vida de cada día. En las religiones abrahámicas, que viven de la visión lineal del tiempo, cada persona sólo vive una vez. Sólo tiene una existencia en la Tierra. En las obras morales de su vida cotidiana se juega su destino en la vida eterna tras la muerte. Sólo tiene una oportunidad para jugarse su destino eterno.
En la cultura hindú, por el contrario, cada persona puede tener varias existencias gracias a la creencia en la reencarnación. Si en la primera existencia las obras malas superan a las buenas (lo que llaman karma negativo), tendrá que volver a reencarnarse, una y otra vez, hasta que el karma resulte positivo.
La importancia práctica de estas creencias es evidente. Ellas deciden, aquí y ahora, el sentido concreto de nuestras vidas.
También se puede poner el ejemplo del mito del Progreso, complemento de la visión lineal del tiempo: El tiempo trascurre desde lo menos hacia lo más. Desde lo más simple hacia los más complejo, desde la más imperfecto hacia lo más perfecto, desde la Prehistoria a la Historia Antigua, a la Historia Media, a la Historia Moderna hasta llegar a la Historia Contemporánea, que supuestamente, es la culturalmente superior. Por eso, hay un Primer Mundo y un Tercer Mundo en la mente de los occidentales.
Por el contrario, un complemento de la visión circular del tiempo es el mito del Degreso. Con el transcurso del tiempo, la humanidad y toda su cultura se van degradando. Discurre desde una Edad de Oro, pasa por las Edades de Plata y Bronce, hasta llegar a la más degradada, la Edad de Hierro, en la que estamos ahora.
Como se ve en estos ejemplos, la visión del mundo y de la historia humana son muy distintas. De ahí la importancia del saber previo en cada cultura para la vida concreta de cada uno y cada día de su vida.
Tomar conciencia de esas creencias radicales por las que se rigen nuestras vidas es de vital importancia para tomar conciencia del principio de relatividad cultural, tan opuesto a toda clase de dogmatismos, sean religiosos, “científicos” o políticos, a las conciencias terroristas, a las supersticiones, etc.
Somos hijos de la tierra en que nacimos y vivimos, y de la cultura en que nos educaron. Forman parte de nuestro ser y, si renuncio a ellas, renuncio a mí mismo. Son las mejores para mí.
Yo soy yo y mis circunstancias,
y, si no las salvo a ellas,
no me salvo yo
(Ortega y Gasset).
Por otra parte, querer imponer mi cultura a otros pueblos es pedirles que renuncien a parte de su ser. Es desgarrarlos de sus creencias más irrenunciables y someterlos a las nuestras. Ese es el significado más radical y doloroso de las colonizaciones llevadas a cabo por las naciones occidentales en todo el mundo.
Su saber previo estaba cargado de complejos de superioridad, de soberbia cultural, de dogmatismo en sus creencias y, en muchos casos, de verdadero fanatismo.
Por eso, reflexionar sobre el propio saber previo es tan importante, para purificarlo de esas enfermedades culturales, que le afectan con tanta frecuencia. El método de la duda de Descartes puede ayudarnos a ello.
Conocer y reconocer este saber previo con sus pros y sus contras es fundamental como objetivo de una nueva educación, y alcanzar un hombre nuevo, de mentalidad abierta y dialogante y, a la vez, firme en sus convicciones.
Posibilidad-imposibilidad
de modificar el saber previo
Cómo se puede convencer a un hindú, para que se convierta al cristianismo o al islán, que con la muerte se acaba el tiempo en esta Tierra; que ya no tendrá otra oportunidad de mejorar su karma; que con sus buenas o malas obras en su existencia actual ya queda decidida su vida eterna en el Más Alla.
Se le pide que cambie su visión circular del tiempo; que renuncie a la creencia en la reencarnación; que modifique su visión religiosa de los dioses, del ser humano, de los animales y de toda la Naturaleza. Ningún ser vivo puede ya ser visto como encarnación de ningún dios ni de ninguna alma humana. No habrá “vacas sagradas”. Tendría que renunciar a los ritos purificatorios en el Ganges. Todos sus templos tendrán que modificar su aspecto tanto interno como externo. Toda su imaginería sagrada perdería sentido. Sería un verdadero drama personal. Seguramente por eso el cristianismo, por ejemplo, no tiene mucho éxito en los países de cultura hindú o de religión musulmana.
Algo muy similar sucedió con los indígenas americanos cuando los europeos los colonizaron y con tantos otros pueblos.
