MARXISMO Y SU CIENTIFICISMO[1]
Cientificismo del marxismo
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El Marxismo sostiene que nuestras ideas vienen de la sociedad en la cual vivimos, de la clase a que pertenecemos, y que están todas necesariamente determinadas por la economía dominante en la sociedad. Presenta su teoría como la verdadera y suprema ciencia de la sociedad humana. Sin embargo, no pasa de ser un mero cientificismo más.
Pues bien, aquí quiero averiguar cuál ha sido la determinación social de las ideas marxistas y de ver en virtud de qué privilegio se quiere reclamar para ellas el carácter de infalibilidad científica, mientras se niega esa virtud a toda otra ideología, que, según sus propios principios, es fruto tan socioeconómico como la marxista.
Cuando digo “cientificismo” quiero significar el carácter pseudocientífico del Marxismo. Son muchas las palabras que en castellano llevan el sufijo -ismo como indicador de una teoría discutible. Tal es el caso que nos ocupa. Por eso, cuando denuncio el carácter pseudocientífico de esta teoría lo hago poniendo de manifiesto el carácter discutible de los postulados o principios no demostrados en que se apoya así como la falta de verificabilidad empírica de muchas de sus ideas fundamentales.
Esto sucede, sin duda, con muchas otras teorías ideologías. Pero en el caso del Marxismo tiene especial importancia en cuanto que éste pretende poseer en exclusiva el calificativo de “científico” y también en cuanto pretende que su ciencia esté plenamente avalada por lo que llama la “praxis”. Y ahí está precisamente su gran debilidad: la praxis histórica del Marxismo contradice una y otra vez su pretendido carácter científico.
El carácter pretendidamente “científico” de la doctrina marxista constituye un artículo de fe con el que se quiere fundamentar el resto de su credo. Esta es la razón por la que aquí se incluye este capítulo, después de identificar y descubrir las cinco divinidades principales del panteón marxista. No se trata ahora de una nueva divinidad. Se trata de un calificativo general de toda la doctrina marxista que se aproxima, si no se identifica, con el dogma de la infalibilidad que otras religiones aplican a sus doctrinas respectivas.
1.-El Marxismo se autocalifica de “Científico”.
Los grandes padres del Marxismo siempre han abrigado la pretensión de identificar su propia ideología con la ciencia. No se resignan a reconocer que su ideología es una más entre las muchas que se dieron en la historia de la Humanidad. No. Su ideología es, para ellos y sus fieles creyentes, algo más estable, algo más objetivo, que una simple ideología. Para ellos es ciencia. Pero ni siquiera se conforman con identificarla con una de las muchas ramas que hoy tiene la ciencia; con la Sociología, por ejemplo. Su ideología es mucho más; es la ciencia reina, fundamento y modelo de toda otra ciencia.
Ideología marxista y ciencia se identifican hasta tal punto que, según ellos, no se da ciencia verdadera que no sea materialista marxista, ni verdadero materialismo marxista que no sea científico. Son muchos los textos de los padres del Marxismo en que esta identificación se puede comprobar. Sólo recogeré algunos para no caer pesado al lector, pero citaré otros muchos por si alguien tiene interés en llegar a una verificación más amplia.
Tanto Marx como Engels han librado una dura lucha contra todo movimiento socialista que no se inspirase en sus propias teorías. Hasta tal punto fue así que consideraron todo otro socialismo como “utópico” y sólo el suyo como verdaderamente “científico”. Producto de esta actitud han sido varios escritos de ambos. Entre ellos destacan la Crítica al Programa de Gotha[2], el Anti-Dühring[3], Del socialismo utópico al socialismo científico[4].
Marx considera a los autores del Programa de Gotha[5] como promotores de un socialismo erróneo, desviado, herético y, en el mejor de los casos, utópico. Frente a él se propone un socialismo “científico”. Por eso escribe:
Después de la muerte de Lassalle, se había abierto paso en nuestro Partido la concepción científica de que el salario no es lo que parece ser; es decir, el valor -o el precio- del trabajo, sino sólo una forma disfrazada del valor -o del precio- de la fuerza del trabajo”[6].
Y dentro de su crítica a la teoría del Estado en este programa añade:
“Cabe, entonces, preguntarse: ¿qué transformación sufrirá el Estado en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente…” [7]
La respuesta científica de Marx no será otra que la de sus profecías sobre la futura sociedad comunista. Para Marx:
“todo el programa está infectado hasta el tuétano de la fe servil lassalleana en el Estado; o -lo que no es mucho mejor- de la superstición democrática” [8].
El comunismo de Liebknecht, Lassalle, Weitling, etc, era, para Marx, un comunismo tosco, artesano, utópico, no proletario y, por eso mismo, no científico, al que él quería oponer un comunismo proletario y, por eso mismo, científico.[9]
Sobre estos mismos socialistas utópicos, incluyendo también a Dühring, dice Engels:
“Para convertir el socialismo en una ciencia era indispensable, ante todo, situarlo en el terreno de la realidad”.[10]
Y eso, evidentemente, sólo Marx y él podían hacerlo. Para Marx, lo “científico” y lo “proletario” están íntimamente unidos, hasta tal punto de darse entre ambos cierta identidad. La “ciencia burguesa” degenera necesariamente en apologética o ciencia al servicio de la clase dominante[11]. Sólo la clase obrera, sólo el Proletariado, es capaz de desarrollar una ciencia desinteresada; es decir, la verdadera ciencia. Esta ciencia desinteresada; es decir, la verdadera ciencia. Esta ciencia verdadera se identifica a su vez con la teoría marxista de la sociedad y de la historia[12].
La nueva y única verdadera ciencia que nace del movimiento proletario, bajo la dirección de los teóricos del Proletariado, ya no es una ciencia doctrinaria, sino una ciencia revolucionaria[13]. Es una ciencia que no sólo trata de comprender la realidad, sino también, y sobre todo, de transformarla. Así lo indica Marx en la tesis 11 sobre Feuercbach[14].
Pero aquí Mar, como luego Engels y Lenin, cae en la misma tentación de querer apropiarse la ciencia para sus propios intereses ideológicos. Por eso, si Marx sostiene que se dio una apropiación capitalista de la ciencia[15], cuando identifica el método científico con su visión del método dialéctico[16] y la ciencia con su ideología revolucionaria, uno no puede menos de pensar en aplicarle, en lo que a apropiación ideologizante de la ciencia se refiere, el de te fabula narratur (de ti se trata en esa fábula)[17]
Como se puede ver en estos textos de Marx, ya se va dejando ver algo del aparentemente original concepto de ciencia que defiende el Marxismo. Se podría resumir en esta ecuación:
Ciencia = La toma de conciencia revolucionaria que el Proletariado va tomando de su situación y de sus posibilidades, lo que equivale a la teoría revolucionaria marxista de la sociedad y de la historia.
Digo que este concepto es aparentemente original porque en él se repite una actitud ya muy vieja en la historia de la Filosofía y de la ciencia en general: se trata de esa tentación, en que incurren muchos pensadores, de identificar la ciencia, sin más, con su propia ideología.
Si para los filósofos medievales la Teología era la ciencia suprema, si para los filósofos y científicos de los siglos XVII y XVIII la Física era esa ciencia suprema, modelo de todas las demás, ya para Comte, y luego para los marxistas, ese trono supremo de la ciencia es ocupado por la Sociología.
Pero, si tenemos en cuenta que existen muchas escuelas o maneras de hacer Sociología, hay que aclarar que, para el marxista, la ciencia suprema es la Sociología marxista, identificada con la ideología marxista, sin recortes de ninguna clase.
Y a esto es a lo que aquí se llama “cientificismo marxista”, a ese empeño en ideologizar dogmáticamente el único saber humano que posee algo más de objetividad y que puede ser más desinteresado: la ciencia. Aunque Marx ya dejó sentadas sus líneas fundamentales, será en Engels, y sobre todo en Lenin, donde alcanzará una situación casi delirante. En sus escritos se da una verdadera obsesión por calificar de “científico” al materialismo marxista. Algo así como si se tratase de un recurso de autodefensa, de un querer cortar a priori toda crítica a su ideología, un prevenirse y prevenir contra todo posible ataque venido ya sea desde sus seguidores o desde el exterior; un querer evitar que se lancen contra ellos las críticas que ellos lanzan sin piedad contra otros.
Por eso, su ciencia no es ciencia, sino cientifismo. No buscan la ciencia como tal y por sí misma, sino como un máscara o caparazón protector de su ideología. Quieren para ella la solvencia del saber estrictamente científico. Pero, si en algún caso se diese un contrasentido entre ciencia e ideología marxista, ésta se ha de imponer siempre. Ella es el criterio de lo verdaderamente científico. Sólo lo acorde con ella es científico.
Es esta una actitud muy vieja en la historia humana. Ya en el cristianismo medieval el progreso científico estaba estrechamente ligado, unas veces estimulado y en otras muchas limitado o coartado, a las creencias religiosas. El caso Galileo y el de la Inquisición son dos ejemplos muy representativos de ese fenómeno. Algo muy similar sucede en los regímenes marxistas. Toda la ciencia se encuentra encorsetada por la ideología marxista.
Incluso una ciencia como la Geografía, que podría parecer no ideologizable, lo está. Es un elocuente ejemplo de ello el libro oficial de texto que estuvo vigente en Cuba. Entre sus “objetivos generales” se señalan como fundamentales los dos siguientes:
- “Reflejar en los objetivos y en las tareas que plantea la enseñanza de la Geografía los fundamentos filosóficos del Marxismo-Leninismo, para evitar deformaciones ideológicas.
- Comprender que la formación de las representaciones y conceptos en la enseñanza geográfica dimana de los principios de la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico, base del proceso de la enseñanza-aprendizaje en todo país socialista”[18].
No es, por tanto, verdadera ciencia geográfica la que se enseñe al margen, y mucho menos en contra, del materialismo dialéctico marxista, es decir, fuera de la fe marxista.
Engels, en un lenguaje irónico y despectivo, lenguaje que parece haberse convertido en norma entre los marxistas en sus relaciones con los no marxistas, acusa a Dühring de usar y abusar del concepto de ciencia, de grandonismo pseudocientífico, al pretender desarrollar una sistematización científica de la visión socialista del mundo y, sobre todo, por haber emprendido tal empresa sin contar con Marx y con él. Dice de Dühring:
“Es bien sabido que nosotros, los alemanes, tenemos una terrible y poderosa capacidad de profundización … En cuanto uno de nosotros expone algo que considera como una doctrina nueva, lo primero que hace es elaborarla en forma de doctrina universal. Tiene que demostrar que tanto los primeros principios de la lógica como las leyes fundamentales del Universo no han existido, desde toda una eternidad, con otro designio que el de llegar, al fin, hasta esta teoría recién descubierta, que viene a coronar todo lo existente. En este aspecto, el Dr. Dühring estaba cortado totalmente por el patrón nacional”[19].
Y dice en otra ocasión:
“El señor Dühring es uno de los tipos más característicos de esta pseudociencia presumida que en todas partes se pone en primer término hoy en Alemania”[20].
Para Engels, este cientifismo era una moda o una enfermedad del intelectual alemán de aquél tiempo. Sin embargo, él mismo se verá gravemente afectado por la enfermedad que quiso curar en otros.
Él mismo empieza por mitificar la ciencia. Cree tan ciega y entusiásticamente en los entonces recientes avances científicos que, según él, éstos barrerán hasta el último recuerdo de un “creador sobrenatural” [21]. Hasta se atreve a afirmar en su obra El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado que el hombre primitivo no tenía religión y que el hombre socialista tampoco la tendrá[22].
Y da estas afirmaciones como plenamente científicas, cuando ninguna de las dos está basada en la observación ni racionalmente demostrada. Es más, tanto la Historia de las Religiones como la Antropología Cultural y sus ciencias afines confirman lo contrario respecto al hombre primitivo. Es evidente, no obstante, que los prehomínidos aún no eran capaces de cultura religiosa.
El que el hombre socialista tampoco tendrá religión es algo difícil de comprender, si el mismo Socialismo marxista se está revelando como una nueva religión.
Por otra parte, el mismo Engels atribuye, en otros textos, a la Materia ese poder creador que las religiones atribuyen a sus dioses. Pero, por lo visto, eso es más científico. Cree, además, que la ciencia ya es conocedora del “gran proceso fundamental, cuyo conocimiento agota el conocimiento fundamental de la Naturaleza”[23].
Ese proceso es, para él, el proceso dialéctico. La creencia en esa dialéctica es la quintaesencia de la ciencia marxista, que, al estar toda ella fundamentada en la dialéctica, no pasa de ser una nueva metafísica más o menos religiosa.
En otro texto, dentro de una apasionada crítica al agnosticismo del empirismo inglés respecto al “mundo exterior” y al agnosticismo kantiano respecto a la “cosa-en-sí” [24], muestra una fe tan eufórica como poco científica en los poderes de la ciencia. Habla de “gigantes progresos de la ciencia”. Esto no es nuevo. En todas las épocas en que se dio algún descubrimiento científico destacado se produce en algunos escritores, no siempre científicos ni autores de tales descubrimientos, como es el caso de Engels, una euforia similar.
Es más, los nuevos descubridores tienden, con frecuencia, a reducir toda la ciencia a su ciencia y a reducir toda interpretación válida de la realidad al punto de vista de su ciencia.
Pero lo que más me llama la atención es la fe ciega que Engels muestra en el progreso futuro de la ciencia[25]. Por eso me pregunto qué tiene una tal fe de científico y si no le serán aplicables aquellas palabras de Ortega y Gasset con que califica de “utópica, irrealizable, pretenciosa y simplista”, la actitud del racionalista ante la realidad
“por cuanto espera fanáticamente, como el cuento popular refiere, que el mundo rectifique y, ya que no hoy, se comporte mañana según la razón. De aquí el futurismo, el utopismo, el radicalismo filosófico y político de los últimos tiempos”[26].
