Los mitos del Gran Tiempo y su importancia cultural
Llamo Gran Tiempo al transcurrir del tiempo aplicado al conjunto del universo y aplicado a la existencia humana entendida como un todo. Hay tres maneras principales de entender ese transcurrir. Una que ve el devenir del tiempo en sentido lineal: todo sucede desde un inicio, que se retrotrae hacia un infinito en el pasado y que avanza hacia un futuro que se alarga hacia el infinito. Es la visión que tiene origen en la Biblia y que domina en todas las religiones y culturas abrahámicas: judaísmo, cristianismo, islam y marxismo.
Otra visión entiende el devenir del tiempo como un transcurrir circular. En ese devenir todo se repite. Todo retorna una y otra vez después de ciertos intervalos. El universo se destruye y se regenera priódicamente. La existencia humana esta sujeta a un círculo de reencarnaciones.
Y una tercera visión, generalmente desconocida en Occidente, es la de las culturas bantúes negro-africanas. Es la visión simultánea del tiempo. El tiempo es visto como un eterno presente, sin pasado ni futuro. El tiempo de la existencia humana en este mundo transcurre simultáneamente o paralelamente a la existencia en el Más Allá tras la muerte. Vivos y muertos coexisten permanentemente.
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El ser humano, seguramente desde que existe como tal, se plantea, entre otras, estas preguntas: ¿De dónde venimos? ¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde vamos? Las respuestas a las misma presuponen siempre una determinada forma de ver el transcurrir del tiempo.
Y las ha intentado responder de múltiples maneras en sus mitos, en sus religiones, en sus filosofías y en sus ciencias. Todas ellas le han servido para dar un sentido a su existencia
Las tres preguntas se pueden entender tanto en sentido espacial como temporal.
Si las aplicamos al Universo: la pregunta ¿de dónde viene? está mal planteada o, mejor dicho, no tiene sentido plantearla, porque fuera del mismo Universo no existe ningún espacio de donde pueda proceder; todos los «donde» están dentro del Universo mismo. La pregunta ¿de dónde viene el Universo? sólo tiene sentido si se la entiende en sentido causal; es decir, si se la equipara a la pregunta ¿quién creó o produjo este universo o por qué existe el Universo? Y la respuesta la tenemos en los distintos mitos de la Creación, que nos ofrecen las distintas tradiciones. Por la misma razón tampoco tiene sentido preguntar hacia dónde va este Universo.
Pero también se pueden entender las tres preguntas como equivalentes a estas otras tres: ¿De qué estado previo procede el estado actual del Universo? ¿En qué situación se encuentra en este momento? y ¿hacia qué estado está evolucionando?
Tanto las preguntas como las respuestas constituyen el contenido fundamental de este libro,
También intenta responder con sus ciencias. Actualmente está muy en boga la teoría del Big Bang o Gran Explosión, que, aunque quiere ser científica, no deja de ser un mito más. Es verdad que tiene datos objetivos en los que se fundamenta, pero no son los suficientes como para calificarla de estrictamente científica; está cargada de supuestos no verificados y que ni siquiera se pueden verificar. Así que se podría tomar como un mito más. En cualquier caso, todos los mitos tienen cierta fundamentación objetiva, pero que siempre es insuficiente como para dejar de ser mitos.El mito «científico» del Big Bag
De hecho, las teorías científicas del Big Bang y del Big Crunch tiene mucho en común con los viejos mitos de las creaciones y destrucciones periódicas del Universo.
Apliquemos ahora esas preguntas al ser humano. A la pregunta ¿de dónde venimos? muchos mitos dicen que fuimos creados directamente por Dios o por algún demiurgo. La Antropología biológica dice que venimos de otros seres vivos anteriores, no humanos, por evolución. Entonces, la pregunta se retrotrae a la de cuál fue el origen de las primeras formas de vida de las que proceden todas las que hoy existen y las otras muchas que ya desaparecieron. Y esta pregunta, a su vez, hay que retrotraerla a la de cuál fue el origen de todo el Universo en el que surgen las primeras formas de vida.
La pregunta ¿dónde estamos? ha tenido también distintas respuestas.
La pregunta puede explicitarse más de esta manera: ¿En qué lugar del Universo nos encontramos los humanos? Una de las respuestas más antiguas y que más universalmente fue aceptada fue la de que nos encontrábamos en el centro del Universo. Se creía que la Tierra era el centro y en torno a ella giraban el Sol, los demás planetas y toda la bóveda celeste. Como estábamos en el centro, nos creíamos lo más importante de toda la Creación. La tierra era el centro del Universo y nosotros, los humanos, éramos el centro de la Tierra, lo más importante de la Tierra.¿FIN DEL ANTROPOCENTRISMO CÓSMICO? PUESTO DEL HOMBRE EN EL NUEVO UNIVERSO CONOCIDO.
