SOCIOLOGÍA MARXISTA
NUEVA REINA DE LAS CIENCIAS
La sociología marxista como reina de las ciencias.
Para los comunistas, la Sociología marxista es la nueva ciencia suprema, la nueva ciencia modelo, por la que se han de orientar todas las demás[1]. Por supuesto, no se trata de una Sociología cualquiera, sino de una Sociología muy concreta, entre las muchas que hoy existen.
El Marxismo se cree a sí mismo como la ciencia suprema. Como el Marxismo es fundamentalmente Sociología, de ahí que la Sociología marxista se tome como la ciencia suprema. Lenin, repitió hasta la saciedad que el Marxismo es pura ciencia. Es
el despliegue supremo de toda la ciencia histórica, económica y filosófica de Europa[2].
Esta misma lógica fue utilizada durante la Edad Media respecto de la Teología. El teólogo cristiano creyó y defendió que la doctrina cristiana en su formulación teológica constituía el despliegue supremo de toda la ciencia. Compárese, por ejemplo, el texto anterior de Lenin con este de San Buenaventura:
Es manifiesto que todas las ciencias están subordinadas a la Teología, por lo cual ésta toma ejemplos y utiliza una terminología perteneciente a todo género de conocimientos… Todas las ciencias han de contribuir a que Dios sea glorificado. Sin la iluminación que desciende desde lo alto es vano todo conocimiento.
Si donde dice “Teología” y “Dios” ponemos “Sociología marxista” y “Socialismo” o “Partido Comunista” o “Revolución”, seguramente que muchos creyentes marxistas tomarían este texto como perteneciente a sus más genuinos libros sagrados.
Según Lenin, el Marxismo no sólo coincide con la moderna ciencia de la Naturaleza. Ella es, por primera vez, el desarrollo de una auténtica Sociología al aplicar los métodos científico-naturales a la sociedad[3]. En efecto, en esta Sociología se parte del presupuesto, no demostrado, de que las leyes que rigen los hechos sociales son de la misma naturaleza que las leyes que rigen los hechos de la Naturaleza. Este presupuesto, a su vez, se poya en este otro: todo lo material es real y todo lo real es material.
Sentados estos presupuestos, la Sociología marxista toma como clave de su estructuración y desarrollo la creencia de que las fuerzas de producción son el determinante más radical de todas las creaciones culturales de la mente humana.
Todos estos postulados fundamentan una sociología cuya función principal es dirigir desde el punto de vista teórico la revolución marxista. Según Lenin,
La función de la ciencia en la preparación y el ejercicio de la praxis revolucionaria consiste en dar la verdadera palabra para la lucha. Es decir, hay que saber representar esta lucha de modo objetivo, como resultado de un sistema determinado de relaciones de producción; y hay que comprender la necesidad de esta lucha, su contenido, su recorrido y sus condiciones de desarrollo. No se puede dar la palabra para la lucha sin investigar, hasta en lo más mínimo, cada forma individual de esta lucha, sin perseguir, en cada uno de sus pasos, su cambio de una forma a la otra, para poder determinar la situación en cualquier momento dado[4].
Es, por tanto, una idea concebida en función de la Revolución marxista. Con ella se trata de dar a esta Revolución un ropaje científico con el que adquiera más fuerza y consistencia.
La Sociología marxista es la ciencia del Proletariado y su Revolución, pero es una ciencia que no hace el Proletariado, sino sus representantes, los teóricos marxistas, que, a la vez, son los dirigentes del Partido Comunista. El Partido, pues, es el gran portador y guardián de esta ciencia, pero siempre para servir a los intereses del Proletariado. Una vez más, el Partido se revela como poseedor de toda clase de poder, incluido ahora el poder científico. Él es la gran divinidad que posee la única sabiduría verdadera y científica sobre la sociedad.
La Sociología marxista es, por tanto, una ciencia partidista. Pero Lenin no se avergüenza de ello. Es más, afirma expresamente el carácter partidista y clasista de la ciencia, y especialmente de la Sociología[5]. Y no sólo eso. Según él, toda clase, siempre que ha desempeñado un papel ascendente. Siempre estuvo al lado del materialismo y de la ciencia. La reacción (los reaccionarios), por el contrario, estuvieron del lado del idealismo y de la religión.
Lenin hace de esta afirmación suya una ley sociológica. Pero, si como ley la tomamos, resulta que es aplicable también el Marxismo cuando sube al poder. Es decir, es materialista y científico mientras lucha en la oposición, pero se vuelve reaccionario, idealista y religioso en cuanto está en el poder. Que esto último se cumple es algo que la historia del Marxismo confirma una y otra vez. Pero, además, decir que el Marxismo es científico cuando aún lucha por alcanzar el poder, es otro artículo de la fe marxista.
Su Revolución violenta, único camino por donde alcanzó el poder allí donde lo ostenta, tiene mucho más de Guerra Santa, cargada de fanatismo religioso, que de comportamiento científico.
