El hombre, síntesis de tiempo y eternidad

 

                                                              

  

Hombre, síntesis de tiempo y eternidad

¡Quién sabe si acaso lo que llamamos vida no será una muerte

y lo que llamamos muerte, la vida de ultratumba! (Eurípides).

Resumen                 

Después de tocar los conceptos de tiempo atmosférico (físico) y tiempo psicológico, el artículo afronta el problema del tiempo metafísico. Para ello recoge las respuestas de distintas tradiciones y escuelas filosóficas sobre la pregunta ¿qué sucede después de la muerte? La reflexión sobre las distintas respuestas lleva a la conclusión de la implicación de la eternidad en el tiempo y viceversa. Misteriosa síntesis que el autor analiza siguiendo esas tradiciones y escuelas.  El hombre es síntesis de tiempo y eternidad. http://Muerte y Más Allá

Abstract

The man, a synthesis of time and eternity 

After referring to the concepts of physical and psychological time, the article tackles the problem of metaphysical time.  For that purpose it collects the answers from different traditions and philosophical schools about the question related to the death and its consequences . The reflection on the different answers leads to the conclusion that eternity is involved in the time and vice versa. This mysterious synthesis is analysed by the author, following the mentioned traditions and schools.

 

 

María ha muerto

Y buscando el sentido de la vida tropecé con el tiempo. Algo tan familiar que ocupa diariamente las conversaciones de los humanos.

En cierta ocasión, un padre, José, y su hijo, Manolito, se disponen a salir para la estación del tren a buscar a su madre, que llegaba de un largo viaje.

-¿Cómo está el día?, ¿Sabes si va a llover? Tiene que haber mucha humedad, porque me resiento del reuma, pregunta José a su hijo Manolito, mientras se está afeitando

– De momento no llueve, pero, por si acaso, llevamos un paraguas, responde Manolito mientras se peina ante el espejo.

El tiempo del que están hablando es el tiempo atmosférico. No es un tiempo tan externo a nosotros como puede parecer. Forma parte de nuestro ser. De él depende todo lo que nos rodea: agricultura, ríos, praderas, árboles… y nosotros mismos. Además, llena muchas conversaciones de nuestra vida social.

Padre e hijo ya están en camino.  Utilizando el mismo término «tiempo», entran en un nuevo sentido del mismo, Cuando el padre comentó:

  • Manolito, ¿Sabías que hoy cumplo cincuenta años? ¡Madre! ¡Cómo pasa el tiempo, hijo! Cuando era como tú, a los ocho años, el tiempo se me hacía larguísimo, porque tenía prisa en ser mayor. Y, sin embargo, aquel tiempo me parece que fue ayer.
  • Pues lo mismo me pasa a mí, papá. Cuando tenga dieciocho años, ya podré conducir un coche, ¿verdad? Pero todavía me faltan muchos.

Un mismo tramo de tiempo se puede hacer muy largo para uno y muy rápido para otro. Depende de la situación anímica de cada uno. Se trata del tiempo psicológico. Las personas mayores sienten vivamente la rapidez con que pasa el tiempo. No quisieran envejecer tan de prisa. Los niños, por el contrario, tienen la sensación de que el tiempo transcurre demasiado lentamente, porque sus sueños no acaban de cumplirse. Tienen prisa por alcanzarlos.

Pero, tanto el padre como el hijo pueden coincidir en una misma sensación sobre la lentitud y rapidez del tiempo. Ambos esperan a la madre en la estación. El tren no acaba de llegar. Empiezan a pensar si habrá tenido un accidente. Pasan los minutos, pasan varias horas. El tiempo les apremia, se hace eterno. Están inquietos. Los minutos se alargan, parecen horas y las horas no acaban de pasar.

  • ¡Papá! ¿Por qué no llega Mamá?

El padre, tan preocupado como el hijo y queriendo disimular su inquietud, contesta mirando hacia la vía por donde tiene que llegar el tren.

  • Tranquilo, hijo, tranquilo, que ya falta poco.

En este sentido el tiempo es como una cuerda elástica, que se acorta y alarga según la situación psicológica de quien lo siente. Pero, si ambas personas están afectadas por una misma situación psicológica, la sensación del tiempo también es la misma. Padre e hijo esperan ansiosos la llegada de la madre. Una misma espera les presiona y les hace sentir el tiempo como interminablemente largo.

También es frecuente que, ante un mismo tramo de tiempo, dos personas tengan sensaciones totalmente contrarias. Mientras padre e hijo esperan en la estación, en la plaza del pueblo va a tener lugar un acontecimiento de supuesta justicia. Falta una hora para que el reo suba al patíbulo. Él desea que todo acabe cuanto antes. Esa hora se le quiere hace interminable. Su madre espera todavía una última solución. Necesita tiempo. Quiere ver al juez. Se le ha ocurrido un último recurso que puede ser decisivo para la absolución. Hay que conseguir que se retrase la ejecución. Está en juego la vida de su hijo. El tiempo vuela.

En la estación del tren la conversación puede todavía profundizar un poco más y derivar a otro sentido más radical y global de la palabra. Ya no se trata del tiempo atmosférico, que afecta a la salud ni del tiempo psicológico, que se siente internamente según el estado de ánimo de cada uno.

