Pecado y redención
en la Iglesia Católica
Si no hubiera pecado,
no habría redención,
porque no habría encarnación de Dios
en Jesús de Nazarez.
(Cierta teología católica)
INTRODUCCIÓN
PECADO Y REDENCIÓPN EN LA IGLESIA CATÓLICA
Pecado y redención en la Iglesia Católica son conceptos teológicos no imprescindibles en el mensaje de Jesús de Nazarez. El pecado y su perdón se pueden entender como parte de la relación personal entre el creyente y su Dios en la que los conceptos de redención y sacrificio redentor no son necesarios.
Según la teología cristiana dominante, si no hubiera pecado, no habría redención, porque no habría encarnación de Dios en Jesús de Nazarez. Esta teología presenta como inseparables el pecado, la necesidad de una redención y la visión de Jesús como un redentor. Toda su vida y su muerte en la cruz se interpretan como un hecho redentor de toda la humanidad.
La razón suprema de la encarnación de Dios en Jesús es redimir al ser humano de sus pecados. Por eso, algunos llegaron a decir “¡bendito pecado, que nos trajo la encarnación de Dios mismo!”. Si no hubiera pecado, esa encarnación no habría tenido lugar.
Sin embargo, según otra opinión teológica menos conocida (Véase Teilhard de Chardin), Dios se habría encarnado, aunque no existiera el pecado. Y es que la razón última de la encarnación no es la redención del pecado, sino la culminación de la creación. Sería llevar la creación divina a su suprema realización. La redención del pecado sería obra colateral.
En cualquier caso, ambas interpretaciones suponen que Dios verdaderamente se encarnó en Jesús y que Jesús es Dios mismo hecho hombre.
En este ensayo quiero resumir la doctrina cristiana, al menos la católica que yo estudie, y hacer ver sus incongruencias, aparte de otros detalles como la cosificación del pecado, de la Gracia Santificante y de los méritos redentores de Jesús.
Al final haré una breve propuesta de una interpretación algo distinta de todo lo que representa Jesús de Nazarez.
Concepto de pecado
Después de consultar a cristianos de todas las edades, incluso a algún sacerdote, llegué a la conclusión de que el pecado es visto como una especie de mancha en la blancura del alma. Al menos, esa es la imagen más frecuente que se usa en toda clase de escritos y predicaciones. Se trata de una mancha que se borra con el sacramento del Bautismo y el de la Confesión, regenerando la blancura perdida por el pecado.
El uso de este leguaje, aunque figurativo, no deja de transmitir una forma de ver el pecado como si fuera una cosa. Es lo que llamo cosificación del pecado. Algo parecido sucede con la forma de concebir la Gracia Santificante, identificada con esa “blancura” perdida y readquirida.
Hay dos tipos de pecado en la teología católica: el Pecado Original, que no es personal, porque nacemos con él. Sin embargo, es imputable a cada persona. Es como una mancha casi biológica, que heredamos por el simple hecho de nacer de nuestros padres.
Este pecado original se borra mediante el sacramento del Bautismo. En otro escrito ya explico por qué esta creencia ya no tiene sentido, si el hecho de la evolución es verdaderamente real.http://PROBLEMA DEL MAL
El pecado original de cada niño que nace, aunque él no es responsable del mismo, sin embargo, le es imputable de alguna manera, porque con él se le niega el acceso directo al Cielo. Como no tenía sentido el que fueran condenados al Infierno, se creó una especie de guardería celestial: el Limbo de los Justos, al que eran destinadas aquellas personas no bautizadas sin pecados personales y que fueron justos en sus vidas.
Un texto reciente sobre el Limbo dice así:
El Papa Benedicto XVI dijo:
«No siendo la existencia del Limbo una verdad dogmática, sí es una hipótesis teológica, y por tanto, no quita la esperanza de encontrar una solución que permita creer, como verdad definitiva, la salvación de los niños que mueren sin haber sido bautizados», indicándose con ello esencialmente que el destino de las almas de cualquier persona que no haya recibido el sacramento del bautismo, ya sean infantes o adultos que no hubiesen cometido pecado venial, queda sujeto «a la misericordia de Dios» (Sobre el Limbo en Wikipedia).
