¿El antropocentrismo cósmico se queda sin fundamento?
El antropocentrismo cósmico es una creencia muy frecuente en la historia de la humanidad.
Muchas religiones y también grandes filósofos de nuestra tradición occidental atribuyen al Dios Creador un Plan para su creación tomada como un todo. Según ese Plan todo el Universo es creado en función de la existencia del hombre sobre la Tierra. Es lo que se llama antropocentrismo del Universo.
Ese antropocentrismo cósmico aparece con especial fuerza en los mitos bíblicos de la Creación. Toda la Naturaleza está intrínsecamente pensada para servir de escenario a la historia de la humanidad. Todo existe finalizado hacia ella. Se presenta al ser humano como el centro de la Tierra. La Tierra como el centro del sistema solar y éste como el centro del Universo.
Pero el antropocentrismo no está sólo en los mitos bíblicos. Es idea central en otras muchas tradiciones. Es clave en muchas de las africanas. Parece menos fuerte en las hindúes y budistas, debido a su doctrina de las reencarnaciones. No obstante, en el mito de las Cuatro Edades es la humanidad y su historia la que va marcando el cambio de una Edad a otra. El alma humana, sus reencarnaciones y su ascenso al estado final en el Sukhavati o en el Nirvana, ocupa el centro de toda su antropología, de su teología y de su cosmología.
Si finalmente es cierto que nuestra especie procede por evolución de otras en un complejo proceso de la vida, llama la atención lo tarde que apareció dentro de esa historia. Pasaron millones de años de historia de la vida y sólo algunos miles de años de historia de nuestra especie tal como es ahora.
Parece evidente que la vida es por esencia finalista: la semilla germina y crece guiada por una finalidad interna que la lleva al desarrollo de la planta hasta su madurez y la producción del fruto. Los llamados genes son algo así como “programas de vida”, que esperan desarrollarse para formar órganos y organismos. El hecho de las células madre, capaces de transformarse en cualquiera de los distintos órganos del cuerpo, esconden por eso mismo distintas finalidades en sí mismas a la espera de que algún factor determine cuál de ellas deben tomar. Si la evolución biológica es un hecho incontestable, toda ella parece guiada por una finalidad que la hace ramificarse en infinitas formas de seres vivos.
¿Es razonable pensar que todas esas ramificaciones tienen, además, otra finalidad invisible, que les da como su sentido último el servir de escenario a la ramificación, que conduce a la aparición de la especie del homo sapiens? ¿Formaba parte de esa finalidad biológica general el Hombre de Neanderthal ya desparecido? Si ha desaparecido, ya deja de dar sentido como fin de la evolución. Lo mismo sucede con otras especies humanas que ya no existen. Si lo que da sentido desaparece, lo finalizado hacia ella se queda sin sentido.
Es verdad que queda la especie humana del que llaman homo sapiens sapiens, para dar ese sentido antropocéntrico, que se pretende. En cualquier caso, tampoco estamos seguros de que esta especie humana no desaparezca y toda la Creación se quede sin sentido.
Por todo ello, cabe pensar que, ante los nuevos conocimientos de la historia de la vida, el antropocentrismo debería ser repensado o simplemente descartado. Cabe pensar que el hombre es una forma de existencia de la vida junto a muchas otras; que simplemente somos una parte de la vida. Esta posición nos quita importancia, nos hace ser más humildes. Tendríamos que aprender a vivir junto a los demás seres vivos y no por encima de ellos. No sería descabellado pensar que junto con ellos formamos un inmenso organismo, en el que cada forma de vida es como una célula del mismo.
Entonces no valdría decir, como hace el mito bíblico de la Creación, que somos señores (traducción de latín dominus, “el que domina”) de todo lo creado y que podemos disponer a nuestro antojo de los demás seres vivos. El gran pensador alemán K. Rahner llega a decir que no sería un absurdo pensar que todos los seres vivos somos manifestaciones de un único principio vital. Esto recuerda el alma universal (noûs) de los griegos, el lógos de los estoicos, el Tao del taoísmo, etc.