Enterado el padre de que el tren había tenido un accidente y de que había varios muerto, entre ellos María, se entristeció profundamente. El niño se dio cuenta del cambio brusco del rostro de su padre y se apresura a preguntar:

¡Papá! ¡papá! ¿Qué te pasa?

José, ya con lágrimas en los ojos y mirando al niño, como si no quisiera darle la noticia, le dice con la voz entrecortada:

-¡Hijo!, Mamá ha muerto!

Ambos se abrazan. Un profundo dolor baña sus cuerpos. Con lágrimas en los ojos se miran mutuamente. La mirada es toda una pregunta:

  • ¿Y ahora qué?, pregunta Manolito.

Sus vidas han recibido un durísimo golpe. Pasados unos días, el niño, que no borra la imagen de su madre, pregunta:

  • Papa, ¿Dónde está ahora Mamá?

En realidad, se lo preguntan los dos. Dan por supuesto que tiene que seguir viviendo en algún sitio y de alguna manera. La respuesta puede ser tan distinta como religiones tiene la humanidad. Pero seguramente la gran mayoría de ellas se pondrían de acuerdo en esta respuesta:

  • Niño, tu mamá no ha muerto en realidad. Sigue viviendo de otra manera, en otro mundo, en otra dimensión.

La conversación ha entrado en un sentido del «tiempo» mucho más misterioso. Un tiempo en el que se decide el sentido último de la existencia de cada uno. Es el Gran Tiempo Humano, que constituye el tema de tantos mitos en todas las tradiciones de la humanidad. Es el tiempo que une el Más Acá y el Más Allá. Es la duración total que se supone tendrá la existencia de cada uno, sumando la de este mundo y la de ultratumba.

José, que es amigo de la filosofía, perplejo ante las preguntas del niño, le hace esta proposición:

  • Preguntemos a los sabios y veamos qué nos responden.

Va a su biblioteca y echa mano de un libro cuyo título es: Historia General de las Culturas Humanas. En su índice aparecen apartados sobre las distintas tradiciones de la cultura universal y muchos de los grandes sabios que fueron marcando su desarrollo.

  • Empecemos por los griegos, dice José

 

HOMERO Y EL HADES

  • Maestro Homero, ¿Cómo responderías a mi hijo?

Y el gran sabio griego, con largas y canosas barbas, voz ronca y palabra pausada, responde:

  • Tu madre, querido niño, está en el Hades, abajo, en las profundidades de la tierra, en el inframundo, que no es un infierno propiamente dicho. Está semidormida, no siente ni padece. Del Hades no hay retorno. Pero no sufras por ella. Tú disfruta de la vida que te queda. La verdadera felicidad está en este mundo.
  • ¿Y no podemos bajar a verla papá y yo y retornar de nuevo?, pregunta Manolito.
  • Pues no, contesta el gran poeta Homero. Al inframundo, sólo pudieron bajar y retornar de nuevo grandes héroes como Orfeo, Ulises y algunos otros. Para ello tuvieron que superar grandes pruebas.
  • Te doy un ejemplo: el gran músico Orfeo quiso bajar a rescatar a su esposa Eurídice. Lo intentó, pero Hades, el dueño o dios del inframundo, no se lo permitió. Al inframundo se puede entrar, pero no salir dificultades y contar con el enchufe de algunas divinidades. ´.
  • Amigos José y Manolito, la muerte es condición del hombre. Hay que aceptarla. Nada es inmortal, sino los dioses.

 

Orfeo-rescata-del-Hades-a-su-esposa-Euridice El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
Orfeo intenta sacar a su esposa Eurídice del inframundo. (Wikipedia). Tiempo y eternidad en Homero.                              ………………………..

La respuesta no les parece muy alentadora. Tal vez para el gran poeta Homero fuera suficiente.

 

…………

Por eso, José, insatisfecho, decide seguir preguntando. Pasadas unas hojas, Se encuentra con Platón, rodeado de discípulos, que escuchan atentamente sus doctrinas a la vez que le preguntan y las discuten.

Platon-y-sus-discipulos El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
Platón explica a sus discípulos la relación entre esta vida y el Más Allá, entre el tiempo y la eternidad.                                                           ………………………………

El gran maestro inclinando su majestuosa cabeza hacia el niño, le responde

  • Tú madre, ha retornado al lugar de donde todos estábamos antes de venir a este mundo, el hiperuranio a donde volveremos todos tras la muerte. La muerte no es una desgracia, no ha de causarnos pena. Es una liberación de todas las pequeñeces, limitaciones y sufrimientos de esta vida. Tu mamá está feliz y no se descarta que vuelva algún día a existir en este mundo sensible.

En cualquier caso, ella vive para siempre. Donde ella está ahora es la verdadera vida, la vida eterna de la que ésta es sólo una sombra. Esta vida es sólo un momento transitorio de aquella. El tiempo en el que nosotros vivimos es sólo una imitación de la eternidad en la que ella ahora está. Todos venimos de esa eternidad y todos volveremos a ella. La verdadera muerte es nacer en este mundo y morir es nacer para la vida superior y que no tiene fin. Tu mamá está mucho mejor que nosotros. Allí es plenamente feliz. Ella es la que vive verdaderamente y no nosotros.

No obstante, el paso a la eternidad puede no ser directo. Si el alma en este mundo cometió delitos y no los reparó debidamente, tras un tiempo en un Más Allá provisional, tendrá que volver a encarnarse como castigo. Volverá a estar en este mundo.

