LIBERTAD Y FE CRISTIANA
SIN DOGMAS SON COMPATIBLES
LIBERTAD Y FE CRISTIANA
SIN DOGMAS SON COMPATIBLES
En el fondo del dogmatismo cristiano está el principio de que
«fuera de la Iglesia no hay salvación» (Extra Ecclesiam nulla salus.)
Frente a este principio propongo el principio de que
«fuera de la Iglesia hay mucha salvación» (Extra Ecclesiam, multa salus).
A lo largo de la historia del cristianismo los teólogos fueron desarrollando toda una serie de categorías y conceptos para estructurar los contenidos de la fe cristiana. Desde el origen se fueron formando distintas comunidades cristianas, que desarrollaron su fe en distintos contextos culturales. Algunas de ellas plasmaron esa fe en los llamados evangelios. Su contenido es muy sencillo. Recogen hechos de la vida de Jesús y sus mensajes, pero pasados ya por el tamiz cultural de cada comunidad. No obstante, hay coincidencia en el contenido fundamental.
Durante más de tras siglos, los cristianos vivieron prácticamente sin dogmas. Pero ya se fraguaron corrientes importantes que no tenían la misma visión de Jesús de Nazarez. Durante esos tres primeros siglos surgieron distintos movimientos en torno a la creencia de que Jesús de Nazarez es verdadero Dios. Otros negaban esa divinidad y a la vez se proclamaban verdaderos cristianos. Esa negación implicaba necesariamente la negación de la Trinidad Divina, que posteriormente será declarada un dogma fundamental.
Principalmente a partir de la segunda mitad del siglo III y, sobre todo, a partir del reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano por parte del emperador Constantino (siglo IV) se avivaron las discusiones teológicas.
Las formulaciones de aquella fe sencilla reflejada en los Evangelios empezaron a complicarse.
Las divisiones entre los teólogos de entonces obligaron a la jerarquía de la Iglesia a tomar postura y empezaron a formularse los dogmas y a lanzarse los anatemas. Los dogmas se presentan como verdades expresadas de manera concreta y que deben ser admitidas tal como están formuladas. Quienes no las admitan se convierten en herejes (heterodoxos opuestos a los ortodoxos de la Iglesia) y se les aplica el Anatema sit, «Sea anatema».
Así empiezan las divisiones entre los cristianos, aunque ya las había desde los primeros inicios (piénsese en los ebionitas, cristianos judíos adopcionistas). Su principal causa son los dogmas formulados por los teólogos de las distintas corrientes. De ahí se puede concluir que la teología, como suprema expresión conceptual de la fe cristiana, fue una de las principales causas de las divisiones entre los cristianos y, a la vez, de unión dentro de cada corriente.
El gran problema desde el inicio de esta religión fue la creencia en la divinidad de Jesús. Dios se hace hombre sin dejar de ser Dios. De esa manera, hay que decir que en Jesús confluyen dos naturalezas: la divina y la humana, pero una sola persona. Así quedó establecido el primer y fundamental dogma de los cristianos católicos. Y ahí empiezan las primeras discrepancias más importantes. Empiezan a surgir las herejías y divisiones dentro de esta comunidad religiosa.
La misma corriente que defendió la divinidad de Jesús defendió también la divinidad del Espíritu Santo y la proclamó también como persona distinta del Padre y del Hijo. Así queda establecido el dogma fundamental de la Santísima Trinidad: tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y un solo Dios verdadero.
A partir de entonces todos los ritos y oraciones de la Iglesia oficial se hacen en el nombra de las tres personas divinas.
El Credo de la mayoría de los cristianos recoge los artículos de fe referidos a esos dogmas. Ellos constituyen el núcleo distintivo de esa comunidad de creyentes.
Aquí quiero ofrecer una reflexión sin cortapisas a estos dogmas. Son dogmas que desafían a la razón humana y a todas las demás religiones. Decir que Dios se convierte (se encarna) en una de sus criaturas, Jesús, contradice la naturaleza del mismo Dios. La misma teología dice que Dios es absolutamente trascendente a todas sus criaturas. Decir que toma un cuerpo humano es como decir que el carpintero se encarna en la imagen de madera que acaba de moldear. Decir que en Dios hay tres personas, pero que es un solo Dios o decir que tres son uno. No hay mente humana que lo entienda.
