PRINCIPIO DE RELATIVIDAD CULTURAL
Para un credo intercultural
contra dogmatismo, relativismo y etnocentrismo
Hay distintas maneras de formular el principio de relatividad cultural contra dogmatismo, relativismo y etnocentrismo. En todas ellas se refleja el propósito de desautorizar tanto el dogmatismo, como el reltivismo y el etnocentrismo. Este principio lo he desarrollado en otras publicacioners. Aquí expongo sólo un resumen con la finalidad de darlo a conocer una vez más y de destacar su importancia en el proceso educativo ya desde los primeros años de la juventud.
Teniendo claro este principio, se comprende la falta de fundamento de las actitudes dogmáticas, sean políticas, científicas o religiosas. Por otra parte, quiero recordar una vez más que relatividad cultural y relativismo no sólo no son lo mismo, sino que son totalmente contrarios, y esto, a pesar de que grandes autoridades, como el papa Benedicto XVI y otros muchos, los confunden y defienden así su dogmatismo.
Además, este principio desautoriza también toda clase de etnocentrismo cultural del que tanto padece la cultura occidental.
Veamos algunas formulaciones del principio en cuesstión.
1- Podemos empezar por el siguiente, que ya formuló Protágoras (s. V a. C.):
El hombre es la medida de todas las cosas;
De las que son en cuanto son
Y de las que no son en cuanto no son[1].
Prescindo aquí de las distintas interpretaciones que se dan a este texto griego. Unas toman al “hombre-medida” en sentido individual. Otras lo toman en sentido de especie humana y otras como el hombre-sociedad-cultura. En cualquier caso, en todas ellas subyace el principio de relatividad cultural.
2- Otro viejo principio que apunta en el mismo sentido es el que dice:
Todo cuanto se recibe, se recibe a la manera de quien lo recibe[2].
Se trata de un viejo principio gnoseológico, que subraya el hecho de que todo conocimiento humano tiene una parte importante de subjetividad. El conocimiento absolutamente objetivo no existe. Nadie es infalible en sus conocimientos. Quien pretenda serlo engaña a los demás, aunque se trate del Papa de la Iglesia Católica.
3- Este mismo principio tiene una formulación poética en Campoamor en los términos siguientes:
En este mundo traidor
Nada es verdad ni mentira.
Todo es según el color
del cristal con que se mira.
En esta formulación también se destaca el aspecto subjetivo de nuestro conocimiento, aunque no se niega la parte de objetividad que pueda tener.
4- El principio se completa con el perspectivismo orteguiano, que se puede estructurar en tres niveles:
Nivel ontológico: Cada uno de nosotros es un punto de vista del Universo. Los textos de Ortega recuerdan la doctrina monadológica de Leibniz. Sólo recogeré un par de ellos. El primero, muy conocido y citado, pero poco comprendido, dice:
Yo soy yo y mi circunstancia,
Y, si no la salvo a ella,
No me salvo yo[3].
Los siguientes textos insisten en el carácter ontológico de la perspectiva y del punto de vista que somos:
Cada vida es un punto de vista del Universo[4].
La perspectiva es uno de los componentes de la realidad[5].
Cada individuo es un punto de vista esencial[6].
Este carácter ontológico pone de manifiesto que nuestra manera de ver la realidad no es sólo una actitud adquirida o libremente tomada. Es una forma esencial a nuestro ser más profundo y, por tanto, irrenunciable e insuperable. Somos perspectiva y toda perspectiva es por esencia limitada. Esa limitación ontológica no debe ser olvidada a la hora de valorar el alcance de nuestros conocimientos. Tal vez porque esa finitud afecta a lo más profundo de nuestro ser, el hombre ha acudido con mucha frecuencia a lo que llama revelación divina, buscando en ella el punto de vista absoluto que él no tiene y del que no es capaz. Esa revelación divina la sueles recoger en sus Libros Sagrados: la biblia, la Torá, los Vedas, el Corán, etc.
Nivel gnoseológico: Con este principio se cierra el paso a lo que se puede llamar “punto de vista absoluto”, que se defiende siempre en la actitud etnocentrista. Nadie tiene el punto de vista absoluto de nada. Leibniz pone este ejemplo de esa esencial limitación de todo conocimiento humano:
Como una misma ciudad contemplada desde diferentes lugares parece diferente por completo y se multiplica según las perspectivas, ocurre igualmente que, debido a la multiplicidad infinita de sustancias simples (en nuestro caso, seres humanos), hay como otros tantos diferentes universos, que no son, empero, sino las perspectivas de uno solo, según los diferentes puntos de vista de cada mónada.
