FEMINISMO IDEOLÓGICO OCCIDENTAL
Y
FEMINISMO Y MATERNIDAD EN ÁFRICA
El feminismo, que tiene muchos antecedentes y varias ramificaciones, ha cobrado fuerza con la venida de la democracia y, principalmente con los gobiernos socialistas y otros partidos de izquierdas. Que la mujer venía arrastrando un tratamiento social de marginación es algo innegable. Que la Iglesia Católica tiene una gran responsabilidad en esa marginación no es menos innegable.
Esto supuesto, quiero hacer un análisis del actual feminismo, que llamo “occidental” en su versión más radical muy ligada al lesbianismo, aunque no sólo, porque me parece que no es exportable a otras culturas, como de hecho pretende, ni creo que son defendibles muchas de sus pretensiones. Dejo aparte el feminismo que promueve la igualdad de la mujer ante la ley, las instituciones y nuestro engranaje económico. No obstante, sacaré otro escrito sobre el derecho a la desigualdad.
Feminismo radical y poder político
Una de las principales reclamaciones de este movimiento es que la mujer tenga acceso a los puestos de poder político en igualdad con los varones. Quieren imponer el principio del cupo. Por extensión quieren que las empresas apliquen el mismo principio a la nominación de sus cargos de responsabilidad, algo que va contra una de las bases de la empresa misma: la de ser competente para el cargo.
Este principio del cupo ha llevado a altos cargos a mujeres manifiestamente incompetentes, sobre todo en política. Otra cosa es que se las defienda como competentes porque siguen fielmente cierta ideología. Sin embargo, no creo que ideología y competencia para un cargo estén necesariamente reñidas. Por eso, los partidos, principalmente de izquierdas, que hacen estas promociones no salen ganando prestigio precisamente. Por otra parte, su incompetencia la pagamos todos los españoles. Además, ese tipo de normas resultan muy injustas. No premian al que se esforzó por ser competente, sino al poseedor de determinado carnet político y de determinado sexo.
Este feminismo machista es apoyado con frecuencia por varones que se convierten en sus valedores. Con un cierto paternalismo hacia esas feministas, salen a la prensa defendiendo sus tesis, como si ellas necesitaran de ese apoyo, lo cual no va con sus principios de autosuficiencia. Ellos, cargados de generosidad, se sienten también feministas. Cuando hablan en público se cuidan bien de no olvidar el los/las, aunque a lo largo de su discurso se olvidan muchas veces.
El principio de igualdad aplicado a la mujer no conlleva necesariamente el principio de cupo. Al contrario, debería excluirlo. La igualdad en los cargos de responsabilidad, sea política o económica, debería regirse por el principio de competencia para el cargo.
Me parece un deshonor para una mujer el ser promocionada para un cargo por el principio de cupo. Es como decirle: “Ocupas el cargo porque eres mujer, no porque seas competente para el mismo”.
Y hoy, en nuestra sociedad occidental, ya no vale decir que la mujer no tiene acceso a los estudios superiores en igualdad con el varón. Se recurre con cierta facilidad a supuestas estadísticas para decir lo contrario. Sin embargo, basta asomarse a ciertas facultades para comprobar que están prácticamente copadas por mujeres. Son ejemplo de ello la Facultad de Ciencias de la Educación, la Facultad de Psicología o la de Pedagogía o incluso la de Derecho. Además, hay libertad para elegir facultad.
Feminismo radical y familia
En esa línea de combate está el ataque a la llamada familia tradicional: Padre, madre e hijos; importancia de la autoridad de los padres; misión insustituible de los padres en la educación de sus hijos; derechos de los padres a escoger los centros de educación para sus hijos, importancia de la maternidad, etc.
Frente a esa visión de la familia, se fomenta el enfrentamiento de los hijos con sus padres: derechos de los hijos frente a los derechos de los padres: estos pueden ser denunciados por sus hijos, si éstos reciben un bofetón o algún otro castigo por su mala conducta. Los padres no pueden pegar a sus hijos, si se portan mal. Las hijas menores de edad pueden abortar sin el permiso de sus padres. Se dan subvenciones para que los hijos se emancipen de sus padres. Los padres no pueden acceder al expediente académico universitario de sus hijos, si éstos ya son mayores de edad. No importa que suspendan una y otra vez y que los padres tengan que sacrificarse para pagarles los estudios. De esa manera se va minando la autoridad familiar de los padres y fomentando las descomposición de todo el entorno familiar.
