Ecología. Sentido antropológico y manipulación política
La ecología es un tema de gran actualidad, aunque ya es muy viejo. El cambio climático lo impone. Pero independientemente de ese cambio han surgido algunos movimientos con gran carga política, que tienen una clara inclinación hacia el izquierdismo. La contaminación del medio ambiente es su principal denuncia y motivo de su lucha política. Sin embargo, se echa de menos en sus programas ecológicos una ecología filosófica que le sirva de fundamento.
Hablando con algunos de ellos he podido comprobar que abunda más la buena voluntad y el interés partidista que serias razones antropológicas. Esto no quiere decir que no haya ecologistas en otras opciones políticas y que no sea una preocupación cada vez más extendida fuera de toda frontera partidista. Incluso el Papa Francisco está haciendo de la causa ecológica uno de sus temas recurrentes.
Aquí quiero resaltar algunas razones antropológicas que obligan a tomarse muy en serio el tema de la ecología filosófica humana.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que nuestro cuerpo no acaba donde termina su piel. La piel hace de límite entre la materia que constituye mi cuerpo personal y la materia exterior, que constituye lo que podríamos llamar su cuerpo cósmico. Generalmente sólo nos preocupamos de la salud de nuestro cuerpo individual. No solemos tener muy en cuenta que esa salud individual depende muy estrechamente de la salud de esa materia que nos rodea y que constituye esa dimensión cósmica de nuestro propio cuerpo individual.
Para tomar conciencia de esa interdependencia basta tener en cuenta hechos como la alimentación, la respiración, la gravedad, la presión atmosférica, la luz solar, los vaivenes de la Luna o las radiaciones cósmicas. Por la alimentación la materia exterior entra y sale de nuestro cuerpo diariamente. Por la respiración el aire que nos rodea pasa constantemente por nuestros pulmones. La gravedad nos mantiene pegados a esta Tierra influyendo en todo el desarrollo de nuestro cuerpo individual; sin gravedad, no tendríamos esqueleto, por ejemplo; y si no, que se lo pregunten a los astronautas. La presión atmosférica condiciona nuestra presión sanguínea y el funcionamiento de nuestro corazón entre otras muchas cosas. Sin la luz solar no podríamos vivir. Los ciclos de la Luna no sólo intervienen en las mareas de la mar; también influyen en las funciones vitales sobre la Tierra. Las radiaciones cósmicas son un hecho científico cuya importancia para nuestras vidas se confirma cada vez más.
Es tema bien conocido que la materia de nuestro cuerpo se renueva totalmente cada cierto tiempo. No es una renovación instantánea, sino continua. Cada día asimilamos materia nueva y expulsamos otra ya caduca. Por todo eso, se puede afirmar que la materia exterior pasa por nuestro cuerpo, permanece un tiempo y se va para dejar paso a otra nueva. No podemos decir que seamos propietarios de una determinada materia a lo largo de nuestra vida. La materia de nuestro cuerpo individual se nos presta por un tiempo, sólo por un tiempo. Vivimos de prestado.
Esto nos lleva a una interesante conclusión: La materia que ahora mismo forma parte de nuestro cuerpo individual ya formó parte de otros muchos cuerpos de plantas, de animales y de otros seres humanos. Por eso, no es aberrante afirmar que la materia del cuerpo de un comunista ya pudo formar parte del cuerpo de un fascista; la del cuerpo de una nazi pudo formar parte del cuerpo de un judío; la del cuerpo de un yihadista, pudo haber sido antes la de un cristiano, etc., etc.
Seguramente que, si lo pensaran un poco, sus odios hacia el otro se verían bastante suavizados. Estas reflexiones harían mucho por la paz social, si formaran parte de la educación básica de nuestros jóvenes. Así podrían darse cuenta de que defender el medio ambiente es defenderse a sí mismo y a los demás al mismo tiempo. Podrán darse cuenta de que al que considero “enemigo” no es tan distinto y extraño como me lo puede presentar una religión, una ideología o un partido político. Todos compartimos ese cuerpo común que es el medio ambiente. Todos somos “hijos de la misma Tierra”, es decir, “hombres” en el sentido etimológico de esta palabra. Y es que somos humus, es decir, “tierra fecunda” y que se fecunda mutuamente.
Hay que tener en cuenta que el humus de la Tierra es limitado. Es sólo una fina capa superficial, que todos compartimos y que se nos presta a cada uno sólo por un breve tiempo.
La materia pasa por cada uno de nosotros, alimenta nuestras células por un tiempo y de nuevo es expulsada, y tarde o temprano formará parte del cuerpo de otros seres humanos. La materia viene y va. A lo largo de nuestra vida sólo permanece eso que llamamos el «Yo» o la «conciencia», que puede ir tomando nota en su memoria de todo ese proceso.
Como ya anoté anteriormente, Ortega y Gasset dijo:
Yo soy yo y mis circunstancias,
Y si no las salvo a ellas, no me salvo yo.