Ante este tipo de hechos, cabe preguntarse si verdaderamente es posible cambiar el saber previo de una persona plenamente integrada en la cultura de sus padres. Evidentemente, el caso de la conversión de una cultura a otra o de una religión a otra se dio y se sigue dando. Pero no es menos evidente que en un porcentaje bastante alto esa conversión sólo afecta a creencias y costumbres más bien secundarias. Las recientes matanzas entre hutus y tutsis en África es un buen ejemplo de ello. En Ambos bandos había cristianos que se enfrentaban entre sí arrastrados por sus creencias étnicas tradicionales. La educación cristiana no había calado hasta ellas.
Otro revelador ejemplo es el caso que se dio cuando los distintos países africanos se fueron independizando de los colonizadores europeos. Tras la independencia se dio un retorno a creencias y costumbres que la educación europea y cristiana habían intentado cambiar o borrar. El saber previo de las creencias y costumbres de sus antepasados seguía oculto en sus corazones y volvía a resucitar.
Esto mismo se confirma en el surgir de iglesias cristianas africanas, que se independizan del cristianismo europeo, que se les quiso llevar. Son muy numerosas y una de las causas es la de que buscan un cristianismo más acorde con las creencias y visión del mundo de sus antepasados.
A todo lo dicho hay que añadir que el saber previo va ligado a sentimientos profundamente arraigados; a un ethos o modo de sentir el bien y el mal muy difícil de cambiar.
El hombre religioso
Me parece un gran error la actitud de los Estados occidentales y, especialmente del Estado español, minusvalorar e incluso despreciar la educación religiosa de sus súbditos. Esa educación se deja en manos de cada religión, y se le asigna una cuota económica muy precaria.
El ser humano es esencialmente religioso. Lo dejo explicado en algunas de mis publicaciones. [3] Esa religiosidad toma cuerpo en cada una de las religiones.EL PROBLERMA DE LA RELIGIÓN. UNA RELIGIOSIDAD Y MUCHAS RELIGIONES
El fenómeno religioso es estudiado por varias ciencias: Historia de las Religiones, Psicología de la Religión, Antropología Cultural. A estas ciencias, hay que añadir la Teología de cada una de las religiones.
Pues bien, el cho antropológico ante el cual nos encontramos es el de que nuestros niños y jóvenes van adquiriendo un saber previo cargado de contenidos religiosos que, de adultos, deberían someter a su análisis personal.
El hombre adulto, que reflexiona sobre el sentido de su vida y de todo el Universo, termina planteando la pregunta por el fundamento último de todo lo que existe; aquella realidad o Ser Absoluto más allá de la cual ya no cabe seguir preguntando. La humanidad ha ido dando distintas respuestas es ese gran problema humano. Y sería muy importante para su vida conocer otras respuestas distintas a la que ya le han dado desde niño
No se trata de que cambie su respuesta, sino de que tome conciencia de su solidez y de sus debilidades, y de que conozca la respuesta que rige las vidas de otros seres humanos y la importancia que tiene para ellos.
El ser humano, a lo largo de su historia, ha intentado encontrar la respuesta a la pregunta por el Fundamento Último de todo. Es respuesta la plasmó en los llamados mitos de los orígenes. En el mundo occidental cristianizado todos conocen el mito del Paraíso Original, común a las religiones abrahámicas, incluido el marxismo con su mito del Comunismo Original. Cada religión tiene su propio mito.
A ese Ser Absoluto o Causa Última cada religión le da su propio nombre y le aplica una serie de atributos: Creador, omnipresente, omnipotente, etc. En torno a él puede añadir otros dioses y seres sobrenaturales. Intenta influir en ellos y poner sus fuerzas a su propio servicio. Para ello, crea oraciones y ritos de todo tipo; templos y santuarios en los que les dedican imágenes, ofrendas, vestimentas y utensilios sagrados de todo tipo. También les dedican personas, que son consideradas como sagradas: en general, son las que forman la clase sacerdotal, pero hay otras figuras similares como chamanes, por ejemplo.
Todas estas estructuras en torno al mundo sobrenatural son la expresión material de la religiosidad, que todo ser humano lleva en su propia esencia. Es una nota específica de la humanidad. No se da en ninguna otra especie. Sólo el ser humano es religioso por naturaleza[4].
Por todo lo dicho, pienso que debería haber una signatura de Ciencias de las Religiones desde el bachiller y una cátedra de esa disciplina en las universidades en la que se formaría el profesorado correspondiente.
El hombre metafísico
En la historia de nuestra cultura occidental hubo un tiempo en el que los que reflexionaban sobre el problema del Fundamento Último intentaron superar la respuesta mítica por considerarla demasiado irracional e inconsistente.