Para Ortega y Gasset [27]:
“el espíritu revolucionario… es tan sólo un estadio de la órbita que recorre todo gran ciclo histórico. Le precede un alma racionalista y le sigue un alma mística, más exactamente, supersticiosa”.
Este autor califica de “beatería científica” a ese culto idolátrico a los métodos preestablecidos de la ciencia y sus posibilidades pretendidamente ilimitadas[28]. En una línea similar, K. Popper[29] considera una “superstición” esa creencia científica de que el futuro de la historia se puede prever.
Como dice A. Toffler[30]:
«las predicciones sociales del futuro nunca son científicas ni se hallan exentas de subjetivismo, por muchos datos computarizados que se utilicen”.
Es más, yo añadiría que no sólo no son científicos, sino que no pueden serlo, a no ser que se parta del presupuesto de que el ser humano carece de toda libertad y creatividad en las que radica lo imprevisible de su comportamiento.
Pero el hombre se resiste a mirar al futuro bajo el signo de lo imprevisible. Por eso recurre con frecuencia o bien a la Providencia divina o bien a las utopías o bien a la providencia científica o bien al Destino ciego para superar el miedo ante lo desconocido.
Actualmente, la ciencia se ha convertido en el mito supremo de muchos contemporáneos; y la ciencia, en cuanto encaja y se somete a la ideología marxista, es uno de los mitos básicos del creyente de ésta.
Para Engels y el Marxismo ortodoxo en general, toda verdadera ciencia ha de ser esencialmente dialéctica. La visión dialéctica de la Naturaleza y de la historia es un postulado, una creencia, que no admite discusión. Es la intuición básica en la visión del mundo de Marx y Engels. Tiene para éste un valor universal, pues es
“un proceso fundamental, cuyo conocimiento agota el conocimiento integral de la Naturaleza”.
La dialéctica es considerada como una ley objetiva. Engels dice que no quiere imponer las leyes de la dialéctica a la Naturaleza, sino hallarlas y hacerlas derivar de ella. Pero luego termina imponiéndolas dogmáticamente, igual que otros metafísicos, y llega a decir que la ciencia debe mostrar, cada vez más, el carácter dialéctico de los fenómenos de la Naturaleza, aún al empirista más recalcitrante. Ese deber lo imponen Engels y el Marxismo a los científicos. Recuérdese al respecto las censuras de los científicos en la URSS.
Una prueba de que no se trata tanto de descubrir objetivamente ese proceso dialéctico, cuanto de aceptarlo de antemano e imponerlo después, es el hecho de que el mismo Engels reconoce que la dialéctica de la Naturaleza se comprueba mejor si se acepta de antemano que si se busca empíricamente. Dice:
“Se llega más fácilmente a lo mismo (a la concepción dialéctica de la Naturaleza) si se sale al encuentro del carácter dialéctico de esos hechos con la conciencia de las leyes del pensamiento dialéctico” [31].
Por otra parte, Engels no disimula en absoluto la oposición entre su visión de la realidad y la del empirismo inglés. La razón es muy sencilla. El empirismo inglés es radicalmente antimetafísico y a nadie puede molestar más que a los metafísicos. La oposición irreconciliable que Engels ve respecto a él es un signo, entre otros muchos, del carácter metafísico de la dialéctica marxista. Pero ni Engels ni ningún otro teórico marxista tolera que se les califique de metafísicos. Ellos se declaran también enemigos de toda metafísica y, consecuentemente, de toda religión. Saben que la metafísica es el primer paso, desde el punto de vista racional, hacia la religión.
No quieren ser ni metafísicos ni religiosos. Quieren ser científicos, lo que, para ellos, equivale a ser fieles creyentes en el materialismo dialéctico. Dicho “creyentes en el materialismo dialéctico”, aunque eso de “creyentes” tampoco les gusta. Sólo les agrada y reclaman para sí el calificativo de “científicos”.
Me temo que a esta tan original y extraña ciencia le está ya sucediendo lo que a la Filosofía medieval. Esta, junto a la Teología, se tenía a sí misma como el gran cuerpo científico de la Humanidad; como la Filosofía o ciencia perenne. Sin embargo, allí mismo donde creía tener su mayor fuerza, tenía su mayor debilidad. Su tema central era Dios; demostrar racionalmente, científicamente, que Dios existe. Esa demostración era el mayor servicio que la Filosofía podía prestar a la entonces tenida como la ciencia suprema: la Teología.
Esa demostración se formuló de cinco formas: las cinco vías de Santo Tomás. Eran cinco maneras de demostrar que Dios existe. Eso querían ser. Sin embargo, las cinco se convirtieron en una verdadera trampa para la fe en Dios a la que querían servir.
Por un lado se decía que demostrasen que Dios existe. Si así fuera, la fe en Dios no sería posible para quien la conociese. Y es que lo que se conoce con necesidad científica se acepta necesariamente. La fe, sin embargo, es libre. Lo evidente no se puede creer. Se acepta necesariamente. La fe, sin embargo, es libre. Lo evidente no se puede creer. Se acepta necesariamente. Por eso, donde hay evidencia. La fe no es posible.
Por tanto, esas vías, lejos de apoyar la fe y la religión, la imposibilitarían, si fueran realmente demostrativas. Pero como no lo son, la fe siguió siendo un acto libre y la religión siguió siendo posible, lo mismo que la negación de la existencia de Dios. Fe y ateísmo hubieran desaparecido, pero es evidente que no ha sido así; luego también es evidente que no demuestran lo que pretender. Otra cosa es decir que explican y confirman la fe del que ya cree antes de conocerlas.
Pues bien, la pretensión marxista de demostrar que su visión dialéctica de la realidad es científica; es más, es la única científica, padece de un mal muy similar al de la Filosofía medieval.
Si fuera verdad que esa visión dialéctica es realmente científica y base de la ciencia en general, como quieren los marxistas, ¿dónde están los argumentos que lo demuestran de forma innegable? Si los argumentos en que se apoya fuesen realmente demostrativos, científicos, nadie que los conociese los podría negar o ponerlos en duda. Todos seríamos marxistas con sólo conocerlos. No harían falta revoluciones violentas ni campos de concentración, ni hospitales psiquiátricos, ni ejércitos comunistas armados hasta los dientes, para propagar y defender esa ciencia. El Marxismo no sería una ideología más a la que podíamos adherirnos o no. No. Sería una ciencia estrictamente tal, que todos aceptaríamos con sólo conocerla, lo mismo que aceptamos el teorema de Pitágoras y la ley de la gravedad.
Pero no es así. El materialismo marxista es una metafísica más en la historia del saber humano, una nueva ideología en la que se puede creer o no, porque nadie puede demostrar su verdad de manera indiscutible e irrefutable. Por eso, es posible no ser marxista, incluso después de conocer a fondo esa dialéctica que predican sus creyentes. Sin embargo, no es posible no ser pitagórico, una vez conocida la demostración del teorema de Pitágoras.
Pero el creyente marxista aún puede decir: quien diga que conoce esa dialéctica y, sin embargo, confiesa que no le convence, es que no la conoce en realidad. Pero en este caso surge un problema aún más aún más grave en contra de la verdad de esa dialéctica: y es que muy pocos hombres son capaces de comprenderla.
Parece ser una científica demasiado misteriosa para cuya comprensión se necesita una especie de divina inspiración, que sólo el creyente marxista posee. Y así se confirmaría una vez más aquello que ya dijo Engels: Se llega más fácil a comprenderla, si se la acepta de antemano; es decir, si primero se cree en ella[32].
Por tanto, la ciencia para el Marxismo es sólo un caparazón, una mera apariencia, que esconde tras de sí una metafísica y una nueva religión o conjunto de creencias.
Pero continuemos con la lectura de los textos cientificistas del Marxismo. Según Engels, las ciencias demuestran cada vez más el carácter dialéctico de la Naturaleza.
“La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, y preciso es decir que las ciencias modernas de la Naturaleza han dado para tal prueba materiales sumamente ricos, cuya masa aumenta cada día, y han probado también cómo, en una instancia, la Naturaleza procede dialécticamente de la Naturaleza.
No puede obtenerse una representación exacta del Universo, de su evolución y de la evolución y de la evolución humana, como del reflejo en el espíritu humano de semejante evolución, sino mediante la dialéctica”[33].
Es decir, a la ciencia no le queda otro camino, para progresar en el verdadero conocimiento de la Naturaleza, que el de la dialéctica, el de reconocer que la Naturaleza es esencialmente dialéctica.
Pero, según esto, aquellos científicos que hubiesen aceptado ese carácter dialéctico de la Naturaleza tendrían que haber progresado mucho más rápidamente que los demás, ya que sólo ellos estarían en el verdadero camino de la ciencia. Sin embargo, después de cien años de ciencia marxista, no se ven por ninguna parte esos progresos “extra” de los científicos marxistas.
De todos es bien sabido que los países comunistas importan ciencia y tecnología, toda la que pueden, de los países occidentales más avanzados. De todos es bien sabido que la ciencia de los científicos no marxistas occidentales no tiene nada que envidiar a la ciencia de los países comunistas. Y eso, a pesar de que no creen en la dialéctica de la Naturaleza.
Ante estos y otros muchos hechos cabe preguntar si la ciencia en los países comunistas progresa gracias a su creencia en la dialéctica o más bien a pesar de ella. ¿Por qué se persigue a los científicos que no aceptan esa creencia? Si no creen en el materialismo dialéctico, ¿cómo es posible que haya llegado a haber tan destacados científicos dentro de un régimen comunista?
Sin embargo, Engels se empeña en mostrar que su materialismo dialéctico es la mejor síntesis de los progresos científicos; que no se trata de una filosofía interpuesta a las demás ciencias, sino de la ciencia misma.
“El socialismo, con su concepción materialista de la historia y su revelación del misterio de la producción capitalista…, ha llegado a ser una ciencia” [34].
Pero no se conforma con decir que es una ciencia, sino que pretende para ella el carácter científico en exclusiva, la universalidad, la absolutez, la definitividad de los sistemas filosóficos alemanes que en otros textos tanto critica.
Acusa a Dühring de pretender ser el representante de la filosofía de su tiempo y de todo el desarrollo previsible de la misma, pues declara ser el verdadero filósofo del tiempo presente y del próximo porvenir; y quien se aparte de él se separa, por lo mismo, del camino de la verdad [35].
Dice irónicamente de Dühring que se trata de
“un ser absolutamente extraordinario, que afirma no ser menos infalible que el Papa y cuya doctrina es la única que puede dar la felicidad, de tal suerte que es preciso adoptarla, si no se quiere caer en la más condenable de las herejías.
El señor Dühring nos ofrece tesis que declara como verdades definitivas y sin apelación, respecto de las cuales toda otra opinión se considera previamente falsa. Como tal verdad definitiva posee de modo exclusivo el riguroso método científico; toda otra carece de valor científico…
Cuando se está en posesión de la verdad definitiva y sin apelación, como del único método científico riguroso, es claro que se está henchido de desprecio para el resto de la Humanidad, sumida en el error”[36].
Leyendo textos como estos, da la impresión de que Engels es un demócrata de la ciencia, un espíritu abierto y dialogante, enemigo de todo dogmatismo. Pero no es así. Si le duele que el socialista Dühring pretenda para sus teorías la exclusiva de la cientificidad y la posesión de la verdad, es porque esas mismas pretensiones las tiene él mismo para sus teorías marxistas[37].
Marx, Engels y Lenin caen, con mayúscula, en la misma actitud dogmática, intransigente y cientificista de la que irónica y soezmente se acusa a Dühring. Son infinidad los textos que lo confirman. De momento, bástenos con leer este de Engels:
“Lo que la democracia burguesa de 1848 no pudo realizar, precisamente porque fue burguesa y no proletaria… se realizará infaliblemente por el socialismo. Y ello significa la destrucción del militarismo y con él la de los ejércitos permanentes por una explosión desde el interior”[38].
¿No suena esto a ironía viendo el militarismo de los países comunistas? ¿Dónde está la realización infalible que aquí profetiza Engels? ¿Es acaso este modo de profetizar un lenguaje que tiene algo que ver con las previsiones científicas? En la descripción del Paraíso Comunista se pueden ver otros muchos textos de este estilo, donde el teórico marxista pontifica como quien se considera un poseedor infalible de la verdad y del futuro de la Humanidad. A eso los marxistas lo llaman “ciencia” sin sentir rubor alguno.
Engels[39] se mofa de Dühring porque pretende ser infalible en sus teorías y, a renglón seguido[40], se apropia para sí mismo el mismo calificativo de “infalible” al profetizar las futuras realizaciones del Marxismo[41]. Es como si el Papa dijera que a nadie se le ocurra presumir de pontífice y de infalible, porque el único pontífice y el único infalible es él. Y si alguien se atreviera a semejante cosa, ¡sea anatema!
Y es que, para Engels,
“sólo siguiendo la senda dialéctica (es decir, la ideología del materialismo marxista) … podemos llegar a una concepción exacta del universo”[42]
y, por tanto, científica. Todas la demás “llevan a la confusión y a la mentira” [43].
Si, para el cristiano, Cristo es el camino, la verdad y la vida, para Lenin (y el creyente marxista en general), Marx es el camino, la verdad y la vida. El verdadero socialismo es el socialismo científico y socialismo científico sólo lo es el marxista [44].
A lo largo de su obra, Lenin va exponiendo las creencias fundamentales e irrenunciables del materialismo marxista a la vez que hace ingentes esfuerzos para demostrar su cientificidad, y la no cientificidad de las creencias contrarias. Recogeré aquí algunas de esas creencias o postulados, que constituyen la quintaesencia de este materialismo. Son creencias o postulados, porque no son principios evidentes ni tampoco demostrados. Son principios que incluso muchos marxistas ya han puesto en duda, razón por la que Lenin los calificó de “abjuros”, “apótatas”, “reaccionarios”, etc.[45].
2.- Postulados del Cientifismo Marxista.Dioses, mitos y supersticiones del Marxismo
2.1: Carácter objetivo del mundo exterior o Materia[46].
