DEMOCRACIA OCCIDENTAL Y ESTADOS MUSULMANES

Democracia occidental y estados musulmaneshttp://DEMOCRACIA O DICTADURA

 

Occidente no acaba de comprender que intentar imponer su sistema democrático de gobierno en los países de mayoría musulmana es tiempo perdido, mientras en esos países no se desarrolle la separación entre poder político y poder religioso. Democracia occidental y Estados muculmanes son incompatibles.

El poder religioso es, por su propia esencia, de carácter jerárquico. En el mundo religioso el poder se distribuye de arriba hacia abajo. El poder viene de Dios (Alá) y, por tanto, es indiscutible. No admite críticas ni revoluciones de abajo hacia arriba. Y, si triunfa una revolución, será para imponer otro régimen teocrático

Por otra parte, la fe religiosa exige un sometimiento incondicional. Y puede llegar a ser tal que hasta la propia vida del creyente se le debe someter. Por eso, no es de extrañar que abunden los atentados suicidas. Convertirse en mártir es el ideal supremo de ciertos creyentes. El martirio es la prueba suprema del carácter incondicional de su fe. Y una religión se hace más fuerte cuando crece el número de sus mártires.

Occidente vivió durante siglos bajo gobiernos monárquicos y teocráticos. Los reyes recibían el poder de Dios. Recordemos la doctrina de los Dos Espadas: la del Papa y la del Rey. Ambas tenían origen divino. Divinizar al jefe siempre fue la manera más eficaz de mantener sumiso al pueblo llano.

Por otra parte, no parece compatible con la esencia de la democracia el pretender imponerla por la fuerza a países que no tienen esa forma de gobierno.

La fe democrática no debería reducirse al sistema interno de un país. Su lógica parece exigir que la democracia no sólo se dé dentro del pueblo, sino también entre pueblos distintos y sus diversos sistemas de gobierno.

Los sistemas de gobierno musulmanes son generalmente de carácter integral. Acumulan toda clase de poder: religioso, político, judicial, económico. El intentar derribarlos y hacerlos democráticos trae resultados como los recientes de Libia, Irak Siria, o Afganistán. Se derribaron unos dictadores por la fuerza y tras ellos llegó el mayor de los caos posibles. El remedio fue mucho peor que la enfermedad.

Este tipo de revoluciones conlleva miles y miles de muertos y desplazados. Su derecho fundamental, el derecho a la vida, es pisoteado en nombre de una revolución supuestamente democrática que de hecho conduce a una nueva dictadura incluso peor que la anterior.

Transformar el mundo musulmán podría durar decenios, si no siglos. Sólo un cambio de creencias básicas lo hará posible. Y ese cambio difícilmente podrá llegar por la vía de la guerra.

Ya lo decía Kant: La revolución violenta sólo conduce a un cambió de agentes, pero no de sistema. Sólo consigue cambiar de lado la tortilla. Quita a unos del poder para poner a otros en el mismo sillón.

El medio verdaderamente eficaz para transformar un sistema de poder es la educación. Es una vía mucho más lenta, pero es la única eficaz a largo plazo. Derribar a un dictador por la fuerza de la revolución es relativamente fácil y suele conllevar muchos muertos. Cambiar creencias es mucho más difícil.

El cambio por la educación necesita maestros en su sentido más originario. Necesita tiempo y paciencia.

Para eliminar a un dictador, basta una bala. Para educar a un niño y llevarlo a una forma democrática de pensar cuando sea adulto, se necesitan años.

A Occidente le constó muchos años cambiar de creencias. Hubo revoluciones violentas, como la francesa. Pero no fueron ellas precisamente las que produjeron el cambio. Fueron pensadores y maestros con sus ideas llevadas a la educación, a los libros, a los diccionarios, a los medios de comunicación, los que verdaderamente consiguieron que aquel Occidente cristiano y medieval consiguiera dar el paso a otra jerarquía de creencias y valores.

La doctrina de la separación de poderes no es fruto de la dimensión violenta de la Revolución Francesa. Fue creación de genios como Montesquieu y otros atrevidos pensadores de la Ilustración.

He podido comprobar cómo profesores de historia de mi universidad de Oviedo resaltaban la dimensión violenta de aquella Revolución Francesa, como un primer momento de la posterior Revolución violenta Marxista. Tal vez tengan razón en ver que existe esa correlación.

Sin embargo, siempre creí que estaban totalmente equivocados en identificar la dimensión violenta de aquella revolución con la transformación profunda de la sociedad occidental en el siglo XVIII y XIX.

No fue aquella revolución por las armas. Fue la otra revolución paralela llevada a cabo por el profundo movimiento de la Ilustración, basado no en los fusiles ni en la guillotina, sino en la fuerza de la razón humana.

La toma de conciencia del poder de esa fuerza y su divulgación mediante la educación fue la gran causa de aquella trasformación que nos ha llevado al sistema democrático basado en los Derechos Humanos y del que ahora disfrutamos.

No es posible compaginar democracia occidental y Estados musulmanes mientras no se dé en éstos esa transformación educativa de base.