Papá, ¿a que mamá era muy buena? contesta rápidamente el niño.

-Sí, hijo, sí. Y tan buena que era. Pero según este gran filósofo, eso quiere decir que todavía puede volver a este mundo, para que se purifique de sus faltas. Y ese retorno es un castigo.

-¡Ah!, exclama el niño. Entonces no quiero que vuelva. Que nos espere en ese cielo, que ya iremos para con ella.

– Qué bien entendiste a Platón hijo mío. No obstante, la cosa aún no me queda clara. Sigamos buscando.

 

ARISTÓTELES

Entre los discípulos de Platón, que le acosan a preguntas, hay uno que pregunta más que los otros y que no parece tan convencido de las ideas de su maestro. Se llama Aristóteles, el escogido por su talento como consejero particular del Gran Alejandro emperador.

 

Aristoteles.3 El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
La persona como tal no es eterna. Sólo el alma universal que nos habita es inmortal.  (Imagen en Wikipedia)                                ………………………….
  • Veamos qué nos dice, este gran maestro. Tal vez nos dé nuevas luces, comenta el padre.

Aristóteles, uno de los filósofos y científicos más transcendentales de la cultura occidental, contesta con suavidad y voz afectuosa, como si fuera un cualquiera de la calle:

Tu querida madre, niño, ni goza ni sufre. La inteligencia con que pensaba y os hablaba es la misma con la que nosotros pensamos. Esa inteligencia no muere, es común a todos los humanos, es eterna. Cuando nacemos nos habita. Cuando morimos, se retira. Tu mamá ya no volverá a existir. Pero no te preocupes. Dios y la Naturaleza saben muy bien lo que hacen, y lo que hacen es siempre lo mejor. Ten confianza. Ellos nunca se equivocan. No hacen nada inútilmente”[1].

Pero José, aunque es amante de la sabiduría o filósofo, no duda en replicar al gran maestro:

Tal vez, Aristóteles, tengas razón, pero tu respuesta no me atrae demasiado. Nos cuesta pensar que un ser que nos ha sido tan querido, a mi hijo y a mí, un ser tan concreto y personal para nosotros dos, un ser tan único en nuestras vidas, desaparezca en el anonimato.

Esa inteligencia que tú dices ya no es ella, ya no es mamá para mi hijo ni esposa para mí. Y si la Naturaleza no se equivoca y lo hace todo bien, ¿por qué puso en nosotros ese deseo tan fuerte de que María siga existiendo de alguna manera, de que siga siendo ella en persona y no sólo una inteligencia anónima; de que siga siendo para nosotros lo que fue en vida: un centro de cariño y afecto sin límites. Si ese deseo tan fuerte en nosotros no se cumple, entonces la Naturaleza falla y se contradice.

Tu respuesta armoniosa es un consuelo más intelectual que afectivo. Realmente te admiro, pero siento que tu respuesta no me basta. No obstante, veo en tu doctrina que algo de mí mismo quedará para la eternidad, aunque sólo sea esa razón universal que hace de mi un ser humano racional, distinto a las demás formas de vida en esta Tierra.  Algo de mi viene de la eternidad y retorna a ella.

Y tú, hijo, ¿qué opinas? Pregunta el padre mirándole a la cara.

-Mejor seguir buscando, papá. Si a ti,  que eres de filosofía no te convence del todo, yo, que, prácticamente, acabo de nacer, qué voy a decir.

Y pasando página, se encuentra con otro grupo de sabios que enseñan la doctrina de un fenicio llamado Zenón. Sus nombres son Cleantes, Crisipo, Séneca, Marco Aurelio (emperador romano), Epicteto (esclavo liberto romano) y otros muchos más. Su doctrina es el llamado estoicismo. Aunque no se ponen de acuerdo en detalles, coinciden en lo fundamental para dar una respuesta al niño y su padre i así amortiguar su dolor y llenarle de buenas razones con el fin de que sigan viviendo su propia vida.

 

 

SÉNECA

Veamos qué nos dice el español Séneca, habla José.

Seneca El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
El alma viene de la eternidad y a ella vuelve. En esta vida temporal no debemos temer a la muerte, sino incluso amarla.                           ……………………………….

-Y Séneca toma la palabra:

Amigos José y Manolito: El hombre ju ima 290 que dice: “Hasta el que piensa que el alma sólo existe mientras está encadenada al cuerpo y que, al destruirse éste, se desvanece ella, hasta ése se afana por ser útil de muerto”.

El alma de María ha vuelto al lugar de donde vino. Si supo despegarse de los placeres mundanos y aceptar como un favor de Dios incluso los sufrimientos que la vida le trajo en suerte, es seguro que ha retornado al Cielo. Nuestra alma es libre. Puede escoger el camino erróneo de la fama, la riqueza, el bienestar material sin límite, etc. o puede escoger el camino de la renuncia a los placeres de este mundo y de rechazo a la falsa felicidad que ofrece.

Nuestra alma tendrá motivos para felicitarse cuando, salida de estas tinieblas entre las que se revuelve en este mundo, pueda no ya ver tan sólo con débil vista la luz, sino admitir en sí misma la plenitud del día y, devuelta a su cielo, ocupar nuevamente el sitio que allá, por derecho de nacimiento, le corresponde. ¡A lo más alto le llama su origen!

-Pedís demasiado y, sobre todo, para un niño, que ha perdido a su madre. Le replica el padre. Eso de amar a la muerte y menos la propia madre, No tiene cabida en la cabaza de mi manolito.