Buscaron una respuesta que fuera más convincente, basada en observaciones de los fenómenos de la Naturaleza. Entre esas respuestas están las de los presocráticos griegos. Una de las más extendidas fue la que sostenía que toda la realidad se componía de cuatro elementos originarios: tierra, aire, agua y fuego. Se trata de elementos físicos, pero se les atribuyen funciones metafísicas: el ser el Fundamento Último de todas las cosas.
Con el gran filósofo griego Aristóteles la respuesta por el Fundamento Último adquiere una solidez racional, que todavía no ha sido superada por la filosofía occidental hasta nuestros días.
Aristóteles, para dar su respuesta, aplica el principio de causalidad, que es la base del método científico. Este principio es tan esencial a las ciencias estrictamente tales que sin él no son siquiera posibles. Todo fenómeno tiene su causa. Encontrar esa causa es el objetivo clave de toda ciencia.
Aristóteles, partiendo del principio establecido por Heráclito, otro gran filósofo, griego, de que “todo se mueve”, observa que todo movimiento tiene su propio motor, y cada motor tiene, a su vez, su motor; así sucesivamente hasta llegar a la pregunta por el motor originario. El que ya no tiene otro motor. Por eso, lo llamó Motor Inmóvil.
Observado un fenómeno, se busca su causa. Pero la mente humana quiere conocer también la causa de esa causa. Y así indefinidamente hasta que surge la pregunta por la Causa Última más allá de la cual ya no cabe seguir preguntando.
Pero en ese momento del proceso nos encontramos con que ninguna de las ciencias conocidas y de la posibles tiene la capacidad de responder científicamente sobre si existe y qué es esa causa última. Es decir, ninguna tiene la capacidad de dar una respuesta fundamentada empíricamente, lo que es esencial a toda ciencia en sentido estricto. Y es que no está al alcance de ningún científico ni de ningún ser humano tener una experiencia empírica al respecto, que se pueda mostrar a los demás.
Es entonces cuando entra en escena el hombre metafísico o filósofo. Siguiendo el mismo principio de causalidad, afirma que esa Causa Primera tiene que ser una Causa no causada por otra. Tiene que ser una Causa Absoluta, un Ser Absoluto.
Ese Ser Absoluto deducido racionalmente es el ser al que las religiones dan distintos nombres y le aplican toda una serie de atributos. Las religiones abrahámicas, incluido el marxismo con su diosa metafísica Materia, dicen que es omnipotente, omnisciente, omnipresente, creador de todo lo que existe, etc.
El hombre científico, llegado un determinado momento de sus conocimientos, necesita de una repuesta metafísica que él mismo, en cuanto científico, no puede dar.
El hombre científico
La historia de la ciencia occidental se identificó con la filosofía hasta que se estableció el principio de que “no hay nada en el entendimiento (científicamente válido) que primero no haya pasado por los sentidos”. (Nihil in intellectu, quod prius non fuerit in sensu)[5]. Dicho de otra manera: Ningún conocimiento es científicamente válido, si no se basa en la experiencia sensible.
Este principio constituye el inicio del saber científico moderno. Es el nuevo criterio para establecer si una doctrina científica es verdaderamente tal. Con él se cambia radicalmente la doctrina de las esencias de las cosas. Ya no se parte de su concepción previa a toda experiencia para establecer el saber científico. A partir de ahora, la ciencia no ha de partir del conocimiento previo de esas esencias universales, sino de los datos concretos de la experiencia.
Este principio marca un límite fundamental del saber científico. El científico ha de apoyarse siempre en la experiencia sensible. Este principio debe ser tenido en cuenta a la hora de valorar la objetividad de las ciencias actuales. Teorías como la del Big Bang y otras de gran renombre actual deben ser valoradas a la luz de este principio.
Cuando ese saber se confirma una y otra vez con la experiencia, se universaliza en la medida en la que pueda ser formulado matemáticamente
No obstante, esa universalización siempre está condicionada a que pueda surgir un nuevo descubrimiento, que obligue a corregirla o desecharla, como ya sucedió tantas veces.
Es una tentación muy frecuente entre los científicos, que se dedican a la ciencia más puntera, dar el salto de lo estrictamente científico a lo metafísico, como sucede con la teoría del Big Bang[6]. En esos casos suelen caer en aporías, porque intentan dar respuestas de la Física a cuestiones metafísicas.
Por otra parte, se oye con frecuencia decir que la ciencia tiene capacidad para resolver todos los problemas que se le plantean al ser humano, y los que no pueda resolver hoy los resolverá mañana. Es una afirmación en absoluto verificable. No es científica, aunque se haga en nombre de la ciencia. Simplemente es una creencia. Esa actitud se llama cientificismo. Es una especie de divinización de la ciencia.
