EL DERECHO A LA DESIGUALDAD COMO ANTÍDOTO DEL IGUALITARISMO

EL DERECHO A LA DESIGUALDAD
como antídoto del igualitarismo

¿Por qué una reflexión sobre la desigualdad?

A primera vista, una reflexión sobre la desigualdad entre los seres humanos puede parecer superflua o innecesaria. Y es que la desigualdad entre personas (lo mismo que entre pueblos y culturas) es algo demasiado evidente como para merecer que se le preste una atención expresa. Sin embargo, creo que está justificado que se destaque el derecho a la desigualdad como antídoto al  igualitarismo de las izquierdas más radicales.

Sin embargo, en el lenguaje cotidiano, sobre todo en el de muchos políticos, la palabra “desigualdad” está cargada de sentido negativo enfrentándola a la “igualdad” que defienden y prometen en sus discursos. De hecho, el actual gobierno socialista-comunista de España (gobierno de Pedro Sánchez) tiene un Ministerio de Igualdad, cargado de espíritu feminista. Sin embargo, para nuestro feminismo radical no son iguales las mujeres de confesión feminista que las que no lo son. Buscan la igualdad de derechos y de trato con el varón, pero se pasan al otro extremo dejando al varón en situación muy desigual.

Lo que plantea problemas es el que casi siempre se habla de igualdad sin matizar, sin aclarar “igualdad en qué”. Se suele decir “todos somos iguales” sin especificar.  También se repite mucho el “todos somos iguales ante la ley”. Esto último podría parecer  más claro. Sin embargo, cuando la ideología se mete por el medio, queda muy claro que unos son más iguales que otros.

Frente a este uso demagógico de la “igualdad” quiero resaltar el carácter positivo e inevitable de la “desigualdad”. Igualdad y desigualdad no tienen por qué ser incompatibles. Se aplican a campos humanos diferentes. Pero, cuando la «igualdad» ideologizada extiende su manto, se oscurece la desigualdad real creando una «desigualdad» también ideologizada. Y eso es lo que quiero desenmascarar aquí.

El derecho a la desigualdad es un derecho fundamental en el sistema democrático de la sociedad, aunque no figure de forma expresa en los documentos de los Derechos Humanos. No es necesariamente contrario al tan manipulado y , con frecuencia, ambiguo derecho a la igualdad. Bien entendidos ambos, son  complementarios. Y es que cada ser humano es, a la vez, igual y desigual los demás.

Un buen ejemplo de esta armonía es el poderoso fenómeno cultural de los deportes. El deporte competitivo es un canto a la desigualdad. Sólo ganan los mejores. En el campo del conocimiento las desigualdades son inevitables, por mucho que nos quieran igualar por abajo ciertas leyes recientes de educación.

No conozco escritos que hablen expresamente sobre el derecho a la desigualdad. Tampoco he oído hablar de él a esos políticos que tanto manosean el derecho de igualdad y que incluso crean un ministerio dedicado al fomento y respeto de ese derecho, convirtiéndolo, con frecuencia, en igualitarismoEs el derecho de igualdad ideologizado, porque se toma coma bandera política de una determinada ideología y como expresión de una supuesta superioridad moral.

La reclamación del derecho de igualdad es presentada, con frecuencia, por parte de los vagos y amigos de vivir del erario público. Son muchos los que quisieron esquivar el sacrificio de adquirir una buena formación para desempeñar un buen puesto de trabajo y luego exigen el mismo tratamiento económico y profesional que los que sí se esforzaron cuando tuvieron la oportunidad.

El derecho de igualdad se presenta como bandera del progresismo político, que lo ha llevado recientemente a una ley de educación, la  LOMCE o ley Celá, que ya no busca la igualdad de oportunidades, sino la igualación del que se esfuerza con el que no lo hace: se exige al profesorado que el alumno pase curso, aunque tenga asignaturas pendientes, o que se le conceda el correspondiente título académico, aunque tenga asignaturas que todavía no haya aprobado. La mediocridad se impone. El “¡Atrévete a pensar!” de I. Kant se considera un principio burgués de otros tiempos. Premiar la ley del esfuerzo parece algo antiigualitario. Se suprimieron las reválidas como filtro a favor de los que se esfuerzan. De esa manera, todos van pasando los distintos niveles del proceso educativo. La selección de los alumnos según su rendimiento académico es antiigualitaria.