(Aquí dejo esta pregunta: ¿Cómo es posible que heredemos esa mancha en el caso de que nuestros padres ya estén bautizados y, por tanto, libres de ella?)[1].
La exigencia de la necesidad de recibir el bautismo cristiano para acceder a la salvación no es más que otra forma de decir que «fuera de la Iglesia no hay salvación». Se trata de un verdadero desafío teológico a todo el resto de religiones de la humanidad.
Por otra parte, están los pecados personales, que se cometen por cada persona en el uso de su libertad. Suponen el uso de la propia libertad con clara conciencia de lo que se hace. Cada uno es responsable de sus actos buenos o malos moralmente.
El pecado personal es principalmente un acto contra los demás y un acto contra Dios. También son pecado los actos contra personas y cosas sagradas por ser sagradas. A este tipo de pecados se les llama sacrilegios, porque son violación de algo sagrado. Son especialmente graves, según esta teología. Al menos, hasta no hace mucho tiempo, ante la Iglesia, no era lo mismo agredir a una persona corriente que agredir a un sacerdote.
Además, la Iglesia establece como pecados los actos contra muchas de sus normas, como, por ejemplo, la obligación de oír Misa todos los domingos y fiestas de guardar, aunque actualmente esta obligación ha decaído sensiblemente.
En la Iglesia, todos estos pecados personales se perdonan mediante el sacramento de la Confesión. En este punto, la teología sacramental de la Iglesia cae en una cierta contradicción. Por un lado, sostiene que, cuando una persona comete un pecado y se arrepiente, el pecado ya queda perdonado ante Dios. Por otro, sostiene la necesidad de la confesión particular ante un sacerdote y que éste dé la absolución.
Defiende la necesidad de la confesión diciendo que el arrepentimiento debe ser expresado socialmente, visiblemente, ante la comunidad de creyentes representada por el sacerdote.
Pero esta razón no debiera valer para aquellos pecados que no tienen repercusión pública alguna ni son conocidos por nadie; sólo por el pecador mismo.
Por otra parte, actualmente ya se admite la confesión comunitaria, pero sigue siendo necesaria la absolución comunitaria de un sacerdote.
Conviene recordar aquí que la confesión privada como sacramento para el perdón de los pecados no existió en los primeros siglos del cristianismo. Al principio sólo existía la confesión pública, con una penitencia pública.
Jesús de Nazarez como redentor
La teología del pecado en el cristianismo está ligada a la visión de Jesús como redentor. Jesús, como Dios encarnado, nos redime del pecado. Él es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo con su propio sacrificio. Su crucifixión es interpretada como el gran sacrificio redentor de los pecados de la humanidad.
Nos podría haber redimido de otra manera, pero lo hizo mediante el sacrificio de sí mismo al estilo del Cordero Pascual que profetiza Isaías.[2]
Es una interpretación sacrificial y redentorista de la muerte de Jesús en la cruz. Su muerte en la cruz es vista como el sacrificio de un inocente para el perdón de los pecados de toda la humanidad. Pero no se trata de los méritos del sacrificio de un inocente cualquiera, como sucede en otras religiones. Sus méritos redentores son infinitos, porque Jesús, además de ser hombre, es Dios. Sólo él es capaz de redimir a todos los hombres.
La idea de redención ya se encuentra en el Antiguo Testamento. Isaías hace varias referencias a ella.[3] Esta idea de la redención aparece directamente ligada a la del sacrificio del cordero, símbolo de pureza, inocencia, paz, nueva vida, etc., en la fiesta de la Pascua judía.
El tema central de las dos ideas: redención y sacrificio, es que un inocente, sin pecado alguno, es sacrificado para pagar por el pecado de los demás y así redimirlos o salvarlos de sus pecados.
Isaías lo explica muy bien en el siguiente texto en el que describe al Cordero Redentor:
Creció en su presencia como brote,
Como raíz en el páramo:
No tenía presencia ni belleza
Que atrajera nuestras miradas
Ni aspecto que nos cautivase.
Despreciado y evitado de la gente,
Un hombre hecho a sufrir,
Curtido en el dolor;
Al verlo se tapaban la cara.