En nombre del cientificismo marxista, se toma el materialismo dialéctico e histórico como premisa de todo trabajo científico, tanto en el campo de las Ciencias Naturales como en el de las Ciencias Sociales. En su nombre se impusieron en la URSS meticulosas censuras sobre los trabajos científicos de una y otra rama[6]. Toda publicación científica que no esté de acuerdo con los dogmas del materialismo marxista es censurada. Esta presión ideológica perdura aún hoy en todos los regímenes comunistas. Esta censura equivale al nihil obstat que la Iglesia Católica exigió durante siglos a las publicaciones que quisieran estar de acuerdo a su ortodoxia.
Este tipo de manipulación ideológica y religiosa de la ciencia tiene una larga historia. Ya en la Edad Media, por citar un conocido ejemplo, el progreso y la ciencia estaban a la vez potenciados y limitados por las creencias cristianas entonces dominantes. Estaban potenciados en el sentido de que esas creencias constituían el estímulo más radical para todo esfuerzo cultural. Las grandes creaciones culturales de la Edad Media fueron promovidas por motivos religiosos: Arte, Filosofía, Organización Política, etc.
Por otra parte, la religión imponía limitaciones importantes al progreso. Todo aquello que, de una u otra manera, no estuviera de acuerdo con la visión religiosa del mundo entonces reinante era sistemáticamente prohibido y perseguido. La Teología era la ciencia suprema, que imponía sus normas a todas las demás. La ciencia, la razón, estaba controlada por la fe. Toda investigación y todo descubrimiento se hacía bajo los auspicios de la religión.
Además, la Teología sirvió de fundamento y justificación ideológicas ala Guerra Santa de entonces: las Cruzadas. Pues bien, todas esas funciones sagradas se atribuyen, en los regímenes comunistas, a la Sociología marxista.
Por otra parte, la Teología medieval, que lanzaba las masas a la Guerra Santa de las Cruzadas, no estaba hecha por el pueblo. Estaba hecha por los clérigos y jerarcas de la Iglesia Cristiana. Del mismo modo, la Sociología marxista, que lanza las masas a la Santa Revolución, tampoco está hecha por el pueblo. Esta hecha por los jerarcas del Partido, aunque para el Pueblo o Proletariado. Esta se recibe como algo venido de afuera, de lo alto; como una revelación. El dicho “Todo por el Pueblo, pero sin el Pueblo” resume muy bien el principio que rige el desarrollo de la Sociología Marxista.
Con ella, el Partido busca poner en marcha y a su servicio todas las fuerzas del mundo trabajador. Lo mismo hacía la Teología medieval. Se buscaba poner al servicio de la Iglesia y de sus intereses todas las fuerzas populares de aquel tiempo.
Un significativo testimonio de esta manipulación ideológica de la ciencia lo tenemos en el caso Lysenko, que Plomin, DeFries y McClearn lo describen así:
Lysenko.
Una y otra vez, la ciencia ha sido interpretada, o mal interpretada, para favorecer las causas políticas. Dos ejemplos notorios, con relación a la genética, son los movimientos eugenésicos de principio de siglo y las matanzas de nazis durante la segunda Guerra Mundial. Más aún, de los años 30 a los 60, tuvo lugar en Rusia un intento de igualar ciencia y política.
La historia ha sido ya muchas veces contada. Una interesante versión de este control político de la ciencia en la URSS fue la escrita por el biólogo Sir Julian Huxley, quien simpatizaba con el marxismo y estaba en Rusia en la época del surgir de Lysenko.
Lysenko, como Lamarck, creía que las características adquiridas pueden ser heredadas. Trató de aplicar sus creencias a la agricultura, obviamente con escaso éxito, pero su fe en sus teorías sobrepasaba a su fe en el método científico. En los años 30, con ayuda de un filósofo marxista, Lysenko organizó una campaña política que tildaba a los científicos mendelianos de idealistas y reacios al cambio. Huxley presumía que la verdadera causa de la reacción adversa al mendelismo era una cuestión de valores:
Una causa es el rechazo al mendelismo porque la herencia mendeliana, con su autoduplicación genética y sus mutaciones al azar, parece ofrecer demasiada resistencia al deseo del hombre de alterar la naturaleza, y eludir el control que quisiéramos ejercer.
El lamarckismo, por otra parte, promete la posibilidad de un rápido control… Esto es relevante no sólo para la agricultura, sino también para los asuntos humanos, ya que sería políticamente conveniente y agradable. si en unas pocas generaciones bajo mejoradas condiciones comunistas eleváramos la calidad genética de la población de la URSS…
La segunda razón ideológica… es el rechazo al mendelismo porque implica desigualdad humana, y porque puede ser tomado como indicativo de la incapacidad humana frente a la predestinación genética.