El niño asiente, mirando al padre, y añade:

  • Papá, yo no entiendo nada. Me parece que el maestro Séneca, aunque sea muy bueno, tiene una forma de pensar un poco triste. Eso de que hay que amar la muerte y aceptar como un don de Dios los sufrimientos no lo comparto, dice Manolito desconfiando de lo que oyó.

Padre e hijo se quedan con la duda de si María ha cumplido con todas esas exigencias que pide Séneca. Así que deciden seguir buscando.

-Hijo, pasemos página a ver sin tenemos más suerte, añade José.

 

SAN AGUSTÍN

En la página siguiente aparece la figura majestuosa de un señor, con un atuendo de Obispo, con su tiara y su báculo, símbolos de su poder religioso: Es San Agustín de Hipona. El San, abreviatura de santo, quiere decir que los cristianos le toman como un modelo de vida, de lo que ha de ser un cristiano consecuente con su propia fe religiosa.

 

San-Agustin El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
Para S. Agustín, vida y muerte se entrecruzan: la vida eterna ya se inicia aquí en la parte terrena de su Ciudad de Dios. El hombre es síntesis de tiempo y eternidad.                                              …………………………..
  • Veamos lo que dice este buen hombre con sus atuendos tan majestuosos, comenta el Padre.
  1. Agustín, antes de responder, hace esta pregunta:
  • ¿Tu madre era cristiana?

A lo que el niño se apresura a responder.

  • Sí, sí. Mamá se bautizó y me estaba enseñando a mí, para bautizarme también. Me decía que un tal Jesús de Nazareth murió para salvarnos del pecado y de la muerte. Pero ella murió y ahora no sé dónde está, se apresuró Manolito a contestar.
  • Querido niño, responde Agustín con voz cariñosa y firme, tu Madre no ha muerto en realidad. Tu Madre vive y algún día la volverás a ver y abrazar. Vive para siempre en un Paraíso donde todo es paz y felicidad. Tú no la ves, pero ella te ve a tí. Tú no la oyes, pero, si le hablas, ella te escucha. Los que siguen a Jesús de Nazareth no mueren para siempre. Ya en este mundo empiezan a vivir una vida eterna, que culmina después de morir.
  • ¿Y por qué tenemos que morir? pregunta el niño.

Todos venimos de Dios, contesta Agustín. Él ha creado todas las cosas y las ha creado bien. Pero dio al hombre la libertad de hacer el bien y el mal, de obedecer sus mandamientos o no. Nuestros primeros padres Adam y Eva le desobedecieron y cometieron así el primer pecado de la humanidad. Antes éramos inmortales, pero por causa de ese pecado Dios nos quitó a todos el privilegio de la inmortalidad. Por eso todos los humanos tienen que morir.

No obstante, contamos con la redención que nos trajo Jesús de Nazarez. El murió por nosotros en una cruz. Así nos dio la posibilidad de liberarnos de nuestros pecados, de todas sus malas consecuencias y poder ir al Cielo tras la muerte.

  • Y, si Jesús de Nazareth era tan bueno, ¿por qué murió?, insiste el niño.
  • Jesús no murió porque hubiera cometido pecado alguno contra Dios. No podía cometerlo, porque él era Hijo de Dios Padre, idéntico a Él. Él mismo era Dios. Se hizo hombre sin dejar de ser Dios, para traernos un mensaje de salvación.

Además, nos aseguró que resucitaremos como El resucitó. Por tanto, tu mamá volverá a tener ese cuerpo que ahora perdió y tú, cuando hayas muerto y resucitado, podrás vivir junto a ella para siempre, sin el temor de que ya nada os pueda separar.

El padre, que no era cristiano, escuchaba con mucha atención las palabras de S. Agustín. Intentaba comprender por qué María era cristiana y el niño también quería serlo. Alguna fuerza misteriosa tiene que tener esa doctrina, pensaba, para captar con tanta fuerza la mente y el corazón de los seres que más quiero.

  • Papá, papá, déjame, que quiero hacerle otra pregunta. Señor Agustín, ¿y ahora que hacemos para poder ir un día con mamá al Cielo?

Agustín, extendiendo su mano sobre la cabeza de Manolito le responde así:

  • Mira, hijo, continúa el estudio del mensaje de Jesús como ya habías comenzado con tu madre. Pide que te bauticen y vive tu vida conforme a la al mensaje de Jesús. No busques la riqueza ni la fama ni los placeres de este mundo. Busca hacer el bien a los demás. Sigue los consejos de tu padre y convéncele para que también él siga el camino cristiano. No olvides que esta vida es breve. Aprovecha tu tiempo, tu oportunidad, que sólo tienes una, para entrar, ya en esta misma vida, en la Ciudad de Dios o comunidad de los cristianos, que es el verdadero y único camino de la eternidad.

El padre se queda pensativo. Observa atento toda la conversación y se queda maravillado de la firmeza y seguridad con que habla Agustín a su hijo.

  • ¿Será verdad todo los que dice Agustín? Se pregunta.

Pero él no es cristiano. Agustín le dejó cargado de dudas y preguntas, pero las planteará en otra ocasión, y pasa página de nuevo.

El niño, viendo al padre dudar, le recuerda un soneto que le enseño su madre y le dice a su padre.