Se da por sentado como verdad indiscutible que, fuera de nuestros sentidos e independientemente de nuestras percepciones, existen las cosas, el mundo de la Materia. La Materia es una realidad objetiva que existe antes e independientemente de la conciencia que la conoce. Es objetiva y absoluta.
Este postulado es, a la vez, la columna fundamental y el talón de Aquiles en que se apoya el materialismo marxista. Hay infinidad de textos en que Lenin afirma este postulado como básico e irrenunciable[47].
Era ya una tesis abiertamente defendida por Engels[48]. Lenin lo cita como la gran autoridad en este tema[49].
Es un tema, por otra parte, ya muy viejo en la historia de la Filosofía y de la ciencia en general. Es un postulado fundamental en el aristotelismo y en el tomismo, sistemas a los que, sin embargo, Lenin califica como “idealistas”. Empieza a ser puesto en duda de forma expresa con la Filosofía Moderna de los siglos XVII y XVIII, principalmente en el empirismo ingles de Berkeley y de Hume. A finales del XIX es replanteado de nuevo por Mach, Avenarius y su escuela.
El problema se podría plantear así: el mundo exterior a nosotros ¿existe realmente fuera de nosotros o eso que percibimos es algo que se identifica con nuestras propias sensaciones? ¿Es algo objetivo o algo meramente subjetivo?
Hay razonamientos para todos los gustos. El problema, sin embargo, no ha tenido hasta el momento una solución indiscutible ni mucho menos universalmente aceptada. Por tanto, el seguir una u otra respuesta es una cuestión de opción personal y libre. Ninguna de las dadas hasta el momento posee argumentos incontestables para descartar la contraria e imponerse por la vía racional.
La respuesta tal vez con más fuerza tradicional en la cultura europea sea la que defiende la realidad objetiva del mundo exterior: las cosas existen fuera de nosotros, independientemente de que las percibamos o no. En esta línea, que espontáneamente sigue el vulgo, se coloca el materialismo marxista. Pero ni el aval de la tradición ni el del vulgo son de por sí suficientes para dar mayor cientificidad al postulado en cuestión. La verdad o no verdad de una hipótesis científica no depende del número de votantes, sino de las razones en que se apoya. Si no fuera así, el Sol seguiría aun dando vueltas alrededor de la Tierra, porque el vulgo así lo cree espontáneamente.
En la respuesta contraria se sostiene que sólo nuestras sensaciones son verdaderamente reales. La cosa exterior, que supuestamente existe fuera de nosotros y causa esas sensaciones, es sólo, como dice Mach,
“un símbolo mental para designar un complejo de sensaciones relativamente estable”[50].
El mundo exterior o Materia, en cuanto realidad hipostasiada, que existe por sí misma independientemente de nuestro conocimiento de ella, deja de ser una realidad científica para los defensores de la nueva ciencia: Mach, Avenarius, Pearson, etc.
Esta crítica o puesta en duda de la objetividad de la Materia era algo que llenaba a Lenin de cólera, hasta tal punto que calificaba con los términos más hirientes a sus adversarios. Para él, quien no admita el carácter objetivo y absoluto de la Materia es un “reaccionario”, un “ignorante de la dialéctica”, que se atreve a atentar contra el principio (habría que decir dogma) número uno del materialismo marxista[51].
El dogmatismo de Lenin en la defensa de este postulado llega hasta el punto de afirmar que, si Engels hubiese considerado como “cuestión abierta”, la existencia objetiva del mundo exterior, “sería una vergüenza y un deshonor llamarse marxista” [52]. Considera inadmisible y un absurdo el dudar siquiera de la objetividad de la Materia y se erige a sí mismo en el intérprete infalible de lo que Marx y Engels quisieron decir al respecto.
Sin embargo, tanto Engels como Lenin son incapaces de demostrar esa objetividad de la Materia y lo absurdo de la tesis contraria. Lenin se limita a citar testimonios de Engel, de Feuerbach, de Marx, de Dierzgen, tomados siempre como argumentos de autoridad; es decir, como razones que hay que admitir no porque sean convincentes por sí mismas, sino por razón de quien las dice[53].
Es más, Lenin admite expresamente que la teoría contraria, la que él llama idealista y solipsista porque niega el carácter objetivo y absoluto de la Materia, es una teoría irrefutable. Dice:
“No hay pruebas, silogismo, definiciones, que puedan refutar el solipsismo (idealista), si éste mantiene consecuentemente su concepción”[54].
Y en otro lugar, citando a Diderot, afirma:
“Este sistema (el idealista), para vergüenza del espíritu humano, para vergüenza de la Filosofía, es el más difícil de combatir, aunque es el más absurdo de todos” [55] .
Hasta eso llega la actitud dogmática, tanto de Diderot como de Lenin, que parecen protestar con ira contra la misma naturaleza humana, porque no es capaz de demostrar la principal tesis de materialismo marxista y de refutar con claridad sus contrarias. Si de ellos dependiera, cambiarían la mente de los hombres de manera que no pudiesen ser otra cosa que materialistas. ¡Menos mal que su privilegiada mente no fue capaz de tal hazaña!
No queda, por tanto, más salida que reconocer que, ante el problema de la realidad objetiva y absoluta de la Materia, caben como igualmente posibles ambas respuestas: la que la afirma y la que la niega. Es decir, se trata de una opción libre, salvo que los prejuicios de cada uno sean tales que le impidan tratar el problema con ecuanimidad y elegir libremente.
El científico, no atado por prejuicios, tomará una u otra respuesta simplemente como un postulado, una creencia o hipótesis que se pide que se acepte para luego trabajar sobre ella. De hecho, hay científicos para una y otra teoría.
Sin embargo, cuando alguien, como Engels o Lenin, no sólo opta por uno de los dos postulados: el de la objetividad de la Materia, sino que, además, lo quiere convertir en una verdad indiscutible, entonces ese postulado ya no es un postulado científico, sino un dogma metafísico y religioso. Y, quien lo profesa así, no es un científico, sino un cientificista.
No le calificaría de cientificista, si reconociera que su actitud intransigente está basada en razones metafísicas o religiosas. Pero el Marxismo se declara a sí mismo como algo radicalmente alérgico a la metafísica y a la religión, como algo estrictamente científico.
Lenin condena visceralmente a todos aquellos, incluidos muchos teóricos marxistas, que no acepten sus tesis sobre este tema. Les carga de calificativos más propios de un predicador fanático que de un moderado científico. Para él, esos tales son:
“abjuros”, “apóstatas”, “reaccionarios”[56],
“mentirosos”[57],
“payasos que se titulan profesores”[58],
“autores de sistemitas idealistas”[59],
“hipócritas”[60],
“profesores reaccionarios”[61],
“fideístas” y “oscurantistas”[62],
“charlatanismo intelectual”[63],
“matadores de pulgas”[64],
“lacayos diplomados de la burguesía”[65],
“traidores”[66], etc.
Estos y otros muchos calificativos del mismo estilo se repiten decenas de veces. El lector puede valorar por sí mismo si un tal lenguaje revela una actitud científica o más bien fanático-religiosa.
Sin embargo, todo ello no es obstáculo para que Lenin diga que el principio de la existencia objetiva de la Materia es el elemento principal que marca la diferencia entre la ciencia y la religión y que todo el que lo niegue borra esa diferencia[67].
Pero habría que responderle, en primer lugar, que hay muchas religiones que no ponen en duda la existencia objetiva de la Materia. En segundo lugar, no se trata de una cuestión estrictamente religiosa, sino filosófica. Y, en tercer lugar, por muy científico que sea este principio, cuando se le quiere imponer dogmáticamente a los demás, pierde su carácter científico para convertirse en metafísico y religioso.
2.2: Todo es Materia y sólo Materia.
Un segundo postulado, complementario del anterior, prácticamente idéntico con él para el creyente marxista, consiste en la creencia de que esa realidad objetiva y absoluta es toda ella Materia y sólo Materia[68].
Se trata de un postulado metafísico y de una creencia que tampoco se puede demostrar. No creo que ningún teórico marxista haya recorrido todo el Universo para comprobar si efectivamente todo lo que existe es material o no. Pero, aunque lo recorriese todo, tampoco podría demostrar con su sola experiencia que sólo existe la Materia. Lo único que podría deducir es que con su experiencia meramente sensible sólo percibe cosas materiales. De eso a concluir que sólo existen cosas materiales hay una gran diferencia y se da un salto totalmente gratuito. Además, se cae en un subjetivismo que en otros textos se combate con tanto furor.
Dice Lenin expresamente:
“Sólo existe lo que se percibe…”
Y, como sólo se perciben cosas materiales, añade:
“No hay otro ser que el ser material”[69]
Resulta realmente difícil ver qué coherencia puede haber entre textos como éste y aquellos otros en los que Lenin rechaza airadamente la hipótesis idealista, según la cual el mundo exterior se puede interpretar subjetivamente, como idéntico con mis propias sensaciones y no como algo objetivo.
Pero la actitud dogmática de Lenin le lleva a la actitud arrogante de identificar la realidad objetiva con lo que sus sentidos perciben y a eliminar de ella todo lo que no perciben, que no parece ser poco.
Cerrar el campo de la realidad a sólo lo que nuestros sentidos perciben es, sin duda, empobrecer el campo de nuestro conocimiento y las posibilidades de progreso de la Humanidad.
Lenin, en muchas ocasiones, recurre, como a un argumento de autoridad, al punto de vista de la Humanidad para confirmar sus teorías. Pero está claro que sólo recurre a él cuando le interesa. Tal es el caso que nos ocupa: Se acoge al “realismo ingenuo” de la Humanidad para confirmar su creencia en la realidad objetiva del mundo exterior. No aclara, no obstante, si su coincidencia es con el punto de vista de la Humanidad sabia o de la ignorante; si es con el punto de vista de un Sócrates, de un Copérnico, un Galileo, etc., o del punto de vista de quienes les condenaron[70].
En segundo lugar, si el punto de vista de la Humanidad es un argumento a favor siempre, ¿por qué no se toma ese punto de vista a favor de la religión, puesto que ésta se da en toda la historia de la Humanidad? Si la Humanidad creyó con tanta frecuencia en la existencia del mundo espiritual, ¿por qué Lenin ahora se empeña en reducirlo todo al mundo material?
Por otra parte, habría que preguntar a Lenin quién pone el criterio para determinar cuál es el verdadero punto de vista de la Humanidad. Para él, sin embargo, está claro, como para todos los creyentes fanatizados de otras religiones que se creen siempre poseedores infalibles de la verdad. Por eso, el único verdadero punto de vista de la Humanidad es, según él, el del materialismo dialéctico marxista.
En cualquier caso, el postulado que dice: todo es Materia y sólo Materia, es ya muy viejo; y lo es no sólo en cuanto a la expresión en sí, sino también en cuanto al contenido, al menos en buena parte de él. Es una expresión común a todas las formas de materialismo, que ya tienen una larga historia.
Es un postulado que no se diferencia mucho de aquél del panteísmo que dice: todo es Dios y sólo Dios. La definición de las expresiones “materia” y “dios” es lo suficientemente amplia en ambos postulados como para que en uno y otro puedan caber contenidos muy similares, si no idénticos.
El panteísta diviniza todo lo que ve y lo que existe para él. El marxista materializa todo cuanto ve y existe para él. El panteísmo, por tanto, materializa a Dios y el materialista diviniza a la Materia. Al fin, los dos se encuentran en el mismo campo de la realidad: aquella que cada uno ve y cree que existe. Uno se llamará ateo y el otro teísta. Pero ¿qué importan las palabras, si las actitudes son muy parecidas o incluso idénticas?
Sentado este postulado fundamental materialista, el resto de la ontología marxista no es más que mera deducción. Si se trata de definir lo que es la vida, por ejemplo, se dirá que la vida es una forma de movimiento de la Materia.
Esta fórmula, aparentemente clara, es, sin embargo, difícil de comprender para todo aquél que no crea en las cualidades divinas que el materialista atribuye a la Materia. Esta dificultad es atestiguada incluso por ciudadanos soviéticos que se confiesan ateos. Un ejemplo es el testimonio de A. I. Smirnova, bióloga atea. Los Izvestija de 25 de marzo de 1964 publicaron una respuesta mediocre a una de sus cartas, que parece ser una muestra de la numerosa correspondencia recibida por la redacción del periódico del Soviet de Diputados de Trabajadores de la URSS. Escribía Smirnova:
“El problema de la vida inquieta a la gente y ésta teme a la muerte. La fórmula: la vida es una forma de movimiento de la Materia, es difícil de comprender y, además, no aporta ni consuelo ni alegría” [71].
2.3: El espacio y el tiempo existen objetivamente.
De los dos postulados fundamentales antes descritos se derivan otros muchos, que, por estar basados en ellos, ya no necesitan detalladas aclaraciones. Uno de esos postulados derivados es el que afirma que el espacio y el tiempo existen objetivamente.
Es decir, no son formas a priori de nuestra sensibilidad, como diría Kant. Son propiedades esenciales de la Materia, que existen fuera e independientemente de nuestras sensaciones. La Materia es espacio-temporal [72].
Con este postulado, el materialismo marxista retrocede a actitudes filosóficas griegas y medievales, haciendo caso omiso de la Filosofía Moderna, que a partir de Descartes ya toma una actitud crítica ante la llamada realidad objetiva del mundo exterior.
El tiempo y el espacio son, para el marxista, realidades absolutas de las que se pueden dar muchas representaciones relativas [73]. Se retrocede así también a la visión newtoniana del espacio y del tiempo.
Si combinamos este postulado con el segundo, según el cual sólo existe la Materia, tenemos lo siguiente: Toda realidad es siempre y necesariamente material y, por tanto, espacio-temporal, es decir, tridimensional y cambiante. Todo cuanto se conciba fuera del espacio y el tiempo es un absurdo [74].