Hacia 1939, Lysenko tenía bajo su control el reino de la ciencia y se utilizaron las depuraciones estalinistas para eliminar a algunos prominentes genétistas. En una conferencia en 1948, Lysenko anunció que sus opiniones estaban respaldadas por el Comité Central del Partido. La Academia Soviética de las Ciencias apoyaba a Lysenko, como queda reflejado en la carta a Stalin:
La Presidencia de la Academia de Ciencias de la URSS recomienda apoyar la biología (de Lysenko) y desterrar la ideología (mendeliana) idealista y antipatriótica… El sentido biológico materialista (de Lysenko) es la única forma aceptable de ciencia, porque se basa en el materialismo dialéctico y en el principio revolucionario del cambio de la Naturaleza en beneficio del pueblo.
Las enseñanzas idealistas (mendelianas) son pseudocientíficas, porque están basadas en el concepto del origen divino del mundo y asumen la existencia de leyes científicas eternas e inalterables. La lucha entre las dos ideas ha tomado la forma de la lucha de clases ideológica entre marxismo y capitalismo a escala internacional. También, en menor escala, entre la mayoría de los científicos soviéticos y los escasos científicos rusos que aún albergan rastros de la ideología burguesa. El compromiso no tiene cabida: (Lysenkoísmo) y (mendelismo) son irreconciliables.
Se hizo imposible contradecir las opiniones de Lysenko. Eso señaló el fin de la genética mendeliana en Rusia durante dos décadas. Los genetistas que rehusaron adherirse abandonaron Rusia, y se obligó a abjurar a los que permanecieron. Muchos perdieron sus puestos y algunos perdieron sus vidas.
Hacia 1964, las cosechas perdidas como resultado de las directrices de Lysenko ya no pudieron ser ignoradas por más tiempo. Pueden incluso haber contribuido a la caída de Nikita Khrushchev, que las había apoyado durante la sublevación política post-estalinista. Lysenko cayó en desgracia y la genética mendeliana volvió a Rusia.
Las creencias de Lysenko sobre la herencia de los caracteres adquiridos y muchos de sus experimentos no tienen valor científico, como muchos científicos soviéticos reconocieron posteriormente. Sin embargo, en el presente contexto, la cuestión científica no es tan importante como el entender el proceso de la politización y sus desastrosas consecuencias.
Huxley observó que el lysenkoismo no es realmente una cuestión científica, sino que es un ejemplo de “una idea preconcebida que se ha antepuesto a los hechos, en vez de surgir de ellos: cuando los hechos no se ajustan a la idea, se niega su importancia o incluso su existencia… Se trata en esencia de la aplicación de una doctrina no científica o pre-científica a una rama del estudio científico, no de una rama de la ciencia por derecho propio»[7].
El método utilizado por Lysenko para introducir sus ideas en la ciencia merece una atención especial para sensibilizarnos ante tal politización.
En primer lugar, las controversias científicas se personalizaron rápidamente. Los ataques se entraban en las personas y sus motivaciones, en vez de en sus ideas (Brill, 1975).
En segundo lugar, prevalecían las ideas patrioteras. Los eslóganes sencillos que atraían al pueblo sustituyeron a las discusiones honestas de los temas complejos.
Una tercera táctica también utilizada por Lysenko fue el difundir sus opiniones en la prensa popular en vez de en publicaciones científicas.
Cuarto, rechazaba el método científico. Por ejemplo, Lysenko comentó a sus colaboradores que “para obtener un resultado concreto, uno debe querer obtenerlo. Si quieres un resultado concreto lo obtendrás”. Raramente se utilizaban grupos de control o análisis de significación estadística.
Quinto, no se permitía un compromiso o término medio. La cuestión se trataba como una lucha de clases científica y se aplicaba el eslogan “quien no está con nosotros, está contra nosotros”[8].
Por todo ello parece justificado decir con C. A. Montaner que
el Comunismo es la nueva escolástica: una caprichosa interpretación de la realidad que, cuando no coincide con la vida, opta por ignorarla. O por crear Comités de Defensa, que es peor” (como en Cuba)[9].
Sin embargo, Marx, que no se imaginaba cuál sería el comportamiento de los marxistas una vez que alcanzaran el poder, afirmó contra Th. R. Malthus:
Llamo vulgar a aquel hombre que intenta acomodar la ciencia a un punto de vista que no procede de ella misma (por muy errónea que sea), sino de fuera, de intereses externos y extraños a ella[10].
La actitud cientificista de la ideología marxista no es agua pasada. Como prueba de su actualidad, veamos el testimonio de un destacado teórico marxista de nuestros días: el de Henri Lefebvre, cuando aún pertenecía al Comunismo ortodoxo francés.
Lefebvre llega a caer en una verdadera obsesión por mostrar el carácter científico del Marxismo. En su obra Síntesis del pensamiento de Marx aparece el calificativo de “científico” aplicado al Marxismo en la casi totalidad de sus páginas.
Para él, el Marxismo:
Quiere ser esencialmente -y es- la ciencia de la sociedad y de la historia… Una doctrina que, por sí misma, se presenta exclusiva y simplemente como científica, con argumentos y pruebas racionales y que para hacerse sólo apela a la razón[11].