Por otra parte, la relación entre la ciencia y las matemáticas no siempre se mantiene. Los conocimientos científicos modernos utilizan las matemáticas como medio de expresión. No obstante, éstas no reducen su campo al estrictamente científico. De alguna manera, sus especulaciones no tienen límite. Las ecuaciones de Einstein, por ejemplo, van por delante de los descubrimientos científicos y está en modo de permanente confirmación ante cada nuevo descubrimiento. El caso de los Agujeros Negros en las galaxias es uno entre muchos.
Cuando las matemáticas se desarrollan como fin en sí mismas y se autoproclaman como profetas del futuro degenera en matematicismo, que es completamente estéril. Ya lo apuntó con mucha claridad el gran matemático argentino Ernesto Sábato.
En la educación científica de nuestros jóvenes deberían quedar claros estos principios para que no terminen divinizando la ciencia.
El hombre técnico
Ya es viejo el principio de que conocer es poder. El que conoce siempre tendrá más poder que el ignorante. Éste siempre dependerá de aquél. En principio, los que dirigen la sociedad deberían saber más que los que son dirigidos. Ya lo decía Platón. Por desgracia, no siempre es así.
La ciencia moderna es un esfuerzo permanente para dominar la naturaleza. Para conocer sus leyes y no ser víctimas de ellas. Para ponerlas al servicio del ser humano. Para eso crea la técnica.
Usa el conocimiento científico para crear medios (técnica) con los que poder manejar las leyes físicas. Con ese conocimiento crea toda clase de herramientas. Con ese trabajo de crearlas ahorra mucho más trabajo. En lugar del esfuerzo físico de su cuerpo maneja sus máquinas.
Se puede decir que esta creación de herramientas se multiplica exponencialmente en el sentido de que con las herramientas viejas crea otras nuevas y superiores en su eficacia. Con éstas crea otras más eficaces aún.
Así hemos llegado actualmente a las máquinas cibernéticas, que no cesan de progresar, creando nuevos poderes de la humanidad cuyo fin no se vislumbra.
Tal es su eficacia que muchos creen que son verdaderamente inteligentes y que superan con mucho la inteligencia humana que las crea o que pueden llegar a hacerlo. Se trata de una creencia bastante infantil y que se llama tecnicismo: el ser humano se pone al servicio de sus propias supermáquinas inteligentes. Asunto que roza la ridiculez[7].
Hombre moral
Los animales no son sujetos de moralidad. No se les puede acusar de pecados ni de delitos. La razón es muy sencilla: no tienen la facultad de una voluntad libre. No son libres para hacer el bien o el mal. No tienen conciencia de lo que es el pecado o el delito.
No obstante, hay que reconocer que tienen cierta capacidad de elección en algunas de sus conductas. Un león observa una manada de ñus y observa atentamente si hay alguno que no esté en su plenitud física: si está cojo, si da señales de estar enfermo o más débil que los demás, etc. Seguidamente elige uno como presa o elige no atacar porque no ve ningún asequible de momento. Se podrían poner muchos ejemplos.
Ahora bien, la capacidad de elegir es una nota esencial de la libertad. ¿Hay que concluir que ese león es un ser que goza de la facultad de la voluntad libre? ¿Es, entonces, un sujeto de moralidad?
Sólo el ser humano es sujeto de moralidad. Sólo sus actos libres pueden ser juzgados como buenos o malos, como pecados desde el punto de vista religioso, o como delitos desde el punto de vista meramente civil. Sólo él tiene capacidad para elegir entre el bien y el mal.
Animal y hombre tienen la capacidad de elegir, pero sólo la elección del hombre es sujeto de moralidad. ¿De dónde, entonces proviene la diferencia?
El hombre tiene una capacidad de libertad de orden trascendental, que se sigue de su naturaleza espiritual o apertura ilimitada hacia lo ilimitado. Esa libertad trascendental es exclusiva del ser humano y es la raíz última del ejercicio de su libertad categorial.
En el orden categorial, , sólo él es consciente de si su acción es buena o mala. Si, a pesar de saber qué acciones son malas las realiza, se hace responsable de las mismas ante la ley moral o ante la ley civil. El animal carece de esa apertura y libertad trascendentales y también de ese conocimiento previo sobre la moralidad de sus actos.
Por otra parte, el ser humano, quera o no está siempre religado a alguna forma de Ser Absoluto, cuya voluntad es, de alguna manera, el criterio último de toda moralidad. El animal no da muestra alguna de sentir esa religación. Por tanto, no conoce religación alguna con una fuente de moralidad, que le diga lo que está bien o está mal en su conducta.