Pero se podría razonar: Si todo cuanto existe es material, ¿mi concepto de punto geométrico también lo es? Si todo lo material es espacio-temporal y, por tanto, tridimensional y cambiante, ¿cuántas dimensiones tiene mi concepto de punto geométrico y hacia qué cambia? Si tiene tres dimensiones entonces el concepto de punto geométrico es una contradicción, un absurdo. Y, sin embargo, es un concepto clave en la geometría euclidiana, cuyos servicios a la ciencia no parecen muy discutibles.
También se podría preguntar cuántas dimensiones tiene la conciencia. Si tiene tres, ¿por qué no se la localiza espacialmente y se la mide con exactitud? Hasta ahora el Marxismo se ha limitado a decir, como si de una fórmula sacramental se tratara, que la conciencia se deriva de la Materia y que se reduce a una función del cerebro.
Pero Lenin, a falta de argumentos propios, recurre una vez más al argumento de autoridad diciendo que este principio marxista estuvo siempre acorde con las Ciencias Naturales, aunque para que esa concordancia sea verdad haya que eliminar de esas Ciencias Naturales a todos los científicos que las cultivaron sin creer en la realidad objetiva del espacio y el tiempo y en la reducción de la conciencia a la mera Materia [75].
Sospecho que muchos científicos modernos estarían dispuestos a ceder a Lenin el calificativo de “científico” y renunciar ellos mismos a él con tal de no verse obligados a creer por principio tales postulados.
Lenin sostiene, además, que todo cuanto el hombre perciba fuera del espacio y del tiempo son cosas irreales, absurdas o meras fantasías [76].
De ahí se deduce que esa Humanidad, a cuyo punto de vista recurre Lenin con frecuencia, crea constantemente muchos absurdos y fantasías. Y es que la Humanidad, sobre todo a través de sus religiones, ha creído, parece que desde muy antiguo si no desde siempre, en seres espirituales, no espacio-temporales.
Querer desarraigarla de esta tan vieja costumbre parece una empresa tan cargada de utopismo y fantasía que la hace irrealizable. De hecho, el fracaso del Marxismo en la lucha contra la religión así lo atestigua.
Por otra parte, cuando Lenin afirma que todo cuanto se conciba fuera del espacio y del tiempo es pura fantasía, es un absurdo o es una cosa irreal, parece caer en cierta incongruencia. En efecto, dice que sólo existe la Materia y que ésta es objetiva y absoluta. Pero, si esas fantasías (la religión, por ejemplo, son mero producto material de un cerebro material, parece lógico decir que son reales y objetivas. Pertenecen a la única realidad existente: la Materia, son productos de ella misma. La religión es un producto material y, por tanto, tan real como el materialismo marxista. Ambos son productos del cerebro humano.
Lenin diría, no obstante, que la religión es un mal producto y el materialismo un buen producto. Pero esto trae muchos interrogantes. ¿Cómo es posible que la sacrosanta Materia de lugar a productos tan malos como la religión? Además, si son productos materiales, o son buenos por ser materiales o, si son malos, la Materia es mala, ya que se identifica con ellos.
¡Ah! ¡Pero es que el que veamos estas incongruencias en el Marxismo se debe a que no entendemos la dialéctica! Esta salida es el estribillo que repite el creyente marxista siempre que alguien le acusa de ser contradictorio. La dialéctica es la palabra mágica, es el comodín o “piedra filosofal” que resuelve, en último término, todas las dificultades, teóricas y prácticas, con que tropieza la ideología marxista. Su función ideológica es similar a la de la palabra “misterio” en el cristianismo: ante él, para poder entender algo, primero es necesario creer. Y, siempre que algo aparece como incomprensible, pero que, sin embargo, debe ser creído, se le llama “misterio”. El creyente marxista lo llama “dialéctica”.
2.4: Las leyes de la Naturaleza existen objetivamente.
Un cuarto postulado, simple consecuencia de los anteriores, presupone que las leyes de la Naturaleza (entre ellas la de la causalidad) existen objetivamente, independientemente de la conciencia humana que las conoce y formula [77].
Como gran argumento, Lenin cita a Engels, el cual, según él,
“no admitía ni sombra de duda sobre la existencia de las leyes objetivas de la causalidad y de la necesidad de la Naturaleza…
Engels subraya en particular el concepto dialéctico de la causa y el efecto: La causa y el efecto son representaciones que sólo rigen como tales en su aplicación al caso aislado, pero que, examinando el caso aislado en su concatenación general con la imagen total del Universo, convergen y se diluyen en la idea de un trama universal de acciones y reacciones, en que las causas y los efectos cambian constantemente de sitio y en que lo que ahora y aquí es efecto, adquiere luego y allí carácter de causa, y viceversa” [78].
Es decir, que, si hasta ahora siempre fue el fuego la causa del humo, en virtud de esa milagrosa dialéctica, el humo producirá el fuego; si el fuego producía la quemadura, ahora la quemadura producirá el fuego; si el choque de corrientes eléctricas producía la chispa, ahora la chispa producirá el choque de corrientes, etc. En virtud de esa mágica dialéctica todo se irá poniendo patas arriba. Y eso es simplemente científico.
Pero no sólo eso. En el texto citado de Engels he subrayado estas dos expresiones: imagen total del Universo y trama universal. Según toda la historia de la Filosofía, son expresiones que sólo tienen sentido en boca de un metafísico; es decir, de esos que Lenin llama “fideístas”, “filósofos reaccionarios”, etc.
Y, sin embargo, las escribió Engels y ahora las hace suyas Lenin.
Es importante aclarar que la teoría marxista del conocimiento no añade nada nuevo a lo que defendió la filosofía medieval. No tiene en cuenta los cambiós de visión que ya arrancan en Guillermo de Ockham, ni los cambios de la filosofía moderna posterior. Es puro escolasticismo medieval.
2.5: La Materia es esencialmente dialéctica.
Es un postulado que, junto con los anteriores, completa el fundamente del materialismo marxista. Pero, como la dialéctica marxista ya la analizo en el apartado sobre la Diosa Materia, en el vol. I de mi libro EL PANTEÓN DE LOS DIOSES MARXISTAS, no voy a repetir aquí el tema. En èl dejo bien claro que para los grandes maestros del marxismo (principalmente Engels), la Materia tiene los mismos atributos que un cristiano atribuye a Dios: Es creadora, omnipotente, omnipresente, omnisciente, etc.
Sólo quiero destacar aquí que el carácter dialéctico de la Materia es la nota con que los marxistas quieren diferenciar su materialismo de todo otro. Los demás materialismos han sido metafísicos. El marxista quiere ser dialéctico y, por eso mismo, antimetafísico y científico.
Sin embargo, la visión universal que se quiere dar con la dialéctica es claramente metafísica. El tener que someterse a esa visión se convierte, con frecuencia, en una pesadilla para los científicos que trabajan bajo regímenes comunistas.
Por otra parte, tampoco se demuestra en absoluto que aquellos científicos que no comulgan con la dialéctica marxista tengan especiales dificultades para llevar a cabo su labor científica.
Vistos estos cinco postulados, ya se va descubriendo cómo la Materia, con su carácter objetivo, absoluto y dialéctico, se ha convertido en el núcleo, a la vez físico y metafísisco, del materialismo marxista, en una idea sagrada que sólo los profanos e infieles se atreven a profanar. Y, si lo hacen, es porque son unos ignorantes y unos incrédulos.
Si el creyente cristiano da el paso que va desde una experiencia del orden del Universo a la creencia en un Dios ordenador y transcendente, el creyente marxista da un paso muy similar: desde la realidad material y concreta que le es dada en su experiencia particular pasa a la creencia en la Materia universal, como origen último de todas las coas materiales y que transciende toda experiencia particular.
Ahora bien, si es lógicamente ilegítimo el paso que da el cristiano, no lo es menos el que da el marxista. Si el de éste es legítimo, también lo será el de aquél. Si el paso del cristiano es religioso y no científico, ¿en virtud de qué privilegio es científico y no religioso y el paso del marxista?
2.6: La naturaleza es lo primario y la conciencia, lo secundario.
Entrando ya en otro grupo de postulados, aunque derivados de los anteriores, el creyente marxista sostiene que la Naturaleza es lo primario y la conciencia lo secundario. Es decir, la Materia es el origen de todo y de ella se deriva el espíritu.
A este respecto, Lenin cita siempre la autoridad de Engels sobre el tema. El que lo haya dicho Engels le basta. Dice:
“Engels toma el conocimiento y la voluntad del hombre, por un lado, y la necesidad de la Materia, por otro, y, en lugar de cualquier definición, dice sencillamente que la necesidad de la Naturaleza es lo primario y la voluntad y la conciencia del hombre, lo secundario” [79].
Ni Engels ni Lenin pierden el tiempo en explicar en qué consiste esa necesidad de la Naturaleza ni a qué queda reducida la libertad de la conciencia. ¿Para qué van a dar definiciones comprometedoras? Es preferible la nebulosa de la ambigüedad. Uno y otro se limitan a repetir esa prioridad de la Naturaleza sobre la conciencia, como si de una fórmula sacramental se tratara, la cual produce, según sus creyentes, aquello que significa por el sólo hecho de pronunciarla debidamente [80].
2.7: La conciencia es el producto supremo de la Materia y se reduce a una mera función del cerebro.
Es éste un postulado complementario del anterior. Dice Lenin:
“Lo psíquico, la conciencia, es el producto supremo de la Materia, es una función… del cerebro humano” [81].
El que el cerebro produce la conciencia es algo que no se puede comprobar por medio de la observación y que, por tanto, no se puede describir fehacientemente. Más bien se trata de una hipótesis con la que se quieren eliminar infinidad de problemas que plantea la conciencia humana. Al no poder ser demostrada, no los elimina de hecho, sino que los soslaya. Como el mismo Lenin reconoce, ya Wund, padre de la Psicología Moderna, confirmaba la indemostrabilidad de esta hipótesis [82].
Por otra parte, da la impresión de que Lenin quiere compensar esa minusvaloración de la conciencia humana diciendo que es el producto supremo de la Materia[83]. Sin embargo, esta apreciación una vez sentado el monismo materialista, es decir, que sólo existe la Materia, parece poner de nuevo al descubierto las incongruencias de esta metafísica.
Si sólo existe la Materia y todo es material, ¿en qué se basa Lenin para poder distinguir entre productos supremos o ínfimos de la Materia? ¿O es que la Materia, la sacrosanta Materia, tiene partes mejores y partes peores? ¿Cómo es posible que la Materia misma, por boca de Lenin, pueda considerar unas partes de sí misma como menos nobles y otras como más nobles o “supremas” ?
¿De dónde toma la Materia el criterio para hacer esas distinciones dentro de sí misma? Es como si el cristianismo dijera que en Dios hay partes muy nobles, otras menos nobles y otras ínfimamente nobles.
La respuesta marxista a estos interrogantes es ya muy conocida: Son cuestiones que sólo puede plantear quien no ha comprendido la dialéctica, es decir, quien no cree en ella.
2.8: El ser social determina la conciencia.
En el postulado anterior se sostiene que la conciencia es una función del cerebro humano. Si alguien pregunta cómo se desarrolla esa función y cómo el individuo va formando su conocimiento de la realidad, tiene la respuesta marxista en este nuevo postulado. Según él, las fuerzas de producción determinan las relaciones de producción, y una y otras determinan el modo de pensar y de expresarse de los individuos y los pueblos. Es decir, el ser social determina la conciencia, la infraestructura económica determina las superestructuras culturales.[84]
Este postulado se complementa con otro según el cual las leyes que rigen la sociedad y la historia humanas son leyes de la misma naturaleza que aquellas que rigen el mundo de la Física.
Es decir, se parte de un monismo fisicista que no es más que otra forma de expresar el monismo materialista en el que el marxista cree de antemano, a pesar del carácter dialéctico de la Materia.
Por tanto, el decir que las fuerzas y las relaciones de producción determinan la conciencia no es más que una aplicación de los postulados anteriormente vistos y que se pueden resumir en dos: Todo cuanto existe es sólo material y la Naturaleza es lo primario, la conciencia lo secundario.
Las fuerzas de producción pertenecen ontológicamente a la Naturaleza. Son, por tanto, anteriores a la conciencia. Lo primario, lo originario, es siempre lo material inconsciente. La conciencia y sus creaciones culturales: religión, filosofía, arte, ciencias, formas políticas, etc., son siempre realidades cuya existencia depende siempre de fuerzas inconscientes, naturales, como son las fuerzas de producción.
Por eso, el Marxismo cree que, cambiando las relaciones de producción, se cambiará por sí sola la manera de pensar de los pueblos. Por eso dice Marx:
“Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa estructura erigida sobre ella” [85].
En esa lógica se basaban Marx y Engels cuando profetizaron la desaparición automática de la religión en el mundo marxista. Sin embargo, Nikolaj Zernov testifica lo contrario en su obra: La rinascita religiosa russa del XX secolo. En ella se ofrece una interesante introducción a la filosofía religiosa rusa. Escrita originalmente en inglés, es traducida al ruso y circula clandestinamente en la URSS. En ella se recoge el renacer de una nueva y vigorosa conciencia cristiana bajo el régimen comunista y de una teología de la liberación de signo bien distinto de las promarxistas de Hispanoamérica.
Tanto el renacer del fenómeno religioso, precisamente bajo los regímenes comunistas, como el hecho de que el Marxismo se ve obligado a recurrir a la fuerza para amortiguar las creencias religiosas son ya una demostración de que al menos no está nada claro ni está confirmado en la praxis el que el modo de producción determina en un pueblo totalmente su modo de pensar.
Este postulado marxista es, por tanto, sólo una creencia y el querer imponerla como un principio científico indiscutible es caer en el cientificismo. Y su debilidad científica se acentúa aún más cuando se le quiere dar un valor universal.
Por otra parte, Marx y Engels apoyan este principio en el análisis del Capitalismo europeo del siglo XIX. Pero ese Capitalismo es un fenómeno de la cultura europea, cuya transferencia a otras culturas más bien obedece a una actitud etnocentrista que a datos históricos verificables.