No dice a qué tipo de razón, aunque se sobreentiende que es la razón dialéctica, cuyo carácter metafísico ya dejé ampliamente desarrollado en mi publicación El Panteón de los Dioses Marxistas, tomo I.
Ante textos como el anterior de Lefevre da la impresión de que su autor es o un ciego y fanático creyente o un cínico, que no quiere ver la realidad palpable del militarismo de los regímenes comunistas y el carácter esencialmente violento de la Revolución marxista. No se entiende cómo es posible decir todavía que el Marxismo es sólo ciencia que apela a la razón para imponerse o convencer. A no ser, claro está, que Lefebvre se esté refiriendo a la razón de la fuerza. Si así fuera, estaría muy claro que se trata de una ciencia que se quiere imponer por la fuerza, tal como los hechos lo confirman.
Pero entonces, ¡qué extraña razón sería esa que se apoya en tantos dogmas y que cada vez resulta más difícil de hacer comprender incluso a aquellos mismos a los que quiere salvar: los trabajadores! ¡Extraño concepto de ciencia que necesita de tantos actos de fe ciega para poder sostenerse y de tanta violencia y fuerza militar para imponerse!
Es evidente, por otra parte, que Lefebvre, como otros marxistas que defienden el carácter científico de su ideología, se apoya en que algunos de sus elementos tienen cierta validez. Pero su cientificismo no está en esos elementos, sino en el hecho de querer deducir de ellos la cientificidad de la totalidad de la ideología. Se mezcla lo científico con lo metafísico y lo religioso. Esta mezcla es muy propia de los mitos. En ellos lo natural se mezcla con lo sobrenatural, lo racional con lo irracional. Precisamente por eso, hay quienes sostienen que el Marxismo se ha convertido en una “idea-fuerza” o mito de nuestros días.
Pero no sólo se mezclan ciencia y creencias metafísico-religiosas, sino que, además, se mitifica la ciencia misma, su “ciencia” por supuesto. Y creen que por el mero hecho de calificar de científica una teoría ya lo tiene que ser necesariamente.
El Marxista presume de racionalizar la vida social al máximo al encajarla en sus teorías, pero lo que hace, al fin, es ideologizar, des-racionalizar y mitificar la ciencia misma.
Lefebvre, frente a la objeción de que la ciencia es desinteresada y la Sociología marxista está cargada de intereses, responde que toda ciencia es interesada, porque de lo contrario, nadie haría ciencia. En su respuesta confunde, a todas luces, los intereses ideológicos con el interés que de por sí tiene para la Humanidad todo descubrimiento y progreso científico.
Evidentemente, los progresos de la ciencia pueden ser utilizados en favor de una u otra ideología, y así sucede con frecuencia. Pero de ahí no se puede dar el paso, en buena lógica, a concluir que los intereses de una determinada ideología, que utiliza la ciencia para sus fines, sean los intereses de la ciencia misma.
No obstante, Lefebvre es fiel a la lógica ya establecida por Marx. Cita, como respuesta a la objeción, aquel texto de la Miseria de la Filosofía en el que Marx proclama que las clases sociales desaparecerán al triunfar la clase trabajadora. La Dictadura del Proletariado acabará, por la fuerza (puesto que es dictadura), con todas las demás clases y todos los que no comulguen con el Comunismo. De esa manera, sólo sobrevivirá una clase social: el Proletariado que, al ser única clase, ya no es clase, sino que se identificará con la sociedad sin más[12].
Entonces, la Sociología marxista ya no será una sociología partidista o de clase. Será la única Sociología posible y, por tanto, la Sociología de todos, objetiva, imparcial y universal: Será la única Sociología permitida, habría que decir.
Es decir, la objeción de que la Sociología Marxista es parcial y partidista es fácil de resolver: se eliminan las otras partes o partidos de la sociedad y automáticamente deja de ser parcial e interesada y pasa a ser imparcial y científica.
De esta manera, se llega siempre a la misma conclusión: La Sociología en tanto es científica en cuanto coincida con los intereses del Proletariado, que se identifican siempre y necesariamente con los del Partido Comunista. Así, una vez más, el Partido se confirma como la norma suprema de verdad y de cientificidad. Si alguna Sociología no estuviese acorde con los intereses del Partido, peor para ella. No será científica por muy fundamentada que esté en la experiencia y en la razón.
Para Lefebvre, el pensamiento de Marx es una ciencia tal que, quien quiera comprenderla a fondo, debe abordar su estudio igual que se aborda el de las Matemáticas o el de la Química. Para él, el método dialéctico marxista no es un método cualquiera. No es un método científico más. Es el método científico por excelencia, que se impone necesariamente a todo el que quiera comprender la realidad. Es un método, por tanto, universal y necesario a todo científico. Es decir, es como si la ideología marxista dijera: la ciencia soy yo; quien esté conmigo es científico; quien no lo esté, no.
No es, por tanto el marxista el que tiene que probar la cientificidad de su ideología. Más bien son los conocimientos e ideas no marxistas los que tienen que probar que son acordes con la ideología marxista, si quieren ser verdaderamente científicos.