Ortega defiende el perspectivismo gnoseológico cuando dice:
El punto de vista individual me parece el único punto de vista
desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad.
Otra cosa es un artificio[7].
Según esta doctrina, cada punto de vista tiene su verdad y sólo hay uno que es siempre falso: aquel precisamente que pretende ser absoluto.
Nivel sociocultural: A este nivel hay que decir que ninguna cultura, ninguna religión, ninguna filosofía, ninguna ciencia, ninguna ideología, es ni puede ser tener un punto de vista absoluto de la realidad. Y no vale decir que tal o cual doctrina es revelada o de origen divino y que, por tanto, es poseedora de una verdad absoluta. Una tal doctrina es un desafío para todas las demás y una fuente de tensiones y de guerras: guerras santas de todo tipo.
A todos estos niveles del perspectivismo se puede aplicar aquel dicho de la sabiduría griega: conócete a ti mismo, con el sentido de reconocer tus propias limitaciones y no quieras ser como los dioses inmortales. Y es que el hombre es homo y su raíz etimológica, relacionada con el humus (tierra húmeda y fecunda), le recuerda que es “hijo de la tierra”.
Está religado a un espacio y a un tiempo junto con todas y cada una de sus creaciones culturales: sus sus mitos y creencias, sus religiones, sus filosofías y sus ciencias, sus ideologías y sus creaciones artísticas. En cultura nada es absoluto. Todo es creación humana y como tal sometido al transcurrir del tiempo. La historia de las culturas es el mejor testimonio de que es así. ¿Quién les iba a decir a los faraones egipcios que toda su cultura, después de subsistir miles de años, se iba a quedar en unos cuantos restos arqueológicos y otros restos que fueron absorbidos por las culturas griega y romana? ¿Quién le iba a decir al emperador romano Adriano que su inmenso imperio se desmoronaría y terminaría por diluirse en múltiples pueblos, lenguas y culturas?
Todo esto nos invita a la humildad cultural: somos hijos de nuestra cultura y nuestra cultura es hija de un tiempo y un espacio.
Esas religaciones son las que constituyen el principio de relatividad cultural, como antídoto del etnocentrismo. Y relatividad no es relativismo, como quieren los dogmáticos. No es destrucción de la verdad. Es simplemente limitación de la posesión de la verdad, que algunas personas, religiones, ideologías y culturas pretenden tener.
El principio de relatividad no supone un desprecio hacia las propias creencias, hacia la propia casa cultural, sino simplemente reconocer sus limitaciones y, a la vez, reconocer su carácter irrenunciable, su propia verdad y valor, que son únicos, aunque no los únicos. Es como el que sale de su casa por primera vez y se va a un país lejano. Al ver su casa desde otras perspectivas, se da cuenta de sus limitaciones y también de qué aspectos no está dispuesto a cambiar. Su casa la lleva en el alma y siempre está dispuesto a retornar a ella por muchas limitaciones que tenga. la morriña o el saudade le acompañan como si fuera un parte irrenunciable de sí mismo.
Esto mismo sucede con la propia cultura recibida desde la niñez. Compararla con otras me da luces para cambiar y mejorar cosas, pero no para renunciar a ella, porque forma parte de mi mismo. La llevoa clavada en mis células y no la puedo arrancar.
Pero hay aspectos que este principio de relatividad cultural a los que sí exige renunciar por principio: renunciar a la creencia de ser el Pueblo Elegido, a la de ser el poseedor de la verdad absoluta o el poseedor en exclusiva del futuro de la humanidad. Exige renunciar a la pretensión de ser infalible, ya sea como individuo, como comunidad, como Iglesia o como Partido. Exige renunciar al etnocentrismo en todas sus formas, al colonialismo en todas sus niveles y aspectos, el redentorismo y al mesianismo de querer salvar a los demás, aunque sea en contra de su voluntad. Hay mucha gente que necesita tener a quien salvar, necesita que haya pobres y necesitados de todo tipo, para sentirse salvador, redentor o mesías.