En todo ese proyecto de ataque a la familia tradicional entra el feminismo radical con aportaciones muy específicas. Una de ellas es el fomento del odio hacia el varón. Lo llaman “macho” y su conducta “machista”, con un claro sentido negativo. Ser “macho” parece algo aborrecible. Esto fomenta una visión del varón reducida a su aspecto biológico, algo así como se ve al caballo semental. Es el varón visto sólo bajo el aspecto sexual y de su fuerza física. No se ve en él a un ser humano, a pesar de los fallos que tenga en su conducta. Los juicios feministas contra él están cargados de agresividad. Lo convierten en “enemigo” en lugar de compañero.
Seguramente que esa actitud hacia el varón tiene mucho que ver con el hecho de que este tipo de movimiento feminista está dominado principalmente por mujeres lesbianas y mujeres cargadas de resentimiento por alguna razón personal. Se trata en general de un feminismo machista y reivindicativo. A veces dan la impresión de que quieren ocupar el lugar del macho. Éste es para ellas un competidor en la relación con otras mujeres y hasta un ser despreciable. Y, si se les critica por ello, reaccionan con gran agresividad.
Esto contrasta también con su desprecio hacia la maternidad. Para ellas el tener hijos no es una función esencial a la familia. Mas bien es una pesada carga. La función de madre es secundaria. Los niños se pueden criar sin que la madre les tenga que dar el pecho.
Liberar a la mujer es, entre otras cosas, liberarla de sus funciones maternales. Lo importante es que sea independiente por su trabajo y su economía. La crianza de los hijos se reparte a partes iguales con el marido o compañero, o se encomienda a una guardería. El que la madre los dé de mamar en sus primeros meses es secundario. La crianza de los hijos en familia no tiene valor social para las feministas. Esa crianza mejor se va trasmitiendo a personas ajenas o al Estado desde edades cada vez más tempranas.
A estas feministas les vendría muy bien leer en La Perestroika de Gorbachov las consecuencias a largo plazo de ese tipo de educación de los hijos y de esa separación de las madres en el cuidado de los mismos. No obstante, me parece que la visión a largo plazo no es el fuerte de las feministas.
En esa misma línea de ideología feminista está su activismo en pro del aborto. Les importa mucho la vida y la salud de la embarazada. No les importa en absoluto la vida del concebido. No les importa la crueldad con que en muchos casos se deshace en trozos el niño en el vientre de la madre para poder abortar sin problemas para ella. Incluso la ex-ministra socialista Aído llegó a decir que el concebido no es un ser humano. No sé si se trata de ignorancia antropológica o de una absoluta ceguera ideológica, o de ambas cosas a la vez. ¿Qué le parecería a esta señora si las embarazadas decidieran abortar en el caso de que el feto fuerauna niña y no hacerlo si fuera un niño? Sin duda, sería un ejercicio de esa libertad que le quieren dar a la embarazada para abortar. ¿Pero cuál sería en ese caso su ley abortista? ¿Se trataría de una actitud machista? ¿Sería una discriminación hacia la mujer, incluso aunque la que decide abortar o no, según sea el caso, sea una mujer para la que su ley abortista quiere dar total libertad para abortar? Su propia ley abortista se puede volver contra los fines feministas de la misma ley.
Feminismo y lenguaje
El radicalismo feminista tiene uno de sus principales frentes de lucha en acabar con lo que ellas llaman “machismo lingüístico”. Por eso, arremeten contra el uso de los nombres genéricos, que en castellano son preferentemente de género masculino gramaticalmente hablando. Han conseguido que ciertas autoridades políticas y académicas de izquierdas impusieran el empleo de la duplicación de los genéricos, desdoblándolos en dos terminaciones, la masculina y la femenina. Bajo esa norma, todos los documentos públicos deben llevar esa duplicación: profesores/profesoras, alumnos/alumnas, chicos/chicas, niños/niñas, los/las, etc. Así se impuso en la universidad de Oviedo bajo cierto rectorado de izquierdas.
Pero la aplicación de esa norma tropieza con algunas dificultades. ¿Tendríamos que poner en los documentos públicos el binomio estudiantes/ estudiantas, o jefes/jefas, o suspensos/suspensas, o sobresalientes/sobresalientas, o notables/notablas, etc.? Y en política de partidos ¿habría que decir militantes/militantas de cada partido? Los absurdos se multiplican.