Todo el que quiera comprender científicamente la realidad ha de hacerlo -y sólo puede hacerlo- marxísticamente. Según esto, todos los científicos anteriores al Marxismo, en tanto en cuanto comprendieron la realidad de manera objetiva y científica, lo hicieron marxísticamente. ¿Quién le iba a decir a Aristóteles, a Copérnico, a Newton, a Galileo, etc., que, en tanto en cuanto fueron científicos, fueron marxistas?
Se puede decir, por tanto, que existe un “Marxismo inconsciente”, lo mismo que algunos teólogos cristianos, como K. Rahner por ejemplo, defienden la existencia de un “cristianismo anónimo” o “cristianismo inconsciente”.
Sin embargo, de estos mismos textos citados de Lefebvre y de todo su libro, se sigue, con evidencia, que el método dialéctico marxista es un método físico-metafísico. Mezcla, al estilo de los Presocráticos, datos de la observación empírica con prejuicios o creencias metafísicas. De hecho, Lefebvre mezcla sus comentarios sobre la cientificidad del método dialéctico con el “alumbramiento doloroso de la nueva sociedad y del «nuevo hombre”, que tendrá lugar con la venida del Comunismo. Semejante “alumbramiento” suena mucho más a una utopía religiosa que a una previsión científica mínimamente contrastable[13].
Por otra parte, al dar a este método una validez científica universal, se le convierte en una especie de “piedra filosofal”, que sirve para comprender todos los problemas, siempre, claro está, que previamente se crea en él.
Además, ya el mismo Marx dejó entrever el carácter metafísico de su método cuando dijo que la comprobación empírica era insuficiente en un método científico. Por eso, aclara Lefebvre:
La ciencia debe ir más al fondo que el hecho inmediato dado, para captar la ley[14].
Los datos físicos inmediatos no bastan. Hay que ir más allá de lo físico. Pero en la visión ultraempírica, ultrafísica, de la realidad, siempre se le llamó metafísica. La ciencia marxista, por tanto, no excluye los aspectos metafísicos de la realidad, a no ser aquellos que se contradicen con sus propios postulados y creencias.
Pero, si incluye aspectos metafísicos, siguiendo la misma lógica de Lenin, incluye ya aspectos religiosos. Así llegamos a que la ciencia en el Marxismo abarca todo: datos empíricos, metafísica y religión. Es decir, es un concepto de ciencia tan vago, tan amplio, que hace al Marxismo más cientificista que verdaderamente científico.
No obstante, Lefebvre se esfuerza en hacer ver cómo Marx desvistió el método dialéctico hegeliano de todos sus aspectos metafísicos e idealistas. Pero su esfuerzo resulta inútil. Si Hegel fue idealista por querer sacar del Espíritu Absoluto (la Idea), mediante un proceso dialéctico, toda la realidad, no es menos idealista y metafísica la teoría marxista al querer sacar por el mismo método toda la realidad de la idea que ella tiene de la Materia Absoluta y de la visión dialéctica de la historia.
Además, el querer convertir el método dialéctico en el único camino científico para conocer la realidad no deja de ser una pretensión metafísica, ya que es indemostrable tanto empírica como racionalmente. Lefevre parece querer suplir esta indemostrabilidad a base de repetir, hasta la saciedad, que el Marxismo es pura ciencia; como si de esa manera quisiera autoconvencerse a sí mismo de algo que no tiene muy claro.
El quisiera liberar al Comunismo de su filantropía propagandística, de su humanitarismo limosnero, para convertirlo en pura ciencia y verse él mismo libre de los desengaños, las acusaciones y múltiples objeciones, que por todas partes le asaltan.
No obstante, una vez más, se puede aplicar aquí aquel criterio que el mismo Marx propuso para juzgar a los demás:
Y así como no se juzga a un individuo por la idea que él se hace de sí mismo, tampoco se puede juzgar a esta época de transformación por la conciencia que ella tiene de sí misma[15].
Si aplicamos este criterio al mismo Marxismo, resulta que no debemos hacerle mucho caso cuando se autocalifica de científico.
Por otra parte, Lefebvre compara los historiadores y sociólogos burgueses, en su manera de hacer Historia y Sociología, a los teólogos
que dividen las religiones en dos grupos: las demás, artificiales, y la suya propia, emanación o revelación de Dios[16].
Pero, ¡es curioso!, esto mismo es lo que hacen Lefebvre y demás teóricos marxistas cuando critican las teorías burguesas de la historia y la sociedad. El marxista hace la misma distinción: las demás teorías de la historia y la sociedad hasta ahora existentes, todas ellas superficiales y cargadas de aspectos metafísicos, y la suya propia, la marxista, la única científica.
La contradicción interna de la sociología marxista.
El análisis de la contradicción fundamental del Capitalismo constituye uno de los objetivos principales de la Sociología científica marxista[17].
