LOS POBRES Y SU MANIPULACIÓN

LOS POBRES Y SU MANIPULACIÓN POLÍTICA

 

 

 

Marxismo-y-los-pobres-595x390 LOS POBRES Y SU MANIPULACIÓN
El <<sábado comunista>> de trabajo voluntario así saludó la celebración de XXVII Congreso Comunista de la URSS.

La manipulación política de los pobres. Los pobres con demasiada frecuencia son utilizados por ciertas ideologías de izquierdas para ganarse votos y auparse al poder. Una vez alcanzado éste, aquellas se olvidan de sus promesas y, a todo más, les dan limosnas para que sigan siendo pobres.

Que existen los pobres parece una evidencia. Digo “parece”, porque a poco que se reflexione resulta que no es menos evidente que el concepto de pobreza no es un concepto absoluto o claro y distinto, como diría Descartes. Es un concepto muy vago, que se aplica a situaciones humanas muy diferentes. Me estoy refiriendo, en primer lugar, a la pobreza material: carencia de comida, vestido, posesiones, comodidades, etc., que es la que socialmente suena más y es objeto de muchas clases de manipulaciones. Pero también quiero tocar la pobreza espiritual.

Podemos definirla, entonces, como carencia de algo. Pero no toda carencia es pobreza. Carecemos de muchas cosas que en absoluto necesitamos. La carencia, para que tenga un sentido de pobreza, ha de ser carencia de algo que realmente necesitamos. La carencia es pobreza en función de la necesidad no satisfecha a la que hace referencia. Se hace imprescindible, por tanto, tener en cuenta los tipos de necesidad que tiene el ser humano. Carecemos de infinidad de cosas, pero no toda carencia es pobreza real.

Tampoco se llama pobreza a la carencia que pueda padecer un animal o una planta. La pobreza es un concepto principalmente antropológico: No existe una vaca pobre o un pez pobre. Tampoco se dice que un árbol cualquiera sea pobre porque carezca del agua necesaria para sobrevivir. Sólo los humanos pueden ser pobres en sentido estricto. No obstante, la palabra «pobreza» con sentido metafórico es muy flexible en su significado. Se dice que una planta está pobre de calcio o de otros nutrientes, por ejemplo.

Vayamos a la pobreza aplicada a los humanos. En este caso, pobreza y necesidad humana son inseparables. Pero no todas las necesidades que tiene el hombre tienen el mismo nivel de urgencia. Hay muchos tipos de necesidades humanas. Podemos distinguir dos fundamentales: las necesidades básicas y las necesidades culturales.

Las necesidades básicas proceden del ser mismo del hombre, en sus dos dimensiones: la material y la espiritual. El cuerpo humano nace con unas necesidades que, si no se satisfacen, el organismo muere. Son las necesidades de comer y beber, de orinar y defecar, de procrearse para la sobrevivencia de la especie, de abrigarse, para mantener la temperatura dentro de unos estrechos límites (35-42 grados), de defenderse contra los otros seres vivos que atentan contra su vida. No hay que olvidar que la vida come a la vida.

En su dimensión espiritual  el hombre necesita saber (conocer), expresarse en el arte, creer en mitos, creer en alguna religión o ideología, creer en algún fundamento último de toda la realidad como quiera que se lo llame: “Dios”, “Materia”, Logos, Tao, etc.

Pues bien, sentadas estas bases conceptuales, que podrían ser mucho más matizadas, veamos si podemos clarificar un poco el panorama de los pobres.

Hay pobres que lo son objetivamente

Es evidente que existen pobres que lo son realmente en el sentido de que no tienen con qué satisfacer sus necesidades más básicas para sobrevivir. Pero hay muchos modos y niveles en la forma de satisfacerlas. El comer ha de ser lo suficiente como para quitar el hambre y el beber, lo suficiente como para satisfacer la sed. Una vez garantizada la satisfacción de esas carencias, el carecer de alimentos más ricos y sabrosos o de bebidas más apetitosas ya no se debería llamar pobreza material en sentido estricto.

Esas necesidades básicas pueden estar cargadas de exigencias colaterales de origen cultural. Cada cultura tiene sus formas de satisfacerlas. Con frecuencia la pobreza no es del todo objetiva, sino relativa a la cultura en que se vive. Pongamos un ejemplo. Dos niños se encuentran en un desierto. Uno aprendió a comer carne cruda y dentro de su dieta entran lagartos, saltamontes, hormigas, culebras, etc. El otro está acostumbrado a comer cosas cocidas, le repelen los reptiles, le dan asco los saltamontes y las hormigas. No podrá satisfacer su hambre con esos alimentos y puede morirse de inanición. Al primero de los niños no lo tendrán como pobre desde su cultura. Al segundo, lo tendrán como pobre de solemnidad desde la suya.