Por otra parte, vivimos en un pequeño planeta dentro del sistema solar. Éste, a su vez, es como un grano de arena dentro de nuestra galaxia la Vía Láctea. Ésta, a su vez, parece quedarse en un pequeñísimo cúmulo de estrellas, aunque con miles de millones de ellas, dentro del inmenso Universo. Ni geocentrismo ni heliocentrismo. En ambos se apoyó la creencia en el antropocentrismo. ¿Desaparecidos aquellos, se puede defender éste?
Actualmente, ante los nuevos conocimientos del cosmos, nos encontramos en un Universo des-centrado. No sabemos dónde comienza ni dónde termina. Sólo nos queda admirarnos ante su inmensidad.
Sin embargo, el mito del centro, tan extendido en las distintas culturas de la humanidad, está tan arraigado en la mente humana que no parece que pueda prescindir de él. Esa necesidad antropológica hoy se revela como teoría del Big Bang, que, aunque parece resolver algunos problemas de la Cosmología, son muchos más los que crea y a los que no da respuesta.
Desde luego que se puede seguir creyendo en el antropocentrismo por imperativo religioso. Sería, sin embargo, creer a contracorriente de los nuevos conocimientos del Universo. En la historia de la fe religiosa abrahámica (que se recoge en el judaísmo, el cristianismo, el islam y el marxismo), y más en concreto en la cristiana, ya se tuvieron que admitir correcciones sustanciales en virtud de los avances del conocimiento sobre la Naturaleza. El caso de Galileo es especialmente revelador.
Al Universo tal como existe actualmente se le atribuyen unos trece mil millones de años. No es una cifra segura. Sólo se trata de una tesis probable a tenor de los datos de que se dispone en este momento de nuestra ciencia.
En cualquier caso, lo que parece más seguro es que la especie humana sólo tiene unos minutos de historia si la comparamos con la historia del Universo. Cabe entonces preguntar: ¿Por qué tardó tanto en aparecer el ser humano, si es el que da sentido a toda la Creación? Las estrellas se forman y se descomponen continuamente. El Universo está vivo, en permanente transformación. ¿Qué sentido tienen esos gigantescos fenómenos en función de la existencia del hombre?
¿No es más razonable pensar que simplemente somos una pieza más en medio de esa inmensa Creación? Es verdad que tenemos una inteligencia capaz de plantear todas estas y otras muchas preguntas. Es verdad que podemos plantear la cuestión de un Creador de todo lo que existe. Es verdad que podemos atribuir a Dios todo cuanto conocemos.
También es verdad que, para Dios, teológicamente no vulgarmente, no hay ayer ni hoy ni mañana. Para Él, todo es un ahora eterno. En ese sentido, la aparición tan tardía del hombre sólo sería tardía para nosotros o desde nuestra perspectiva. Para Dios, el hombre está presente desde el primer momento de la Creación. Y, en ese sentido, sí puede poner al hombre como fin de la misma, no importa en qué momento de la historia del Universo aparezca.
Hay infinidad de formas de vida. Parece que sólo la humana tiene la capacidad de preguntar por el origen primero de todo el Universo, por su autor y por su finalidad última. No nos consta que existan otros seres inteligentes en él. Si los hubiera, entonces sí que el antropocentrismo recibiría un golpe de muerte.
Sin embargo, todavía cabría pensar que no sería un grave inconveniente compartir la finalidad del Universo con otros seres inteligentes. Se podría hablar de raciocentrismo, como ya dejó indicado el gran filósofo alemán I. Kant. El ser racional, sea el hombre u otro ser inteligente, o incluso todos los posibles seres inteligentes que pueda haber en el Universo, serían el fin último de la creación de todo el Universo.
Y es que, a pesar de todos los argumentos en contra del antropocentrismo cósmico desde Copérnico hasta Stephen Hawking, todavía quedan importantes elementos en la ciencia actual, para seguir pensando en la validez de ese antropocentrismo. S. Hawking llegó a decir : «Somos tan insignificantes que no puedo creer que todo el Universo exista en nuestro beneficio». Algunos, en su teoría de la evolución biológica, sostienen que la aparición del ser humano es fruto de la casualidad. El mismo hecho de que el hombre aparezca por evolución y no por creación directa de Dios se toma como una señal más de su insignificancia o mediocridad en la historia de la vida.