Para Marx, la esencia de la contradicción capitalista está en que el producto del trabajo de la clase trabajadora pasa a propiedad privada del capitalista. De esta contradicción nacen luego los conflictos económicos entre clases sociales: burguesía y Proletariado. De estos conflictos nacen los conflictos políticos entre el Estado y la lucha de clases por apoderarse del Estado.
Prescindiendo de si tiene o no validez objetiva este análisis marxista del Capitalismo, podemos comprobar si, manteniendo la misma lógica interna de este análisis, éste se puede aplicar también al Capitalismo estatal marxista. Si ello es posible, tendremos que la economía marxista incurriría en una doble contradicción.
Una sería aquella misma que padece el Capitalismo privado y otra sería específica del Marxismo. Ésta consistiría en que el Capitalismo de Estado marxista, a nivel de conciencia, niega esa contradicción. Con esta negación entra en contradicción consigo mismo.
Ahora bien, se hace imprescindible explicar por qué el Capitalismo de Estado marxista padece la misma contradicción interna que el Capitalismo privado. Probar esto, tal vez ofreciera alguna dificultad en tiempos de Marx y Engels, cuando aún no se sabía lo que la praxis marxista iba a dar de sí. Actualmente, con cien años de historia del Marxismo, ya no resulta tan difícil.
El Marxismo defiende la concentración de la economía nacional en manos del Estado. Así lo hace de palabra y de obra. Defiende un Capitalismo estatal. El Estado es el que dispone de todos los medios de producción y de todo lo producido. Es un verdadero propietario.
En los regímenes comunistas se dice que el Estado representa a toda la sociedad. Luego es toda la sociedad la que dispone de los medios de producción y de sus productos. La sociedad es así dueña de su propia riqueza, sin que nadie explote a nadie.
Pero ¿por qué el Estado comunista representa a toda la sociedad? La respuesta marxista es esta: El Estado Comunista se identifica con el Partido Comunista. Éste, a su vez, se considera a sí mismo como el único representante del Proletariado. Éste es declarado como el salvador de la Humanidad entera. Con su triunfo desaparecerán las demás clases sociales. El será, pues, toda la sociedad y él es el germen de toda la Humanidad futura: el «hombre nuevo marxista».
Pero todos estos pasos reduccionistas que hace el marxista: reduce la Humanidad al Proletariado y éste al Partido, no sólo son indemostrables, sino que la experiencia del mundo obrero los está desmintiendo. ¿Acaso se puede decir que el mundo obrero polaco, que se reveló contra la explotación de que era objeto por parte del régimen comunista, se reducía al Partido Comunista? ¿Acaso se puede decir que el obrero de los países occidentales tendió progresivamente a integrarse en las filas del Comunismo cuando en todos los actos electorales en las democracias occidentales se evidenció la caída del Partido Comunista y de sus asociaciones afines? Los ejemplos desmitificadores de las tesis marxistas se podían multiplicar ampliamente.
Los hechos muestran entonces que ni el Proletariado, entendido marxísticamente, lleva necesariamente dentro de sí el futuro de la Humanidad ni se identifica sin más con la sociedad; ni el Partido Comunista es el único representante del Proletariado. El Proletariado es sólo un concepto marxista que recoge una parte de la sociedad y de forma reduccionista la quiere identificar con toda la sociedad.
El Partido Comunista sólo representa de hecho una parte, cada vez más minoritaria, del mundo obrero. Pero lo que sí es cierto es que el Estado Comunista se identificó con el Partido Comunista allí donde éste subió al poder.
Por tanto, la economía estatal comunista es la economía de un grupo reducido de ciudadanos. Es decir, es la apropiación capitalista, llámese privada, pública o como se quiera, por parte de un grupo de ciudadanos, de todos los medios de producción de un país y del producto del trabajo de todos los demás ciudadanos.
Los medios sociales de producción y los productos sociales del trabajo pasan, en el Estado Comunista, a manos de unos pocos que disponen a su antojo y en nombre de la santa religión marxista de toda la riqueza de su país. En nombre de su intocable doctrina, dan a los ciudadanos que trabajan sólo lo necesario para vivir y dedican el resto para fines militares e imperialistas; para defender su ideología y su poder ante sus propios conciudadanos y para extenderlos a otros países por medio de su Santa Revolución.
Resulta entonces que la contradicción fundamental de que se acusa al Capitalismo privado afecta de lleno al mundo marxista. Habría que profetizar también con Marx, por tanto, que si esa contradicción es el principio del fin del Capitalismo, también lo será del Comunismo marxista. De hecho ya dejó sonoras evidencias de ese declive. La rebelión del obrero polaco así lo dio a entender, lo mismo que la caída de todo el imperio de la extinta Unión Soviética.
A esta contradicción interna de la Sociología marxista, la que realmente se aplica en los regímenes comunistas, hay que añadir el no cumplimiento de la principal de sus “previsiones científicas” o profecías: la muerte del Capitalismo, dejando paso a la venida del Socialismo marxista. No sólo no murió allí donde Marx esperaba que lo hiciera: Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos, sino que se transformó para adquirir nueva vida. Resulta entonces que la enfermedad crónica incurable, que se pronosticó contra él, ha contagiado gravemente al médico que la pronosticó. Y, mientras el enfermo se va curando, el médico se fue muriendo contagiado por ella.