Aparte del evidente ridículo de algunas expresiones, un documento escrito todo él con esas duplicidades se vuelve tan pesado, que termina repugnando a cualquier lector.
Por otra parte, si aplicamos esa norma a genéricos no antropológicos, nos encontramos con verdaderos absurdos. Cuando, por ejemplo, hablamos de genéricos de animales, ¿tendríamos que aplicar la misma norma? ¿Habría que decir gatos/gatas, perros/perras, vacas/toros? Y lo mismo sucedería con las plantas entre las que hay macho-hembra. Y cuando los genéricos son femeninos, habría que aplicar la misma duplicación, supongo.
Entre las duplicidades que exige el feminismo está el tener que usar el binomio hombre/mujer, como si el genérico “hombre” tuviera tintes machistas. En este caso la ignorancia juega un mal papel. El genérico “hombre” está etimológicamente bien justificado. “Hombre” viene del latín homo, que traduce el griego anthropos. Antropos no significa “varón”, ni “macho”, sino “ser fecundo”, y se aplica tanto al varón como a la mujer, teniendo en cuenta que ninguno de los dos es fecundo por separado. Ambos, juntos, constituyen ese ser fecundo que en griego se llama anthropos y que se traduce por “hombre”.
Por tanto, cuando nos refiramos al varón y a la mujer en general la mejor palabra que unifica a ambos es “hombre”, sin ningún tinte machista por más que se empeñan las feministas en afirmarlo. Añadir “mujer” al genérico “hombre” es como decir dos veces “mujer”: hombre/mujer/mujer. Un absurdo.
Por otra parte, las pretensiones lingüísticas del feminismo van contra una ley fundamental en todas las lenguas y que ellas mismas se la aplican en su desarrollo espontáneo. Es la ley de la navaja de Ockham: Pluralitas non est multiplicanda sine neccesitaten («La pluralidad no se debe multiplicar sin necesidad»). Las lenguas tienden hacia la economía en la forma de expresar. Lo que se pueda expresar con menos no se expresa con más. Incluso en el uso vulgar de muchas palabras éstas se ven reducidas en sus letras o sílabas. En lugar de decir Grado (nombre de villa) se dice Grao, en lugar de decir “estamos sobrados” se dice “estamos sobraos”, etc., etc. La ley de la simplicidad se cumple inexorablemente.
Por eso, el querer duplicar los genéricos o el artículo (el/la, los /las) contraviene el uso normal del lenguaje y lo hace artificial y muy pesado.
Por otra parte, muchos genéricos que en castellano son masculinos en otras lenguas son femeninos. Nosotros decimos «los gatos» como genérico. Los alemanes dicen «las gatas» como genérico. Los genéricos son un gran recurso de economía del lenguaje, que las feministas quieren derrogar.
Feminismo y violencia
Otro punto que pone de manifiesto el sectarismo feminista es que sólo hablan de la violencia física del varón (del macho, como dicen ellas). Nunca hablan de la violencia por el lenguaje de la mujer o violencia psicológica. En ese tipo de violencia es la mujer la que lleva la voz cantante. Esa violencia por el lenguaje o el chantaje es bien conocida en nuestra sociedad, pero es sistemáticamente silenciada en las denuncias feministas. Como si el varón estuviera obligado a aguantar sin límite las ofensas y el lenguaje violento de la mujer.
Esa violencia puede verse apoyada por la misma filosofía feminista de protección indiscriminada de la conducta de la mujer. Se enfrenta la fuerza de la violencia psicológica de la mujer contra la fuerza física del varón. Esta suele ganar y puede terminar con la integridad física o incluso la vida de la mujer, cuando el enfrentamiento se vuelve tan violento que se pierde la fuerza de la razón.
Cabe preguntar, si esa defensa indiscriminada de la conducta de la mujer no será una de las causas de la llamada “violencia de género”. Parece que ésta, en lugar de disminuir, ha aumentado a pesar de todas las normas y leyes feministas. El varón se ve indefenso ante la conducta agresiva de la mujer. Desamparado ante la ley, termina por tomar la justicia por su cuenta.
A esto hay que añadir, cómo valoran las feministas los pocos casos en los que es la mujer la que mata a su marido o compañero. “Algo habrá hecho”, vienen a decir. Valoran el acto como “justa defensa”.
Con estas reflexiones no quiero en absoluto justificar la conducta violenta del varón. Quiero explicar la otra parte de la violencia de género que el feminismo machista tiende a ocultar.