Esta visión se llamó geocentrismo y, en Occidente, se creyó en ella hasta hace unos cuatrocientos años. Y ésta es la impresión que hoy también nos dan nuestros sentidos y que se recoge todavía en nuestro lenguaje ordinario: todavía decimos que el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste; por donde sale lo llamamos «oriente» y «levante», y por donde se pone lo llamamos «poniente» y «occidente». Es decir, seguimos hablando como si la Tierra siguiera siendo el centro del Universo.
Allá por el siglo XVI, los conocimientos sobre nuestro sistema solar de Copérnico (1473-1543), Kepler (1571-1630) y Galileo (1564-1642), descubren que la Tierra no es el centro de ese sistema, sino que el centro es el Sol. De ahí surgió la creencia de que era el Sol y su sistema de planetas el centro del Universo. A esa creencia se llamó heliocentrismo.
Pero pronto supimos que el sistema solar es sólo un punto diminuto que navega en una de las colas de nuestra galaxia: la Vía Láctea. Y se descubre también que la Vía Láctea es sólo un pequeño cúmulo de millones de estrellas que navega por el Universo junto a millones y millones de otras galaxias.
Y de ese inmenso universo no conocemos cuál es su centro. Así que actualmente nos encontramos espacialmente descentrados o descolocados. Sólo sabemos que navegamos por el inmenso espacio sin saber hacia dónde vamos ni de dónde venimos. Sólo sabemos que navegamos.
Las tres preguntas anteriores también las podemos plantear desde el punto de vista del tiempo: Decimos que «el tiempo pasa» o transcurre, y transcurre para cada una de las cosas y para el Universo entero. Por eso, el hombre se hace desde muy antiguo esta pregunta: ¿Que antigüedad tiene el Universo? ¿Es eterno o tuvo un inicio en el tiempo? ¿Y en qué momento de ese transcurso del tiempo nos encontramos? ¿Hacia dónde transcurre el tiempo del Universo y, por tanto, el nuestro? Es decir: ¿De dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde caminamos en el tiempo?
Como ya dije anteriormente, no se puede preguntar qué había antes del Universo, porque el antes pertenece al tiempo y el tiempo sólo se da dentro del Universo mismo. Fuera del Universo no hay antes ni después.
Pero a estas tres preguntas hay que plantear una cuarta, que es muy importante a la hora de dar respuestas. Es la pregunta de cómo transcurre el tiempo: ¿siempre hacia adelante o linealmente como creemos los occidentales? ¿o circularmente como creen los orientales y la mayoría de los pueblos antiguos? ¿o simultáneamente a la eternidad como creen los negro-africanos o bantúes?
Para responder a estas preguntas los humanos han creado lo que yo llamo en el libro que aquí presento los Mitos del Gran Tiempo; es decir, los mitos del tiempo global del Universo y del tiempo global de la humanidad.
Para la mayoría de los pueblos antiguos, para los griegos y, actualmente, para la mayoría de los pueblos orientales, el tiempo transcurre circularmente. Según esta visión del tiempo, el Universo actual no existe desde siempre tal como lo vemos, sino que pasa por un proceso ilimitado de periódicas destrucciones y recreaciones. Y en ese proceso se distinguen varias etapas de las cuales la más antigua es siempre la más perfecta: a esa etapa más antigua se le dan distintos nombres, que resaltan y simbolizan su perfección: La Edad de Oro, según el griego Hesíodo; los hindúes la simbolizan con el número 4, que, para ellos. es el número de la perfección; el número que gana en su juego de los dados. En esa etapa, todo era orden, armonía, paz, justicia, felicidad. Todo el mundo cumplía las leyes y normas de manera espontánea, sin necesidad de educación alguna. Pero esa etapa, por alguna razón, que no me paro a explicar aquí, se termina. El Universo se destruye y la humanidad de esa etapa desparece.
Surge una Segunda Etapa, que recibe también nombres que indican que se trata de una etapa de perfección inferior a la primera: se la llama Edad de Plata, entre los griegos, y en el hinduismo es la nº 3. En ella el Universo se reconstruye de nuevo y nace una nueva humanidad. Aquí el orden ya no es tan perfecto: los humanos ya no cumplen las leyes de forma natural y espontánea; hay que educarlos: nace así la necesidad de la educación de los niños y los jóvenes. Pero esta etapa también desaparece.
Una Tercera Etapa, la Edad de Bronce, la del nº 2 hindú, sucede a la anterior. En ella el nuevo universo que se forma es aún más imperfecto. La nueva humanidad es aún peor en su comportamiento. Aparece la violencia y se requiere una educación más intensa y larga.
Y, por fin, llega una cuarta etapa, la Edad de Hierro, la del nº 1 hindú. En ella nos encontramos ahora. Es la etapa en la que el universo se encuentra en el peor de los estados. La humanidad está en el máximo nivel de degradación moral y física. Los creyentes de esta visión del tiempo esperan que esta edad acabe pronto y que se dé cuanto antes el salto a la Edad de Oro inicial y se comience así un nuevo ciclo.