He participado varios años en los exámenes de selectividad para acceder a la universidad. Pude comprobar que el nivel de exigencia era cada vez más bajo y que muchos alumnos accedían a las clases universitarias con un nivel que se convertía en un verdadero estorbo para el progreso de los que llegaban más preparados. Con el bajo nivel del actual currículum se resiente todo el proceso educativo. Y es que se busca una igualación por abajo con tal de que todos acaben teniendo el mismo título académico. En verdad, es mucho más fácil que intentar igualar por arriba, porque esto exige mucho más esfuerzo por parte de profesores y alumnos.

El derecho a la igualdad se ha convertido en igualitarismo, que es común a las dictaduras comunistas. Actualmente suena mucho en los medios de comunicación el igualitarismo feminista, como una rama del igualitarismo izquierdista, heredero del igualitarismo comunista decimonónico. El feminismo izquierdista español, con el objetivo de igualar a hombres y mujeres en el mundo de los cargos de responsabilidad, tanto en política como en la empresa y en toda clase de instituciones, exige la ridícula ley del cupo, que ofende a las mismas mujeres que quiere promocionar. Su dignidad, por el contrario, exige llegar a todo clase de cargos por méritos propios y no por cupo. La ley del cupo es una humillación para la mujer, que valore su propia dignidad. Esta ley es una forma de poner de relieve la falta de competencia o de capacidad de ciertas mujeres, para ocupar los cargos a los que quieren promocionar.

Evidentemente, no faltan mujeres que desean ascender por la ley del cupo a todo tipo de cargos: en el funcionariado, en las empresas, en los partidos políticos, etc. No obstante, se olvidan de aquellas profesiones en las que acaparan por mayoría aplastante los puestos de trabajo. Son ejemplos de ello los puestos de profesores en la Educación General Básica en todos sus niveles; también toda clase de secretarías o el oficio de enfermeras, asistentes sociales,  etc. Si se aplicara la ley del cupo en esos casos, habría que sustituir por varones a muchos miles de mujeres.

En cualquier caso, el que una mujer ocupe un puesto por la ley del cupo no deja de poner de manifiesto su dudosa capacidad para el cargo y sería un desprestigio para la mujer en general. Es una forma de declararlas inferiores y, por tanto, desiguales. La igualdad en este caso lleva a una desigualdad humillante. Es como decirles a las mujeres que no están preparadas o no son capaces de competir por un puesto de trabajo en igualdad de condiciones con los varones.

El igualitarismo conduce, por otra parte, al desarrollo del hombre masa, tan del gusto de las ideologías radicales de izquierdas, aunque no exclusivamente. Es el hombre que no piensa porque otros piensan por él. Es la ideología del pensamiento único. Todos piensan igual; igual que el que les impone su propio pensamiento.

Creo importante desenmascarar todo igualitarismo por ser antinatural, antidemocrático e injusto. Va contra las raíces mismas del sistema. DEMOCRACIA O DICTADURA Va contra la misma esencia de la concepción del ser humano como persona y de sus libertades fundamentales. Va contra la propia naturaleza humana, que nos hace diferentes, con diferentes capacidades y con una libertad que puede acentuar mucho más esas diferencias, según como la use cada uno.

Nuestra naturaleza nos hace diferentes. Nuestra libertad nos hace diferentes, a unos justos y a otros delincuentes, a unos que eligen el esfuerzo y a otros que eligen la comodidad, la vagancia y la “buena vida”. No es justo igualar a unos y otros. Cada uno tiene el derecho a los frutos de su propio esfuerzo.

El igualitarismo en educación anteriormente aludido, por ejemplo, es, en realidad, un desprecio a los que deciden esforzarse por obtener las mejores notas o simplemente por aprovechar la oportunidad de aprender y adquirir el máximo de conocimiento posible, de corresponder al esfuerzo económico  que hacen sus padres, para que puedan estudiar y al dinero público de sus becas.

El igualitarismo feminista actual ha fomentado una flagrante desigualdad jurídica en contra del varón. Él, por principio, es presunto culpable, aunque su mujer lo denuncie falsamente o lo engañe en su conducta. La desigualdad jurídica de la Ley de Género, que el socialismo y el comunismo quieren imponer, se camufla bajo una ley que quiere ser del más estricto igualitarismo y que, paradójicamente, termina en desigualdad.

La igualdad natural nos hace desiguales en cantidad de aspectos. Si no se respetan las desigualdades naturales o las las alcanzadas por el esfuerzo personal, se cae en una desigualdad, que es injusta. La igualdad (igualación) ideológica conduce a la desigualdad real. En la práctica, hace a unos más iguales que otros.