¿Colonialismo feminista occidental?
También cabe destacar su complejo de superioridad con relación a las mujeres de otras culturas. Llevan dentro el complejo colonialista de Occidente. Por eso, quieren redimir a la mujer musulmana y a la mujer africana, pero sin contar con su opinión ni con sus tradiciones y creencias. Para nuesdtras feministas, son mujeres que viven en el error y en la esclavitud, aunque ellas mismas estén plenamente de acuerdo con su forma de vida. Según las feministas, con la ex-ministra María Teresa de La Vega a la cabeza, creen que esas mujeres “tercermundistas” necesitan ser redimidas. Hay que salvarlas de su inhumana situación. El redentorismo y colonialismo feminista adquiere así su máxima expresión.
El feminismo radical está estrechamente ligado a una ideología izquierdista excluyente. Es una actitud no exenta de fanatismo. Esto le resta mucha objetividad en sus valoraciones. El dualismo “derechas-izquierdas” está en sus mismas entrañas, aunque esté totalmente trasnochado[1].
Su ideología tiende a justificar, si no a fomentar la infidelidad de la mujer, lo cual provoca la reacción violenta del varón. La fidelidad matrimonial o entre compañeros no es precisamente un valor a defender.
Tampoco se les nota demasiado celo en denunciar los muchos casos de denuncias falsas de mujeres contra sus maridos o compañeros. Más bien guardan silencio al respecto.
Contraste con el feminismo africano.
Otra manera de destacar la ceguera del feminismo occidental es compararlo con el feminismo africano. En la revista Mundo Negro de marzo de 2007, Bibian Pérez Ruiz publica un interesante artículo contraponiendo ambas formas de feminismo[2]. Comienza su artículo con unas palabras que destacan esa contraposición:
En términos generales, en África existen reticencias hacia el feminismo (occidental), ya que, con frecuencia se asocia con radicalismo, odio a los hombres, rechazo a las tradiciones africanas, del matrimonio y la maternidad, lesbianismo y deseo de invertir las relaciones de poder entre hombres y mujeres.
Otra crítica que se hace al feminismo occidental es que sólo se centra en cuestiones de género, mientras que en África éstas se encuentran enmarcadas dentro de unos mecanismos de opresión políticos, económicos, culturales y, sociales que no se pueden obviar, como el racismo, el colonialismo, el imperialismo cultural, el capitalismo, los fundamentalismos religiosos y los sistemas dictatoriales o corruptos[3].
Es verdad que en el feminismo africano existen dos corrientes que se podrían denominar como la “conservadora” y la “europeizada”. Ésta última llega como novedad redentora de la mujer africana. Sin embargo, no faltan autoras como Boyce Davies y Adams Graves que defienden que el feminismo africano es mucho más antiguo que el europeo. Añaden también que es el africano el que empieza como movimiento intelectual primero y sólo después como político. En el occidental, por el contrario empieza primero como político y luego como intelectual. Por otra parte, hay que destacar que el africano no ha derivado en actitudes ideológicas radicales, como el occidental.
El artículo citado de Bibian Pérez recoge dos testimonios de feministas africanas muy reveladores para el tema que estoy tratando. Por un lado, el de Chandra Mohanty, que destaca los problemas fundamentales del discurso feminista occidental en los siguientes puntos:
- La asunción de que todas las mujeres constituyen un grupo homogéneo con intereses idénticos sin considerar las diferencias de clase, etnia o localización racial.
- La universalidad de las experiencias de todas estas mujeres.
- Los conceptos binarios subyacentes a este discurso como son las oposiciones hombre/mujer o las de mujer del Tercer Mundo (ignorante, pobre, sin educación, atada por la tradición, doméstica y orientada a la familia) frente a la mujer occidental feminista (educada, moderna, con control de su cuerpo y de su sexualidad).
Por otro lado, el testimonio de Obioma Nnaemeka, que destaca como elementos comunes a los diversos feminismos africanos los siguientes:
Resistencia al feminismo radical.
- Resistencia al rechazo a la maternidad del feminismo occidental ya que, para las feministas africanas, la maternidad no se considera negativa ni se percibe como una cuestión ajena al feminismo.
- El feminismo africano trabaja con la negociación y el compromiso más que con la confrontación, y esto se refleja en el vocabulario que se maneja en ambos casos: colaboración, negociación y compromiso en el primero, y reto, “deconstrucción” o desmantelamiento en el segundo.