El niño nace cargado de necesidades. Por sí mismo nace absolutamente pobre. Todo lo que necesita se lo tienen que dar gratis. Ni tiene ni puede pagar por lo que le dan. Y la forma de satisfacer sus necesidades básicas viene determinadas por la cultura de sus padres. No se trata igual a un recién nacido en una cultura occidental, en una cultura arapesh o en una cultura mundogomar. El niño y sus necesidades son concebidos de manera distinta en cada caso.

Por todo ello, el concepto de “pobre” hay que situarlo en cada cultura y valorar al pobre desde cada cultura. No es objetivo calificar de pobre a un niño nilótico porque lo veamos caminar desnudo  y descalzo. Podría ser el hijo de un jefe de tribu o de clan y que sea verdaderamente rico desde el punto de vista de sus congéneres.

Con frecuencia calificamos de “pobres” a gentes de otras culturas porque valoramos su situación desde la nuestra y no intentamos ver cómo son valoradas desde la suya.

Cada cultura tiene sus pobres. El pobre absoluto sería aquél que carece absolutamente de todo medio para satisfacer sus necesidades básicas en el grado mínimo que le permita sobrevivir. Puede tenerlas satisfechas mínimamente y ser pobre en la medida en que no es suficiente el grado de satisfacción y esté abocado a una muerte lenta. Es éste un caso muy frecuente. En cualquier caso, que existen pobres, demasiados pobres, no se puede poner en duda. Están ahí, delante de nuestros ojos cada día.

Pobres que viven como tales por comodidad

Son pobres, pero ellos mismos son responsables de su pobreza. Entre ellos hay muchos que nacen ricos, son educados en la comodidad, en la vida fácil, y se dedican a despilfarrar lo que les dieron. Otros gastan lo que ganan sin mirar a situaciones futuras, “tiempos de vacas flacas”, y, cuando éstas llegan, entonces miran para el que ahorró y dicen que lo justo es “repartir” lo del que tiene con el que no tiene. Es el caso del cuento de la cigarra y la hormiga.

Pobres que se consideran tales porque no son ricos.

Abundan los “pobres”, que no son tales. Nunca están conformes con lo que tienen. Sólo son pobres en la medida en que desean ser ricos. Apetecen la riqueza y se quejan de ser pobres. Si algún día llegan a ser ricos, se olvidan de los pobres y quieren ser aún más ricos. Siempre tienen poco para la ambición que tienen de tener mucho. Son muy ricos en ambición.

Pobres que eligen ser tales por convencimiento, animados por su fe

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La pobreza no es necesariamente una desgracia. Se puede elegir por voluntad propia como forma de vida.

Viven con lo imprescindible. Muchos de ellos sellan su elección con el voto de pobreza. Prescinden de las necesidades artificialmente creadas por la cultura: necesidades de la moda y las de aquellos que se consideran de una clase social superior al resto, etc. Aquí entran toda clase de religiosos que hacen voto de pobreza. Entran también aquellas personas que están totalmente conformes con tener lo imprescindible para vivir y no apetecen tener más, aunque no sea por una razón religiosa.

Incluso se dan casos de personas generosas, que se desprenden de riquezas heredadas o ganadas por ellos mismos, se las dan a los necesitados o a instituciones que se dedican a atender a gente pobre o a la enseñanza o a tierras de misión, y deciden vivir en la pobreza. Son los solidarios desinteresados con los pobres. Son solidarios ya sea porque se lo pide su fe religiosa o porque sus sentimientos les inclinan a serlo.

Explotadores económicos de los pobres

 Abundan por todas partes. Unos lo son en nombre de su empresa, como es el caso del capitalista privado para el que el egoísmo y la avaricia sin límites son los únicos móviles. Se sirven del trabajo ajeno para aumentar su riqueza sin tener en cuenta las necesidades de sus trabajadores.

Otros lo son en nombre del Estado, como es el caso del Estado comunista. Se trata de un capitalismo estatal. El individuo es sacrificado para enriquecer al Estado y sostener sus estructuras de poder y su militarismo. Como en el caso del capitalismo privado, al individuo se le deja lo imprescindible para sobrevivir. El resto del producto de su trabajo va para el Estado. En realidad se trata de dos formas de capitalismo: uno privado y plural; otro estatal y único. Uno y otro son creadores de masas empobrecidas.

Explotadores políticos de los pobres

 Este tipo de explotación es muy utilizado por las llamadas “izquierdas”, tanto socialistas como comunistas. Se ayuda a los pobres, no para acabar con su pobreza, sino para obtener su voto en las urnas. Es una manera de robar su libertad para votar. Un ejemplo muy claro es el de los ERES de Andalucía. No interesa acabar con la pobreza ni con «los sin-trabajo», sino mantenerlos alimentados por la limosna y así asegurarse su voto. El pobre es cautivo de la limosna del político.