Escucha papá. Mamá me enseño una poesía que igual te gusta y ayuda a comprender y a no tener tanto miedo a morir. Dice así:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Hijo, lo que dice este soneto me parece de una generosidad y una fe tales que ya quisiera tenerlas yo, observa José.

 

BANTÚES

No obstante, decide seguir buscando en algunas culturas no occidentales. Pasando página, se encuentra con un anciano de piel arrugada y oscura, barba blanca y pelo alborotado, sentado sobre una austera tayuela y con un palo en la mano. La mirada de sus ojos transmite sosiego y sabiduría. Hay que tener en cuenta que las tradiciones africanas se transmiten oralmente. Las madres y los ancianos son sus trasmisores. Por eso se dice: “cuando un anciano se muere, toda una biblioteca se pierde”.

 

Anciano-africano El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
No pongamos prisa al tiempo. Por sí mismo nos lleva a la otra vida. Tiempo y eternidad coexisten. Por eso, el hombre es síntesis de tiempo y eternidad.  Anciano negroafricano.    ……………………………….

 

El anciano, sorprendido por la visitade dos personas de color blanco, los mira fijamente y se dice a sí mismo: ¡Qué raro que dos personas blancas aparezcan por aquí! ¿Ola! ¿Qué desean?

El padre se apresura a responder: Mi hijo y yo buscamos María, que se ha muerto, y no sabemos dónde puede estar ahora. Ella es mi esposa y madre de este crio.

El anciano se queda pensativo, como si estuviera repasando la biblioteca de su memoria. Refiriéndose al padre le dice con voz cavernosa:

-Tu esposa no está muerta. Ella vive. Sólo ha muerto su cuerpo. Su espíritu sigue junto a ti esperando que tú le ofrezcas los ritos, sacrificios y oraciones que la tradición tiene establecidos. No quiere que te olvides de ella. Quiere que tú y tu niño la recordéis en vuestras vidas y que la recordéis por su nombre. Mientras vosotros y vuestros descendientes la recordéis, ella gozará de una inmortalidad personal en el Más Allá, que nosotros llamamos Zamani.

Cuando ya no quede nadie que la recuerde, pasará a engrosar el infinito número de los espíritus anónimos, pero, para entonces, tú ya estarás con ella. Los muertos viven junto al Gran Dios, pero nunca dejan de estar presentes en las vidas de los que están en este mundo. Pueden hacer bien y también causar daño. En realidad, no viven en un Más Allá distante. Viven más bien al otro lado, en el Zamani, una dimensión paralela a la existencia en este mundo, que llamamos Sasa[2].

Vivos y muertos compartimos la eternidad y el tiempo. Ellos desde esa dimensión eterna influyen en nuestras vidas. Nunca se alejan del todo. Nosotros, con nuestras oraciones y sacrificios, con nuestra conducta en esta dimensión temporal, influimos en su vida eterna, contribuyendo a su felicidad y consiguiendo que nos sean propicios o provocando que nos sean adversos, si no cumplimos con nuestras obligaciones para con ellos. No son indiferentes a nuestra vida en este Sasa.

No hay resurrección ni hay retorno del Zamani, pero puedes estar seguro de que, si tú no abandonas en el olvido a tu mujer, ella permanecerá junto a ti, te ayudará en tus necesidades, te protegerá de los peligros, te defenderá de tus enemigos. Y en el Zamani espera a recibirte dulcemente cuando tú mueras.

  • No deja de ser confortante tu respuesta, responde el padre.

Por otra parte, me da un poco de miedo eso de que los espíritus de los muertos están pendientes de nuestras vidas y de que, además de ayudarnos, también nos pueden hacer daño. ¿Cómo podemos saber si les agradamos o no? ¿Cómo podemos saber cuándo les provocamos o les irritamos? Si pueden estar presentes en cualquier cosa, en cualquier planta que yo necesito cortar, en cualquier animal que yo necesito matar para dar de comer a mi hijo, les podría molestar y se podrían volver contra mí, eso me causa una sensación de radical inseguridad que invade todo mi ser.

  • Para eso están los amuletos, los ritos, las oraciones, dice Mbiti.

Ellos te pueden alejar de los peligros. Además, cuentas con los maestros del mundo de los espíritus. Ahí tienes a los hechiceros, a los adivinos, a los sacerdotes. Ellos te dirán lo que has de hacer. Pero ten cuidado con los brujos; estos nunca te traerán algo bueno, y un brujo puede ser la persona que menos pienses.

  • Me confirmas una vez más, replica el padre, que el peligro acecha por todas partes. Me da la sensación de que todas las cosas están vivas, habitadas por fuerzas cuya ambigua actividad puede ser provocada por mi conducta, incluso sin yo quererlo. Sin embargo, admiro que durante milenios tantos millones de negroafricanos hayan dado pleno sentido a sus vidas con estas creencias y, apoyados en ellas, hayan desarrollado todo un racimo de culturas dignas de admiración.

 

EL GURÚ HINDÚ

En ese momento interviene el niño:

-Pasa página, papá, que esto no me convence del todo.

  • Veamos, veamos, contesta el padre.
Guru-hindu El hombre, síntesis de tiempo y eternidad
Gurú hindú, maestro del hinduismo. El alma viaja entre el tiempo y la eternidad: de la eternidad viene, en el tiempo vive y a la eternidad vuelve, pero el tiempo no pertenece  a su esencia. Más bien es un castigo.  ……………………….