Ese espíritu de salvador suele esconder un espíritu dictatorial. Si los demás no se dejan salvar, los maldicen y condenan. En el fondo buscan su sometimiento o que los demás se sientan obligados hacia ellos. ¡Dios no libre de esos “salvadores”! que abundan en ciertos partidos políticos y, desde luego, en las religiones de todo tipo. Les encanta meternos en la caverna de su partido político, de su ideología o de su religión.
El principio de relatividad exige ser sí mismo. Es una obligación y un imperativo. El Sapera aude¡ kantiano tiene plena validez. Exige fidelidad a las propias creencias, siempre que no sean excluyentes. La creencia excluyente justifica que también uno mismo pueda ser excluido por los demás por las mismas razones.
Sólo podemos vivir creyendo en múltiples cosas y como si esas creencias fueran totalmente seguras. Es nuestra condición humana y nuestra humildad ontológica, gnoseológica y religiosa. Nos sentimos atados afectivamente a la propia cultura, religión o ideología. Pero es importante tomar conciencia de esa tendencia etnocentrista a la que somos tan propensos. Esa toma de conciencia es una labor ardua y exigente. No se acepta fácilmente. Es mucho más cómodo dormirse en esas creencias etnocentristas y vivir según ellas. Es muy halagador creerse Pueblo Elegido, creerse en posesión de la Verdad, creerse con una cultura superior, creerse situado en una época histórica que supera a todas las anteriores, creerse perteneciente al Primer Mundo, etc, etc.
Conclusión
Sin embargo, el simbolismo de la caverna de la propia cultura tiene su lado contrario, y es que la educación es originariamente enculturación[8]. Es entrar en la caverna de una cultura determinada, que se nos va inculcando desde la más temprana edad. De forma consciente e inconsciente se nos van transmitiendo creencias y pautas de conducta de todo tipo. Ellas nos preparan para poder vivir y desarrollarnos en sociedad de una manera determinada.
Cada cultura nos ofrece la forma de satisfacer nuestras necesidades básicas y muchas otras adquiridas. Nos da una forma de ver el mundo y de dar sentido a nuestra existencia. En ella adquirimos unos criterios morales y de justicia. En ella heredamos la sabiduría de generaciones pasadas y en ella podemos hacer nuestras propias aportaciones. En ella formamos nuestra personalidad.
Esa enculturación, por un lado, es necesaria, inevitable, y conlleva una religación o ataduras en nuestra forma de pensar y de sentir. Por otro lado, se hace necesaria la revisión o análisis de algunas de esas ataduras culturales, sobre todo de aquellas que tienen un sentido excluyente con relación a otras culturas. No se trata de romper con nuestra cultura, sino de sanear esas ataduras etnocentristas, excluyentes y desafiantes, que son fuente de guerras de todo tipo. Se trata de eliminar los elementos de agresividad que se mezclan con las creencias religiosas, ideológicas, éticas, jurídicas y políticas.
En una palabra, la gran enseñanza del mito de la caverna que aquí se quiere destacar es el de la toma de conciencia de nuestras ataduras culturales, toma de conciencia que nos debe llevar a romper con algunas de ellas y a tomar conciencia de la relatividad (religación espacio-temporal y cultural) de las demás. Se trata de tomar conciencia de nuestra humildad cultural y desarmar así nuestra razón, borrando de nuestra forma de sentir aquellos elementos de agresividad y de soberbia que contienen. Se trata, finalmente, de sentar bases sólidas para la convivencia intercultural, que tantos problemas está trayendo actualmente a la humanidad.
Hoy más que nunca se da un encuentro entre culturas a nivel mundial. Se hace indispensable una educación ya desde la niñez, para que ese encuentro no se convierta en un choque violento Hay que fomentar la capacidad de mirar al otro como alguien que es respetable por sí mismo; alguien que tiene otra visión del mundo que puede convivir con la que yo tengo; alguien cuya cultura puede tener elementos que yo puedo incorporar; alguien que me puede ayudar a ver las limitaciones e incongruencias de mis propias convicciones; alguien que me puede dar luz para saber lo que en mi cultura es fundamental y lo que es prescindible o mejorable.
A MODO DE RESUMEN
Veritas, filia temporis
(Adagio griego, citado por Aulio Gelio)
NB: Este adagio es una fina intuición del principio de relatividad cultural, que yo defiendo en mis publicaciones. Es un adagio contrario a toda clase de dogmatismo y a todos los que se creen en posesión de la verdad absoluta. Por eso lo he recogido aquí.