Max Weber ha puesto de manifiesto otra interpretación del Capitalismo en la que la religión, lejos de aparecer como un mero resultado del factor económico, se presenta como factor determinante: el Capitalismo es, dice Weber, producto de una actitud ético-religiosa[86].
Cuando menos, por tanto, es problemático saber quién determina a quién: si el factor económico al modo de pensar o si el modo de pensar al factor económico. Tal vez haya que pensar en una determinación mutua.
Desde el punto de vista ontológico sigue siendo científicamente tan defendible la prioridad del espíritu sobre la materia como la de la materia sobre el espíritu. Y es que no es cuestión de ciencia demostrable, sino de creencia. Quien quiera imponer su creencia como ciencia ya no actúa como científico, sino como cientificista.
2.9: El conocimiento humano tiene en la ignorancia su punto de partida.
Con el postulado anterior ya entramos en la teoría marxista del conocimiento Dentro de esta teoría, y siguiendo la lógica impuesta por los postulados anteriores, el Marxismo propone como verdad científica una idea que ya es muy vieja en la historia de la Filosofía. Se trata de la afirmación de que el conocimiento humano tiene en la ignorancia su punto de partida [87].
Pero esta afirmación es, por sí sola, lo suficientemente ambigua como para poder ser admitida sin dificultad. La cuestión, no obstante, se complica cuando se quiere determinar el grado de ignorancia del que parte el conocimiento humano.
Muchos filósofos sostienen que nacemos con un cierto grado de conocimiento: se trata del conocimiento innato. Este tiene distintas formas de ser interpretado: Platón, Descartes, Leibniz, Kant, K. Rahner, etc. Cuando el Marxismo sostiene que nuestro conocimiento parte de la ignorancia parece excluir cierto innatismo de ideas, como el platónico, pero no deja claro si quiere excluir o no de forma absoluta toda clase de innatismo.
Este postulado se clarifica un poco más a la luz de otros postulados gnoseológicos.
2.10: Las sensaciones son el único origen de nuestro conocimiento.
Este postulado defendido por Lenin[88] es común a otras formas de materialismo y a muchos otros sistemas de pensamiento no materialistas. Locke lo había formulado con estas palabras: nihil in intellectu quod prius no fuerit in sensu (nada hay en el entendimiento -científicamente válido- que primero no haya pasado por los sentidos). Se excluye en él toda clase de innatismo material o de contenidos de conocimiento. El hombre nace, como ya decían en la Edad Media, tanquam tabula rasa; es decir, con su mente parecida a una tabla completamente limpia de toda escritura o grabación.
Hasta aquí, pues, nada original en la teoría marxista del conocimiento.
2.11: Las sensaciones son meras imágenes, copias o reflejos de la realidad objetiva.
Los dos postulados anteriores adquieren un sentido más concreto si se les añade este otro: existe una realidad objetiva que nos es dada en las sensaciones y de la que éstas son meras imágenes, copias o reflejos [89].
Una vez más, Lenin quiere apoyarse, para imponer su creencia, en el testimonio de la Humanidad. Dice que este principio es
“la única e inevitable conclusión que se hacen todos los hombres en la práctica humana viva” [90].
Es decir, es el sentir común de los hombres, según Lenin, pero siempre que se excluya de entre ellos los que han tenido la capacidad de someter a crítica esa creencia; esos tales coinciden precisamente con un ingente número de científicos modernos.
Con la defensa de este principio, el Marxismo retrocede históricamente a lo que comúnmente se defendía en el aristotelismo medieval. Precisamente del análisis crítico de esta actitud medieval nacerá la Filosofía Moderna, que tanto le estorba a Lenin.
De esta manera, Lenin retrocede a actitudes ingenuas, muy propicias para la siembra de teorías metafísicas y religiosas o dogmáticas. Corta de raíz las actitudes analizadoras y críticas.
2.12: La verdad absoluta se constituye de la suma de verdades relativas.
Este postulado[91] parece recoger la teoría perspectivista de la verdad, según la cual cada punto de vista sobre la realidad tiene su parte de verdad, complementaria con la de otros puntos de vista, pero nunca la verdad total. Entendido así, sería un postulado abierto, no dogmático.
Pero no es así. Poco que se profundice en el sentido marxista que se le da, aparece enseguida el sentido totalitario y dogmatizante que encierra. Entre las verdades relativas, que juntas dan la verdad absoluta, jamás se encontrarían las opiniones y teorías de aquellos, incluso aunque sean marxistas como Bogdánov, que no sigan ciegamente el materialismo dialéctico, tal como Engels y Lenin lo entienden. Esas verdades relativas, que, juntas dan la verdad absoluta, son sólo las verdades marxista-leninistas.
Y, si a alguien le parece un absurdo decir que la verdad absoluta es la suma de verdades relativas, que no se preocupe. Ese es un misterio más de los muchos que se dan en la dialéctica marxista y que sólo se pueden comprender, si previamente se cree en ella[92].
2.13: El materialismo marxista es científico y la religión es anticientífica.
La actitud cientificista del Marxismo se revela también, bajo un aspecto especialmente significativo, cuando sus teóricos contraponen el materialismo marxista y la religión. En esa contraposición presentan su materialismo como algo necesariamente identificado con la ciencia y la religión como algo anticientífico. Se trata de una pretensión cientificista más.
Para Engels, la ciencia hace inútil e innecesaria la religión; hace superflua toda idea de un ser creador. Razona de esta manera:
“En ninguna parte se trata peor a Dios que entre los hombres de ciencia que creen en él… ¡Lo que tiene que sufrir Dios a manos de sus defensores! En la historia moderna ciencia de la Naturaleza Dios es tratado por sus defensores como lo fue Federico Guillermo III por sus generales y oficiales en la campaña de Jena. Una división del ejército tras la otra rinde sus armas, una fortaleza tras otra capitula ante la marcha de la ciencia, hasta que, por último, todo el infinito reino de la Naturaleza es conquistado por la ciencia, no quedando ya lugar para el Creador…” [93].
Al leer este texto, presuntamente ateo, se me ocurre, en primer lugar, exclamar también: ¡Lo que tiene que sufrir la ciencia a manos de ciertos defensores! Si antes el creyente obligaba a Dios a darle explicación de todo lo que el hombre era capaz de preguntar, Engels, ahora exige eso mismo a la ciencia. Para ello, supone, igual que el creyente en Dios, que la ciencia es, por principio, capaz de responder a todos sus interrogantes y a los de todos los hombres. Es decir, se supone en la ciencia una capacidad ilimitada para conquistar el “infinito reino de la Naturaleza”.
La ciencia adquiere en Engels poderes que antes se consideraban exclusivos de la divinidad. Pero esto no es nuevo. Lo que resulta chocante es que se atribuya a la ciencia un poder ilimitado de explicación de todos cuantos temas y cuestiones puedan surgir en torno a la Naturaleza. Esto revela que Engels no es consciente de las limitaciones intrínsecas de todo conocimiento científico; de su carácter esencialmente asintótico; de que siempre se apoya en postulados, principios o supuestos no demostrados ni demostrables. En conversación reciente con el prestigioso neurobiólogo Dionisio Pérez y Pérez sobre este tema, me dijo con cierto pesar:
“Lo que más me fastidia es el tedio que siento cuando compruebo las limitaciones del conocimiento científico”.
Engels, que no era un investigador de punta, no parece sentir ese tedio, no experimentó de cerca esas limitaciones. Tal vez por eso mismo y porque más bien se limitó a celebrar sus descubrimientos, atribuye a la ciencia unos poderes ilimitados, que poco tienen, si tienen algo, de científicos y sí tienen mucho que ver con el fenómeno tan frecuente en nuestros días de la mitificación de la ciencia, de la superstición y de la beatería científica.
Una cosa es la fe en Dios basada en la ignorancia de la Naturaleza y otra muy distinta es la apertura al Ser Absoluto basada en la conciencia de las limitaciones intrínsecas de todo lo humano, incluida la ciencia. Tan supersticioso puede ser un creyente en Dios que basa su fe en la ignorancia sobre la Naturaleza como aquél que se tiene por científico y, por eso, por necesariamente ateo, basando su ateísmo en la fe en los poderes ilimitados de la ciencia. El primero dice: lo que yo no sé, Dios (ser transcendente) me lo puede explicar. El segundo dice: lo que yo no puedo explicar científicamente ahora, la ciencia del futuro (un nuevo ser transcendente a mi situación actual) me lo explicará.
Pero ¿qué garantías tiene este segundo de que la ciencia del futuro le va a explicar eso que espera de ella? ¿Cómo puede estar seguro de que la ciencia futura no va a entrar en contradicción con la ciencia de ahora, en nombre de la cual se espera en el maravilloso poder de aquélla?
Engels considera un reto fundamental para el Marxismo el
“sustituir el culto del hombre abstracto, médula de la nueva religión feuerbachiana, por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico” [94].
Pero una cosa son los objetivos propuestos en teoría y otra muy distinta los frutos dados. En lugar de “la ciencia real del hombre y de su desenvolvimiento histórico”, lo más que consigue es una teoría más del hombre y de su historia, con claros fundamentos metafísicos, y una nueva religión.
Para Lenin, la diferencia más radical entre la ciencia y la religión consiste en que lo esencial de la ciencia es el supuesto de que existe la verdad objetiva de la Materia y el de que sólo ella nos la puede dar a conocer. La religión, por el contrario, ni reconoce ni es capaz de conocer esa verdad objetiva [95].
El materialismo marxista, el único científico, se presenta como esencialmente antirreligoso. No obstante, esa oposición entre materialismo dialéctico y religión tiene mucho más de actitud maniquea, que de actitud científica. Sería mucho más acorde con la realidad decir que se trata de una oposición, no entre ciencia y religión, sino entre distintas corrientes metafísicas y más o menos religiosas.
Lenin quiere, además, avalar su cientificismo sosteniendo que el materialismo es esencialmente ateo[96]. Pero esto tampoco es nuevo ni le libera de ser a la vez religioso. Históricamente se puede comprobar que toda religión es esencialmente atea respecto a aquellos dioses en los que no cree[97].
A pesar de todo, Lenin propone su materialismo como un arma universal contra la fe religiosa[98]. Toma así una actitud muy similar a la de aquellos creyentes que se esfuerzan en armarse espiritualmente contra los ataques del Diablo y de los incrédulos. Lenin habla de la religión como quien habla del Mal en sí mismo, de una obra del espíritu maligno, en un estilo característico de las actitudes religiosas más fanáticas.
2.14: Todo lo que no es marxista es idealista: no hay “tercera vía”.
Según Lenin, entre materialismo marxista e idealismo no cabe una tercera vía. Es decir, o se está con él o se está contra él. Se trata aquí de aplicar al campo científico el maniqueísmo marxista.
Todo sistema filosófico, todo ensayo científico, que no esté de acuerdo con la visión materialista de la realidad es considerado como erróneo o falso y es arrojado al saco del “idealismo” [99]. Y todos los sistemas idealistas están cargados de “subterfugios”, “absurdos”, “invenciones” [100], etc.
En virtud de esta actitud maniquea, se niega toda posibilidad de una “tercera vía” de superación contra el materialismo marxista y el idealismo [101].
Al maniqueísmo marxista no le interesan terceras vías. Una tercera vía iría contra sus pretensiones absolutistas y totalitarias. Le interesa que todos los sistemas filosóficos estén con él o en contra de él. A nivel político, para el marxista, todo lo que no está con él es fascista. Es sólo otra manifestación de la misma actitud maniquea.
- La Sociología Marxista como Reina de las Ciencias.
La lista de postulados anteriormente descrita se recoge en la creencia o postulado recopilador según el cual la Sociología es la nueva ciencia suprema, la nueva ciencia modelo, por la que se han de orientar todas las demás[102]. Por supuesto, no se trata de una Sociología cualquiera, sino de una Sociología muy concreta, entre las muchas que hoy existen: la Sociología marxista.
El Marxismo se cree a sí mismo como la ciencia suprema. Como el Marxismo es fundamentalmente Sociología, de ahí que la Sociología marxista se tome como la ciencia suprema. Lenin, repitió hasta la saciedad que el Marxismo es pura ciencia e incluso:
“el despliegue supremo de toda la ciencia histórica, económica y filosófica de Europa” [103].
Esta misma lógica fue utilizada durante la Edad Media respecto de la Teología. El teólogo cristiano creyó y defendió que la doctrina cristiana en su formulación teológica constituía el despliegue supremo de toda la ciencia. Compárese, por ejemplo, los textos anteriores de Lenin con este de San Buenaventura:
“Es manifiesto que todas las ciencias están subordinadas a la Teología, por lo cual ésta toma ejemplos y utiliza una terminología perteneciente a todo género de conocimientos… Todas las ciencias han de contribuir a que Dios sea glorificado. Sin la iluminación que desciende desde lo alto es vano todo conocimiento”.
Si donde dice “Teología” y “Dios” ponemos “Sociología marxista” y “Socialismo” o “Partido Comunista” o “Revolución”, seguramente que muchos creyentes marxistas tomarían este texto como perteneciente a sus más genuinos libros sagrados.
Según Lenin, el Marxismo no sólo coincide con la moderna ciencia de la Naturaleza, sino que logra, por primera vez, el desarrollo de una auténtica Sociología al aplicar los métodos científico-naturales a la sociedad [104]. En efecto, en esta Sociología se parte del presupuesto, no demostrado, de que las leyes que rigen los hechos sociales son de la misma naturaleza que las leyes que rigen los hechos de la Naturaleza. Este presupuesto, a su vez, se poya en este otro: todo lo material es real y todo lo real es material.
Sentados estos presupuestos, la Sociología marxista toma como clave de su estructuración y desarrollo la creencia de que las fuerzas de producción son el determinante más radical de todas las creaciones culturales de la mente humana, como ya se explicó más arriba.
Esta sociología es concebida en función de la Revolución marxista. Con ella se trata de dar a esta Revolución un ropaje científico con el que adquiera más fuerza y consistencia.