- Resistencia al énfasis en la sexualidad del feminismo occidental.
- Discrepancia notable en las prioridades del feminismo occidental y el africano.
- No exclusión de los hombres de los temas de mujeres, sino que, por el contrario, se les invita a participar como compañeros en la resolución de los problemas y el cambio social.
- Resistencia a la universalización de los conceptos y nociones occidentales[4].
El feminismo africano, como se ve en el texto citado, rechazan el feminismo occidental como una “construcción” que se quiere exportar a África y que no parte de la realidad social y cultural de la mujer africana. Ya en 1985, en la conferencia de la ONU celebrada en Nairobi, se creó el Movimiento de Mujeres Africanas. En él se tomaron los modelos feministas euro-americanos como ejemplo a seguir en África. Sin embargo, pronto empezaron a surgir importantes escritoras africanas denunciando los inconvenientes y las importantes contradicciones de esos modelos con relación a las tradiciones culturales, que son tan entrañables a las mujeres de ese continente.
Nuestro feminismo occidental animaba a la mujer africana a renunciar a su papel tradicional dentro de la familia, algo que ella considera irrenunciable. Ella es la principal educadora de los niños y la encargada de trasmitirles sus tradiciones sagradas. Ser madre es parte esencial fundamental de la dignidad de la mujer. Tener hijos es garantizar la continuidad biológica y cultural de la familia, del clan y de la tribu. Y esa garantía está en manos de la mujer.
Nuestro feminismo occidental es bastante ignorante de lo que supone la maternidad y el tener hijos dentro del pensamiento negroafricano. Su antropología, su visión del Más Allá, sus creencias sobre los espíritus de los difuntos y todo el orden sobrenatural, en una palabra, su filosofía y su teología no son compatibles con la ideología feminista de Occidente[5]. No se puede entender el pensamiento feminista originario de África, si no se conoce el meollo de su filosofía y, más en concreto, de su antropología.
Las africanas tienen su propio pensamiento y sus propios movimientos feministas. No necesitan ser redimidas por el feminismo occidental
Nuestro feminismo es de origen urbano. Lo promocionan mujeres que no conocen lo que es la convivencia con la Naturaleza. Por el contrario, la mujer africana es eminentemente agrícola. Su sensibilidad hacia la vida es tal que no entienden la devoción de las feministas de Occidente hacia el aborto y mucho menos su desprecio hacia la vida de los no nacidos. No olvidemos que la ex-ministra Aído llegó a decir que un no nacido no es aún un ser humano.
La importancia de la mujer y de los hijos en la cosmovisión negroafricana no se entiende en toda su profundidad, si no se conoce su visión del Gran Tiempo y la relación que establece entre el Más Acá (Sasa en swahili) y el Más Allá (Zamani en swahili).
Es una creencia fundamental de esa visión la estrecha relación que se da entre esas dos dimensiones del tiempo. Cuando un anciano o una anciana se muere, va a un primer nivel del Zamani. Mientras haya descendientes que le recuerden en el Sasa o en esta vida de acá, él seguirá unido a su familia. Su presencia entre los vivos se considera tan real que, después de muerto se le reserva un asiento en la mesa de la casa durante un tiempo tras la muerte y luego en las fiestas de la familia.
Para un negroafricano bantú es fundamental tener hijos con el fin de asegurar descendientes que le recuerden y recen por él. Cuando ya no quede nadie que le recuerde, pasa al nivel de los espíritus anónimos en el Zamani[6]. Además, el tener hijos es clave para conservar títulos familiares, propiedades y otros muchos derechos. Todo el sistema jurídico bantú depende de la tenencia de hijos. Tener hijos es el fin primordial del matrimonio. Y, si por alguna razón no se pueden tener hijos, se han previsto los matrimonios “ficticios”: Si una mujer es estéril, puede contratar a dos jóvenes para que tengan ciertos hijos. Ella les paga el “precio de la progenie” y los niños pasan a ser sus verdaderos hijos y herederos[7].
Se podría profundizar mucho más en las razones de orden metafísico que tiene la mujer africana para no renunciar de ninguna manera a su función de tener hijos y en la trascendencia que tiene en la mentalidad bantú esa función de la mujer. Hablar de aborto repugna en su visión de la sociedad y del mundo. Querer cambiar esas creencias básicas, aparte de ser una pretensión colonizadora, es ir contra las bases mismas del pensamiento negroafricano. Sería destruir los fundamentos de sus ricas tradiciones.