Ante este fracaso histórico de las previsiones de la Sociología marxista, Lefebvre intenta suavizar el significado concreto de la sentencia de muerte lanzada contra el Capitalismo. Según él, la fórmula marxista permite prever la desaparición del Capitalismo, pero no permite fecharla de modo concreto. Se trata sólo de una “tendencia histórica”, de una ley dialéctica ligada a las leyes universales del devenir[18].
Se trata, por tanto, de una “previsión científica” tan vaga, basada en una ley científica tan indefinida como es la dialéctica, que admite cualquier circunstancia histórica para su cumplimiento en el futuro. Algo así como si un astrónomo, al prever un eclipse de Sol, dijera: con el tiempo, más tarde o más temprano, habrá un eclipse de Sol. Y luego añadiera: esto es una previsión científica y el eclipse de Sol tendrá lugar de manera necesaria. Pero, si esto es científico, también lo son todas las profecías del Antiguo Testamento.
El sociólogo marxista parece confundir las leyes de la historia con sus propios deseos. Y, ante las objeciones que se le plantean, contesta diciendo que la ley dialéctica actúa en profundidad. Por lo visto, actúa con tal profundidad que sólo los buceadores marxistas son capaces de bajar hasta ella.
Lefebvre reconoce que el “Socialismo Científico de Marx tuvo y tiene problemas de aceptación, incluso entre obreros y entre teóricos del movimiento obrero, como Bakunin, por ejemplo. ¿Pero qué necesita una verdadera ciencia para ser aceptada, aparte de una buena explicación?
Esos problemas de aceptación de la Sociología marxista son los problemas clásicos, no de teorías científicas, sino de sistemas metafísicos y de ideologías religiosas. En estos, la adhesión es más un problema de fe que de comprensión científica.
Por todo ello, una vez más, hay que decir, que el Marxismo presenta este engaño: Es una religión, pero no quiere los vestidos religiosos, no quiere que se le tome como una religión más. Para ello, se quita el vestido religioso y se pone el vestido científico. Éste, por principio, tiene una mayor aceptación.
Pero se encuentra con que el vestido científico no le va y decide, entonces, modificarlo y adaptarlo a su propio cuerpo. “Yo soy la ciencia”, se atreve a decir después. No obstante, como siempre, aunque la mona se vista de seda, si mona era, mona se queda. Y, si da pena ver una cosa tan valiosa como la seda cubriendo el cuerpo de una mona, no da menos pena ver cómo con algo tan valioso para el hombre como la ciencia se pretende encubrir con algo tan discutible e interesado como son la metafísica y las creencias religiosas del Marxismo.
Otra de las grandes contradicciones de la Sociología marxista, ya indicada más arriba, es la de conjugar su pretendido carácter científico con la Dictadura del Proletariado. De hecho, en la Constitución de la URSS de 1936, los legisladores marxistas se vieron obligados a justificar por qué en los países comunistas, después de tantos años de régimen marxista, aún es necesario mantener la Dictadura del Proletariado. Se dan cuatro razones:
- El hecho de que, aunque el socialismo había eliminado la base económica que justificaba su existencia, aún quedaban individuos que habían pertenecido a las clases explotadoras. Se necesitaba todavía de un cierto tiempo para proceder a su reducción. Había que eliminar los burgueses y capitalistas que aún vivían.
- Si bien la colectivización del campo se había impuesto ya por aquellos años, sin embargo, los campesinos aún conservaban cierta mentalidad de propietarios, al igual que sucedía con otras capas no proletarias. Viene bien recordar aquí los cuatro millones de campesinos ucranianos condenados a morir de hambre por no aceptar la colectivización del trabajo del campo.
- En las repúblicas y regiones añadidas a la Unión Soviética después de 1945, aún se tardaría cierto tiempo en implantar los cambios de tipo socialista.
- La amenaza de guerra en los años 30.
En la Constitución de 1977 de la URSS se cambian ciertas expresiones. Se dice que
cumplidas las tareas de la Dictadura del Proletario, el Estado Soviético se ha convertido en Estado de todo el Pueblo[20].
Pero, aunque habían cambiado ciertas expresiones, la realidad en la Unión Soviética siguió la misma.
Cosmovisión marxista
En la visión marxista del Universo todo se reduce a Materia. La Humanidad es la forma superior de la Materia. El Proletariado es la forma superior de la Humanidad y es el verdadero Pueblo. El Partido es la forma superior del Proletariado y la Nomenclatura o jerarquía es la forma superior del Partido. El «Espíritu Revolucionario» o Santa Revolución (algo así como el Espíritu Santo Marxista) es el factor amalgamador de todo lo demás.
Negar o poner en duda cualquier elemento de esta cosmovisión es motivo de persecución y condena, como lo que le sucedió a Galileo en otros tiempos.