Es la ciencia del Proletariado y su Revolución, pero es una ciencia que no hace el Proletariado, sino sus representantes, los teóricos marxistas, que, a la vez, son los dirigentes del Partido Comunista. El Partido, pues, es el gran portador y guardián de esta ciencia, pero siempre para servir a los intereses del Proletariado. Una vez más, el Partido se revela como poseedor de toda clase de poder, incluido ahora el poder científico. Él es la gran divinidad que posee la única sabiduría verdadera y científica sobre la sociedad.
La Sociología marxista es, por tanto, una ciencia partidista. Pero Lenin no se avergüenza de ello. Es más, afirma expresamente el carácter partidista y clasista de la ciencia, y especialmente de la Sociología [105]. Y no sólo eso. Según él, toda clase, siempre que ha desempeñado un papel ascendente, estuvo del lado del materialismo y de la ciencia, mientras la reacción, por el contrario, estuvo del lado del idealismo y de la religión [106].
Lenin hace de esta afirmación suya una ley sociológica. Pero, si como ley la tomamos, resulta que es aplicable también el Marxismo cuando sube al poder. Es decir, es materialista y científico mientras lucha en la oposición, pero se vuelve reaccionario, idealista y religioso en cuanto está en el poder. Que esto último se cumple es algo que la historia del Marxismo parece confirmar ampliamente. Pero, que el Marxismo es científico cuando aún lucha por alcanzar el poder, es, cuando menos, algo muy discutible.
Su Revolución violenta, único camino por donde alcanzó el poder allí donde lo ostenta, tiene mucho más de Guerra Santa, cargada de fanatismo religioso, que de comportamiento científico.
En nombre del cientificismo marxista, se toma el materialismo dialéctico e histórico como premisa de todo trabajo científico, tanto en el campo de la Ciencia Naturales como en el de las Ciencias Sociales. En su nombre se impusieron en la URSS meticulosas censuras sobre los trabajos científicos de una y otra rama [107]. Toda publicación científica que no esté de acuerdo con los dogmas del materialismo marxista es censurada. Esta presión ideológica perdura aún hoy en todos los regímenes comunistas[108].
Este tipo de manipulación ideológica y religiosa de la ciencia tiene una larga historia. Ya en la Edad Media, por citar un conocido ejemplo, el progreso y la ciencia estaban a la vez potenciados y limitados por las creencias cristianas entonces dominantes. Estaban potenciados en el sentido de que esas creencias constituían el estímulo más radical para todo esfuerzo cultural. Las grandes creaciones culturales de la Edad Media fueron promovidas por motivos religiosos: Arte, Filosofía, Organización Política, etc.
Por otra parte, la religión imponía limitaciones importantes al progreso en cuanto que todo aquello que de una u otra manera no estuviera de acuerdo con la visión religiosa del mundo entonces reinante era sistemáticamente prohibido y perseguido. La Teología era la ciencia suprema, que imponía sus normas a todas las demás. La ciencia, la razón, estaba controlada por la fe. Toda investigación y todo descubrimiento se hacía bajo los auspicios de la religión.
La Teología sirvió de fundamento y justificación ideológicas de la Guerra Santa de entonces: las Cruzadas. Pues bien, todas esas funciones sagradas se atribuyen, en los regímenes comunistas, a la Sociología marxista.
Y, si la Teología medieval, que lanzaba las masas a la Guerra Santa de las Cruzadas, no estaba hecha por el pueblo, sino por los clérigos y jerarcas de la Iglesia Cristiana, la Sociología marxista, que lanza las masas a la Santa Revolución, tampoco está hecha por el pueblo, sino por los jerarcas del Partido, aunque para el Pueblo o Proletariado. Esta la recibe como algo venido de afuera, de lo alto; como una revelación.
Con ella, el Partido busca poner en marcha y a su servicio todas las fuerzas del mundo trabajador, del mismo modo que con la Teología medieval se buscaba poner al servicio de la Iglesia y de sus intereses todas las fuerzas populares de aquel tiempo.
Un significativo testimonio de esta manipulación ideológica de la ciencia lo tenemos en el caso Lysenco, que Plomin, DeFries y McClearn lo describen así[109] :
Lysenko.
Una y otra vez, la ciencia ha sido interpretada, o mal interpretada, para favorecer las causas políticas. Dos ejemplos notorios, con relación a la genética, son los movimientos eugenésicos de principio de siglo, y las matanzas por los nazis durante la segunda Guerra Mundial. Más aún, de los años 30 a los 60, tuvo lugar en Rusia un intento de igualar ciencia y política.
La historia ha sido ya muchas veces contada. Una interesante versión de este control político de la ciencia en la URSS fue la escrita por el biólogo Sir Julian Huxley, quien simpatizaba con el marxismo y estaba en Rusia en la época del surgir de Lysenko. Lysenko, como Lamarck, creía que las características adquiridas pueden ser heredadas. Trató de aplicar sus creencias a la agricultura, obviamente con escaso éxito, pero su fe en sus teorías sobrepasaba a su fe en el método científico. En los años 30 con ayuda de un filósofo marxista, Lysenko organizó una campaña política que tildaba a los científicos mendelianos de idealistas y reacios al cambio. Huxley presumía de que la verdadera causa de la reacción adversa al mendelismo era una cuestión de valores:
Una es el rechazo al mendelismo porque la herencia mendeliana, con su autoduplicación genética y sus mutaciones al azar, parece ofrecer demasiada resistencia al deseo del hombre de alterar la naturaleza, y eludir el control que quisiéramos ejercer. El lamarckismo, por otra parte, promete la posibilidad de un rápido control… Esto es relevante no sólo para la agricultura, sino también para los asuntos humanos, ya que sería políticamente conveniente y agradable si en unas pocas generaciones bajo mejoradas condiciones comunistas eleváramos la calidad genética de la población de la URSS… La segunda razón ideológica… es el rechazo al mendelismo porque implica desigualdad humana, y porque puede ser tomado como indicativo de la incapacidad humana frente a la predestinación genética [110].
Hacia 1939, Lysenko tenía bajo su control el reino de la ciencia, y se utilizaron las depuraciones estalinistas para eliminar a algunos prominentes genéticos. En una conferencia en 1948, Lysenko anunció que sus opiniones estaban respaldadas por el Comité Central del Partido. La Academia Soviética de las Ciencias apoyaba a Lysenko, como queda reflejado en la carta a Stalin:
La Presidencia de la Academia de Ciencias de la URSS recomienda apoyar la biología (de Lysenko) y desterrar la ideología (mendeliana) idealista y antipatriótica… el sentido biológico materialista (de Lysenko) es la única forma aceptable de ciencia, porque se basa en el materialismo dialéctico y en el principio revolucionario del cambio de la Naturaleza en beneficio del pueblo. Las enseñanzas idealistas (mendelianas) son pseudocientíficas, porque están basadas en el concepto del origen divino del mundo, y asumen la existencia de leyes científicas eternas e inalterables. La lucha entre las dos ideas ha tomado la forma de la lucha de clases ideológica entre marxismo y capitalismo a escala internacional, y en menor escala, entre la mayoría de los científicos soviéticos y los escasos científicos rusos que aún albergan rastros de la ideología burguesa. El compromiso no tiene cabida: Lysenkoísmo y mendelismo son irreconciliables [111].
Se hizo imposible contradecir las opiniones de Lysenko, y eso señaló el fin de la genética mendeliana en Rusia durante dos décadas. Los genetistas que rehusaron adherirse abandonaron Rusia, y se obligó a abjurar a los que permanecieron. Muchos perdieron sus puestos y algunos perdieron sus vidas. Hacia 1964, las cosechas perdidas como resultado de las directrices de Lysenko ya no pudieron ser ignoradas por más tiempo, y pueden incluso haber contribuido a la caída de Nikita Khrushev, que las había apoyado durante la sublevación política poststalinista. Lysenko cayó en desgracia y la genética mendeliana volvió a Rusia.
Las creencias de Lysenko sobre la herencia de los caracteres adquiridos y muchos de sus experimentos no tienen valor científico, como muchos científicos soviéticos reconocen ahora. Sin embargo, en el presente contexto, la cuestión científica no es tan importante como el entender el proceso de la politización y sus desastrosas consecuencias. Huxley observó que el lysenkoismo no es realmente una cuestión científica, sino que es un ejemplo de “una idea preconcebida que se ha antepuesto a los hechos, en vez de surgir de ellos: cuando los hechos no se ajustan a la idea, se niega su importancia o incluso su existencia… Se trata en esencia de la aplicación de una doctrina no científica o precientífica a una rama del estudio científico, no de una rama de la ciencia por derecho propio” [112].
El método utilizado por Lysenko para introducir sus ideas en la ciencia merece una atención especial para sensibilizarnos ante tal politización. En primer lugar, las controversias científicas se personalizaron rápidamente. Los ataques se centraban en las personas y sus motivaciones, en vez de en sus ideas (Brill, 1975). En segundo lugar, prevalecían las ideas patrioteras. Los eslóganes sencillos que atraían al pueblo sustituyeron a las discusiones honestas de los temas complejos. Una tercera táctica también utilizada por Lysenko fue el difundir sus opiniones en la prensa popular en vez de en publicaciones científicas. Cuarto, rechazaba el método científico. Por ejemplo, Lysenko comentó a sus colaboradores que “para obtener un resultado concreto, uno debe querer obtenerlo. Si quieres un resultado concreto lo obtendrás” [113]. Raramente se utilizaban grupos de control o análisis de significación estadística. Quinto, no se permitía un compromiso o término medio. La cuestión se trataba como una lucha de clases científica y se aplicaba el eslogan “quien no está con nosotros, está contra nosotros”.
Por todo ello parece justificado decir con C. A. Montaner que:
“el Comunismo es la nueva escolástica: una caprichosa interpretación de la realidad que, cuando no coincide con la vida, opta por ignorarla. O por crear Comités de Defensa, que es peor” (como en Cuba, en Venezuela con Maduro y ahora también en Nicaragua con Ortega).[114]
Sin embargo, Marx, que no se imaginaba cuál sería el comportamiento de los marxistas una vez que alcanzaran el poder, afirmó contra Th. R. Malthus:
“Llamo vulgar a aquel hombre que intenta acomodar la ciencia a un punto de vista que no procede de ella misma (por muy errónea que sea), sino de fuera, de intereses externos y extraños a ella”[115].
Esta actitud cientificista de la ideología marxista no es agua pasada. Como prueba de su actualidad, veamos el testimonio de un destacado teórico marxista más reciente: el de Henri Lefebvre, cuando aún pertenecía al Comunismo ortodoxo francés.
Lefebvre llega a caer en una verdadera obsesión por mostrar el carácter científico del Marxismo. En su obra Síntesis del pensamiento de Marx aparece el calificativo de “científico” aplicado al Marxismo en la casi totalidad de sus páginas.
Lefebvre llega a caer en una verdadera obsesión por mostrar el carácter científico del Marxismo. En su obra Síntesis del pensamiento de Marx aparece el calificativo de “científico” aplicado al Marxismo en la casi totalidad de sus páginas.
Para él, el Marxismo:
“Quiere ser esencialmente -y es- la ciencia de la sociedad y de la historia… Una doctrina que, por sí misma, se presenta exclusiva y simplemente como científica, con argumentos y pruebas racionales y que para hacerse sólo apela a la razón” [116].
No dice a qué tipo de razón, aunque se sobreentiende que es la razón dialéctica, cuyo carácter metafísico ya quedó explicado. Ante textos como éste da la impresión de que su autor es o un ciego y fanático creyente o un cínico, que no quiere ver la realidad palpable del militarismo de los regímenes comunistas y el carácter esencialmente violento de la Revolución marxista. No se entiende cómo es posible decir todavía que el Marxismo es sólo ciencia que apela a la razón para imponerse o convencer. A no ser, claro está, que Lefebvre se esté refiriendo a la razón de la fuerza. Si así fuera, estaría muy claro que se trata de una ciencia que se quiere imponer por la fuerza, tal como los hechos lo confirman.
Pero entonces ¡qué extraña razón sería esa que se apoya en tantos dogmas y que cada vez resulta más difícil de hacer comprender incluso a aquellos mismos a los que quiere salvar: los trabajadores! ¡Extraño concepto de ciencia que necesita de tantos actos de fe ciega para poder sostenerse y de tanta violencia y fuerza militar para imponerse!
Es evidente, por otra parte, que Lefebvre, como otros marxistas que defienden el carácter científico de su ideología, se apoya en que algunos de sus elementos tienen cierta validez. Pero su cientificismo no está en esos elementos, sino en el hecho de querer deducir de ellos la cientificidad de la totalidad de la ideología. Se mezcla lo científico con lo metafísico y religioso. Esta mezcla es muy propia de los mitos. En ellos lo natural se mezcla con lo sobrenatural, lo racional con lo irracional. Precisamente por eso, hay quienes sostienen que el Marxismo se ha convertido en una “idea-fuerza” o mito de nuestros días [117].
Pero no sólo se mezclan ciencia y creencias metafísico-religiosas, sino que, además, se mitifica la ciencia misma, su “ciencia” por supuesto. Y creen que por el mero hecho de calificar de científica una teoría ya lo tiene que ser necesariamente.
El Marxista presume de racionalizar la vida social al máximo al encajarla en sus teorías, pero lo que hace, al fin, es ideologizar, desracionalizar y mitificar la ciencia misma.
Lefebvre, frente a la objeción de que la ciencia es desinteresada y la Sociología marxista está cargada de intereses, responde que toda ciencia es interesada, porque de lo contrario, nadie haría ciencia [118]. En su respuesta confunde, a todas luces, los intereses ideológicos con el interés que de por sí tiene para la Humanidad todo descubrimiento y progreso científico.
Evidentemente, los progresos de la ciencia pueden ser utilizados en favor de una u otra ideología, y así sucede con frecuencia. Pero de ahí no se puede dar el paso, en buena lógica, a concluir que los intereses de una determinada ideología, que utiliza la ciencia para sus fines, sean los intereses de la ciencia misma.