Libros sagrados.
Son varias las religiones que tienen sus respectivos libros sagrados. Otras muchas, como las tradicionales africanas, trasmiten sus creencias por la vía oral de padres a hijos.
Aquí recojo como muestra libros sagrados de algunas de las religiones más determinantes de la historia de la humanidad por su extensión y su duración en el tiempo. Son muchas las religiones que han nacido y, con la evolución cultural y las colonizaciones, ha desaparecido. Las religiones también son mortales[8]. Nacen, se desarrollan y terminan perdiendo vigencia o siendo absorbidas por otras.
Las que escribieron sus creencias en libros sagrados tienen en éstos la continuación de su memoria, aunque ellas ya no estén vigentes.
Los libros sagrados son guías de la vida religiosa y moral de sus creyentes. En algunos casos rigen toda su cultura incluyendo la política y la economía. Un ejemplo muy claro de como un libro sagrado dirige la vida de sus creyentes es la sharía, ley musulmana que ordena la vida de los ciudadanos hasta en los mínimos detalles. Supuestamente está inspirada en el libro sagrado del Corán.[9]
Son libros que recogen la Palabra de Dios dirigida a los hombres manifestándoles cuál debe ser su conducta libre, si quieren alcanzar una vida feliz tras la muerte, lo que se suele llamar la salvación eterna.
No obstante, tienen siempre un autor humano o varios. Originalmente, se suelen trasmitir oralmente hasta que llega alguien que los pone por escrito, supuestamente, bajo la inspiración de Dios. Evidentemente, Dios no habla idiomas.
No sólo tienen origen humano, sino que, además, están estrechamente ligados a un pueblo y una cultura determinada.
Hay que tener en cuenta que cada lengua esconde tras sus palabras toda una visión del mundo. Y el contenido de cada libro sagrado y de su lengua sagrada (sánscrito, hebreo, latín, árabe, etc.) tiene sus propias categorías mentales y está impregnada de esa visión particular del mundo. Por eso, repito una vez más, es difícil que una persona adulta, educada desde la niñez en una determinada religión y cultura, se convierta a otra religión con una visión del mundo diferente. No obstante, se dan adaptaciones y conversiones más o menos superficiales.
Cada libro sagrado tiene sus propios depositarios, los sacerdotes. Ellos son los encargados de guardarlos y conservarlos, de interpretarlos y transmitirlos con autoridad. Como guardianes de la Palabra de Dios ellos mismos son considerados también como personas sagradas. Se trata de la clase sacerdotal de cada religión, que está por encima de los creyentes de a pie. Los representantes de la religión están jerarquizados. No cabe la democracia.
Defienden que la verdadera Palabra de Dios es la que se contiene en sus libros sagrados, descartando que sea verdadera palabra divina la que se presenta en otros libros sagrados. Tienen la tendencia a monopolizar la Palabra de Dios. No suelen admitir que Dios haya hablado a otros pueblos.
Libro-Naturaleza
–Lo identifico con toda la creación.
–No tiene origen humano. Su autor es el Creador.
–No tiene un propietario. Es de todos.
–Su lenguaje sí que es universal. Todos los hombres, de todas las culturas y lenguajes lo pueden leer y aprender sus maravillosas lecciones.
–Está abierto al hombre religioso, al metafísico, al científico, al político. Admite toda clase de lecturas.
–Es a la vez Libro y Templo. Dios no crea templos. Su templo por excelencia es su Creación con todas sus criaturas. En ese templo universal habla a todo aquél que se esfuerce por escucharlo. No necesita de sacerdotes como intermediarios. Cualquiera puede acceder a Él en ese templo. Es un templo abierto. No tiene muros ni ventanas. No tiene altares.
El altar de las iglesias separa a los sacerdotes de los creyentes. En la Creación todo es altar o nada lo es, porque en ella todos por igual tienen acceso al Creador. En ella no hay separación entre lo sagrado y lo profano. Por eso, el Universo no es sagrado ni puede serlo, porque en él tampoco existe lo pro-fano. Simplemente es todo él creación divina.
Dios está en todas y cada una de sus criaturas. Está en la calle. Está en cada hogar, en cada familia, en cada hospital, en cada empresa, en cada mina, en cada campo que labra el campesino. Está en el inmenso mar y sus profundidades. Está en el corazón ardiente de la Tierra. Está en cada estrella. Está en cada galaxia. …
Por otra parte, Jesús de Nazarez no mandó crear templos, sino reunirse en su nombre. Él siempre oró en la Naturaleza abierta: en el desierto, en el monte de Sion, en el monte de los olivos, en el río Jordán.