Decir que en Jesús hay dos naturalezas, paro una sola persona es una afirmación demasiado irracional como para ser comprendida. Si Jesús no es una persona humana, entonces, tampoco es un ser humano de verdad. Le falta lo más esencial de ser hombre: el ser persona. Como ya recojo en algunos escritos, si Jesús no es persona humana y el sujeto de los llamados Derechos Humanos es la persona humana, entonces Jesús carece de derechos humanos. O habría que decir que sus derechos humanos son derechos de Dios mismo o del Verbo encarnado. En este caso, Dios tendría derechos humanos, lo cual es un verdadero absurdo.
Por otra parte, quiero destacar que ni la encarnación de la Divinidad en un ser material ni la concepción trinitaria del Dios Supremo son originarios del Cristianismo, como muchas veces se ha dado a entender. La visión trinitaria de la Divinidad se da en otras religiones más antiguas que el cristianismo. Ya existía en la tradición indoeuropea y en la religión egipcia. La encarnación de la Divinidad en alguna de sus criaturas es una creencia fundamental en el hinduismo y en otras muchas religiones.
El Papa Benedicto XVI, en su conferencia en la Universidad de Ratisbona, defendió la superioridad racional del cristianismo frente al islam. Sin embargo, el islam rechaza estos dos dogmas tan irracionales y admite y venera a Jesús como un gran profeta.
Benedicto XVI, que es presentado por sus fans como un gran teólogo, ha dado muestra clara de su conservadurismo teológico en su declaración Dominus Jesus. Es toda una apología de la fe católica. Para él, ella es la única que recoge de manera completa la verdadera salvación traída por Jesús en cuanto es verdadero Dios y hombre. La Iglesia Católica es la única depositaria de la Verdad Absoluta y de la verdadera salvación de toda la humanidad. Su visión de Dios como una trinidad es la única verdaderamente auténtica.
Ante tanta arrogancia teológica pregunto si no se trata de una profunda soberbia religiosa. Este tipo de teología ha encasillado el mensaje de Jesús en una serie de conceptos muy ligados a la tradición cultural occidental. Veamos sólo uno de ellos que es verdaderamente clave: el concepto de persona.
Se entiende como “persona” el ser humano en cuanto es un ser que goza de libertad y que cada uno es único e irrepetible. Pedro es un ser libre y, como persona, es absolutamente único. Libertad y unicidad individual le son esenciales. Esa libertad tiene dos dimensiones: una interior, que se llama libertad de conciencia; otra exterior, que se puede llamar libertad social.
La libertad social está sujeta a las leyes de convivencia establecidas en cada sociedad. La libertad de conciencia, que me parece el principal de todos los derechos humanos recogidos en la Carta de 1948 y otros documentos complementarios, es el constitutivo principal del concepto de “persona”. Los demás derechos están siempre limitados por la legislación social vigente. Incluso se pueden suprimir.
Sin embargo, la libertad de conciencia, que está en el interior de cada uno, es inaccesible a los controles externos. Se pueden prohibir todas sus manifestaciones externas, pero la persona, en su interior, puede resistir toda clase de presiones, hasta llegar a la propia muerte. Existieron millones de mártires por no ceder en su libertad interior y sus creencias más íntimas.
Pues bien, este concepto de persona, tan importante para los dogmas principales de la Iglesia Católica y para todas las democracias occidentales, es ajeno e incomprensible en otras religiones y culturas.
En las tradiciones bantúes africanas (culturas y religiones) no se entiende al ser humano ante todo como “un ser individual y con plena libertad de conciencia”. El ser humano, ante todo, no es un “individuo”, sino un “miembro” de un cuerpo social que le sobrepasa. Es miembro o parte de una familia, de un clan o de una tribu.
Su conciencia está forjada por las tradiciones y creencias de su tribu. Si le dices que tiene libertad de conciencia; es decir, que puede libremente abandonar las tradiciones y creencias de su tribu, se escandalizará. Esa libertad de conciencia no le interesa.
Además, cambiar de la religión de su tribu a la de otra tribu tropezaría con dos grandes barreras: En la primera sería expulsado de su tribu con toda una carga de acusaciones y desprecios; como un verdadero traidor, digno incluso de ser condenado a muerte.
La segunda barrera la tendría en la tribu a la que quisiera unirse. Sería recibido como un extraño, incluso como un brujo, cuya vida correría peligro. Fuera de su familia y de su tribu con todas sus creencias su vida se quedaría sin sentido.
Esto mismo se puede aplicar a creyentes de otras muchas religiones. Según la Declaración Dominus Jesús de Benedicto XVI, a esos pueblos, en primer lugar, hay que occidentalizarlos para poder luego inculcarles la teología católica con todos sus dogmas. Hay que cambiar su filosofía por la filosofía griega cristianizada. En realidad, es lo que se está haciendo en los seminarios católicos con la formación de los seminaristas africanos.