No obstante, Lefebvre es fiel a la lógica ya establecida por Marx. Cita, como respuesta a la objeción, aquel texto de La Miseria de la Filosofía, en el que Marx proclama que las clases sociales desaparecerán al triunfar la clase trabajadora. La Dictadura del Proletariado acabará, por la fuerza (puesto que es dictadura), con todas las demás clases y todos los que no comulguen con el Comunismo. De esa manera, sólo sobrevivirá una clase social: el Proletariado, que, al ser única, ya no es clase, sino que se identificará con la sociedad sin más [119].
Entonces, la Sociología marxista ya no será una sociología partidista o de clase. Será la única Sociología posible y, por tanto, la Sociología de todos, objetiva, imparcial y universal: Será la única Sociología permitida.
Es decir, la objeción de que la Sociología marxista es parcial y partidista es fácil de resolver: se eliminan las otras partes o partidos de la sociedad y automáticamente deja de ser parcial e interesada y pasa a ser imparcial y científica.
De esta manera, se llega siempre a la misma conclusión: La Sociología en tanto es científica en cuanto coincida con los intereses del Proletariado, que se identifican siempre y necesariamente con los del Partido Comunista. Así, una vez más, el Partido se confirma como la norma suprema de verdad y de cientificidad. Si alguna Sociología no estuviese acorde con los intereses del Partido, peor para ella. No será científica por muy fundamentada que esté en la experiencia y en la razón.
Para Lefebvre, el pensamiento de Marx es una ciencia tal que, quien quiera comprenderla a fondo, debe abordar su estudio igual que se aborda el de las Matemáticas y el de la Química [120]. Para él, el método dialéctico marxista no es un método cualquiera; no es un método científico más. Es el método científico por excelencia, que se impone necesariamente a todo el que quiera comprender la realidad. Es un método, por tanto, universal y necesario a todo científico. Es decir, es como si la ideología marxista dijera: la ciencia soy yo; quien esté conmigo es científico; quien no lo esté, no lo es.
No es, por tanto, el marxista el que tiene que probar la cientificidad de su ideología. Más bien son los conocimientos e ideas no marxistas los que tienen que probar que son acordes con la ideología marista, si quieren ser verdaderamente científicos.
Todo el que quiera comprender científicamente la realidad ha de hacerlo -y sólo puede hacerlo- marxísticamete. Según esto, todos los científicos anteriores al Marxismo, en tanto en cuanto comprendieron la realidad de manera objetiva y científica, lo hicieron marxísticamente. ¿Quién le iba a decir a Aristóteles, a Copérnico, a Newton, a Einstein, etc, que, en tanto en cuanto fueron científicos, fueron marxistas?
Se puede decir, por tanto, que existe un “Marxismo inconsciente”, lo mismo que algunos teólogos cristianos defienden la existencia de un “cristianismo anónimo” o “cristianismo inconsciente” [121].
Sin embargo, de estos mismos textos citados de Lefebvre y de todo su libro, se sigue, con evidencia, que el método dialéctico marxista es un método físico-metafísico, que mezcla, al estilo de los Presocráticos, datos de la observación empírica con prejuicios o creencias metafísicas. De hecho, Lefebvre mezcla sus comentarios sobre la cientificidad del método dialéctico con el “alumbramiento doloroso de la nueva sociedad y del nuevo hombre”, que tendrá lugar con la venida del Comunismo. Semejante “alumbramiento” suena mucho más a una utopía religiosa que a una previsión científica mínimamente contrastable [122].
Por otra parte, al dar a este método una validez científica universal, se le convierte en una especie de “piedra filosofal”, que sirve para comprender todos los problemas, siempre, claro está, que previamente se crea en él.
Además, ya el mismo Marx dejó entrever el carácter metafísico de su método cuando dijo que la comprobación empírica era insuficiente en un método científico. Por eso, aclara Lefebvre:
“La ciencia debe ir más al fondo que el hecho inmediato y dado, para captar la ley” [123].
Los datos físicos inmediatos no bastan. Hay que ir más allá de lo físico. Pero en la realidad ultraempírica, ultrafísica, de la realidad, siempre se le llamó metafísica. La ciencia marxista, por tanto, no excluye los aspectos metafísicos de la realidad, a no ser aquellos que se contradicen con sus propios postulados y creencias. Pero, si incluye aspectos metafísicos, siguiendo la misma lógica de Lenin, incluye ya aspectos religiosos. Así llegamos a que la ciencia en el Marxismo abarca todo: datos empíricos, metafísica y religión. Es decir, es un concepto de ciencia tan vago, tan amplio, que hace al Marxismo más cientificista que verdaderamente científico.
No obstante, Lefebvre se esfuerza en hacer ver cómo Marx desvistió el método dialéctico hegeliano de todos sus aspectos metafísicos e idealistas [124]. Pero su esfuerzo resulta inútil. Si Hegel fue idealista por querer sacar del Espíritu Absoluto (la Idea), mediante un proceso dialéctico, toda la realidad, no es menos idealista y metafísica la teoría marxista al querer por el mismo método, sacar toda la realidad de la idea que ella tiene de la Materia Absoluta.
Además, el querer convertir el método dialéctico en el único camino científico para conocer la realidad no deja de ser una pretensión metafísica, ya que es indemostrable tanto empírica como racionalmente. Lefebvre parece querer suplir esta indemostrabilidad a base de repetir, hasta la saciedad, que el Marxismo es pura ciencia; como si de esa manera quisiera autoconvencerse a sí mismo de algo que no tiene muy claro.
El quisiera liberar al Comunismo de su filantropía propagandística, de su humanitarismo limosnero, para convertirlo en pura ciencia y verse él mismo libre de los desengaños, las acusaciones y múltiples objeciones, que por todas partes le asaltan.
No obstante, una vez más, se puede aplicar aquí, como todo fundamento, aquel criterio que el mismo Marx propuso para juzgar a los demás:
“Y así como no se juzga a un individuo por la idea que él se hace de sí mismo, tampoco se puede juzgar a esta época de transformación por la conciencia que ella tiene de sí misma” [125].
Si aplicamos este criterio al mismo Marxismo, resulta que no debemos hacerle mucho caso cuando se autocalifica de científico.
Por otra parte, Lefebvre compara los historiadores y sociólogos burgueses, en su manera de hacer Historia y Sociología, a los teólogos,
“que dividen las religiones en dos grupos: las demás artificiales, y la suya propia, emanación o revelación de Dios” [126].
Pero, ¡es curioso!, esto mismo es lo que hacen Lefebvre y demás teóricos marxistas cuando critican las teorías burguesas de la historia y la sociedad. El marxista hace la misma distinción: las demás teorías de la historia y la sociedad hasta ahora existentes todas ellas superficiales y cargadas de aspectos metafísicos, y la mía, la marxista, la única científica.
- La Contradicción Interna de la Sociología Marxista.
El análisis de la contradicción fundamental del Capitalismo constituye el objetivo principal de la Sociología científica marxista [127].
Para Marx, la esencia de la contradicción capitalista está en que un producto social pasa a propiedad privada. De esta contradicción nacen luego los conflictos económicos entre clases sociales: burguesía y Proletariado. De estos conflictos nacen los conflictos políticos entre el Estado y la lucha de clases por apoderarse del Estado.
Prescindiendo de si tiene o no validez objetiva este análisis marxista del Capitalismo, podemos comprobar si, manteniendo la misma lógica interna de este análisis, éste se puede aplicar también al Capitalismo estatal marxista. Si ello es posible, tendremos que la economía marxista incurriría en una doble contradicción.
Una sería aquella misma que padece el Capitalismo privado y otra sería específica del Marxismo. Esta consistiría en que el Capitalismo de Estado marxista no sólo padece la misma contradicción interna del Capitalismo privado, como se explicará, sino que, además, a nivel de conciencia lo niega. Con esta negación entra en contradicción consigo mismo.
Ahora bien, se hace imprescindible explicar por qué el Capitalismo de Estado marxista padece la misma contradicción interna que el Capitalismo privado. Probar esto, tal vez ofreciera alguna dificultad en tiempos de Marx y Engels, cuando aún no se sabía lo que la praxis marxista iba a dar de sí. Actualmente, con cien años de historia del Marxismo, ya no resulta tan difícil.
El Marxismo defiende la concentración de la economía nacional en manos del Estado. Así lo hace de palabra y de obra. Defiende un Capitalismo estatal. El Estado es el que dispone de todos los medios de producción y de todo lo producido. Es un verdadero propietario.
Pero, en los regímenes comunistas, el Estado representa a toda la sociedad. Luego es toda la sociedad la que dispone de los medios de producción y de sus productos. La sociedad es así dueña de su propia riqueza, sin que nadie explote a nadie.
Pero ¿por qué el Estado comunista representa a toda la sociedad? La respuesta marxista es esta: El Estado Comunista se identifica con el Partido Comunista. Este, a su vez, se considera a sí mismo como el único representante del Proletariado. Este es declarado como el salvador de la Humanidad entera. Con su triunfo desaparecerán las demás clases sociales. El será, pues, toda la sociedad y él es el germen de toda la Humanidad futura.LOS POBRES Y SU MANIPULACIÓN
Pero todos estos pasos reduccionistas que hace el marxista: reduce la Humanidad al Proletariado y éste al Partido, no sólo son indemostrables, sino que la experiencia del mundo obrero los está desmintiendo. ¿Acaso se puede decir que el mundo obrero polaco, que se rebeló contra el Estado Comunista polaco, se reduce al Partido Comunista? ¿Acaso se puede decir que el obrero de los países occidentales tiende progresivamente a integrarse en las filas del Comunismo cuando todos los actos electorales están mostrando la continua caída del Partido Comunista y de sus asociaciones afines? Los ejemplos desmitificadores de las tesis marxistas se podían multiplicar ampliamente.
Los hechos muestran entonces que ni el Proletariado, entendido marxísticamente, lleva necesariamente dentro de sí el futuro de la Humanidad ni se identifica sin más con la sociedad; ni el Partido Comunista es el único representante del Proletariado. El Proletariado es sólo un concepto marxista que recoge una parte de la sociedad y de forma reduccionista la quiere identificar con toda la sociedad.
El Partido Comunista sólo representa de hecho una parte, cada vez más minoritaria, del mundo obrero. Pero lo que sí es cierto es que el Estado Comunista se identifica con el Partido Comunista allí donde éste sube al poder.
Por tanto, la economía estatal comunista es la economía de un grupo reducido de ciudadanos. Es decir, es la apropiación capitalista, llámese privada, pública o como se quiera, por parte de un grupo de ciudadanos, de todos los medios de producción de un país y del producto del trabajo de todos los demás ciudadanos.
Los medios sociales de producción y los productos sociales del trabajo pasan en el Estado Comunista a manos de unos pocos, que disponen a su antojo y en nombre de la santa religión marxista de toda la riqueza de su país. En nombre de su intocable doctrina, dan a los ciudadanos que trabajan sólo lo necesario para vivir y dedican el resto para fines militares e imperialistas; para defender su ideología y su poder ante sus propios conciudadanos y para extenderlos a otros países por medio de su Santa Revolución.
Resulta entonces que la contradicción fundamental de que se acusa al Capitalismo privado afecta de lleno al mundo marxista. Habría que profetizar también con Marx, por tanto, que, si esa contradicción es el principio del fin del Capitalismo, también lo será del Comunismo marxista. De hecho, ya empieza a tener sus síntomas en los regímenes marxistas. La rebelión del obrero polaco con Walesa al frente así lo dio a entender. La disolución de la Unión Soviética tras su escandaloso fracaso económico es la prueba más contundente del falso carácter científico de la Sociología marxista.
A la contradicción interna de la Sociología marxista, la que realmente se aplica en los regímenes comunistas, hay que añadir el no cumplimiento de la principal de sus “previsiones científicas” o profecías: la muerte del Capitalismo, dejando paso a la venida del Socialismo marxista. No sólo no murió allí donde Marx esperaba que lo hiciera: Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos, sino que se transformó para adquirir nueva vida. Es más, el fracaso de la Unión Soviética dejó tras de sí un rabioso capitalismo privado y un fuerte resurgir de la religión rusa. Muere el comunismo marxista y triunfan sus peores enemigos.
Resulta entonces que la enfermedad crónica incurable, que se pronosticó contra el Capitalismo privado y contra la religión, ha contagiado gravemente al médico que la pronosticó. Y, mientras el enfermo se va curando, el médico se está muriendo, contagiado por la misma enfermedad.
Ante este fracaso histórico de las previsiones de la Sociología marxista, Lefebvre intentó suavizar el significado concreto de la sentencia de muerte lanzada contra el Capitalismo. Según él, la fórmula marxista permite prever la desaparición del Capitalismo, pero no permite fecharla de modo concreto. Se trata sólo de una “tendencia histórica”, de una ley dialéctica ligada a las leyes universales del devenir [128].
Se trata, por tanto, de una “previsión científica” tan vaga, basada en una ley científica tan indefinida como es la dialéctica, que admite cualquier circunstancia histórica para su cumplimiento en el futuro. Algo así como si un astrónomo, al prever un eclipse de Sol, dijera: con el tiempo, más tarde o más temprano, habrá un eclipse de Sol. Y luego añadiera: esto es una previsión científica y el eclipse de Sol tendrá lugar de manera necesaria. Pero, si esto es científico, también lo son todas las profecías del Antiguo Testamento.
El sociólogo marxista parece confundir las leyes de la historia con sus propios deseos. Y, ante las objeciones que se le plantean, contesta diciendo que la ley dialéctica actúa en profundidad [129]. Por lo visto, actúa con tal profundidad que sólo los buceadores marxistas son capaces de bajar hasta ella.
Lefebvre[130] reconoce que el “Socialismo Científico de Marx tuvo y tiene problemas de aceptación, incluso entre obreros y entre teóricos del movimiento obrero, como Bakunin, por ejemplo. Pero ¿Qué necesita una verdadera ciencia, para ser aceptada, aparte de una buena explicación?