 

Y ante sus ojos aparece la figura hierática de un hombre, barba enjuta y canosa, frente despejada y pelo largo también  blanco, descalzo. Su mirada apunta al infinito.  Está sentado, con los pies entrecruzados y las manos tendidas sobre ellos. Parece un hombre seguro de sí mismo. Es un gurú, es decir, un maestro de la tradición hindú.

El padre y su hijo, antes de trasladarle la pregunta que traen entre manos, le contemplan durante un rato en silencio. Una rica conversación sin palabras hace de prólogo a su fortuito encuentro.

El gurú, sin pestañear, averiguando la grave pregunta en sus rostros, ilumina el suyo propio con una leve y brillante sonrisa. Transmite esperanza. Por fin se decide a hablar dirigiéndose más bien al niño:

  • Tu mamá, querido niño, está más viva que tu mismo. Sólo ha muerto su cuerpo. Su espíritu espera una nueva reencarnación que podría ser en esa hormiga que ahora ves trabajando afanosa, en ese precioso pájaro de colores que, cantando sobre ese árbol, parece celebrar nuestro encuentro, en ese pez que se mueve por el río o en una niña que ahora mismo está naciendo.

– ¿Y no puedo verla? Pregunta el niño lleno de curiosidad.

  • Por supuesto que la puedes ver, responde el gurú. Pero tienes que cambiar de forma de mirar. El mundo está lleno de vida. Los que mueren vuelven a tomar otro cuerpo. Tú mismo ya has existido muchas veces antes. Posiblemente ya hayas existido como planta, como animal, incluso como niña, con otra mamá y otro papá.

Ante estas palabras las preguntas se amontonan en la cabeza del niño:

  • ¿Y por qué nos encarnamos tantas veces? ¿Qué es, que no puedo matar una hormiga, no puedo cortar un árbol, no puedo comerme un pez, …? ¿Soy el mismo que fui en esas otras existencias? ¿Puedo saber en qué me voy a reencarnar cuando muera? ¿Por qué no me acuerdo de lo que fui antes? ¿No es aburrido reencarnase una y otra vez sin fin? ¿Y mi madre ya no volverá a ser mi madre?
  • Demasiadas preguntas para responder en un simple encuentro, responde el gurú. La respuesta exige un largo período de educación. Pero te diré algunas ideas más fundamentales. Las reencarnaciones sucesivas (samsara) son un reflejo del tiempo circular y cíclico al que están sujetas todas las cosas. Tener que reencarnarse es tener una nueva oportunidad de purificarse, de liberarse de todas las ataduras (karma) que nos ligan a este mundo temporal, y de las secuelas de todas nuestras malas acciones y errores.

Para nosotros la gran preocupación no es tener que morir. Es tener que volver a nacer. Morir es la gran oportunidad de liberarnos definitivamente del tiempo y entrar en la eternidad, donde ya sólo hay felicidad sin retorno.  Paro no te entristezcas. Podría suceder que tu mamá ya no tanga que volver a reencarnarse y haya alcanzado el paraíso final del que no se retorna.     

Cada uno de nosotros, si al final de nuestra vida sumamos nuestras obras buenas por un lado y las malas por otro, y las buenas pesan más que las malas, la siguiente encarnación va a ser en una criatura de más alto grado que en la vida anterior. Y si la suma o karma es totalmente positiva, ya no tendrá que volver a reencarnarse. Ascenderá para siempre al Cielo o Sukhavati (“Tierra Pura” o “Mundo de la felicidad Suprema”).

  • Y, para llegar a ese paraíso, ¿qué tengo que hacer? pregunta Manolito
  • Hay diferentes caminos. Lo más fundamental es que frecuentes el contacto con la divinidad que has elegido, que fijes en ella tu pensamiento, que veneres su imagen, que repitas su nombre y escuches sus enseñanzas. Debes conocer la vanidad de este mundo y seguir las lecciones de un maestro. Y no olvides: «si el hombre hace el bien, sin perder un solo día, levanta una piedra que obstruye el camino de los renacimientos».
  • El niño se vuelve hacia su padre y exclama: ¡Papá, esto no parece nada fácil! Eso de las reencarnaciones me parece algo muy raro. Si es verdad, yo no quiero que mamá se reencarne. Prefiero que nos espere en ese Más Allá.

Después de tan variadas respuestas, el padre, que es amigo de la filosofía, recopilándolas en su mente, no puede menos de preguntarse a sí mismo:

¿Qué es este tiempo en el que vivimos? ¿Qué es la eternidad de la que dicen que venimos y a la que tantos creen que volvemos? ¿Mi María dónde estará? ¿Qué le digo a mi hijo? ¿No habrá otra forma de explicar qué nos pasa cuando nos morimos?

En ese momento, viendo muy pensativo a su papá, le pregunta: Papá, ¿no quedan más páginas en ese tocho de libro?

ANÓNIMO

-¡Espera! Puede que sí. Contesta José

Y pasando hoja se encuentra con un extraño nombre, que dice ANÓNIMO.

–  Y tú, que eres de filosofía, ya me dirás quién es ese tal ANÓNIMO, pregunta Manolito.

José, un tanto extrañado por ese nombre que oculta otro nombre, contesta: En verdad, no sé quién puede ser.

Pero, llevado por la curiosidad, se decide a preguntar: ¿Y tú, señor Anónimo, sabes dónde puede estar nuestra querida María? ¿Qué nos dices?