Sin embargo, todos esos argumentos a favor de esa mediocridad del hombre parten ya del supuesto de esa misma mediocridad (Cfr. Howward A. Smith: «El fin de la mediocridad copernicana», en Investigación y Ciencia, Nº. 495, pp. 28ss). Este astrofísico afirma:
Tal vez haya llegado el momento de reexaminar nuestra supuesta mediocridad y, si en verdad fuésemos especiales en algún sentido, también el de considerar los desafíos éticos que ello implica a la hora de preservar nuestro planeta…
…Si fuésemos tan ordinarios, la vida inteligente tendría que haber surgido con relativa frecuencia en otros mundos. Pero, tal y como señalara el físico italiano Enrico Fermi, si las civilizaciones extraterrestres son tan comunes en el Universo, ¿dónde están?
De momento, la existencia de seres inteligentes extraterrestres sólo es una sospecha. Sabemos que existen muchos planetas en torno a otras estrellas y que algunos de ellos orbitan a la distancia adecuada («zona habitable»), para hacer posible la vida en ellos. Sin embargo, no nos consta que estén habitados por inteligencia alguna.
Por otra parte, suponiendo que haya seres inteligentes en algún otro punto del Universo, lo cierto es que, de momento, no nos ha llegado ninguna señal de su existencia. El astrofísico citado H. A. Smith, hace notar que para que haya vida inteligente en un exoplaneta no basta con que esté situado en la «zona habitable» en torno a su estrella, ni siquiera es suficiente con que tenga agua. Es necesario que se cumplan, además, tres condiciones biológicas:
–la probabilidad de que se desarrolle la vida en él,
-la probabilidad de que esa vida evolucione hasta la aparición de la inteligencia,
-y la probabilidad de que esa inteligencia sobreviva el tiempo suficiente.
Es lo que se llama «ajuste fino cósmico». Y es que el Universo, tal como lo conocemos, presenta condiciones muy adversas para la existencia de vida. Por otra parte, añade Smith,
«la enorme limitación que impone la velocidad finita de la luz implica que, aunque hubiera una red de civilizaciones avanzadas más allá de la Vía Láctea, jamás podríamos comunicarnos con ellas en escalas temporales humanas. Además, cualquier señal que no apuntase hacia nosotros probablemente nunca sería detectada».
Todos estos condicionamientos y algunos más que se podrían citar constituyen ese «ajuste fino» en el Universo conocido para que pueda surgir vida inteligente similar a la nuestra en algún otro planeta.
Llegados hasta aquí, hay que concluir :
1º-No sabemos si existen o no alienígenas en el Universo, aunque no se puede desechar científicamente esa hipótesis.
2º-Con los datos de que disponemos hasta ahora, tenemos que seguir pensando que la Tierra es un planeta especial, aunque no sea el centro del Universo desde el punto de vista cosmológico.
3º-La existencia de la inteligencia humana es también un suceso especial, no algo común y ordinario, producto de un simple accidente cosmológico y biológico.
4º-Si fuéramos un caso único en el Universo, surge inevitable la pregunta filosófica: ¿Por qué? ¿Hay alguna finalidad cósmica subyacente que haya dirigido todo el proceso que llevó a la aparición del ser humano consciente?
Por tanto, siguen vigentes las grandes preguntas que el ser humano se viene planteando desde que existe: ¿De dónde venimos? ¿Qué representamos en el Universo? ¿Hacia dónde vamos como individuos y como especie?
La Cosmología moderna, la Astrofísica y la Física Cuántica, a pesar de sus grandes avances, todavía no han podido cerrar esas preguntas ni tal vez puedan cerrarlas algún día, porque ya se sitúan en el orden meta-físico. El hombre ha intentado responderlas con toda clase de mitos y creencias. Y es que no puede vivir sin tener alguna clase de respuesta. No puede esperar a que nos llegue alguna señal de seres inteligentes extraterrestres. La vida de cada uno es muy corta y cada uno necesita encontrarle un sentido en el corto tiempo de su existencia. Esa necesidad también la tienen los cosmólogos, los astrofísicos y los físicos del mundo cuántico.
Por todo ello, mejor es seguir viviendo como si realmente fuésemos el centro del Universo, porque es más probable que lo seamos y no lo contrario, teniendo en cuenta los conocimientos de que disponemos. El antropocentrismo, pues, sigue vigente.