(Ilustración del autor)
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Con todo, la teoría marxista siguió siendo tenida como infalible, sagrada y como la única concepción científica del mundo obrero. Decía Fedoséev, vicepresidente de la Academia de las Ciencias de la URSS:
Viene a ser no ya sólo una esfera del conocimiento científico… Las ideas de Marx, Engels y Lenin se han afirmado en el movimiento comunista mundial como la única concepción científica del mundo de la clase obrera… La doctrina de Marx-Lenin es patrimonio general e internacional de la clase obrera del mundo entero, de todos los adeptos al Socialismo. Las investigaciones marxistas, traten de procesos mundiales o nacionales, son siempre internacionales, independientemente de quien las realiza…[21]
En este sentido, el Marxismo-Leninismo no se diferencia de cualquier otra ciencia: la Matemática o la Física, la Biología o la Química.
Y pobre de aquel obrero, campesino o intelectual, que se atreva a manchar en lo más mínimo la virginidad de esa sagrada ciencia. Pobre de aquel pueblo que, estando bajo el control del Kremlin, tenga la osadía de querer superar al Marxismo como doctrina y forma social de vida. Si alguien se atreviera a tal sacrilegio, ya sabe lo que le espera: un tribunal popular, una condena previamente dictada, un campo de trabajos forzados, un proceso de reeducación, un hospital psiquiátrico, etc.
Si se trata de un pueblo, se le deporta en bloque a cientos de kilómetros. Que se lo pregunten a los tártaros de Crimea. Si es un país, se le envían los tanques del Pacto de Varsovia. Recuérdese la «Primavera de Praga». Todo eso en nombre de esa sagrada ciencia, que es el Marxismo-Leninismo.
Y todos estos atropellos no son inconveniente alguno para el que cree. Ya decía San Pablo:
Credentibus omnia cooperantur in bonum
(«Para el que cree todos los acontecimientos cooperan al bien»).
En la Unión Soviética, los científicos tenían que hacer una profesión expresa de su fe en el materialismo dialéctico marxista. A partir de esa profesión de fe fundamental, se les permite tener tendencias divergentes entre sí, pero nunca contrarias a la fe profesada.
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BIBLIOGRAFÍA
Andrópov, Yu. (1983): “La doctrina de K. Marx y algunas cuestiones de la edificación socialista en la URSS”, Yu. Andrópov y otros: K. Marx y la actualidad. Progreso.
Fedoseev, P. (1983): “K. Marx y la dialéctica de nuestra época”, en Andrópov y otros. Pp. 77-122.
García Álvarez, M. (1977): Textos Constituciones Socialistas. Colegio Universitario de
Huxley. J. (1949): Heredity east and west: Lysenko and world science. Schuman. New York.
Kernig, C. D. y otros (1975): Marxismo y Democracia. Enciclopedia de conceptos básicos, 1-5. Rioduero EDICA. Madrid.
Montaner, C. A. (1983): Fidel Castro y la Revolución cubana. Playor. Madrid.
Plomin, R., De Fries, J. C. y Mc Clern (1984): Genética de la conducta. Alianza Editorial. Madrid.
Progreso, Editorial (1975): Fundamentos de legislación de la URSS y de las Repúblicas Federadas Soviéticas. Moscú.
Weber, M. (1984): La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Sarpe.
Zernov, N. (1978): La rinascita religiosa russa del XX secolo. Cooperativa Editorial La Casa di Matriona. Milan.
Zimianin, M. (1983): “La doctrina de Marx vive y triunfa”, en Andrópov y otros, pp. 60-75.
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[1] Cfr. Kenig y otros, 1975, 1, pp. 94, 98-100, 112, 113.
[2] Kenig y otros, o. c., 1, p. 98.
[3] Cfr. Kenig y otros, 1, p. 98.
[4] Kenig y otros, o. c., 1, p. 99.
[5] Kenig y otros, o. c., 1, pp. 99 y 102.
[6] Cfr. Kenig y otros, 1, p. 100.
[7] Cfr. Huxley, 1949, p. 23.
[8] Plomin, DeFries y McClearn, 1984, pp. 436-438.
[9] Montaner, 1983, p. 39.
[10] Kenig y otros, 1, p. 108. MEW, Bd. 2, p. 112.
[11] Lefebvre, 1976, pp. 36. También en pp. 38, 44 y passim.
[12] Lefebvre, o. c., p.49.
[13] Cfr. Lefebvre, o. c. pp. 83, 260, 273.
[14] Cfr.- Lefebvre, o. c., p. 247.
[15] Lefebvre,o. c., p. 251.
[16] Idem, o. c., p. 253.
[17] Lefebvre, o. c., pp. 280s.
[18] Cfr. Lefebvre, o. c., p. 288.
[19] García Álvarez, 1977, p. 43. Chakhikvadze, 1972, p. 53.
[20] Progreso, 1982, p. 4.
[21] Fedoséev, en Andrópov y otros 1983, pp. 119s.