-Para que lo podáis entender, es imprescindible que tengáis en cuenta algunos conocimientos, que todos los pensadores que consultasteis anteriormente non tenían a su alcance.

Tenéis que cambiar su idea de la muerte, de la resurrección y del Más Allá.

Veamos. En primer lugar, hay que cambiar el concepto de lo que es nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo no termina en nuestra piel, como se suele creer. Es un sistema abierto a toda la materia que nos rodea y de la que vivimos. La incorporamos a nuestro cuerpo mediante el alimento: la comida y la bebida, +le respiración, la presión atmosférica, la humedad del aire, los rayos solares, las radiaciones que recibimos del todo el cosmos, etc.

Nuestro cuerpo tiene dos dimensiones: una particular y personal, que termina en su piel. Otra compartida con las demás personas y seres vivos. Que se puede llamar nuestro “cuerpo cósmico”. Compartimos el oxígeno que respiramos, el agua que bebeos, la carne que comemos, etc. Y es que, con el tiempo, es mismo oxígeno, esa misma agua, esa misma carne… podrá llegar a formar parte de otra persona. Yo como carne de cordero. Con el tiempo mis células y mi cuerpo la expulsará como excremento, sudor, escamas,… Eso pasará a las plantas. Éstas serán comidas por otro cordero, Y otra persona se lo comerá.

Es un círculo en el que la materia va pasando de unos seres vivos a otros. Cada uno de nosotros sólo la posee provisionalmente. Viene a nuestro cuerpo personal y se va. En nuestro cuerpo sólo permanece unos pocos años. La materia que pasa por nosotros va tomando distintas formas: en unas aparece como, en otras como joven, en otras como adulto y, por fin, en otras como anciano.. En ese ir y venir, el cambio de forma no se hace instantáneamente, sino mediante un proceso continuo.

José, que está muy atento a lo que dice Anónimo, le interrumpe preguntando:

Según lo que tú dices, la idea de la resurrección no tiene sentido. ¿Con qué materia concreta  de toda la que pasó por nuestro cuerpo y con qué forma podríamos resucitar? 

  • La dificultad es muy real, dice Anónimo. Es una de otras muchas que se pueden plantear. Los teólogos católicos salen al paso deciendo que Dios nos proveerá de un cuerpo glorioso, de alguna manera idéntico al nuestro. Pero las dificultades resisten y sólo tienen la salida de una acción milagrosa de Dios para resolver el problema. Pero, si recurrimos a milagros, entonces no hay problema que se resista.

Evidentemente, dice José. Pero si podemos explicar el caso de una manera menos milagrosa y un poco más racional, creo que sería mucho más aceptable. ¿Podrías hacerlo?

.Lo intentaré, responde Anónimo.

-José: Pues venga. Vamos. Mi hijo y yo estamos ansiosos por oír tu respuesta. 

 -Anónimo: Plenamente de acuerdo con tu objeciones, José. Además, cada vez que se le pide a Dios un milagro, es pedirle que actúe en contra de sus propias leyes naturales.   Vamos, como si su Creación tuviera algún fallo que hay que corregir con un milagro.

 -Sigue, Anónimo, sigue con tu teoría. Quiero saber hasta dónde nos llevas, insiste José.

-Anónimo: Por otra parte, tenéis que tener en cuenta que la relación materia-espíritu no es tan superficial como se la suele presentar cuando se habla de la relación cuerpo-alma.

Podemos decir que nuestro espíritu (alma) es la culminación de la creación de la vida en la Tierra. N0 puede existir sin la materia (cuerpo)  ni la materia de nuestro cuerpo puede existir sin él. Juntos nacen, juntos realizan la existencia en esta dimensión del Universo en que vivimos, y juntos seguirán existiendo tras la muerte.

José: Aclárate en que sentido estás entendiendo el concepto de “cuerpo” tras la muerte.

Anónimo: No me refiero a nuestro cuerpo individual, sino a nuestro cuerpo cósmico, el que compartimos con todos los humanos y demás seres vivos.

Manolito: Papá, dile que te aclare un poco más qué pasa cuando morimos.

José: Anónimo, ya los has oído. Tienes que explicarte un poco mejor.

-Pues verás, contesta Anónimo. Al morir nuestro espíritu no se separa de la materia. Sólo rompe los límites de nuestro cuerpo individual. Sigue unido a todo el mundo material, que, en parte, ya había formado parte de su cuerpo terrenal. Es como si saliera de una jaula para volar libremente por todo el Universo.

Por otra parte, Dios ha creado a todo el Universo material porque lo ama. Y, si los ama, también nosotros debemos amarlo. Y, si los amamos como Él, ¿por qué nos habremos de separar de todo el mundo material para siempre yendo a un supuesto Cielo sin materia?

-Manolito: ¿Entonces podemos decir que mamá está junto a nosotros y nos acompaña todos los días? Porque, según lo que dices, puede estar en cualquier parte.

-Anónimo responde cariñosamente, poniéndole la mano sobre la cabeza del niño:

Amigo Manolito: No lo dudes. Por eso debes vivir tu vida como si realmente la tuvieras contigo en esta dimensión terrenal. Podemos decir que simplemente está al otro lado de la mampara. Y tú, José, seguirás con tu esposa, que te espera ansiosa. No olvides que el tiempo vuela. Aprovechad el que os queda.