Por supuesto, esta defensa del derecho a la desigualdad y del respeto a la desigualdad natural no justifica la desigualdad biológica de ningún tipo de racismo de este tipo. El racismo biológico cae en el extremo contrario al del igualitarismo. Se podría calificar  como «antiigualitarismo» tan ideologizado e injustificable como su contrario.

Tampoco justifica lo que podría llamarse racismo religioso, como el que  se fomenta en el extendido mito del el Pueblo Elegido.Mito del Pueblo Elegido Éste se fundamenta en la creencia de que el pueblo al que yo pertenezco es el elegido por Dios para, en último término, dirigir y salvar a toda la humanidad. Es el pueblo que se  considera religiosamenyte superior a todos los demás pueblos.ETNOCENTRISMO Y MITO DEL PUEBLO ELEGIDO

Otra versión de ese mito es la de creer que la propia civilización es la superior a todas y que es el futuro hacia el que han de caminar todas las demás civilizaciones. Se trata de una misma actitud de fondo: yo soy superior a los demás, no como fruto de mi esfuerzo personal, sino por la simple pertenencia a una raza, a una religión o a una determinada civilización.

Igualitarismo y hombre-masa

El derecho a la desigualdad es un don de la naturaleza, que nos hace desiguales y únicos. Y en esa desigualdad natural se fundamenta en parte el mismo concepto de “persona”. Cada persona es única. Ir contra esa unicidad es ir contra el concepto mismo de persona.

Si la igualdad de todos los seres humanos merece toda una serie de derechos para protegerla contra racismos, colonialismo y demás atentados contra ella, no menos meritoria es la desigualdad entre personas, pueblos y sus culturas, desigualdad que también es digna de tener derechos que la protejan contra toda clase de igualitarismo y de intentos de masificación.

El hombre masa es una degradación de la dignidad humana, porque conlleva una renuncia a la capacidad más sobresaliente que posee el hombre: la de pensar por sí mismo. Es el ser humano sin iniciativa, ya sea por comodidad o por falta voluntad y de esfuerzo personal. Cuántas personas, para eludir su responsabilidad o comprometerse en una determinada tarea, se excusan diciendo “a mí que me digan lo que tengo que hacer y que me dejen en paz”. La responsabilidad ante los avatares de la vida, y más si implican riesgos, se la dejan a otros. El igualitarismo alimenta al hombre masa.

El hombre masa es el que renuncia a pensar por sí mismo. El “¡atrévete a pensar!” de I. Kant no le va, porque exige esfuerzo. Es incómodo. Prefiere ser mandado y someterse a otro que dirigirse él mismo.

La tendencia a la masificación y a huir de la propia responsabilidad se manifiesta en el lenguaje ordinario de aquellos que para reforzar su opinión dicen algo así como “yo soy de los que piensan”, “yo soy de los que dicen”, etc. Empiezan colocándose dentro de una masa: la de los que piensan así o dicen esto o lo otro. Como son “de los que piensan así o de la otra manera”, son parte de una masa anónima. “Anónima”, porque no se conocen sus nombres en concreto. Al meterse entre los que “yo soy de los que piensan …” indican claramente que no tienen un pensamiento propio. Son masa anónima.

En la misma línea están los que abusan del “se dice”, “se piensa”, “los autores dicen que …”, para argumentar su opinión, sin aclarar quiénes dicen eso o quiénes piensan así o de qué autores se trata. Es una forma de esconderse en el anonimato, de apoyarse en la masa  y de eludir la propia responsabilidad. Es esta una actitud muy corriente lo cual revela la tendencia de muchos hacia la masificación. Y es que exponer con claridad el pensamiento propio y atreverse a hacerlo tampoco es fácil. Primero, hay que tenerlo y segundo, hay que atreverse a aceptar el riesgo de que otros piensen diferente. Hay miedo a la diferencia. Es más cómodo esconderse en el anonimato.

Derecho a la desigualdad y poder político.
Las dictadurasDEMOCRACIA O DICTADURA

La diversificación del poder político sentó el fundamento del verdadero sistema democrático, aquél en el que los ciudadanos votan libremente a sus representantes políticos. Ese poder se divide entre tres instituciones autónomas: poder legislativo, que establece las leyes de la convivencia social; el poder ejecutivo, que aplica esas leyes; y el poder judicial, que vigila y juzga la aplicación y el cumplimiento de esas leyes. Se trata de una desigualdad en el poder que , si no se cumple, la verdadera democracia desaparece.