Como se describe ampliamente en el libro, esta visión circular y cíclica del Gran Tiempo tiene múltiples aplicaciones y consecuencias en la vida cotidiana de sus creyentes. Sólo voy a destacar en esta presentación del libro una de las principales: la de la creencia en la reencarnación en el hinduismo. El hombre es ante todo su alma. Ésta puede existir sucesivamente en muchos cuerpos. Cuando muere uno, se reencarna en otro y así indefinidamente.
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Todas las culturas tienen una lógica interna con la que razonan y justifican todas y cada una de sus costumbres; también aquellas que a nosotros, los occidentales, nos parecen más extrañas e incomprensibles. Sus instituciones, sus formas de entender la sociedad, el poder, la religión, los derechos del hombre, la justicia, sus formas de entender el bien y el mal, …, tienen siempre un porqué, una causa y una justificación.
Dicho de otra manera, tienen siempre una filosofía de fondo, unos principios que para esas culturas son incontestables. Esa filosofía, esos principios, esa forma de razonar y de entender los distintos aspectos de la vida, tienen unos fundamentos últimos, en los que se apoyan y que les dan seguridad.
Se trata de creencias profundas, que se viven generalmente de forma inconsciente. Creencias que no tenemos, sino que nos tienen ellas a nosotros; no las poseemos, sino que ellas nos poseen y guían nuestras vidas.
Entre esas creencias está precisamente la visión global del tiempo, la creencia en el Gran Tiempo del cosmos y de la humanidad, que es, además, una de las principales de toda cultura.
Por ejemplo: si queremos entender por qué un hindú cree en la reencarnación de las almas humanas, hay que conocer su visión del Gran Tiempo. Si queremos entender por qué un bantú o negro-africano tiene grandes dificultades para entender el sistema democrático de las sociedades occidentales, hay que conocer su visión del tiempo. Si queremos entender por qué ese negro-africano ama tanto a su familia y a sus ancianos, hay que conocer su visión del tiempo. Si queremos entender por qué en ciertas tradiciones de la India las esposas de los grandes magnates se quemaban en la hoguera después de morir sus esposos, hay que conocer su visión del tiempo. Si queremos entender por qué en Occidente es tan importante la idea del progreso, tenemos que tomar conciencia de nuestra visión del tiempo. Si queremos comprender por qué un occidental divide la historia de la humanidad en Antigua, Media, Moderna y Contemporánea, necesitamos tomar conciencia de nuestra visión del tiempo. Si queremos descifrar por qué un occidental tiene un sentido tan trágico de la muerte y un hindú desea morir definitivamente y no tener que volver a reencarnarse, necesitamos comprender su visión del tiempo. Si queremos comprender por qué para un hindú los Derechos Humanos no pueden ser naturales, como creen la mayoría de los occidentales, sino que hay que ganárselos, necesitamos conocer su visión del tiempo.
El hombre occidental vive siempre pendiente del futuro; el hindú vive pendiente del pasado; y el bantú vive pendiente del presente. Cada uno lo hace de acuerdo con su propia visión del Gran Tiempo.
Si un cristiano quiere comprender por qué según la biblia el hombre es el centro de la Creación y Jesucristo es el centro de la humanidad, necesita saber en qué consiste la visión lineal del tiempo. Si un marxista quiere comprender por qué la humanidad progresa desde un Comunismo Primitivo, que se pierde con la aparición de la propiedad privada, hacia un Paraíso Comunista Final, necesita comprender también en qué consiste la visión lineal del tiempo.
Si Stephen Hawking y otros astrofísicos quieren dar a entender la teoría del Big-Bang y del Big-Crunch, necesitan suponer una visión lineal o circular del tiempo, y digo suponer, porque no la pueden demostrar.
Si a nuestros políticos les infundiéramos una visión circular del tiempo, dejaríamos sin sentido todos sus discursos en los que prometen un futuro mejor con la finalidad de desbancar a su adversario. Sus discursos quedarían vaciados de la mayor parte de su contenido. Un discurso basado en promesas de futuro, resulta muy difícil de comprender para un bantú. Un discurso que utiliza con frecuencia la idea de progreso, resulta casi incomprensible para un hindú. La razón no es otra que ellos tienen otra visión del tiempo: los bantúes no tienen la idea de futuro, que tan importante es para nosotros. Los hindúes no tienen la idea de progreso, que tanta fuerza tiene entre nosotros. En sus visiones del tiempo, esas ideas no tienen sentido.
Y así podríamos seguir con todos y cada uno de los aspectos de las distintas culturas. La visión del Gran Tiempo, junto a otras creencias básicas, es la que sirve de fondo para comprenderlos a todos.
Pues bien, en el libro que aquí se presenta, analizo las tres grandes visiones del tiempo, que dominan en prácticamente todas las culturas de la humanidad conocidas hasta ahora: la visión lineal del tiempo del hombre occidental, la visión circular que se extiende por la mayoría de las culturas antiguas de la humanidad y que hoy está presente en las culturas orientales y en las indígenas amaricanas, y la visión simultánea, que es la que sirve de fundamento a las costumbres y demás creencias de los bantúes o negroafricanos.