Su evangelio es sencillo. Está cargado de gestos y parábolas para hacerse accesible a sabios e ignorantes, a ricos y a pobres. No tiene “listas cerradas”. Además, los fenómenos de la Naturaleza y los hechos de la vida rural y pastoril son arte central en sus parábolas. Sabía leer el libro de la Naturaleza.
Por todo esto, creo que enseñar a los niños y jóvenes a leer el hermoso y grandioso libro de la Creación debería formar parte de una educación integral.
La colonización del saber previo
La colonización de origen cristiano y europeo quiso destruir o borrar por completo el saber previo de los indígenas, tanto americanos como africanos, y como también de otras muchas regiones. Quiso borrar sus creencias profundas, sus mitos sagrados, sin intentar comprenderlos y ver la parte positiva, la función vital y trascendente para sus seguidores. Se les consideraba como situados en el error. Había que redimirlos de esa situación. Eran salvajes, ignorantes, “primitivos”. Hasta se dudaba de si tendrían alma y de si serían simples animales.
Por todo ello, parecía lógico que se les podía tomar como esclavos o animales domésticos. Suponiendo que fueran verdaderos seres humanos, había que sacarles de su ignorancia, predicarles la Verdad Absoluta y bautizarles. Los barcos de esclavos africanos eran gobernados por colonizadores supuestamente cristianos. Qué distintos de aquellos cristianos del cristianismo original, que veían en los esclavos a los preferidos del mensaje de Jesús.
Para liberarles de sus libros sagrados (caso de los indígenas americanos), los quemaban.
Pero borrar ese saber previo que se adquiere ya desde la infancia más tierna es muy difícil. En los procesos de descolonización en África durante la década de los sesenta del siglo pasado, se vio cómo resurgían los viejos sentimientos indígenas, las viejas creencias, y cómo se rebelaban contra la colonización de sus mentes.
El saber previo es inevitable, afecta también a las más altas jerarquías, incluido el mismo Papa de la Iglesia Católica. Es necesario para dirigir y dar sentido a nuestras vidas y al quehacer de cada día. Pero también es un principio de relatividad potenciadora y limitadora del valor de nuestras creencias más profundas.
Nadie tiene la Verdad Absoluta, por más que muchos se crean poseerla. Cada uno tiene su perspectiva de esa verdad, perspectiva que es única, pero a la vez es una entre muchas. Y eso no es relativismo como dicen los dogmáticos y los fanáticos para defender su intransigencia y su fanatismo.
En esta época de internacionalización de la comunicación en que nos encontramos, los dogmatismos y los fanatismos se ven rebrotar por todas partes. En parte estaban ahí, pero semidormidos. Yo impusieron su violencia en otros tiempos con sus inquisiciones y guerras santas. Hay se sienten amenazados y saltan con violencia a defenderse del peligro que esa internacionalización les trae.
La internacionalización ayuda a poner de relieve la relatividad de su mensaje, de sus doctrinas, que quieren ser absolutas y de validez universal. Eso les quita aquella supuesta seguridad psicológica que les da su creencia en la posesión de la Verdad Absoluta, de la Respuesta Absoluta a la pregunta radical por el fundamento último de todo lo que existe.
Se encuentran con que son muchas las ideologías, las religiones, las tradiciones, que se quieren imponer como poseedores de la clave del futuro absoluto de la humanidad y del Universo.
Al ser muchos los candidatos, el enfrentamiento es inevitable. De ahí los actuales movimientos violentos animados por ideas religiosas o ideológicas. (En el fondo todas son religiosas, unas abiertamente tales y otras camufladas, como el marxismo, el nazismo o el cientificismo).
Ante tantos pretendientes a esa respuesta absoluta, el valor meramente relativo de sus doctrinas se hace más que evidente. Pero esa relatividad les duele y reaccionan agresivamente.
El Principio de relatividad cultural y la democracia
Este principio debiera inspirar toda una nueva educación humanista. Debiera ser el principio director de toda una nueva educación para la convivencia democrática, si es que verdaderamente estamos convencidos de que el sistema democrático es el menos malo de todos los sistemas de poder político civil.PRINCIPIO DE RELATIVIDAD CULTURAL contra dogmatismo, relativismo y etnocentrismo
No es una buena educación querer trasmitir a nuestros niños la creencia en la superioridad de nuestros valores religiosos y culturales de todo tipo.