Las dictaduras, que se autodefinen como democracias o repúblicas, en realidad centralizan todo el poder, dicen “representar al pueblo”, a la “voluntad del pueblo”, pero en realidad sólo representan la voluntad de unos pocos o de una parte del pueblo, que la impone a los demás. El pueblo no elige a sus representantes. Sólo asiente a lo que le imponen por la fuerza.

El derecho a la desigualdad política es el derecho a pensar diferente, a elegir libremente entre diversas opciones políticas, pero siempre respetando las reglas de la democracia. La razón es muy sencilla: se trata de aplicar en la práctica el principio de que mi libertad termina donde empieza la de los demás. En una palabra, se trata de respetar el derecho de los demás a tener una opinión política diferente. Esto es evidente en el sistema democrático y no es menos evidente su ausencia en las dictaduras.

Por otra parte, los derechos ligados al ejercicio de la libertad personal tienen su limitaciones en el sistema democrático. En la coordinación de todas las libertades de un sistema democrático es imprescindible que haya unas reglas de juego. Probablemente la más importante es la de que la voluntad de la mayoría debe prevalecer sobre las demás. De esa manera, las desigualdades y los choques que se puedan producir se superan en la unidad o voluntad igual de la mayoría, que une sus voluntades en una determinada opción política. Las desigualdades personales o de grupos son superadas por una igualdad mayoritaria.

 

La propiedad privada como derecho a la desigualdad

 El hecho sangrante del impuesto de sucesiones. La riqueza como fruto del propio esfuerzo y que ya pagó todos los impuestos legales es fiscalizada por el impuesto de sucesiones. Si lo hubiera gastado en viajes de placer, en bares, en mujeres, etc. etc., el Estado ya no me podría exprimir más. Es una forma de castigar el ahorro.

La izquierdas filocomunistas siempre fueron enemigos de la propiedad privada, aunque esa haya sido adquirida como fruto del propio trabajo. En la fracasada Unión Soviética teóricamente no existía la propiedad privada. El único propietario era el Estado, que representaba al Partido Comunista, el PCUS.

La propiedad privada tiene un especial significado cuando se trata de la propiedad de la tierra. El que trabaja la tierra pierde su estimulo, si el fruto de su trabajo se lo lleva otro, ya sea el Estado o el terrateniente. Hay que tener en cuenta que, cuando el Estado es el dueño absoluto de la tierra, en realidad es también un terrateniente y un nuevo capitalista. Ya lo decía el gran filósofo Feuerbach, maestro de C. Marx, que el comunismo que éste programaba en realidad no cambiaba la explotación del trabajador. Lo que hacía era cambiar la misma tortilla de lado: los que estaban arriba se pondrán debajo y los de abajo se pondrán arriba. Un capitalismo de Estado sustituye a un capitalismo privado.

El principio que debiera imperar es el que defiende que la tierra sea para el que la trabaja, para el que la hace productiva  con la fuerza de sus propias manos.

En los países y en los partidos filocomunistas hay muchos candidatos para vivir del dinero del Estado. Les interesa que sea el Estado el propietario de toda la riqueza de su país y ser ellos los administradores. Se caracterizan por la hiperinflación de la burocracia, porque emplea a muchos  vividores. Es la famosa Nomenclatura o aparatro estatal comunista.

Al campesino nunca le interesó la propiedad común de la tierra. Quiere ser dueño de sus fincas, para tratarlas según su inteligencia y su propio interés. Para poder ejercer en ella su propia creatividad. Si el fruto es para otro, pierde toda motivación, a no ser que esté ideológicamente interesado en que todo sea propiedad del estrado o esté fanatizado.

El gran fracaso de la Unión Soviética tuvo, entre otras causas, su política agraria. El comunismo nunca fue del agrado de los campesinos. El gobierno soviético mató de hambre a más de cuatro millones de campesinos ucranianos por negarse a crear las comunas que les despojaba de la propiedad de la tierra y de la mayoría del fruto de su trabajo. El interés del comunismo por el mundo rural siempre fue marginal.

En el emblema dominante de la Unión Soviética aparecen el político, que indica lo que hay que hacer; el militar,  que impone lo que hay que hacer; y el obrero industrial, que es quien lo tiene que hacer. No aparecen ni el campesino ni el pescador, uno y otro muy apegado a la propiedad privada de su tierra y de su barca con su pescado.