Despreciado lo tuvimos por nada;
A él que soportó nuestros sufrimientos
Y cargó con nuestros dolores,
Lo tuvimos por un contagiado,
Herido de Dios y afligido.
Él, en cambio, fue traspasado
Por nuestras rebeliones,
Triturado por nuestros crímenes.
Sobre él descargó
El castigo que nos sana
Y con sus cicatrices nos hemos curado.
Todos erramos como ovejas,
Cada uno por su lado,
Y el Señor cargó sobre él
Todos nuestros crímenes
Maltratado, aguantaba,
No abría la boca;
Como cordero llevado al matadero,
Como oveja muda ante el esquilador,
No abría la boca.
Sin arresto, sin proceso,
Lo quitaron de en medio,
¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
Por los pecados de mi pueblo
Lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados
Y una tumba con los malhechores,
Aunque no había cometido crímenes
Ni hubo engaño en su boca.
El Señor quería triturarlo
Con el sufrimiento:
Si entrega su vida como expiación,
Verá su descendencia,
Prolongará sus años
Y por su medio triunfará
El plan del Señor.
Por los trabajos soportados,
Verá la luz, se saciará de saber:
Mi siervo inocente
Rehabilitará a todos
Porque cargó con sus crímenes.
… Él cargó con el pecado de todos
E intercedió por los pecadores.[4]
En cada misa, el sacerdote, antes de dar la comunión, dice:
“He aquí el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”(Juan 1,29)
Muerto Jesús en la cruz como el cordero redentor, ya tenemos un depósito infinito de méritos ganados por él generosamente; infinitos porque él es, a la vez, hombre y Dios.
Ahora hay que ver las formas de aplicarlos a cada pecador. La Iglesia estableció ciertos sacramentos para ese fin. El primero de todos es el sacramento o rito del Bautismo. Con él se borra el Pecado Original en los niños. Si el que se bautiza es un adulto, se le borra el Pecado Original y también los pecados personales que haya cometido anteriormente.
Se cuenta que el emperador Constantino, ya convertido a la fe cristiana, prefirió no bautizarse hasta el final de su vida, para quedar así limpio de todo pecado y poder acceder directamente al Cielo.
El segundo sacramento para borrar los pecados es el de la Confesión Privada. El pecador arrepentido acude al sacerdote confesor el cual, una vez relatados los pecados de los que se arrepiente, le da la absolución y le impone una penitencia. Así su alma queda limpia de toda culpa.
Tanto el bautismo como la Confesión perdonan los pecados en nombre de los méritos de Jesús[5].
Aunque la culpa de los pecados queda borrada mediante estos sacramentos, queda la pena que hay que satisfacer por ellos ante Dios.
La iglesia ofrece dos medios para satisfacerla. En la gran mayoría de los casos, esa pena hay que satisfacerla después de la muerte en lo que se llama Purgatorio[6]. Allí van las almas de los que no han muerto en pecado mortal, pero que aún tienen penas que pagar. Estarán en él durante un tiempo y luego ya podrán entrar en el Cielo.
Los justos que murieron antes de Jesucristo estuvieron en él hasta que él, una vez resucitado, descendió a los infiernos, para abrirles las puertas del cielo.
Las penas del Purgatorio se pueden acortar ofreciendo misas por ellos. El creyente pide al sacerdote que ofrezca una misa por algún familiar u otro ser querido a la vez que le entrega un estipendio[8].
Hay, además, unas misas especiales, llamadas Misas Gregorianas, que se celebran durante treinta días y por las que hay que pagar un estipendio también especial por su cantidad. Se suelen ofrecer por seres muy queridos.
El valor redentor de todas esa misas por los difuntos está en la aplicación de los méritos redentores de Jesús, que se aplican mediante esas misas.
Quiero destacar cómo se habla de los méritos redentores de Jesús como si fueran cosas con las que se comercia. Es lo que llamo cosismo en la teología cristiana.
Quiero destacar aquí que la idea del sacrificio redentor de de los inocentes está muy extendida en la historia de las religiones y, de manera destacada, en el Viejo Testamento de la Biblia. Un buen ejemplo extrabíblico es el caso del sacrificio de niños y doncellas en la religión maya. Podría citar muchos más ejemplos. Para lo que quiero destacar aquí es suficiente.