Por otra parte, la libertad de conciencia se puede considerar en dos dimensiones. En una de ellas, la libertad se entiende frente a las presiones que le puedan venir del exterior. Este es el sentido que se le da en la Carta de Derechos Humanos de 1948.
En otro sentido, esa libertad tiene el significado que el gran I. Kant expresó en la frase sapere aude!, “atrévete a pensar”. Se trata de una libertad de conciencia difícil de alcanzar frente a las presiones que proceden del interior de la propia conciencia. La conciencia de cada uno va acumulando creencias y hábitos de pensar, que la experiencia diaria y la educación le van inculcando desde la más tierna edad. Ellos le van marcando el camino para desarrollar su existencia en la sociedad.
Sin embargo, entre las creencias y hábitos inculcados hay muchos que constriñen su libertad interior y le someten a una cierta esclavitud espiritual. Tomar conciencia de ellos entra dentro del viejo imperativo griego: conócete a ti mismo. Yo lo completaría así: Si quieres ser verdaderamente libre, esfuérzate por conocerte a ti mismo.
Se trata de la libertad que Platón expresó en su mito de la caverna: se trata de escapar de las ataduras de la propia ignorancia. Se trata de la libertad que F. Bacon buscó con la liberación de los ídolos que él analiza. Se trata de la libertad que Descartes buscó con la aplicación de su duda metódica, hasta alcanzar una certeza de la que no pudo desembarazarse: La certeza de su propia existencia expresada en su frase cogito ergo sum, “pienso, luego existo”. Es la libertad que Richard Bach desarrolla en su parábola del maestro, que se deja llevar por la corriente del río en busca de una forma de vivir sin ataduras preconcebidas.
Pero son pocos, demasiado pocos, los que se atreven a luchar por alcanzar esa libertad interior. No es fácil. No sólo requiere valor, sino también mucho esfuerzo para analizar y sopesar sin miedo esas ataduras a las que nos ha ligado la educación recibida con la intención de hacernos dóciles seguidores de las normas establecidas.
Hay que atreverse a someter a reflexión todo el bagaje de saber previo que se nos ha inculcado. Y esto es especialmente difícil de llevar a cabo cuando se trata de nuestras creencias religiosas y de ciertas creencias culturales de enorme trascendencia en nuestra vida cotidiana como es la visión sobre el Gran Tiempo, que desarrollo en mi libro Los mitos del Gran Tiempo.
Los dogmas del Pecado Original, la Inmaculada Concepción o la infalibilidad del Papa no pertenecen al mensaje original de Jesús y sólo sirven para complicarlo a nivel mental a pesar de lo sencillo que es.
El mito del Pecado Original sobre el que se escribió tanta teología se queda en un mero esfuerzo por explicar la Creación del Universo, el origen divino del ser humano y el problema del mal en la historia de la humanidad.
De la creencia del Pecado Original como un caso histórico o real depende la teología del sacramento del Bautismo y la teología del dogma de la Inmaculada Concepción de María, madre de Jesús, y también la teología de la Encarnación de Dios en Jesús.
El carácter histórico del Pecado Original hoy es insostenible. Esta irrealidad del mismo deja con pies de barro esos dogmas que dependen de él.
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Al desmontar todos estos dogmas cristianos no pretendo dejar sin nada la fe del cristiano de a pie. Muchos se preguntarán: ¿Y entonces con qué me quedo?
Yo le digo:
– La esclavitud espiritual existe y es la más difícil de superar.
-Te queda la esencia del mensaje de Jesús recogido en la descripción del Juicio Final que se hace en el evangelio de San Mateo: amarás a los demás como a ti mismo y todo lo demás no es imprescindible.
-Te evitarás muchos miedos y angustias provocados por la irracionalidad de esos dogmas.
-Y es que las religiones no sólo producen consolación, sino también infelicidad.
-Te queda una libertad más profunda para decidir sobre tus relaciones con Dios, sobre tu propia existencia y sobre cómo dirigir tus relaciones con las demás.
-Necesitarás valor para seguir este camino.
-Tendrás más libertad, pero también una mayor carga de responsabilidad sobre tu propia vida
-Al final, te sentirás aliviado y mucho más feliz.
Libertad de conciencia y fe cristiana sin dogmas son compatibles.Cristianismo anónimo, un cristianismo universal