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Los Derechos Humanos

como derechos a la desigualdad

Frente al igualitarismo actual de las izquierdas quiero destacar la desigualdad como fundamento de los Derechos Humanos de las Carta de 1948 y demás documentos complementarios,  y las consecuencias jurídicas que debe tener en el ordenamiento de la sociedad en todos los niveles y aspectos. En realidad, la Carta de 1948 ya es una proclamación de los derechos humanos a la desigualdad. Basta con presentarlos como derechos a la desigualdad. Por eso, precisamente no son bien vistos con simpatía por los regímenes comunistas y sus simpatizantes ni por otros tipos de dictaduras.

Los Derechos Humanos siempre fueron vistos como derechos de igualdad entre los ciudadanos. Todos tenemos teóricamente los mismos derechos. Sin embargo, uno de los fundamentos de esos derechos es el gran derecho a la desigualdad. El mismo concepto de persona en el que se basan todos ellos es un concepto de desigualdad: Todos somos personas (igualdad), pero por eso mismo todos somos diferentes (desigualdad). Los Derechos Humanos son todos derechos de libertades y no hay nada más desigual que el ejercicio de la propia libertad.

Todos tenemos teóricamente los mismos derechos al uso de nuestra libertad. Por tanto, todos tenemos derecho al uso diferente o desigual de esa libertad

La libertad de conciencia, como derecho humano fundamental, es un derecho a la desigualdad; la libertad de expresión es un derecho a la desigualdad; la libertad de religión es un derecho a la desigualdad, etc. En todos estos derechos, hay, pues, una igualdad de origen: derecho al uso de nuestra libertad, y una desigualdad en el despliegue de esa libertad.

Este aspecto de la desigualdad, que yace en la esencia misma de los Derechos Humanos, con frecuencia se soslaya y se ahoga con el otro aspecto de los mismos derechos: el de la igualdad. Cuando eso sucede, surge el igualitarismo propio del pensamiento dictatorial. Es típico de las dictaduras bloquear ese uso diferente o desigual de nuestra libertad. Lo suyo es el pensamiento único y el igualitarismo en todo.

Un ejemplo: La Unión Soviética quiso igualar en todo a los campesinos imponiendo la producción colectiva y privándoles de toda propiedad privada. El Estado era el propietario real de toda esa producción. Al campesino sólo le daba lo indispensable para vivir. Todos eran obreros de su comuna, estrechamente controlada por el comisario correspondiente. El único estímulo que tenía el agricultor era el de servir a la Causa comunista. A algunos se les cargaba de medallas, para que sirvieran de ejemplo. Pero ese igualitarismo fue una de las causas principales del gran fracaso de la economía comunista y que llevó a la descomposición del gran imperio soviético. En las dictaduras se elimina el derecho a la desigualdad.

 

RESUMIENDO

 Se puede decir que somos iguales en cuanto que todos pertenecemos a la misma especie y, en nuestra cultura occidental, todos tenemos los mismos derechos fundamentales. Pero, a la vez, hay que decir que esos mismos derechos nos dan derecho a la desigualdad en cuanto a su ejercicio.

La desigualdad puede ser una gran injusticia en determinados casos de la misma manera que también lo puede ser la igualdad o igualación. De la igualdad ya se habla bastante, incluso llegando al igualitarismo ideológico y a crear nada menos que un Ministerio de la Igualdad.  El igualitarismo conduce al ahogamiento o minusvaloración del hecho y del derecho a la desigualdad. Por eso, aquí quiero resaltar tanto el hecho como el derecho a la desigualdad como antídoto contra el pensamiento único e igualitarista de ciertas dictaduras.

El mismo concepto de «persona», concepto clave en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es por sí mismo una consagración al derecho a la desigualdad: no existen dos personas iguales. Cada persona es única y desigual a todas las demás.

No hay «persona» si no hay libertad y la libertad es un factor ineludible de desigualdad. Si nuestra voluntad es libre, cada uno podrá tomar decisiones distintas y personales, que tienen sus consecuencias. Si uno decide escoger el camino del esfuerzo, sus consecuencias serán distintas de las de aquél que decide escoger el camino de la comodidad. El igualitarismo quiere igualar las consecuencias de la acción de uno y del otro. Eso es una injustica flagrante. Y eso está sucediendo con la ley de educación LOMLOE o de la Celá.

La libertad nos hace desiguales. Las dictaduras imponen el migualitarismo.

 

 

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