José, cogiendo a manolito de la mano, le dice: Querido hijo, nos vamos, y a vivir que son dos días.

Manolito, cogido de su padre, empieza a saltar cantando el “trialará, lará, la lá”.

 

 

UNA REFLEXIÓN

Hemos visto cómo las distintas religiones y filosofías interpretan la duración de la vida humana de muy diversas maneras. En la mayoría de ellas esa duración del hombre se alarga en la eternidad. Para muchas de ellas, la duración temporal del alma es sólo un momento de su duración eterna. De la eternidad venimos y a la eternidad volvemos. Pasamos por el tiempo y vivimos en la eternidad.

Mientras duramos en el tiempo, sin embargo, nuestra conciencia permanece. Nuestra existencia terrenal está llena de acontecimientos que pasan. Pero ese correr de los acontecimientos y del tiempo no lo podríamos percibir, si nuestra conciencia de ellos no fuese algo permanente. El Yo es el mismo a los ocho años que a los ochenta. De hecho, recordamos nuestro Yo de los ocho años como un pasado del mismo Yo que ahora lo recuerda. ¿Qué es eso que mantiene el mismo a lo largo de nuestra vida?

Es el mismo Yo que aspira a seguir siendo él mismo tras la muerte. Nuestro cuerpo renueva sus células constantemente. Es un morir y nacer constante. Unas vienen y otras se van. Sin embargo, está esa conciencia personal, que, aunque se vaya enriqueciendo de conocimientos y experiencias de todo tipo, sigue siendo la misma desde que nacemos hasta que morimos.

Nuestro cuerpo muere a lo largo de toda su existencia. Este es un aspecto que recogen muy bien algunas lenguas. Los alemanes no suelen preguntar “cuántos años tienes”, sino “cuánto viejo eres” (Wie alt sind Sie). El inglés pregunta de la misma manera: ¿How old are you? Para esta forma de ver, la edad de la vejez no es sólo la etapa final de la vida, sino un proceso que comienza desde que nacemos.

Recuerdo cuando era niño, cuando era un adolescente, cuando ya fui adulto,… Y ahora, que ya soy un octogenario, puedo hacer un recorrido global de toda mi existencia pasada. Siento que a través de todo ese tiempo que pasó siempre fui yo. Mi yo siempre fue el mismo, ese yo que resuena en mis oídos al oír pronunciar mi nombre.

Por tanto, percibimos el tiempo desde lo que permanece, desde lo que trasciende el tiempo, desde nuestra conciencia en cuanto ella misma lo resiste. Esa misma conciencia ve la muerte como algo que no le atañe. Desea trascender la muerte en una existencia más allá del tiempo. Aspira a la eternidad

Ese resistir al paso del tiempo, ese estar siempre en el presente, se aproxima mucho a lo eterno. La eternidad es un presente eterno, que no pasa. ¿No será, entonces, que somos realmente eternidad? Realmente somos síntesis de tiempo y eternidad.

No sólo tenemos la experiencia de que nuestra conciencia permanece a través de toda la existencia terrenal que vivimos, sino que dos grandes cuestiones la apremian a través de toda la historia de la humanidad: ¿De dónde? (Woher) venimos? ¿Hacia dónde (Wohin) vamos?

Son dos preguntas de eternidad que el hombre se ha esforzado en responder con infinidad de mitos. A la primera, con los mitos de los orígenes[3]. A la segunda, con los llamados mitos escatológicos[4] y otras muchas formas de interpretar el Más Allá. En ellos se repite la idea de que de la eternidad venimos y a la eternidad volvemos.

A esos mitos hay que añadir la variedad de filosofías y teologías de las distintas culturas.

Los mitos del Gran Tiempo, los que interpretan el tiempo total de Universo y el tiempo total de la humanidad, representan grandes esfuerzos del hombre por comprender la relación última entre la eternidad y el tiempo. En todos ellos, ya sea el mito del Gran Tiempo Lineal (tradiciones judía, cristiana y musulmana), ya sea el mito del Gran Tiempo Cíclico (tradiciones griegas, orientales y muchas otras) o el mito del Gran Tiempo Simultáneo (tradiciones negroafricanas) siempre aparece la eternidad abarcando la duración temporal.

El deseo de eternidad, de sobrevivir a la muerte, parece una constante en la historia de la humanidad. No sólo aparece como un deseo de eternidad, sino como un eterno deseo de la humanidad.

Para terminar, una pregunta: El hecho de que el tiempo nos resulte tan misterioso, tan difícil de comprender y explicar, ¿no significará que realmente somos de alguna menara eternidad ya en esta vida? Es otra forma de decir que creemos en la inmortalidad de nuestra conciencia.

La muerte de María fue un acontecimiento profundamente aleccionador, tanto para el padre como para el niño. Fue una ocasión para reflexionar sobre el sentido de la vida y de la muerte, pregunta que la humanidad lleva planteando desde que existe.

 

Oviedo, 10 de febrero de 2025

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[1] Aristóteles De coelo, I. 270b, 4-16.

[2] Cfr. John Mbiti: Entre Dios y el tiempo, 1991, p.31.

[3] Cfr. M. Elíade: Mito y realidad. 1973.

[4] Cfr. J. Avelino de La Pienda: Paraísos y utopías. Una clave antropológica. Edic. Paraíso. 1997. (Agotado).

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