Consecuentemente, en África no es bien vista la soltería. Carece de sentido en su forma de pensar. El lesbianismo, tan dominante en el feminismo occidental, no encaja en el feminismo africano. El bien más radical que se puede aportar a la tribu o al clan son los hijos. De ahí el gran peso de la maternidad y de la mujer. Y esto no se puede calificar de subdesarrollo ni de tercermundismo. Esos calificativos tienen como fundamento una actitud etnocentrista, la cual está en la base del colonialismo.
Estoy convencido de que la dignificación de la mujer no se obtendrá por los caminos del feminismo radical. Lo que hace falta es dignificar sus funciones maternales tanto jurídica como económicamente. Esa dignificación está aún muy lejos de nuestra cultura occidental. Nuestro sistema económico y más concretamente el empresarial está aún muy lejos de reconocer como una función social de primer orden la maternidad. Ser madre no ha de ser un inconveniente para emplear a una mujer o mantenerla en el trabajo. Debe estar legalmente prohibido marginarla por ese motivo. Es más, se le deben dar facilidades para tener hijos sin perjuicio alguno para su economía familiar.
La maternidad ha de ser reconocida por el sistema económico general. La colaboración económica del Estado en la crianza de los hijos es muy deficiente en nuestras sociedades. Parece que no es una casualidad el que la población de España (y la Europa en general) sea de las más envejecidas del mundo. Su apoyo estatal a la familia es de las menos generosas en el mundo occidental. El sistema económico dominante en Occidente tampoco favorece precisamente el desarrollo normal de la maternidad. Combinar maternidad y trabajo es harto difícil. Por eso, se necesitan medidas compensatorias en defensa de la función maternal de la mujer. Todo el mundo sabe muy bien lo complicado que es tener un hijo y compatibilizar su crianza con el trabajo de los padres y sobre todo de la madre.
Es por ahí por donde hay que llevar el proceso de la dignificación de la mujer y no por el camino feminista radical de despreciar sus funciones maternales insustituibles y mucho menos fomentando el odio y la desconfianza por principio hacia el varón.
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[1] Hoy abunda la burguesía de gente de izquierdas. Abundan los nuevos ricos de izquierdas, sobre todo políticos que han hecho fortuna con la política democrática. Conozco muchos casos de gente adinerada que votan izquierda. Decir derecha-izquierda como sinónimo de riqueza-pobreza o de explotador-explotado o de vago (vividor)-trabajador, no tiene sentido.
[2] Cfr. Bibian Pérez: “Las claves del feminismo africano”, Mundo Negro, nº. 516, marzo 2007, pp. 34-39. Es interesante para este mismo tema el artículo de José Luis Cortés: “El papel preponderante de la Reina madre”, Mundo Negro, nº. 517, abril 2007, pp. 43-45. Y también el de Bibian Pérez: “La maternidad africana a través de su literatura. Madre África”, Mundo Negro, diciembre 2008, pp. 28-33.
[3] Bibian Pérez, a. c., p. 35.
[4] Bibian Pérez, “Las claves del feminismo africano”, ya citado, p. 36. En las páginas siguientes recoge el testimonio de algunas destacadas feministas africanas.
[5] Para una visión resumida del pensamiento negroafricano puede verse la obra de J. Mbiti: Entre Dios y el tiempo. Religiones tradicionales Africanas. Editorial Mundo Negro, Madrid, 1991. Son especialmente interesantes el Capítulo 13: “El matrimonio y la procreación”, y el Capítulo 14: “La muerte y el Más Allá”. Sobre filosofía y visión del mundo en las distintas tradiciones africanas existe una abundante bibliografía, bastante desconocida en Occidente y muy especialmente en las universidades españolas. Aún se sigue pensando que en África no existe un pensamiento filosófico auténtico, porque no tienen publicaciones al estilo occidental.
[6] Una exposición más amplia de la visión del Gran tiempo en el pensamiento negroafricano puede verse en mi libro: Los mitos del Gran Tiempo y el sentido de la vida. Filosofía del tiempo. Edit. BIBLIOTECA NUEVA. Madrid. 2006.
[7] Un resumen de la visión negroafricana del mundo, de la familia, del matrimonio, de los hijos y, por tanto, de la mujer, puede verse en mi artículo: “La visión del mundo y Derechos Humanos en las tradiciones negroafricanas”. Rev. Magister, nº 18, 2002, pp. 61-88.