La salida de Bacon de la caverna medieval
Con esta lección de filosofía sobre la salida de Bacon de la caverna medieval quiero hacer ver , por un lado, la actualidad de la alegoría de Platón y, por otro, cómo las maneras de pensar, que parecen intocables en cierta época, se vuelven insuficientes o erróneas con el tiempo. El principio de la relatividad cultural, que defiendo en otros escritos, se cumple inexorablemente.
Hacia el año 381 a. de C. Platón quiso reflejar en su mito de la caverna la lucha de los filósofos griegos por superar la forma de pensar reflejada en los mitos y creencias religiosas, que dominaban en la educación griega de entonces. Piénsese en las obras de Homero la Ilíada y la Odisea, que se usaban como los libros de texto oficiales de la educación de entonces.
Unos dos mil años después de que Platón escribiera su mito de la caverna, surge la necesidad de superar el pensamiento platónico y aristotélica. Ya no servía para progresar en el conocimiento de la Naturaleza. Era demasiado abstracto y alejado de la experiencia concreta .
Recogiendo esa necesidad de cambio aparece una nueva forma de expresarla en una nueva salida de la caverna. Se trata de lo que aquí llamo La salida de Bacón de la caverna medieval, en el siglo XVI.
(1561-1626)
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Con Platón y Aristóteles culmina un cambio de época, iniciado con los presocráticos. Se trata de un cambio de mentalidad, lo que se puede llamar la Ilustración griega. Se abre paso una nueva forma de ver el mundo, más allá del conocimiento vulgar y mítico-religioso tradicional.
Con Bacon asistimos a un nuevo cambio de mentalidad. Aquella forma de ver el mundo y de pensar que parecían tan sólidamente establecidas sobre la filosofía griega y la fe cristiana, que duró varios siglos y que se creía ya una filosofía perenne, con una validez universal y absoluta. se empieza a debilitar. Sus fundamentos se tambalean, su método empieza a mostrar flaquezas y errores. Su lógica, que parecía tan lógica e irrecusable, ya no convence tanto. Como dice ahora Bacon, vale para “disputar”, pero no para conocer la naturaleza de las cosas, no para construir ciencia o verdadera filosofía.
Bacon, en su obra Novum organum sive indicia vera de interpretatione naturae, establece un nuevo concepto de ciencia, entendido ahora como conocimiento e interpretación de los fenómenos de la naturaleza por sus causas eficientes. El fin de la ciencia no es simplemente interpretarla a partir de premisas universales, como se hacía hasta entonces. Se trata de conocer la naturaleza para adquirir poder sobre ella: conocer es tener poder, dice, porque “la naturaleza sólo puede ser conquistada si se la obedece” . Y para dominarla, hace falta conocer y obedecer sus leyes. Pero esas leyes no se pueden conocer por el viejo método escolástico. Hace falta un nuevo método y empezar todo de nuevo.
La salida de Bacon de la caverna medieval es un nuevo esfuerzo para la forma de hacer filosofía y ciencia, más acorde con la experiencia concreta en torno a la Naturaleza en general. Pero el nuevo método que propone tropieza de antemano con ciertas barreras, que él llama Ídolos.
Establece cuatro tipos de ídolos, que dificultan, si no impiden del todo, el nuevo conocimiento científico, que él quiere poner en marcha. Vamos a recordarlos, porque siguen siendo válidos y aplicables a nuestro tiempo, salvatis salvandis.
En primer lugar, están los “Ídolos de la tribu” (idola tribus). Se trata de errores a los que la mente humana tiende por su propia naturaleza. Es la tendencia a fiarse del conocimiento de los sentidos. Sus engaños y la insuficiencia de su conocimiento ya habían sido denunciados por los filósofos griegos. El conocimiento sensible es necesario como punto de partida para el conocimiento científico, pero es a todas luces insuficiente.
Bacon también pone en este grupo de ídolos lo que posteriormente Kant llamará inclinaciones, “porque lo que a un hombre le gustaría que fuese verdadero, eso mismo tiende a creer”. Hay que incluir, además, entre ellos la tendencia a las abstracciones, tan familiares a la filosofía entonces dominante. Por otra parte, el ser humano tiene una tendencia espontánea hacia el antropomorfismo, atribuyendo a la naturaleza física supuestos fines en su comportamiento de manera similar a como sucede en la conducta humana. En la naturaleza sólo hay que considerar hechos (efectos) y sus correspondientes causas eficientes. Descubrir esas causas es el objetivo propio de la ciencia.
En segundo lugar, denuncia Bacon los “ídolos de la caverna” (idola specus), haciendo clara alusión al mito platónico. Se trata de los prejuicios propios de cada persona, nacidos de su temperamento y de la educación recibida: “Porque cada uno tiene (además de las aberraciones propias de la naturaleza humana en general) una cierta caverna propia, que rompe y falsea la luz de la naturaleza”.
En tercer lugar, están los que Bacon llama “ídolos de la plaza del mercado” (idola fori). Se trata de los errores a los que induce la propia lengua. La lengua, con frecuencia, no describe la realidad tal cual es realmente. Aunque Bacon no toca el tema del condicionamiento del pensamiento por parte de la propia lengua según las tesis de Sapir y Worf, apunta en la misma dirección. Y en la Antropología Cultural se confirma cómo cada lengua conlleva una determinada visión del mundo, que no siempre es traducible a las demás lenguas. Este condicionamiento ha de ser eliminado por el lenguaje científico.
Sin embargo, hay que decir que se trata mas bien de una utopía que de una realidad plenamente alcanzable. Incluso los científicos actuales, sin excluir los matemáticos y los lógicos, están sometidos a ese condicionamiento.
Por último, Bacon describe los “ídolos del teatro” (idola theatri). Se refiere a los viejos sistemas filosóficos. Los considera meras creaciones teatrales porque, para él, son mundos irreales. Distingue tres tipos. En primer lugar, rechaza lo que llama “filosofía sofística” y sitúa en ella nada menos que a Aristóteles, el gran maestro de la filosofía dominante en aquel tiempo. Le devuelve a Aristóteles la acusación de ser un sofista, acusación que éste y Platón habían aplicado en su día a aquella filosofía griega que se apoyaba en falsos, aunque hábiles, argumentos.
En segundo lugar, descalifica a la “filosofía empírica”, desarrollada por los químicos de aquel tiempo, los atomistas y los epicúreos, y basada en observaciones muy insuficientes.
En tercer lugar, pone la “filosofía supersticiosa”, que es aquella que está contaminada por la teología. A ella pertenecen filósofos como los pitagóricos, Platón y los platónicos.
Frente a toda esa falsa filosofía, Bacon defiende la necesidad de volver a la experiencia, aunque ésta por sí sola no es suficiente. Es necesario someterla a un método; a un plan previo que ponga en ella un orden. Se trata, dice, de “avanzar en un proceso inductivo ordenada y metódicamente” .
Quiero destacar cómo la forma de ver el mundo, la de la época medieval, que durante siglos dominó la mente del hombre europeo y que parecía ser absolutamente objetiva y válida para siempre, se relativiza, es decir, se descubren sus religaciones a las circunstancias de un determinado tiempo y lugar, de una determinada época cultural. Se descubre como una creación cultural humana que, como todo lo que el hombre crea, está sujeto al devenir del tiempo. Tiene su validez propia e intransferible, pero siempre limitada.
Bacon se atrevió a pensar fuera de los cánones dominantes en su tiempo y sentó los principios para una nueva forma de hacer filosofía y de desarrollar un nuevo método científico, que dura hasta nuestros días.
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