Transmitamos el amor a lo nuestro, pero sin desprecio a lo ajeno. En nuestras escuelas hay hoy niños de otras culturas: de tradicionales africanas, de árabes de religión musulmana, de religiones protestantes; incluso de tradiciones orientales.
Hay que enseñar a convivir y respetarse mutuamente. Éste es un gran reto de la educación en nuestros tiempos. No es imposible fomentar la amistad entre las diferencias culturales de los niños y adolescentes.
El hombre político
de nuestras democracias occidentales
¿Se portarían igual si desde niños se les hubiera educado en el respeto a otras culturas no occidentales? ¿Reagan, Clinton, Bush, Sarkozy, Hollande, Merkel, etc., etc., llevarían su política internacional, si desde su infancia hubieran sido educados según el principio de relatividad cultural?
¿No se habrían evitado muchas de las guerras recientes y las ahora vigentes si los mandatarios de esos países hubieran recibido esa nueva educación basada en el principio de relatividad? ¿No estarían los Derechos Humanos mucho mejor garantizados si se fomentara ese tipo de educación a nivel internacional?
No hay que olvidar tampoco que esos Derechos Humanos tal como están formulados en la Carta del 48 están cargados de etnocentrismo occidental, si realmente se los quiere universalizar o aplicar a todos las culturas y religiones. Habría que reescribirlos conforme al principio de relatividad cultural.
Todo esto no quiere decir que el sistema democrático termine siendo un batiburrillo de ideologías y religiones. Ya indico en otros artículos que una de las peores enfermedades del sistema democrático es su falta de autoridad para imponer las leyes democráticas y evitar que los enemigos del sistema se vayan apoderando de sus instituciones. Esa falta de autoridad siempre fue la raíz de su desmoronamiento.
Yo sucedió con la democracia griega, con alemana en manos de Hitler, con la venezolana en manos de Chaves, con la de Nicaragua en manos de Ortega. Estas lecciones de la historia aún vigentes debieran conducir nuestras democracias a hacer correcciones importantes en sus legislaciones.
En la nueva educación para la democracia debería quedar claro que algunas de las igualdades que muchos políticos propagan no son compatibles con la justicia de un sistema democrático. El delincuente no debe tener los mismos derechos que la persona honrada ni el vago los mismos que el trabajador; ni mucho menos, el que profesa una ideología que ya tiene en su historia regímenes dictadores y crueles, como el nazismo o el marxismo.
A esto quiero añadir la importancia de educar para tener políticos honrados, cumplidores de sus promesas, ejemplos de moralidad en los que no debe haber espacio alguno para la mentira, la difamación, el escrache, etc. bajo la excusa del derecho de libertad de expresión. Todo un vicepresidente de uno de los Gobiernos de nuestra democracia dio en publico la consigna de “difama que algo queda”, para combatir a los adversarios políticos.
Este tipo de corrupción moral es una de las enfermedades más graves del sistema democrático español actual. Sólo se puede curar a partir de una educación para la honradez desde la niñez. El nuevo hombre político sólo se conseguirá con una Ley de educación en la que estos valores inspiren sus contenidos y en la que esos vicios sean expresamente combatidos.
UNA NUEVA EDUCACIÓN
Digo “nueva” más por razón de los principios en los que se apoya que por la mayoría de los contenidos concretos. Los principios son como los lentes que colorean esos contenidos. Podríamos decir que los principios de una educación dogmática y fanática colorean sus contenidos de un rojo que apunta hacia la violencia, ya sea explícita o solapada. El principio de relatividad podríamos asimilarlo a un color azul cielo, como símbolo de apertura y anchos horizontes.
La educación empieza en el vientre materno. Los hábitos de la madre no son indiferentes al desarrollo del feto. Afectan a sus mismos genes. El tipo de trabajo de la madre, sus hábitos de alimentación, sus vicios, sus aficiones, tienen consecuencias en el niño no nacido. Las bases biológicas de su posterior desarrollo se van estructurando ya en ese período. Y ya en él, se marcan diferencias de una cultura a otra. Es muy distinta la forma de llevar el embarazo de una mujer occidental a la de una mujer africana.
Una vez nacido, el niño ya empieza a preguntar con su llanto y sus gritos. Se rompe su “paraíso original”. Presiente las amenazas y la inseguridad de un mundo que le es extraño. Todo un abanico de respuestas le llegan desde el exterior: le lavan, le abrigan, le amamantan, le curan, le acarician, …
Y todo ese comportamiento hacia el recién nacido está condicionado por las creencias culturales de sus padres. Y tanto la Antropología Cultural como la Psicología evolutiva coinciden en la enorme importancia de esas primeras experiencias del que nace. Supongamos que dos gemelos recién nacidos son puestos en dos tradiciones culturales distintas desde el primer momento. A los pocos años de su desarrollo se podrán verificar importantes diferencias, que no tendrían si son educados en la misma cultura.