Las izquierdas, si gobiernan, dejan cantidades importantes en sus presupuestos para lo que llaman “asuntos sociales”. Son dineros que luego administrarán sus asociaciones y sindicatos según criterios muy politizados y carentes de control público. Es de sobra sabido que muchos de esos dineros no llegan a los destinos previstos. Donde no gobiernan, reclaman sistemáticamente esas partidas en los presupuestos. El caso de los ERE en Andalucía es una muestra de lo que sucede con los «asuntos sociales» en toda España.

Pero también hay caciques de derechas a quienes interesa ser limosneros para mantener la sumisión de sus súbditos. Siempre los hubo y los sigue habiendo. El ser de derechas o de izquierdas es secundario. Lo que importa es mantener el poder caciquil y el servilismo del pobre.

 Siempre habrá pobres

Siempre los habrá, sobre todo si tenemos en cuenta la relatividad del concepto de pobreza: Hay pobreza por nacimiento, pobreza por explotación de otros, pobreza por culpa propia, pobreza por libre elección, pobreza por la ambición de tener más y más. Por una u otra razón, siempre habrá pobres o que se creen pobres.

Son pobrezas a eliminar aquellas que son por nacimiento y por explotación de otros o por algún tipo de desgracia. Pero no es menos importante desenmascarar a los falsos pobres y a los falsos “amigos o salvadores de los pobres”, que son los que más abundan.

A los pobres unos les ayudan a salir de su pobreza. Otros les quieren así y los utilizan.

Los impuestos y los pobres

El sistema de impuestos por parte del Estado y por parte de las comunidades autónomas va siempre sobre el ahorro. En el fondo, es un sistema injusto. Si yo ahorro parte de mi sueldo y lo empleo en invertir en patrimonio, resulta el proceso siguiente: De mi sueldo me descuentan para Hacienda un tanto por ciento. Por cada cosa que compro tengo que pagar el IVA. Si hago una casa, además de pagar IVA por todos los materiales y lo correspondiente al presupuesto del constructor, resulta que una vez hecha la casa, me ponen un impuesto de patrimonio. Si la vendo, tengo que pagar un impuesto sobre el precio de venta.

Sin embargo, si lo que puedo ahorrar, lo gasto en viajes turísticos, en pasarlo bien con mis amigos, etc., Hacienda no podrá ponerme impuestos sobre mis ahorros. Al que no ahorra no se le ponen impuestos. Al que ahorra se le machaca a impuestos una y otra vez. De esta manera lejos de fomentar el ahorro, se le castiga y se premia al despilfarrador.  Para el vago y despilfarrador ser pobre resulta rentable.

Si en lugar de gastar mis ahorros en ir da vacaciones, en ir de cafeterías o bares, en otras mil maneras posibles,  los empleo, por ejemplo, en comprar un terreno, cultivarlo, hacer una vivienda, o en crear una empresa, etc., vendrán el Ayuntamiento correspondiente, la Hacienda del Estado y el impuesto de la Comunidad Autónoma a cobrar las rentas correspondientes. Y, cuando yo deje ese patrimonio a mis hijos, el impuesto de Trasmisiones se quedará con una buena parte. Incluso se dan muchos casos en que los herederos no pueden pagar ese impuesto y tienen que dejar esa herencia para el Estado.

¿Merece la pena ahorrar y crear riqueza en estas circunstancias?

El que ahorra y paga impuestos es el que sostiene al Estado y paga con ellos toda clase de inversiones públicas: infraestructuras de todo tipo, que luego van a utilizar el ahorrador y el despilfarrador por igual.

No pido que se supriman los impuestos. Pido que se discierna mejor entre el que ahorra y crea riqueza y el que vaguea y despilfarra. En una palabra, que se identifique mejor a las sanguijuelas  que chupan de los bienes públicos, muchos de los cuales se meten apolíticos y, si pueden, lo hacen de por vida. Y el mejor premio al que ahorra y crea riqueza es que ésta no se le arrebate indiscriminadamente.

La ruina de los gobiernos comunistas, tan amigos de los pobres, tiene una de sus principales raíces en que ahogan toda posibilidad de ahorro particular y así matan todo entusiasmo para trabajar. Trabajar para la Nomenclatura del Estado comunista y su armamentismo militar no suscita mucho interés. Y así se hace imprescindible la autoridad totalitaria, la dictadura en su más pura esencia. No se trabaja por afición, sino por estricta imposición.

 

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