La teología cristiana interpreta la crucifixión de Jesús como un sacrificio sangriento redentor, como se hace en otras muchas religiones. En nombre de ese sacrificio de un ser inocente se perdonan los pecados al que se arrepiente, se ruega a Dios que llueva cuando hay grandes sequías, se le ruega ayuda para ganar Guerras Santas, se le pide que cure a los enfermos o que saque del Purgatorio a sus seres queridos, etc., etc. Basta estar atento a las oraciones y ritos de la celebración de la misa o Eucaristía para comprobar todo esto.
Sin embargo, esta idea del sacrificio redentor de Jesús no es más que una aplicación de la idea del Cordero Pascual del profeta Isaías, aplicación hecha por el peso que tuvieron los judíos cristianos en la primera teología cristiana.. Jesús nunca se aplicó a sí mismo esa idea. Sencillamente dejó un mensaje que resume muy bien el evangelista Mateo en su descripción de un imaginario Juicio Final ejercido por Jesús en su supuesta Segunda Venida al fin de los tiempos.
La idea que transmite Mateo no puede ser creación de él mismo. Es demasiado importante para que así sea. Y es que en ese supuesto Juicio Final se deja muy claro el sentido más esencial del mensaje de Jesús. En él no se habla para nada de su sacrificio redentor. Sólo se toma como criterio de salvación o de condenación la conducta para con los demás, especialmente, para con los más débiles y necesitados.
Jesús dejó bien claro que los mandamientos religiosos fundamentales se reducen a dos: Amarás a Dios sobres todas las cosa y al prójimo como a ti mismo. Y S. Pablo aclara la interrelación entre ambos mandamientos cuando pregunta: ¿Cómo puedes decir que amas a Dios a quien no ves, si no amas al prójimo a quien ves?
Dios no necesita de ninguna ofrenda sacrificial para amar a su hijos y a todo su creación. Tampoco es propenso a hacer milagros, aunque se le pidan en nombre de Jesús o de sus méritos redentores.
Entiendo que la visión sacrificial de la vida y muerte de Jesús es un cierto primitivismo religioso, que la teología cristiana debería superar, lo mismo que sucede con su mito del Pecado Original o de la creación directa de Adam y Eva, o del geocentrismo en tiempos pasados, o de la idea del descenso de Jesús a los infiernos tras su muerte, o de la creencia en el Limbo de los justos, o del dogma de la infalibilidad del Papa, etc., etc.
El pecado y las indulgencias
Para entender la teología de las indulgencias hay que tener en cuenta los dos aspectos del pecado antes indicados: el de la culpa y el de la pena que hay que pagar por él.
La culpa puede ser grave (mortal) o leve, y se perdona con el arrepentimiento y el sacramento de la Confesión.
La pena puede ser eterna o temporal. La pana eterna es para aquellos que mueren en pecado mortal. Esos van al Infierno eterno. La pena temporal se paga por los pecados ya perdonados y por los que falta pagar la pena temporal correspondiente. Esta pena se puede pagar en esta vida con buenas obras y compensar por medio de indulgencias. Las que no se pagan en esta vida, deben pagarse mediante una estancia temporal tras la muerte en el antes citado Purgatorio.
Las indulgencias son medios creados por la Iglesia Católica para purgar las penas temporales de los pecados. Ya existen desde, al menos, el siglo III. Otra cosa es el tener que pagar por ellas.
El origen del pago por las indulgencias está ligado al caso de Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Brandeburgo y de Maguncia. Tenía una importante deuda con el Papa. Para poder pagarla, organizó una campaña de venta de indulgencias en sus territorios.
Por su parte, el Papa León X (1513-1521) promulgó una bula en la que se concedían indulgencias a los fieles que contribuyeran económicamente a la construcción de la basílica de San Pedro en Roma[9].
De esta manera la Iglesia recolectó grandes cantidades de dinero, razón que provocó la Reforma de Lutero. Las indulgencias se habían convertido en un verdadero comercio, a pesar de todas las justificaciones espirituales que se daban para llevarlas a cabo.
Solo el Papa, los obispos y los cardenales podían concederlas. Su fundamento teológico es el tesoro de los méritos redentores de Jesucristo, cuya administración corresponde a la Iglesia.