Se dice en la vieja filosofía occidental que el niño nace tanquam tabula rasa. Es decir, con su mente limpia de contenidos, como una hoja en blanco que espera que alguien escriba en ella. Pues bien, esas primeras experiencias, esos primeros comportamientos de los que le rodean, van dejando su huella en ella. La van escribiendo.
En los primeros meses el niño no es capaz de un aprendizaje “intelectual”. Simplemente aprende por convivencia con su entorno. Y esa convivencia tiene importantes diferencias de una cultura a otra. Supongamos que dos hermanas tienen sendos hijos y que una es cristiana y la otra musulmana. Cada hijo va a recibir desde el primero momento y por simple convivencia una educación diferente.
La madre va transmitiendo su forma de sentir a su hijo y lo hace sin darse cuenta. A medida que el niño se desarrolla a su lado y al lado de su padre, sus actitudes se van empapando de los sentimientos y comportamientos de ellos. Y esa forma de sentir se transmite más profundamente por la vía del cariño, del afecto. No se trata de una educación intelectual intencionada. Se trata de una transmisión de valores por simbiosis.
Por eso, cuando los dos niños ante aludidos sean adultos, uno sentirá como cristiano y otro como musulmán. Va a ser muy difícil que tanto el uno como el otro cambien de religión. Y lo mismo se puede decir de las aficiones deportivas y también de las preferencias intelectuales. Evidentemente se dan excepciones. Pero lejos de desmentir la regla, la confirman. Por eso son “excepciones”.
En esa fase primera del desarrollo, que se puede extender hasta los siete o nueve años, ya se puede ir inculcando la aceptación de los demás, el respeto a lo que no es suyo, la no superioridad de unos niños sobre otros por razón del color de su piel o por la forma más rica o más pobre de vestir o porque pertenezca a una religión distinta o porque el otro sea una niña o un minusválido. La tolerancia, sin renunciar a la propia identidad, debe ser un principio rector desde que el niño es capaz de recibir orientaciones de forma consciente.
En una familia de padres nazis se respira aire de superioridad hacia los demás; incluso odio y espíritu de violencia. En una familia marxista radical se respira desconfianza, incluso odio, hacia los empresarios y capitalistas. Tanto unos niños como otros absorben esas formas de sentir y las aplicarán cuando sean jóvenes y adultos. En la familia de un etarra se fomenta el odio al Estado, a España, a Madrid, a las fuerzas de seguridad. Y así, el hijo de un etarra probablemente termine siendo etarra.
Esas son las “familias del odio” de las que salen fanáticos y terroristas. Es muy importante para nuestra sociedad cortar esos tipos de educación mediante el refuerzo de una educación en la tolerancia.
Cuando los niños llegan a jóvenes con una cierta capacidad de pensar es el momento de empezar a fundamentar en principios una forma abierta de sentir los valores propios, que han heredado de sus padres y maestros de la escuela primaria.
Capacitar la conciencia de los jóvenes para que puedan analizar y valorar los contenidos culturales y religiosos recibidos debiera ser un objetivo transversal de todo proceso educativo formal.[10]
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[1] Este principio es generador de un mayor grado de libertad de conciencia. Quien lo conoce y lo reconoce es más libre frente a todo tipo de dogmas, frente a fanatismos, supersticiones y todo tipo de esclavitud mental.
[2] Véase mi libro Los mitos del Gran Tiempo y el sentido de la vida. Filosofía del tiempo Edit. BIBLIOTECA NUEVA. Madrid. 2006.
[3] Véase mi libro El problema de la religión Edit. Síntesis. Madrid, 1998.
[4] Entiendo por “religiosidad” esa necesidad que el ser humano tiene de un Ser Absoluto, origen último de todo lo que existe.
[5] Este principio fue establecido por el empirista inglés Roger Bacón.
[6] Véase mi libro: El baile de la ciencia y la metafísica. Respuesta a S. Hawking. BIBLIOTECA NUEVA. Madrid. 2008. 126 pg.
[7] Véase en mi web el artículo “Los ordenadores nunca llegarán a ser inteligentes en sentido estricto”.
[8] Véase mi libro El problema de la religión.
[9] Una muestra de Libros Sagrados:
[10] Cuando digo “culturales y religiosos” no quiero decir que la religión no pertenezca a la cultura. Al contrario, quiero destacar que, dentro de cada cultura, la religión es el factor determinante más importante de las creencias y valores de cada cultura.