Entre los elementos más importantes de “mis circunstancias” están los demás compartiendo esa materia que no es de nadie porque es de todos. Y eso no es una simple opinión o una simple creencia. Es un dato contrastable y, por tanto, con categoría científica. No se trata de ser ecologistas porque viste bien o porque es una causa que defiende mi partido político. Se trata de una obligación que la materia misma que somos nos impone. Y esa obligación es anterior a toda religión y a toda confesión política. Es algo esencial a nuestras vidas.
Esto es ecología filosófica, mucho más que simple ecología política o de partido. Ésta sin aquélla se queda en mero follaje superficial, contaminada por interesas ideológicos y, por tanto, menos auténtica, si es que lo es en algún grado.
ÉTICA ECOLÓGICA
Hombres, animales y vegetales
Como “hermanos»
El hombre occidental, ya desde los griegos, dividió a los animales en racionales y e irracionales. Dicho de otra manera: en inteligentes y no inteligentes. También estableció la división entre vegetales y animales. Sin embargo, las barreras entre esos universos de la vida parecen muy difusos. Es bien sabido que se dan infinidad de casos en los que es muy difícil saber si ciertos seres vivos, sobre todo marinos, son plantas o animales.
Y, si pasamos a la separación entre seres inteligentes y no inteligentes, una separación esencial parece aún más difícil de establecer. Evidentemente la inteligencia humana tiene unas capacidades impensables en el universo establecido como meramente animal: el arte, la filosofía, la ciencia y sus técnicas, son creaciones que los animales nunca han demostrado capacidad para llevarlas a cabo. Y, hablando de creación artística, los nidos que hacen algunas aves y algunos insectos, por ejemplo, son verdaderas obras de arte.
Sin embargo, entre los considerados como meramente animales, hay especies que muestran habilidades, que son bien conocidas, muy superiores a las correspondientes del hombre. Por otra parte, algunos como las horcas, los delfines, las arañas, los lobos, etc., etc., desarrollan estrategias de caza, por ejemplo, que suponen hacer un cierto razonamiento.
Esto parece demostrar que los tres estratos (vegetales, animales y humanos) no son estratos estancos de la vida. Hay una continuidad entre ellos.
Esto me hace pensar una vez más, siguiendo la insinuación de mi gran maestro el filósofo y teólogo alemán K. Rahner, que no es un absurdo pensar que la vida en la Tierra tiene un solo gran principio vital, una especie de nous aristotélico o alma universal, que se va manifestando de infinitas maneras.
Si fuera así, estaríamos ante el fundamento más profundo de una hermandad radical entre todos los seres vivos. Sería la razón de más peso para fundamentar una ética ecológica, que obligaría a los humanos a ser más responsables en el tratamiento de la Tierra y todos sus habitantes. Ésta no nos pertenece en exclusiva, como si estuviéramos justificados a ponerla caprichosamente a los antojos de nuestra libertad. Todos los seres vivos son propietarios de ella en algún sentido.
Pero estos principios hay que armonizarlos con este otro no menos fundamental: la vida se come a la vida. Y eso es una ley de vida ineludible. Unos seres vivos necesitan comerse a otros seres vivos para poder vivir ellos mismos. Necesitan matar para sobrevivir. Y eso lo hacen las plantas, los animales y los humanos.
El problema surge cuando, el más poderoso de los seres vivos, el hombre, abusa de ese poder. Cuando ya no mata para sobrevivir. Cuando mata para divertirse o para satisfacer su avaricia de riqueza y de más poder. Es ahí donde una ética ecológica debería regir el comportamiento de esa libertad.
Cada ser vivo está programado para sobrevivir. Cada uno tiene las herramientas adecuadas en su organismo para obtener su alimento y para defenderse de sus posibles depredadores. En realidad, todos somos depredadores. Todos luchamos, a distintos niveles, por comer y evitar ser comidos.
Los que llamamos vegetales y animales suelen hacerlo con cierto equilibrio. Es cuando interviene el ser humano cuando surgen los desequilibrios. Y ese gran poder que tiene para desequilibrar las fuerzas de la vida y la Naturaleza, dado que es un ser libre, hay que regularlo éticamente y con leyes morales, que pongan límites a su capacidad de abusar del resto de seres vivientes.
También es necesaria una educación ecológica ya desde los primeros años de los niños. Hay que hacerles ver a los demás seres vivos como “hermanos” y también como posibles “enemigos vitales” o depredadores de nuestra propia vida. Los dos aspectos deben ser conocidos, para no caer ni en el temor irracional hacia ellos ni en el “buenismo”, que puede resultar peligroso. Sencillamente se trata de conocer las otras formas de vida tal como son. La ambigüedad está ahí. Es un hecho, que no podemos cambiar. Un perro puede ser un gran amigo y, a la vez, un peligroso enemigo.
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Un desarrollo más detallado de esta fundamentación filosófica de la Ecología Humana puede verse en mi libro Persona, Derechos Humanos y Educación (Universidad de Oviedo, Textos Universitarios EDIUNO, Oviedo 2006).