Ella reparte esos méritos a través de las indulgencias, entre otros medios. Los concede en la cantidad que considere oportuna en cada caso.
Hay indulgencias parciales, que borran parte de la pena debida por pecados cometidos.
Hay, también, indulgencias plenarias, que borran la pena total merecida. Tras la concesión de esta indulgencia, el alma queda totalmente limpia y puede acceder directamente al Cielo.
El Código de Derecho Canónico (c. 992) y el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1471), definen la indulgencia plenaria con estas palabras:
“La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos”.
La indulgencia plenaria se concede cuando tienen lugar acontecimientos especiales y suele ir ligada a las peregrinaciones a lugares santos (Santiago de Compostela, Fátima, Santo Sepulcro, etc) Para conseguirla se requiere la confesión particular, la comunión y una oración por las intenciones del papa. Pero, de hecho, han proliferado las ocasiones, los lugares y los motivos para obtener indulgencia plenaria.
El que obtiene indulgencia plenaria y, antes de cometer pecado, obtiene otra, puede transmitirla a otros, principalmente a las almas del Purgatorio que elija.
Como se puede ver, conociendo bien este tema de las indulgencias es, difícil evitar la sensación de un comercio espiritual estrechamente ligado a intereses económicos y de otros tipos.
Análisis de la definición oficial anterior.
Veamos su estructura teológica. Los pecados, en cuanto culpa, ya están perdonados por la confesión particular ante un sacerdote. El pecador ya está en el estado de gracia santificante, limpio de toda culpa.
- A todo pecado corresponde una determinada pena, que hay que satisfacer ante Dios y la Iglesia. Como en el Derecho Civil, los delitos no pueden quedar sin castigo. De ahí la existencia del Código Penal de cada Estado.
- La gran mayoría de los que mueren no van directamente al Cielo. Primero tienen que pasar por el Purgatorio, donde cumplirán las penas que les queden pendientes.
- La Iglesia Católica es la administradora de este tipo de indulgencias. Las concede administrando los méritos de la redención de Jesucristo. Ella decide cuándo y a quién aplicarlas.
- Si el que gana una indulgencia plenaria muere a continuación, va directamente al Cielo. No pasa por el Purgatorio.
- Los que no pertenecen a la Iglesia Católica no pueden disfrutar de estos beneficios tan importantes para la paz espiritual y para la vida eterna. Sobre todos ellos, que son la gran mayoría de la humanidad, Dios dirá.
Toda esta doctrina sobre la indulgencia plenaria se apoya en la interpretación redentorista de la vida de Jesús. Jesús no sólo es un salvador mediante su doctrina, como lo fue Budha. Es, además, un redentor. Jesús también salva con su doctrina, pero no sólo eso. Además, nos redime de nuestros pecados. Es decir, con su muerte en la cruz paga por las penas, que tendríamos que pagar cada uno de nosotros. Ahora bien, esa redención es administrada por la Iglesia. Esta interpretación da un enorme poder espiritual a la Iglesia sobre la vida interior de todos los cristianos, poder que, en mayor o menor medida, es común a todas las religiones.
Lo que no se suele enseñar es que en la tradición teológica cristiana existe otra interpretación de la vida de Jesús muy poco conocida. Según ella, Jesús no vino a redimirnos como primer objetivo, sino a dar plenitud a la Historia de la Salvación. Esta es la interpretación culminativa en la que la idea de redención queda desdibujada o se prescinde de ella.
La visión de Jesús como redentor universal es uno de los escollos más difíciles de admitir por otras religiones. La idea de la redención no tiene sentido en el hinduismo, por ejemplo. Según esta religión, cada uno ha de redimirse a sí mismo a través de sus reencarnaciones. Lo mismo sucede en la teología platónica.
Mi propuesta
La resumo en los apartados siguientes:
A-Sobre el Pecado Original
1.La creencia en el Pecado Original es insostenible. La ciencia de la evolución biológica, también admitida por la Iglesia Católica, lo hace inconcebible o, cuando menos, muy difícil de compaginar con el hecho de la evolución.
2.Si no hay Pecado Original, el dogma de la Inmaculada Concepción de María, madre de Jesús de Nazarez, no tiene sentido. Lo explico en otro ensayo.