La diosa de la Verdad existe en muchas culturas. Cada una de ellas le dedica sus propias imágenes, siempre de acuerdo con sus gustos estéticos. Cada una la ve bajo un rostro distinto, pero en el fondo siempre la misma. Es utilizada como bandera y como lema en asociaciones, universidades, órdenes religiosas (dominicos), etc.
Esto demuestra que el ser humano, por su propia naturaleza, busca la verdad, la desea y la venera hasta convertirla en una diosa. ¿Pero por qué la busca y desea? La respuesta casi parece evidente. Y es porque la verdad no siempre está a la vista. Suele ocultarse o alguien la oculta.
Los griegos la llamaron á–létheia, significando “lo no-oculto”, “lo evidente”. El filósofo alemán Heidegger traduce la palabra como “des-ocultamiento del ser”. Es decir, en el concepto de “verdad” hay siempre una doble dimensión: lo que se ve y lo que queda oculto.
Quiero destacar aquí que esta relación es negada por toda clase de dogmatismos y fanatismos. Para ellos, la verdad está completamente a la vista. Ellos la poseen totalmente. Nada se les oculta respecto a ella.
Los romanos la llaman Veritas y la representan como hija de Saturno, dios del tiempo. De ahí el adagio citado anteriormente: Veritas, filia temporis. Esta temporalidad de la verdad (relatividad temporal de la verdad) también es taxativamente negada por los dogmáticos y fanáticos[9].
Sobre la verdad se ha escrito mucho y se dan diversas explicaciones sobre su concepto. Sin embargo, se da mucho confusionismo sobre el mismo. Por eso quiero añadir aquí una descripción breve sobre los distintos significados que tiene en nuestra cultura.
1-Verdad ontológica
Es la realidad objetiva de las cosas, independientemente del sujeto humano que las conoce.
Su contrario es la apariencia. “Las apariencias engañan”.
2-Verdad gnoseológica
Es la adecuación entre mi conocimiento de las cosas y lo que las cosas son en sí mismas. Adaequatio rei et intellectus.
Su contrario es el error. Estar equivocado o en el error no es un acto responsable. Nadie quiere estar en el error.
3-Verdad moral
Es la adecuación entre lo que pienso y lo que digo. Adaequetio mentis et verbi.
Su contrario es la mentira. Es un acto responsable, pecado en religión, inmoral en ética y delito en derecho civil.
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[1] Protágoras , Fragmentos y testimonios, 1965, p. 82. Véanse comentarios de José Barrio en pp. 18-20.
[2] Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur.
[3] Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote, en Obras Completas, 1, 1983, p. 322.
[4] Idem: El tema de nuestro tiempo, en Obras completas, 3, p. 200.
[5] Idem: o. c., en o. c., p. 199.
[6] Idem: o. c., en o. c., p. 202.
[7] Idem: “Verdad y perspectiva”, en Obras completas., 2, p. 18.
[8] Prefiero el término “enculturación” al de “enculturización” o al de “culturización” o al de “endoculturación” o endoculturización”.
[9] La palabra latina aparece en la actualidad en muchos lemas universitarios. Veritas es, por ejemplo, el lema de la Universidad de Harvard, la Orden dominica de la Iglesia católica, y el Providence College que está regido por dominicos. Está incluida en el lema Lux et Veritas (Luz y Verdad) de la Universidad de Indiana, de la Universidad de Yale en los Estados Unidos de América y de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado en Venezuela y en el lema de la Universidad Santo Tomás y Universidad del Bío-Bío. Aparece también en el lema Vox Veritas Vita (decir la verdad como una forma de vida) de la Universidad estatal de California. Veritas (Verdad) es, asimismo, el lema de la Bishop Lynch High School, que aparece en el umbral de la puerta principal. También puede encontrarse en el lema utilizado por la Universidad Autónoma de Nuevo León en México, con su adagio «Alere Flammam Veritatis» (Que arda la llama de la verdad). Los Public Affairs Officers de las Fuerzas Canadienses llevan insignias blasonadas con la palabra «Veritas» como parte de su uniforme estándar. La palabra se usa también en la frase In vino veritas («en el vino, la verdad»), que indica que la embriaguez causa una desinhibición en la que se tiende a decir lo que realmente se piensa. A veces el tópico se extiende a la sinceridad o ingenuidad de la deficiencia mental y de la infancia (los borrachos, los tontos y los niños dicen siempre la verdad) (Cfr. Wikipedia).