Esos problemas de aceptación de la Sociología marxista son los problemas clásicos, no de teorías científicas, sino de sistemas metafísicos y de ideologías religiosas. En estos, la adhesión es más un problema de fe que de comprensión científica.
Por todo ello, una vez más, hay que decir, que el Marxismo presenta este engaño: Es una religión, pero no quiere los vestidos religiosos, no quiere que se le tome como una religión más. Para ello, se quita el vestido religioso y se pone el vestido científico. Este, por principio, tiene una mayor aceptación.
Pero se encuentra con que el vestido científico no le va y decide, entonces, modificarlo y adaptarlo a su propio cuerpo. “Yo soy la ciencia”, se atreve a decir después. No obstante, como siempre, aunque la mona se vista de seda, si mona era, mona se queda. Y, si da pena ver una cosa tan valiosa como la seda cubriendo el cuerpo de una mona, no da menos pena ver cómo con algo tan valioso para el hombre, como la ciencia, se pretende encubrir algo tan discutible e interesado como es la metafísica y las creencias religiosas del Marxismo.
Otra de las grandes contradicciones de la Sociología marxista, ya indicada más arriba, es la de conjugar su pretendido carácter científico con la Dictadura del Proletariado. De hecho, en la Constitución de la URSS de 1936, los legisladores marxistas se ven obligados a justificar por qué en esos países comunistas, después de tantos años de régimen marxista, aún es necesario mantener la Dictadura del Proletariado. Se dan cuatro razones [131]:
- El hecho de que, aunque el socialismo había eliminado la base económica que justificaba su existencia, aún quedan individuos que habían pertenecido a las clases explotadoras, y se necesitaba todavía de un cierto tiempo para proceder a su reducción.
- Si bien la colectivización del campo se había impuesto ya por aquellos años, sin embargo, los campesinos aún conservaban cierta mentalidad de propietarios, al igual que sucedía con otras capas no proletarias.
- En las repúblicas y regiones añadidas a la Unión Soviética después de 1936, aún se tardaría cierto tiempo en implantar los cambios de tipo socialista.
- La amenaza de guerra en los años 30…
- El culto a la personalidad de Stalin.
En la Constitución de 1977 de la URSS se cambian ciertas expresiones. Se dice que:
“cumplidas las tareas de la Dictadura del Proletario, el Estado Soviético se ha convertido en Estado de todo el Pueblo” [132].
Pero, aunque habían cambiado ciertas expresiones, la realidad en la Unión Soviética siguió la misma.
Con todo, la teoría marxista sigue siendo tenida en nuestros días como infalible, sagrada y como la única concepción científica del mundo obrero. Decía Fedoséev, vicepresidente de la Academia de las Ciencias de la URSS:
“Viene a ser no ya sólo una esfera del conocimiento científico… Las ideas de Marx, Engels y Lenin se han afirmado en el movimiento comunista mundial con la única concepción científica del mundo de la clase obrera… La doctrina de Marx-Lenin es patrimonio general e internacional de la clase obrera del mundo entero, de todos los adeptos al Socialismo. Las investigaciones marxistas, traten de procesos mundiales o nacionales, son siempre internacionales, independientemente de quien las realiza…
En este sentido, el Marxismo-leninismo no se diferencia de cualquier otra ciencia: la Matemática o la Física, la Biología o la Química.
“Unido a los demás partidos hermanos, el PCUS vigila la pureza de la teoría marxista” [133].
Y pobre de aquel obrero, campesino o intelectual, que se atreva a manchar en lo más mínimo la virginidad de esa sagrada ciencia. Pobre de aquel pueblo que, estando bajo el control del Kremlim, tenga la osadía de querer superar al Marxismo como doctrina y forma social de vida. Si alguien se atreviera a tal sacrilegio, ya sabe lo que le espera: un tribunal popular, una condena previamente dictada, un campo de trabajo y de reeducación, un hospital psiquiátrico, etc.
Si se trata de un pueblo, se le deporta en bloque a cientos de kilómetros. Si es un país, se le envían los tanques del Pacto de Varsovia. Todo eso en nombre de esa divina ciencia, que es el Marxismo-Leninismo. Pero el marxismo tiene mucho más de una nueva religión que de una nueva ciencia. Ya lo dejé bastante claro en otras publicaciones.
Y todos estos atropellos no son inconveniente alguno para el que cree. Ya decía San Pablo:
Credentibus omnia cooperantur in bonum
(Para el que cree todos los acontecimientos son para bien).
En la Unión Soviética, los científicos tenían que hacer una profesión expresa de su fe en el materialismo marxista. A partir de esa profesión de fe fundamental, se les permite tener tendencias divergentes entre sí, pero nunca contrarias a la fe profesada [134].
Pero todo ese montaje cientificista se ha roto. El progreso científico en los países occidentales, libres de la dictadura marxista, ha demostrado que la ciencia nada tiene que ver con la ideología marxista. Y con la caída de la Unión Soviética quedan en evidencia los errores de su Sociología.
El comunismo marxista se ha desprestigiado a sí mismo. Donde impuso su dictadura deja miseria económica. Y tras la disolución de la Unión Soviética surge un rabioso capitalismo y resucitan los comportamientos religiosos que persiguió y oprimió durante décadas. Y en nuestra España actual los comunistas ya no se llaman «comunistas» a sí mismos. Se autodenominan «Izquierda Unida», «Podemos» , y con otras muchas denominaciones, como si les diera vergüenza presentarse como comunistas marxistas. Y es que el comunismo marxista ya no se vende en Occidente. El sistema democrático no les va, aunque no renuncian a vivir de él y aprovecharse de todos los cargos que puedan conseguir. Se integran en el sistema democrático para destruirlo, si consiguen llegar al poder.
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[1]Utilizaré la palabra “cientificismo” en el sentido de “caricatura de la ciencia”. Es cientificista aquél que atribuye a sus conocimientos y teorías un valor que no tienen. En este caso se atribuye el carácter de científica a la sociología marxista, a su teoría de la sociedad, de la historia, de la economía, de la religión y de la cultura en general.
[2] MEW, Bd. 19, 1969, pp. 11-32.
[3] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 5-306.
[4] MEW, Bd. 19, 1969, pp. 178-228.
[5] Se trata de un programa de principios para ser discutidos y aprobados en el Congreso de unificación de las dos organizaciones obreras entonces existentes en Alemania: el Partido Obrero Socialdemócrata y el Partido Socialista Obrero de Alemania. El Congreso tuvo lugar en Gotha del 22 al 27 de mayo de 1875. Marx y Engels consideraron como cosa propia todo lo referente al socialismo alemán y no estaban dispuestos a permitir herejías ni el protagonismo de otros dentro del movimiento.
[6] MEW, Bd. 19, 1969, p. 25.
[7] MEW, Bd. 19, 1969, p. 28.
[8] MEW, Bad. 19, 1969, p. 31.
[9] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 122-124.
[10] MEW, Bad. 19, 1969, p. 201.
[11] MEW, Bd. 23, 1971, p. 21.
[12] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 52-53.
[13] MEW, Bd. 4, 1971, p. 143.
[14] MEW, Bd. 3, 1969, p. 535.
[15] MEW, Bd. 23, 1971, pp. 382, 407, 632, 790.
[16] MEW, Bd. 23, 1971, p. 27.
[17] MEW, Bd. 23, 1971, p. 12.
[18] A. Arroyo, 1975, p. 3.
[19] MEW, Bd. 22, 1970, pp. 287s.
[20] MEW, Bd. 20, 1971, p. 6.
[21] MEW, Bd. 20, 1971, p. 13.
[22] Morra, 1976, trad. 1979, p. 81.
[23] MEW, Bd. 20, 1971, p. 20.
[24] MEW, Bd. 22, 1970, pp. 295-297.
[25] MEW, Bd. 22, 1970, p. 297; Bd. 20, 1971, p. 158.
[26] Ortega y Gasset, 1975, pp. 106s.
[27] Idem,1975, p. 37.
[28] Idem, 1975, p. 151.
[29] Idem, 1957, trad. 1984, pp. 9 y 11-14.
[30] Idem, 1980, p. 20.
[31] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 11-14.
[32] MEW, Bd. 1971, p. 14.
[33] MEW, Bd. 20, 1971, p. 22.
[34] (MEW, Bd. 20, 1971, pp. 24-26).
[35] (MEW, Bd. 20, 1971, p. 27).
[36] (MEW, Bd. 20, pp. 28s, 83, 303).
[37] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 11, 13, 24.
[38] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 158s.
[39] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 28s, 84-86.
[40] MEW, Bd. 20, 1971, p. 190.
[41] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 260-264.
[42] MEW, Bd. 19, 1969, p. 205.
[43] Lenin, XIV, p. 134.
[44] Lenin, XIV, p. 229.
[45] Lenin, XIV, p. 10.
[46] Escribo “Materia” con mayúscula porque constituye la divinidad marxista fundamental del panteón de los dioses marxistas. Véase mi libro EL PANTEÓN DE LOS DIOSES MARXISTAS, vol. I. Universidad de Oviedo.
[47] Lenin, XIV, pp. 23, 32s, 74, 104, 107s, 113, 116, 120, 122s, 165, 168, 178, 189, 145s, 222, 224, etc.
[48] MEW, Bd. 20, pp. 36-38.
[49] Lenin, XIV, pp. 32s, 55, 57, 117, 144, 146s, etc.
[50] Lenin, XIV, pp. 31-44.
[51] Lenin, XIV, pp. 107-109, 120, 127, 152-154, 159, 160, 246, etc.
[52] Lenin, XIV, p. 108.
[53] Lenin, XIV, pp. 108-113, 121, 130, 132-134, 137, 144-147, etc.
[54] Lenin, XIV, p. 257.
[55] Lenin, XIV, p. 26.
[56] Lenin XIV, pp. 10, 171, 222, 338.
[57] Lenin XIV, p. 292.
[58] Lenin XIV, p. 121.
[59] Lenin XIV, p. 140.
[60] Lenin XIV, p. 175.
[61] (Lenin XIV, p. 178).
[62] Lenin XIV, p. 203.
[63] Lenin XIV, p. 207.
[64] Lenin XIV, p. 211.
[65] Lenin XIV, p. 337.
[66] Lenin XIV, p. 242.
[67] Lenin XIV, p. 116.
[68] Lenin XIV, pp. 120, 122, 166.
[69] Lenin, XIV, pp. 122, 166.
[70] Lenin, XIV, pp. 60s.
[71] Chambre, 1974, trad. 1979, p. 330.
[72] Lenin, XIV, pp. 165-167, 171.
[73] Lenin, XIV, pp. 169s.
[74] Lenin, XIV, pp. 167 y 172.
[75] Lenin, XIV, p. 171.
[76] Lenin, XIV, pp. 167, 173.
[77] Lenin, XIV, pp. 145s.
[78] Lenin, XIV, p. 146.
[79] Lenin, XIV, p. 178s; véase p. 90.
[80] Lenin, XIV, p. 216.
[81] Lenin, XIV, pp. 18. 82, 218.
[82] Lenin, XIV, p. 82.
[83] Lenin, XIV, p. 218.
[84]MEW, Bd. 3, 1969, pp. 21, 28-31, 37-39. – Bd. 1971, pp. 147-170. – Bd. 19, 1969, pp. 208-209. Lenin, XIV, pp. 205, 212.
[85] Marx-Engels, 1975, I, p. 348.
[86] Weber, 1904, trad. 1984.
[87] Lenin, XIV, p. 94.
[88] Lenin, XIV, p. 117.
[89] Lenin, XIV, pp. 94, 117-136, etc.
[90] Lenin, XIV, pp. 94, 52.
[91] Lenin, XIV, pp. 122-128.
[92] Lenin, XIV, . 125.
[93] MEW, Bd. 20, 1971, pp. 470-471.
[94] MEW, Bd. 21, 1972, p. 290.
[95] Lenin, XIV, p. 116.
[96] Lenin, XIV, p. 275, 277.
[97] Basta recordar que muchos mártires cristianos bajo el imperio fueron condenados a morir por ser ateos, según consta en las respectivas actas.
[98] Lenin, XIV, p. 399.
[99] Lenin, XIV, pp. 90. 127, 138, 140, 146.
[100] Lenin, XIV, pp. 94s.
[101] Lenin, XIV, pp. 146, 190s, 195, 228, 261, 287, 324, 326.
[102] Kenig y otros, 1975, 1, pp. 94, 98, 99s, 112, 113.
[103] Kenig y otros, 1975, 1, p. 98.
[104] Kenig y otros, 1, 1975, p. 98.
[105] Kenig y otros, 1975, 1, pp. 99 y 102.
[106] Kenig y otros, 1975, 1, p. 100.
[107] Kenig y otros, 1975, 1, p. 100.
[108] Chambre, 1974, trad. 1979, p. 80.
[109] Idem, 1980, trad. 1984, pp. 436-438.
[110] Huxley, 1949, pp. 182-184.
[111] Huxley, 1949, pp. 39-40.
[112] Huxley, 1949, p. 23.
[113] Lerner y Libby, 1976, p. 396.
[114] Montaner, 1983, p. 39.
[115] Kenig y otros, 1, p. 108. MEW, 26, 2, p. 112.
[116] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 36, 38, 44.
[117] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 47.
[118] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 48s, 57.
[119] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 49.
[120] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 75.
[121] De la Pienda, 1985, pp. 137-144.
[122] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 83, 260s, 273.
[123] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 247.
[124] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 249-250.
[125] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 251.
[126] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 253.
[127] Lefebvre, 1966, trad. 1976, pp. 280s.
[128] Lefebvre, 1966, trad. 1976, p. 288.
[129] Lefebvre, p. 288.
[130] Lefebvre, p. 303.
[131] García Álvarez, 1977, p. 43. Chkhikvadze, 1972, p. 53.
[132] Progreso, 1982, p. 4.
[133] Fedoséev, 1983, en Andrópov y otros, pp. 119s.
[134] Chambre, 1974, trad. 1979, p. 80.