3.El sacramento del Bautismo, en cuanto necesario para borrar el pecado Original, tampoco tiene sentido. Su razón de ser quedaría como rito de inserción en la comunidad de los creyentes. Así sucede con los ritos de iniciación de otras muchas religiones.
4.Toda la teología que se deriva de la creencia en el Pecado Original se queda sin fundamento. Hay muchas declaraciones del Magisterio de la Iglesia Católica sobre su fe en las que se proclama la creencia en el Pecado Original, ya desde los primeros símbolos o credos. Es una larga historia, que se recoge en miles de volúmenes de esa teología.
B-Sobre los pecados personales
1.Hay que des-cosificar tanto el concepto de pecado como el de la Gracia Santificante. Tanto el pecado como la Gracia Santificante se deben interpretar, ante todo, como relación personal, como relación de amistad. Ésta se puede perder y traicionar, pero también se puede recuperar mediante el perdón del ofendido. El pecado es, entonces, una ruptura de la relación de amistad con Dios o con la Iglesia por un acto contra los mandamientos o las normas por ellos establecidos.
Jesús no nos salva limpiando unas supuestas manchas del alma, sino señalándonos el camino, para restaurar nuestra amistad con Dios y con los demás mediante nuestra buena conducta: amar a Dios obre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.
El amor a los demás se concreta en amar preferentemente a los pobres, a los marginados, a los enfermos, etc., pero sin excluir absolutamente a nadie, ni siquiera a los propios enemigos.
Quiero destacar que el arrepentimiento personal ya perdona el pecado ante Dios. La confesión de ese arrepentimiento ante la comunidad será necesaria de alguna manera cuando el pecado tenga repercusiones negativas o daños a terceros: un asesinato, un robo, una calumnia, etc. En estos casos, el pecado tiene una gran repercusión social y el arrepentimiento deber tener también esa resonancia en la comunidad.
Por otra parte, quiero hacer ver que la idea de la redención o muerte de inocentes para beneficio de otros se da en otras religiones como entre los mayas, los aztecas y los incas. Aparecen como sacrificios purificadores de los males de la humanidad. Se podrían poner otros muchos ejemplos.
Sacrificios rituales de niños entre los mayas, por Ana María Velasco Plaza
…………………..
La extracción de corazones de niños se ve en escenas -como la de esta vasija del Clásico Tardío- relacionadas con ascensiones al trono o inicios de calendarios rituales de los nuevos reyes lo que indica que el sacrificio de niños se realizaba en circunstancias bien definidas.
La historia del sacrificio de Isaac por su padre Abraham es un tema que marca lo más específico de la fe abrahámica: Yahvé no quiere sacrificios. Quere una relación personal de amistad y confianza mutua entre Él y Abraham, y toda su descendencia.
Los ritos de renovación del mundo se dan en muchas religiones y en muchos de ellos subyace la idea de la redención. Se ofrecen sacrificios con esa finalidad. http://«La Eucaristía no tiene carácter de sacrificio ni de redención. Es sólo un símbolo rememorativo de la Última Cena de Jesús» LA EUCARISTÍA EN LA IGLESIA
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
ΩΩΩΩΩΩΩ
……………………………………………………..
[1] El judaísmo cree en el Pecado Original, pero no en su transmisión o herencia biológica por parte de los hijos de Adam. La teología musulmana tampoco admite ese tipo de herencia. El Corán deja bien claro que “nadie cargará con las culpas de otro” (Sura 17, versículo 15). Por tanto, tampoco admite la idea de redención del cristianismo. Algo muy parecido sucede en el pensamiento hindú: nadie puede redimir a otro de sus malas acciones. Cada uno ha de redimirse a sí mismo mediante las sucesivas reencarnaciones.
[2] Véase Is. 53.
[3] Véase Is. 44,21-23. 48, 17 y 20. 49, 7.
[4 Hay que tener en cuenta que durante los primeros siglos del cristianismo no existió el sacramento de la confesión privada. Sólo existía la Confesión Pública ante toda la comunidad.
[6] La existencia del Purgatorio es un dogma declarado por el Concilio de Trento así: “Existe el Purgatorio y las almas allí retenidas son auxiliadas por los sufragios de los fieles”.